—¿Por qué? —Melody esbozó una sonrisa vengativa—. ¿Porque tienes celos?
—No —se quitó las gafas y se frotó los ojos—. Porque es peligroso.
—¡Estás celoso, celoso, estás celoso! —canturreó Melody como una niña en un parque infantil. Para su sorpresa, su voz sonaba un poco más clara de lo habitual.
—No estoy celoso, ¿de acuerdo? Estoy preocupado por ti los seres humanos tenemos que apoyarnos —el labio superior de Jackson empezó a empaparse de sudor—. Oye, ¿siempre hace tanto calor en tu casa? —soltó de pronto.
—Pues sí —respondió ella, tratando de dar la impresión de que la ausencia de celos por parte de Jackson no la deprimía—. En mi cuarto hay un ventilador —sugirió—. Pero, seguramente, sólo viniste a darme el mensaje, así que… —Melody se dirigió a pisotones hasta la puerta del dormitorio de Candace y, con la elegancia de una jirafa en patines, la mantuvo abierta para despedirlo—. Que tengas una buena noche estupenda. Y gracias otra vez.
Jackson salió, y Melody se quedó con la sensación de quien cae por un barranco.
Ligeramente mareada, enterró la cabeza entre las manos.
—¡Mucho mejor! —exclamó Jackson elevando la voz.
Estaba en la habitación de Melody. Con las luces encendidas y el ventilador en marcha. El sentimiento de desplomarse por un barranco desapareció como por arte de magia.
Jackson se había instalado como si estuviera en casa: sentado en el suelo de madera, bajo la litera negra, con las rodillas pegadas al pecho y frente al ventilador. Llevaba una camiseta de manga corta con el cuello azul marino, jeans desvaídos y unos Converse negros (¡iguales que los de Melody!). La escena, mitad friqui mitad intelectual, hacía pensar en una campaña publicitaria de Marc Jacobs.
—Interesante —comentó Jackson, fijando la vista en las cajas sin desembalar.
—No está tan mal —Melody tomó asiento, pensando más en él que en el desordenado dormitorio.
A continuación, se produjo una breve e incómoda ronda de gestos de asentimiento.
—Bueno ¿qué hay entre Cleo y tú? —espetó Melody, como si sus pensamientos hubieran sido lubricados con aceite de oliva.
—¿A qué te refieres? —Jackson cerró los ojos y se inclinó hacia el ventilador.
—¿Lo preguntas en serio? —el corazón de Melody de nuevo latió a mil por hora—. Mira, sé que eres un ligón. Perfecto. Me queda claro. Lo más que podemos esperar es una buena relación entre vecinos, así que no pasa nada porque te sinceres conmigo.
—¿Un ligón? —Jackson estuvo a punto de soltarle una carcajada en plena cara—. Fuiste tú quien besaste a Deuce en mitad del pasillo.
Melody se levantó. ¿Cómo se atrevía a darle la vuelta al tema y echarle a ella la culpa?
—Hemos terminado.
—¿Cómo? ¿Pero qué hice yo?
—Jackson, no soy idiota.
Un ciclón de emociones le recorrió la garganta y le llenó los ojos de lágrima. Debía de haber pronunciado esa misma frase un millar de veces. Lo único que variaba era el nombre colocado al principio.
—Entonces, puede que yo sí sea idiota —alargó el brazo para tomar a Melody de la mano. La sensación que provocaba era del olor a galletas de jengibre en Nochebuena—. Dime —le dio un apretón—. ¿Qué hice?
Melody lo miró a los ojos. Éstos la atraparon con la misma desesperación que la mano de Jackson.
—Dímelo —suplicó él.
Sacudiendo la cabeza como si fuera una Bola 8 Mágica, Melody deseó que la respuesta surgiera de pronto. ¿Se trataba de una versión radical de las novatadas a la chica nueva, o de veras Jackson ignoraba de qué le estaba hablando?
