—¿Estás despierta?
Se mantuvo inmóvil.
—Esto parece un sauna —masculló Viktor para sí. Segundos después, una ráfaga de aire atravesó las rejillas de ventilación.
«Te quiero, papá —pensó Frankie—. Aunque tú no me quieras a mí».
Permanecieron quietos y en silencio durante los siguientes cinco minutos, por si las moscas. Pero la expectativa de volver a ver a D.J. provocaba en Frankie una crispación nerviosa. Era como un regalo que aún no había desenvuelto. Quería saber más de él. Contarle sus sueños de cambio. Escuchar los de él. Oír su música. Y soltar chispas.
—El peligro ya pasó —susurró en la oscuridad—. Puedes salir.
Nada.
—D.J., ¡sal de ahí! —insistió.
Todavía nada.
Frankie se bajó de la cama y, lentamente, se acercó al escondite de D.J., bajo la mesa del microscopio.
—Puedes salir.
Emergió despacio y, desconcertado, se rascó la cabeza.
—¿De dónde sacaste esas gafas? —preguntó Frankie entre risas.
—De Multiópticas —masculló arrastrando la voz
«¿Habrás inhalado formol sin darte cuenta?» Frankie le tendió la mano.
—¿Necesitas ayuda?
—¡Anda! —exclamó una vez que se colocaron cara a cara—. Tú eres la chica verde, la monstruo del baile, ¿no?
Frankie se agarró el estómago como si le hubieran propinado un puñetazo.
—¿Qué?
—¿Qué hago aquí? —miró a su alrededor y fijó la vista en el reluciente instrumental quirúrgico—. ¿Dije algo de lo que me voy a arrepentir? ¿Me tienes prisionero o algo por el estilo?
—¿Hablas en serio? —preguntó Frankie a gritos. Era la broma más desalmada que se pudiera imaginar—. No, no te tengo
prisionero
. Eres muy libre de irte cuando se te dé la gana — señaló la ventana de cristal esmerilado, junto a la que solía estar el diván.
—Gracias —se apresuró en esa dirección.
—¿De veras te vas? —Frankie ahogó un grito, desesperada por volver cinco minutos atrás—. Pensé que te gustaba.
Él se detuvo y se giró.
—¿Conoces a una chica que se llama Melody Carver?
Frankie negó con la cabeza, aunque más o menos la conocía.
—¿Esto es una represalia cruel por lo de esta noche?
—Lo siento —dijo por toda respuesta, y se impulsó a través de la ventana abierta
—Entonces, no te vayas —suplicó Frankie a medida que la estancia, se inundaba de soledad.
—No tengo más remedio. Lo siento mucho, de verdad —insistió él—. Encantado de conocerte.
—¡Quédate! —imploró Frankie mientras él echaba a correr—. Quédate —insistió, aunque era demasiado tarde.
Se había marchado.
GOLPE DE CALOR
Mientras recorría el porche de un lado a otro, Melody se acordó de esos perros de cuerda que había visto en exhibición en el centro comercial. Ladraban, caminaban, se sentaban, giraban y volvían a caminar. Luego se estrellaban contra la barandilla lateral de la mesa de exposición y caían sobre las extremidades traseras. Con un pequeño brinco, volvían a colocarse a cuatro patas, listos para ladrar, caminar, sentarse y girar una vez más. Y, como ella, se movían, pero nunca llegaban a ninguna parte.
—¿Adónde se suponía que tenía que ir? ¿Debería perder el tiempo buscando a un monstruo ficticio? ¿O bien idear cómo borrar el video del iPhone de Bekka? ¿Sobornar a Haylee? ¿Contárselo a Candace? ¿Ir en busca de Jackson? ¿Regresar a Beverly Hills? Estaba preparada para la acción. Lo que no sabía era por dónde empezar.
El sonido de tenis sobre la acera captó su atención. Una esbelta figura corría calle arriba en dirección a ella.
—¡Melody! —la llamó.
