Monster High (15 page)

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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Uuuh uuuh.

—¿Diga? —respondió Viveka a la llamada con tono preocupado. Su voz quedaba amortiguada por el tabique de la pared—. Entiendo… llegaremos lo antes posible.

Unos segundos después, unos pies descalzos atravesaban a toda velocidad el suelo de cemento pulido puertas corredizas de armario se deslizaban de un lado a otro y sonó el ruido de una cisterna.

En las películas, las llamadas telefónicas a altas horas de la noche indicaban que alguien había muerto. O que se había producido un incendio en la fábrica. O que los extraterrestres habían quemado círculos en los campos de cultivo. Pero aquello era la vida real, y Frankie no tenía ni idea de lo que podría haber ocurrido.

Su puerta comenzó a abrirse. La delgada banda de luz procedente del pasillo se fue ampliando como un abanico japonés.

—¿Frankie? —susurró Viveka, ya con los labios pintados de púrpura.

—¿Sí? —Frankie frunció los ojos por el resplandor.

—Vístete. Tenemos que ir a un sitio.

—¿Ahora? — Frankie lanzó una mirada a su celular—. ¡Pero si son las cuatro de la madrugada!

Viveka cerró la cremallera de la sudadera con capucha de sus pants negros de Juicy Couture sus pequeños tornillos quedaron momentáneamente al descubierto.

—Nos marchamos en tres minutos.

En la cocina, Víctor llenaba de café dos tazones de viaje.

Frankie se levantó de un salto. El suelo estaba frío. Sus costuras nuevas le apretaban.

—Tardo por lo menos media hora en ponerme el maquillaje y…

—Olvídate del maquillaje. Algo de manga larga y con capucha bastará.

—¿Adónde vamos? —preguntó Frankie, oscilando entre el miedo y la emoción.

—Te lo explicaré en el camino —Viveka salió de la estancia, dejando la puerta un poco abierta.

Había dejado de llover, pero aún soplaba el viento. La luz plateada de la luna se reflejaba en la húmeda calzada de la calle sin salida, lo que a Frankie le hacía pensar en un enorme cuenco de leche. En vez de hojas, el suyo contendría cereales Fruity Pebbles.

—¿Adónde vamos? —Frankie probó ahora con Víctor.

Éste respondió con un bostezo mientras en reversa sacaba el Volvo del garaje.

—Tenemos una reunión —dijo Viveka con una nota de inquietud en la voz.

—¿En la universidad?

—Es otra clase de reunión —intervino Víctor, con los ojos clavados en las luces traseras del Toyota Prius negro que tenían delante. Considerando lo temprano de la hora, un número sorprendente de vehículos transitaba por Radcliffe Way.

—No nací ayer, ¿saben? Está claro que aquí pasa algo —espetó Frankie.

—Frankie —Viveka se giró para mirarla. Por un fugaz instante, el ambiente se impregnó del aroma de su aceite corporal de gardenia—. ¿Te acuerdas cuando te contamos que en Salem había otros habitantes como nosotros?

—¿Los RAD?

—Exacto. Cuando ocurre algo en nuestra comunidad, nos reunimos y lo comentamos.

—Entonces, pasó algo —concluyó Frankie al tiempo que bajaba la ventanilla y daba la bienvenida al fresco aire nocturno.

Viveka asintió.

—¿Tiene que ver conmigo?

Viveka volvió a asentir.

Frankie soltó chispas.

—¿Qué me van a hacer?

—¡Nada! —le aseguró Viveka—. Nadie sabe que fuiste tú.

—Y nadie lo sabrá —apostilló Víctor.

—Te gustarán nuestras reuniones. Mientras los mayores charlan, los jóvenes se relacionan con otros RAD —explicó Viveka.

Frankie sintió en el pecho un hormigueo de emoción.

—¿Voy a conocer a otros RAD?

“¡Brett! ¡Brett! ¡Brett! ¡Brett! ¡Brett!”