—Cleo —repuso ella con tono monocorde, examinando la cara de Jackson en busca de sutiles signos de reconocimiento. Pero no encontró ninguno. Mandíbula apretada, no. Movimiento nervioso en el párpado, no. Lametón en los labios secos, no. Jackson la miraba fijamente con la inocencia de un niño que mira a su profesora durante la hora de los cuentos—. La besaste —prosiguió Melody—. Y mucho.
Esta vez Jackson, avergonzado, agachó la frente.
—¿Ves? ¡Te acuerdas!
Negó con la cabeza de lado a lado.
—No, no me acuerdo, ése es el problema.
—¿Qué? —Melody tomó asiento a su lado y se quitó los tacones. La conversación estaba tomando un rumbo en el que los botines plateados ya no venían al caso.
—Tengo lagunas mentales —admitió él, arrancando un pedazo de goma suelto de la puntera de sus tenis—. Mi madre piensa que puede ser por culpa de la ansiedad, pero no está segura.
—¿Y qué dicen los médicos?
—Nadie lo sabe con certeza.
—A ver, hay algo que no tiene sentido —Melody cambió de postura para mirarlo cara a cara, pero resulta imposible sentarse con las piernas cruzadas llevando una microminifalda—. Espera —dijo, y alargó el brazo para agarrar una caja con la etiqueta: “ropa cómoda”. Sacó unos pantalones de pijama, a rayas y muy arrugados, y se los puso por debajo del vestido—. Así está mejor —sonrió aliviada—. Bueno, a ver, ¿cómo puedes besar a la gente cuando tienes una laguna mental?
—Buena pregunta —se pasó la mano por su lacio cabello a capas y suspiró—. Igual es que estoy empeorando.
—No te preocupes —le acarició levemente la rodilla—. Hay montones de gente que puede ayudarte.
—Estoy más preocupado por mi madre que por mí —añadió él—. Soy todo lo que tiene.
Conmovida por la bondad de Jackson, Melody se inclinó para acercarse un poco más. Su melena se elevaba con el aire del ventilador y rozaba las mejillas de ambos. La clásica escena tierna de las películas de Hollywood.
—Tranquilo —Melody lo agarró por la muñeca fingiendo angustia—. No vas a irte a ningún sitio. ¡El pueblo de Salem nos necesita!
—En ese caso, ¡lucharé! —replicó Jackson sin vacilación.
Los dos soltaron una carcajada, librándose de los celos innecesarios y dando la bienvenida al misteriosos e incierto futuro ambos.
—Besé a Deuce sólo para darte celos, ¿lo sabías? —admitió Melody.
—No lo sabía, pero funcionó.
—¡Bien! —exclamó Melody con un grito, aliviada al oírlo.
Jackson le examinó el semblante mientras sonreía con los ojos, como si estuviera leyendo la antología del disparate.
—¿Qué pasa?
—Tu nombre —repuso Jackson—. Te queda bien.
—¿En serio? —preguntó ella, sorprendida. Aunque de pequeña cantaba bien, siempre había considerado que le deberían haber puesto un nombre menos ingenuo, como Meredith, o Helena—. Melody, melodía, suena tan… alegre, tan optimista y yo… soy todo lo contrario.
—Sí, pero fíjate en lo que significa —se cruzó de piernas. Las rodillas de ambos se rozaban—. Una secuencia de notas individuales que, al combinarse, dan como resultado una composición increíble. Y eso eres tú.
Melody soltó una risita nerviosa y bajó la vista a sus encallecidos pies descalzos. Candace tenía razón. Visitar al podólogo de vez en cuando no la iba a matar.
—Gracias —respondió, conmovida por su propia timidez—. Nadie ha reflexionado tanto sobre mi nombre —confesó—. Ni quisiera mis padres. Querían llamarme Melanie, pero mi mamá tenía sinusitis cuando me dio a luz, de modo que al decirle a la enfermera el nombre que quería poner en el certificado de nacimiento, Melanie sonó como Melody. No se dieron cuenta de la equivocación hasta que el certificado llegó por correo tres meses más tarde. Y decidieron dejarlo así.