—¿Jackson?
Salió corriendo hacia él, impulsada por la fuerza de un millar de remordimientos.
—¡Lo siento mucho! —lanzó los brazos alrededor de su cintura, allí mismo, en mitad de Radcliffe Way—. No debería haber permitido que te marcharas sin mí. Estaba desconcertada, tenía que elegir. Y te elegí a ti. En serio, te elegí a ti. Pero ahora…
Melody aflojó la presión. El pelo de Jackson olía a sudor y a amoniaco.
—¿Dónde te habías metido?
—¡Jackson! —la señora J, en bata, llegó corriendo de la casa de estilo campestre—. Gracias a Dios que estás bien.
Melody se asomó a la calle oscura ya no se sentía capaz de mirar cara a cara a la señora J. Al cabo de cuarenta y siete horas, su hijo sería desenmascarado como «monstruo» por culpa de Melody. Pues sí que su palabra servía de mucho caducaba antes que el
sashimi
.
—Hola, mamá —Jackson la abrazó—. Estoy perfectamente.
—¡Gracias! —agarró la cara de Melody entre sus manos y le besó la frente—. Gracias por encontrarlo.
Melody forzó una sonrisa y, acto seguido, bajó los ojos.
—Entra —la señora J tiró del brazo de su hijo—. ¿Sabes el peligro que corres deambulando por ahí esta noche?
—Mamá, estoy con Melody, y no deambulando por ahí.
—Al menos, no salgas a la calle —replicó ella.
Jackson le prometió que volvería pronto. Después, tomó a Melody de la mano y la acompañó a casa.
—¿Desde cuándo mi madre y tú son tan buenas amigas? —preguntó.
Melody respondió con una sonrisa distante.
—¿Sabes? Puede que, en realidad, debas volver a casa —comentó mientras suban los escalones del porche.
—¿Por qué? —Jackson frunció las cejas—. ¿Quién sufre de doble personalidad aquí, tú o yo?
—¿Qué?
—¿Qué ha sido de «te elegí a ti», y de «no debería haber permitido que te marcharas»? —se sentó en el columpio y empezó a mecerse con actitud traviesa.
—Jackson —Melody empujó con suavidad el respaldo del columpio—. Está pasando algo muy gordo que no te puedo contar y…
—¿Peor que lo que sabes de mí? No estaba tan perdido.
El viento aún soplaba a rachas arrastraba las hojas y luego las volvía a sumir en el silencio. Era como si trataran de explicarse pero no lo consiguieran. Melody entendía su frustración.
—Ocurrió algo terrible, por mi culpa. —Jackson clavó la vista al otro lado de la calle y suspiró. —Deuce.
—¡No! —replicó ella con brusquedad, ligeramente ofendida.
Jackson relajó los hombros.
—Entonces, ¿qué es?
Melody respiró hondo para armarse de valor aun así, no consiguió articular palabra. ¿Y si Jackson la abandonaba? Se quedaría sin nadie. Pero ¿cómo no decírselo? De todas formas, lo averiguaría pasadas cuarenta y siete horas… Tomó asiento a su lado.
—Mmm, ¿te acuerdas de ese…? —tomó más valor.
—¿Ese qué?
—Ese video en el que te conviertes en… ya sabes quién.
—Sí.
—Bueno, pues… —volvió a respirar hondo y añadió—: BekkaloencontróenmiteléfonoyamenazaconhacerlopúblicoamenosqueyoencuentrealasupuestamonstruoverdequesebesóconBrett —apretó los ojos con fuerza, como preparándose para una bofetada.
Pero Jackson no levantó un dedo. No se puso de pie de un salto ni empezó a recorrer el porche de un lado a otro. No se agarró la cabeza con las manos ni gritó «¿Por qué yoooooo?» al cielo carente de estrellas. Permaneció sentado. Meciéndose atrás y adelante, reflexionaba en silencio sobre el dilema.
—Di algo.
Se giró para mirarla.