—Sí —Viveka sonrió y se giró hacia la carretera—. La señora J es una estupenda orientadora de jóvenes. Organiza coloquios sobre los problemas a los que se enfrentan y…

—¿Las señora J, la profesora de Ciencias?— preguntó Frankie.

—Bajen la voz y suban las ventanillas —susurró Víctor, mientras giraba por Front Street. Se detuvo en un espacio libre del bordillo, junto a un parque público, y apagó el motor.

—Shhhhhhh —siseó con un dedo sobre los labios.

El tiovivo de Riverfront se encontraba al otro lado de la calle sus caballos pintados estaban móviles y en silencio, como el resto de Salem. El semáforo cambió de rojo a verde y a ámbar y a rojo otra vez, actuando para un público que nunca llegaba. Incluso el viento se había calmado.

“¿Qué están esperando?”

Frankie controló su impulso de echar chispas, aunque con dificultad. Un destello púrpura, no más grande que una goma de borrar, parpadeó a través del parabrisas.

—Vamos —dijo Víktor, y se bajó del todoterreno urbano.

Apareció un hombre vestido de negro. Sin mencionar palabra, tomó las llaves de Víktor y se marchó con el coche de los Stein.

Demasiado asustada como para hablar, Frankie miró a sus padres en la acera desierta y, con los ojos, les formuló cientos de preguntas.

—Lo está estacionando —susurró Víktor—. Sígueme.

Tendió ambas manos y condujo a sus dos chicas hasta la parte trasera de un esposo matorral. Tras un rápido examen de los alrededores, se agachó y empezó a palpar la hierba mojada.

—Lo tengo —anunció al tiempo que tiraba con fuerza de lo que parecía un brazalete oxidado. Se abrió un hueco y Víktor apremió a Frankie y a Viveka para que entraran.

—¿Qué es esto? —preguntó Frankie, maravillada por el paisaje subterráneo que serpenteaba frente a sus ojos. Pavimentado con adoquines e iluminado con faroles, despedía un olor a barco y a peligro.

—Conduce a RIP —la voz de Víktor hizo eco—. Del inglés Rad Intel Party, la fiesta Intel de los RAD.

Frankie sonrió de oreja a oreja.

—Entonces, ¿es una fiesta?

—Puede serlo —Víktor le guiñó el ojo a su esposa.

Viveka soltó una risita.

El zumbido sordo de los coches en la carretera que tenían por encima vibraba por todo el túnel. Pero Frankie no soltó ni una chispa. Alentada por la esperanza de encontrarse con Brett, siguió a sus padres a lo largo del camino adoquinado con el paso optimista de quien se dispone a pasar el día en Disneylandia.

Una vieja puerta de madera con gruesas bisagras de hierro les dio la bienvenida al final de su breve caminata.

—Hemos llegado —susurró Víktor.

—Mmm, huele a palomitas de maíz —Frankie se frotó la panza.

—Es porque estamos debajo del puesto de Mel —explicó Viveka mientras Víktor localizaba su llave—. Y en seguida estaremos debajo del tiovivo.

—¡Electrizante! —Frankie miró hacia arriba, pero sólo vio un techo de barro y varios ganchos rotos para faroles.

—¿Sabes? Unos RAD construyeron el tiovivo —anunció Viveka con orgullo—. Una encantadora pareja griega que vivía en una granja de caballos el señor y la señora Gorgon. Creo que su hijo va en tu grupo.

“¿El novio de Cleo? ¿Sabe ella que es un RAD?”.

—Los Gorgon descienden de Medusa, y convierten en piedra todo cuanto miran —prosiguió Viveka—. Un día, May Gorgon escuchó un alboroto en el establo. El hijo de uno de los mozos de cuadra había estado tirando piedras a una colmena de los alrededores y la rompió.

Así que cuando May entró corriendo, las abejas la atacaron y ella se puso a dar palmetazos como una loca. Se le cayeron las gafas, miró a los caballos y… —chasqueó los dedos— se convirtieron en piedra.