—Bueno, pues te sienta a la perfección. Es precioso… — tragó saliva.
“Aquí viene… No lo digas por favor, no lo digas por favor, no…”.
—Como tú.
—¡Maldición! Me temía que ibas a soltarlo —Melody se levantó, preparándose para lo inevitable.
—¿Qué pasa? —Jackson también se levantó y la siguió hasta una caja en la que decía: “BERVELLY HILLS”.
—Mira —le plantó su antigua credencial de instituto debajo de las narices.
Jackson se ajustó las gafas y examinó la tarjeta.
—¿Qué pasa?
—Mira lo fea que era hasta que mi padre, que es cirujano plástico, me arregló la cara — vociferó Melody, como si la frustración que sentía fuera culpa de él. Aunque de alguna manera, lo era. Le había dicho que era preciosa. Él había dado el primer paso. Y ahora Melody tenía que poner fin al asunto antes de que Jackson empezara a encontrarse con las fotos de “antes” y “después” cuando navegara por Internet.
—No eras fea, para nada —declaró él—. Ahora eres exactamente igual.
—Pues no habrás mirado bien —insistió Melody, alargando el brazo en busca del documento.
—Te equivocas —Jackson agarró otra vez la credencial y volvió a clavar la vista—. Estoy mirando mejor de lo que te piensas. Y todo lo que es perfecto.
“Guau”.
El ciclón en la garganta de Melody iba ganando fuerza. Viajando rumbo al sur, bajó directo al estómago de Melody. El calor de la casa se mezcló con el calor de su propio cuerpo y notó que una fuerza la empujaba hacia Jackson.
—Creo que ahora deberíamos besarnos —dijo de sopetón, para su propio asombro.
—Estoy de acuerdo —repuso Jackson, dando un paso hacia ella. El olor salado y dulce de la piel de Jackson la colmó como nunca había hecho un paquete de palomitas con sal y azúcar.
Más cerca… más cerca… más cerca… y…
—¡ATRÁS! —gritó una mujer fuera de quicio.
Jackson se apartó.
—¿Qué fue eso?
—Mi vagabunda madre.
—¿Acaso nos está viendo? —Jackson levantó el ventilador y se plantó frente a la cara.
—No creo —Melody salió corriendo a las escaleras—. Mamá, ¿estás bien?
—Sólo si piensas que ser perseguida por un lobo es estar bien —replicó ella a gritos—, como evidentemente es el caso de tu padre.
—Glory te digo que no era un lobo —razonó Beau.
Melody y Jackson se echaron a reír.
—Oye, ¿quieres ser mi pareja en el baile de septiembre? —preguntó.
—Claro que sí —Melody sonrió—. Pero sólo si puedo ir vestida así —hizo una pose con su conjunto de vestido y pijama.
—Perfecto —repuso él entre risas.
Melody dio un paso para acercarse… Jackson dio un paso para acercarse y…
—¡AHÍ ESTÁ!— chilló Glory.
—¿Dónde? —Beau se rió por lo bajo—. Yo no veo nada.
—¡Melody! ¡Baja y dime si ves algo!— vociferó Glory.
—Ya voy —Melody puso los ojos en blanco.
Ella y Jackson se apresuraron escaleras abajo y se despidieron a toda prisa. Él salió sin hacer ruido por la puerta principal mientras que ella se dirigía a la parte trasera de la casa.
—Mira —Glory señaló a las puertas corredizas de cristal—. Detrás de la tienda de campaña, a la izquierda del servicio del té. ¿Ves algo?
El reflejo de una chica desastrada, con el pelo negro enmarañado y los pies sin arreglar, vestida con unos pantalones de pijama a rayas bajo un vestido semitransparente le devolvió la mirada.
—¿Qué? —insistió Glory—. ¿Ves algo?