—Sé dónde está.
Melody le dio una palmada en la rodilla.
—Vamos, la cosa va en serio.
—Yo también voy en serio —replicó él. —Entonces… ¿existe?
Claro que sí.
—¿Cómo la conociste?
—Puede decirse que D.J. me dejó allí —esbozó una leve sonrisa—. Creo que le gusta.
—¡No!
—¡Sí!
—No.
—Sí.
—No. Esto no puede estar pasando.
—Pues sí está pasando —Jackson se rió por lo bajo.
¿Qué otra cosa podía hacer?
Melody se levantó y se puso a andar de un lado a otro. ¿Acaso seguía en la mesa de operaciones de su padre soñando bajo los efectos de la anestesia?
—En ese caso, en teoría, tienes novia.
—No sé si habrán hablado del tema pero se ve que a ella él te gusta bastante.
—Muy bien —Melody se tranquilizó—. Me imagino que esto es positivo, ¿verdad? Llévame allí. Haré un trato con ella y luego se la entregaré a Bekka.
—No, imposible —replicó Jackson.
—¿Por qué no?
—Porque le gusta a D.J. No puedo hacerle eso… o hacérmelo a mí, o lo que sea… Es, no sé, mi hermano, o algo parecido.
—¿Y qué me dices de lo que esto va a perjudicarte a ti? ¿Y a tu madre? ¿Y a nosotros dos? —la voz de Melody se quebró—. Si Bekka le enseña el video a la policía, pensarán que eres un monstruo. Podrían arrestarte… o bien obligarte a que abandones Salem.
—No puedo, Melly —respondió él con suavidad—. Es una chica encantadora.
La disposición de Jackson a martirizarse a sí mismo por aquella… cosa… hizo que a Melody le gustara aún más. Tenía carácter. Corazón. Convicciones. Era evidente que valoraba el romance y las relaciones humanas. Además besaba mucho mejor que Cara Paella. Melody no necesitaba salir con una cantidad de chicos a la escala de Candace para saber que semejantes cualidades eran difíciles de encontrar. Y por eso mismo tenía la intención de hacer todo cuanto estuviera en sus manos para salvarlo, aunque se tratara de una acción un tanto deshonesta.
—Lo entiendo —dijo, colocando una mano sobre su hombro—. Ya se nos ocurrirá algo.
Jackson suspiró y esbozó una sonrisa.
—Gracias.
—¡Eh! —dijo Melody con entusiasmo—. Tengo otra manera de recuperar ese video. Está en mi habitación. ¿Vienes?
—Claro que sí —Jackson se levantó. Se metió las manos en los bolsillos y, detrás de Melody, subió los desiguales escalones de madera que conducían al dormitorio.
—Shhh —dijo ella, llevándose un dedo a los labios—. Todos están durmiendo —cerró la puerta tras sus espaldas.
—A ver, ¿dónde dejé mis notas? —se puso a hurgar entre las cajas.
—¿Notas? —Jackson, incómodo, cambió el peso del cuerpo de un pie a otro.
—Sé que las escondí por aquí, en algún sitio. No puedo dejar nada a la vista cuando Candace anda suelta. Es una fisgona.
—Oye, ¿te importa si enciendo el ventilador? —preguntó Jackson, agachando la cabeza bajo la litera en alto.
—¿Por qué? ¿A poco tienes calor?
—Sí, un poco.
—Me parece que está en la habitación de Candace.
—No, está aquí —se dispuso a introducir el enchufe en la toma de corriente.
—¡Alto! —Melody se plantó de un salto a su lado y se lo arrancó de las manos—. Un poco de calor me resulta agradable.
—No hace un poco de calor el ambiente es sofocante —razonó él luego, la miró fijamente unos segundos. De pronto, se quedó boquiabierto—. No. ¡Olvídalo! No puedes hacerme esto. ¡No está bien! —alargó el brazo para agarrar el cable, pero Melody lo apartó de un tirón.