“Los Gorgon dedicaron los siguientes cinco años a pintar los caballos —Viveka ahogó un grito por la increíble magnitud del proyecto—. Y en 1991 la señora Gorgon los donó a la ciudad —soltó una risita—. Deberías oírselo contar. Te mueres de risa.

—Apuesto a que sí —Frankie fingía interés, pero sus pensamientos regresaron a quien estaba al otro lado de la puerta, y no por encima del techo.

Clic.

Víktor abrió la puerta a la nueva vida social de Frankie.

—Acuérdate —advirtió a su hija—. Aquí estamos en familia. Pero ahí arriba —señaló al tiovivo—, cualquier mención de RIP o de sus miembros está terminantemente prohibida. Aunque en la conversación sólo estén presentes RAD. Y eso incluye correos electrónicos, mensajes de texto y charlas en Twitter.

—De acuerdo, entiendo —Frankie empujó a su padre para que entrara en la estancia en forma de círculo y realizó una rápida inspección en busca de Brett.

Vestidos en pijama, niños y jóvenes de todas las edades ocupaban sofás y butacas plegables, como si estuvieran pasando el rato en el sótano de un amigo. Sin embargo, aquel sótano de concreto estaba revestido de piedra blanca pulida.

La señora Gorgon debía de haber perdido las gafas una cuantas veces más.

—¡Electrizante! —exclamó Frankie, entusiasmada—. ¡Miren cuántos chicos y chicas!

—¡Víktor, Viv! —una mujer con enormes gafas de sol de Dior negras los saludó con los brazos abiertos. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza, bajo un pañuelo de Pucci color verde espuma de mar. Su traje de pantalón de lino blanco resultaba sorprendentemente chic, a pesar de haber superado con creces su fecha de caducidad.

—Maddy Gorgon, te presentamos a nuestra hija Frankie —dijo Viveka, henchida de orgullo.

Maddy se llevó las manos a la boca.

—Oh, Vi, es una preciosidad. Víktor ha hecho un trabajo maravilloso.

Frankie estuvo a punto de salir flotando de alegría desde el suelo adoquinado. Era verde de pies a cabeza, y alguien la tomaba por una preciosidad. ¡Alguien diferente de sus padres!

—Encantada de conocerla, señora Gorgon —Frankie tendió la mano sin la menor preocupación por las chispas.

—Llámame Maddy —enfatizó ella—. O madre política, si quieres —se inclinó al oído de Frankie y susurró—: si Deuce deja a Cleo alguna vez, te llamaré —se dio unos golpecitos en sus gafas oscuras y esbozó una meca traviesa.

Frankie sonrió, radiante.

—Y ahora, si me disculpas —añadió Maddy, poniéndose seria—, me llevo a tus padres —les pasó el brazo por la espalda y los guió a través del umbral de piedra.

Una vez que los adultos se marcharon, alguien vociferó el estribillo de una de las canciones de Glee, la serie musical:

—Bust Your Windows!

Todo el mundo se levantó de un salto y se puso a bailar. Frankie se fijó en que nadie tenía tornillos o costuras. Pero había unos cuantos chicos con crestas de serpientes, en lugar de pelo una pareja con agallas de pez que se estaban abrazando junto al cactus de piedra varias colas que oscilaban al ritmo de la canción, y una chica con piel de serpiente que recordaba al electrizante bolso de mano de Fendi que Frankie había visto en Vogue.

—¡Frankie! —exclamó una voz conocida.

Se giró.

—¡Lala! ¿Qué haces aquí?

—Te preguntaría lo mismo, pero… —tocó la mano verde de Frankie—. Resulta bastante obvio. Además, hace poco me llegó el rumor de que tu padre estaba construyendo una.

—Hola, chicas —saludó Blue mientras se rociaba sus brazos desnudos y cubiertos de escamas con el spray de Evian facial, obsequio del spa. Sus brazos estaban llenos de puntas triangulares que parecían aletas, y los dedos de sus manos y pies estaban unidos por membranas—. ¿Confirmado?