—No —mintió Melody. Porque, por primera vez en su vida, la imagen que le devolvía la mirada no era horrenda, sino preciosa.
RIP
Frankie dormía como un pollo con la cabeza cortada: su cerebro y su cuerpo se encontraban en programas totalmente diferentes. Tras cinco aburridas horas de reemplazo de costuras — durante las cuales Víctor insistió en ver las noticias—, Frankie, ahora sana y salva, estaba arropada con un nuevo juego de mantas electromagnéticas y una cálida corriente eléctrica circulaba a través de sus tornillos. Sin embargo, su cerebro daba vertiginosas vueltas en un delirio motivado por el pánico.
Extractos sonoros daba vertiginosas vueltas en un delirio motivado por el pánico.
Extractos sonoros de las mentiras que les había contado a Viv y a Vik la perseguían como
una música de carnaval que se repitiera sin descanso.
Viveka: ¡Víctor! ¡A Frankie le sucede algo!
Víctor: ¿Qué pasó? ¿Éstas herida? (a Viveka) ¿Estás herida? (a Frankie) ¿Estás bien? ¿Dónde está tu paraguas?
Frankie: Estoy bien, sólo tengo frío y estoy cansada (pausa). Papá, ¿Sabías que los bigotes de roedor borran las cicatrices?
Víctor: ¿Qué? (a Viveka) ¿Éstas alucinado? (a Frankie) Frankie, ¿puedes entenderme? ¿Sabes dónde estás?
Frankie: Sí, papá.
Víctor: ¿Dónde están las demás chicas? (se levanta y la traslada a la cama de metal).
Frankie: Querían ir al cine al salir de la biblioteca. Les prometí que volvería derechito a casa. De modo que me marché. “Si las mentiras a los padres sirven para protegerse, ¿por qué se sienten uno tan mal?”
Viveka: ¿Y no te trajeron antes a casa? (enciende la gigantesca lámpara suspendida sobre la cama, tira del brazo y la coloca sobre el cuerpo de Frankie de tal manera que parece un signo de interrogación).
Frankie: Mmm, me lo propusieron, pero no quería que se les hiciera tarde.
Víctor: Podrías habernos llamado y pedido permiso para ir con ellas. Te habríamos dicho que sí, sobre todo de haber sabido que regresarías a casa sola, bajo la lluvia.
Frankie: No fue para tanto. Pero estoy agotada. ¿Les importa si descanso?
Víctor: (da unos toquecitos con algo frío sobre los puntos de Frankie) Claro que no. Adelante (dirigiéndose en susurro a Viveka). Por el aspecto que tienen, parece como si se hubieran quemando.
Viveka: (murmurando) Seguramente se deshilacharon con el viento, nada más.
Mientras hacían conjeturas, se preocupaban, atendían a su hija y escuchaban las noticias locales, Frankie se esforzó por regresar a aquella playa imaginaria donde Brett y ella corrían libremente. Por fin regresó… pero estaba lloviendo.
Frankie debió quedarse dormida sin darse cuenta, pues no recordaba el momento en que sus padres apagaron las luces y se marcharon. Durante la última media hora había permanecido acostada en la cama escuchando el sonido de las fashionratas, que horadaban madrigueras bajo el serrín, al tiempo que se preguntaba cómo iba a explicar a las chicas su misteriosa desaparición. Mentir a sus padres acerca de la visita al spa era una cosa, pero ¿cómo se las arreglaba una toma de corriente humana para poner la clásica excusa de haberse quedado sin batería? Definitivamente, tendría que practicar bastante.
Uuuh uuuh.
Frankie apagó a Carmen Electra y levantó la cabeza.
Uuuh uuuh.
Una de dos: o había una lechuza en la casa, o sus padres estaban probando tonos para el celular.
Volvió la vista a las fashionratas, dando por hecho que estarían arañando el cristal de un desesperado intento por escapar de un predador alado. Pero se habían quedado dormidas, acurrucadas de tal modo que parecían diminutas bolas de discoteca blancas.