La frente de Jackson empezó a empaparse de sudor.
—Trato de ayudarte.
—No es la manera correcta —se secó la frente
—¡Es la única manera!
Acordándose de la manta térmica, arrancó de la cama el edredón color lavanda y se lo arrojó encima de la cabeza
«Unos segundos más…»
—¡Melody, basta! —dio un puñetazo a la manta, pero Melody se abrazó a ella para volver a colocarla en su sitio.
—Me lo agradecerás.
—¡Vas a asfixiarme!
—¡Voy a salvarte!
Dejó de forcejear.
—¿Jackson?
No emitió sonido alguno.
—¿Jackson?
Silencio.
—¡Jackson? ¡Oh, Dios mío, que no se haya muerto! —le arrancó la manta.
Se había quitado las gafas. Tenía el pelo empapado y las mejillas, coloradas.
—¿Otra vez tú? —preguntó.
—Hola, D.J. —dijo Melody, radiante—. ¿Tienes ganas de ir a ver a Dinamita?
RECARGA A TOPE
Un guijarro rebotó sobre el cristal esmerilado de la ventana.
Luego, otro.
Plink.
Frankie se giró y se colocó boca arriba.
Y otro.
Plink
.
Pensó en una mujer que, impaciente, deba golpecitos sobre un mostrador. Tal vez se tratara de la multitud furiosa de su sueño, que acudía a poner fin a su sufrimiento de una vez por todas.
Se giró hasta ponerse boca abajo mientras la canción de Alicia Keys,
Try Sleeping with a Broken Heart
(«Prueba a dormir con el corazón destrozado») le sonaba en la cabeza una y otra vez. A Frankie le dieron ganas de ponerse de pie en su cama metálica y gritar: «¡Es lo que intento hacer! Y me cuesta un montón porque no puedo dejar de pensar en Brett, D.J., mis amigas, mi familia y toda la gente que me tiene miedo, así que, ¿te importa callarte de una dichosa vez?»
Pero no quería despertar a sus padres. El sol saldría al cabo de una hora, y se levantarían poco después.
Y luego, ¿qué?
Tumbándose de espaldas otra vez, se preguntó cuánto tiempo más podría evitarlos, fingiendo que dormía. ¿Un día? ¿Una semana? ¿Una década? Fuera lo que fuera, estaba preparada. La vergüenza era una emoción insoportable, aunque requería la presencia de otra persona para sobrevivir. Alguien que chasqueara la lengua mientras sacudía la cabeza de un lado a otro y, después, soltara de corrido todo lo que Frankie había hecho para decepcionar a tanta gente. Sin esa persona, semejante emoción desciende de categoría y se convierte en remordimiento. Y aunque el remordimiento también puede resultar tremendamente fastidioso, es una condena más fácil de cumplir, ya que es una condena impuesta por uno mismo. Por lo tanto, uno mismo puede eliminarla.
—¿Dinamita?
Frankie se incorporó despacio, dudando si prestar atención a sus oídos. Al fin y al cabo, estaban controlados por su cerebro, que habría demostrado ser muy poco fiable.
—¡Dinamita! ¡Abre!
«¡D.J. volvió!»
Frankie contemplo la idea de hacerse la dura y darle a entender que había decidido seguir adelante sin él. Es lo que hacían las chicas en las películas. Pero se encontraba bajo arresto domiciliario. ¿Adónde iría exactamente? ¿A la cocina?
—Shhh —siseó mientras, a toda prisa, cubría el espantoso camisón de hospital con su bata de seda negra de Harajuku Lovers.
Frankie abrió el picaporte de la ventana. D.J. entró rápidamente, no sin dificultad, como un perro adulto que se cuela por la taquilla de un cachorro. Al verlo, un arco iris de neón iluminó el tormentoso día de Frankie. Lo que no dejaba de ser extraño, pues diez horas antes sólo había tenido ojos para Brett. O quizá también entones sólo había tenido ojos para D.J., sin haberse dado cuenta.