Lala levantó el brazo de Frankie y señaló las costuras.

—¡Bingo! —las aletas oscilaron de deleite—. ¡Bienvenida a la fiesta!

—Aaaaah —bostezó Cleo, acercándose a ellas con paso fatigado. Con excepción de sus pies, calzados con sandalias de plataforma doradas y de sus manos cubiertas de anillos, iba envuelta de arriba abajo en tiras de paño blanco. Con aquel aspecto fashion era la viva imagen de Rihanna en la entrega de los American Music Awards de 2009—. ¿Sabe alguien qué pasa? ¿Vieron a otro o qué?

Lala se encogió de hombros.

—¿Vino él? —preguntó Cleo.

Lala señaló a los tres chicos sentados en una alfombra de piedra, delante de ellas, Deuce parecía encontrarse en un estado meditativo. Sentado de piernas cruzadas y con gafas de sol, tocaba la flauta para la maraña de serpientes verdes que se deslizaban en lo alto de su cabeza.

—Se ve que algún RAD tiene un mal día de pelo —bromeó Lala.

Cleo, tapándose, la boca, soltó una risita luego, dio la espalada a su novio infiel y amante de las normis.

—¡No puedo creer que tú también estés aquí! —exclamó Frankie al tiempo que inhalaba el penetrante olor a perfume ámbar.

—Diría lo mismo de ti, sólo que no me sorprende en absoluto —replicó Cleo con tono altanero—. Ya ahora, paga.

—¿Cómo dices?

—No me refiero a ti. ¡Dráculaura! —espetó con brusquedad mientras sus soñolientos ojos azules echaban humo, aumentando aún más atractivo—. En cuanto te vi, le dijo a esa vampiro que eras una de nosotros. Ahora, me debe diez verdes.

—¿Quién es Dráculaura?

—Es mi nombre de RAD, mi nombre de verdad —repuso Lala mientras entregaba a Cleo un billete de diez dólares.

Cleo lo dobló en forma de pirámide y se lo introdujo en el escote, realzado por el lino.

—Si mi familia obtuviera derechos por las películas de Brendan Fraser, o por esos disfraces de Cleopatra tan vulgares, típicos de Halloween, no necesitaría aceptar tu dinero.

—¡Calcula lo forrada en dinero que estaría yo gracias a Crepúsculo! —terció Lala.

—A mí me gustaría quejarme —Blue se rascó sus escamosos brazos—, pero La criatura de la laguna negra no reventó taquillas, precisamente.

—¿Cómo averiguaste que yo era una RAD? —preguntó Frankie a Cleo, preguntándose de pronto quién más la habría descubierto.

—Me pareció ver que soltabas chispas en la cafetería y, más tarde, en el coche de Lala.

—No fue la única vez que eché chispas ayer —repuso Frankie entre risas.

—¿Provocaste tú el cortocircuito? —se sorprendió Blue.

Frankie asintió con aire tímido.

—¡Genial! —Lala dio una palmada.

—No tienes idea de lo mucho que odio la oscuridad —amonestó Cleo—. Es como si me enterraran viva.

—Sí, me pareció oírte gritar.

—Mi masajista tuvo que sacarme en hombros —admitió Cleo—. Estaba muerta de miedo.

—Te refieres a que estás muerta de miedo —bromeó Lala.

Las chicas se echaron a reír.

—Es electrizante que todas sean RAD —comentó Frankie, entusiasmada—. Nunca habría pensado…

La puerta se cerró de un golpe. Todos los presentes se dieron la vuelta y encontraron una pandilla de chicos con aspecto de niños ricos —aunque peludos— que acababan de entrar en la fiesta. Con sus largos dedos sujetaban enormes bolsas de McDonalds para llevar. Sin mencionar palabra, se sentaron en la mesa de picnic de piedra y empezaron a devorar sus Big Mac.

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