Authors: Laura Gallego García
—Yo provengo de un mundo donde la magia se extinguió hace mucho —murmuro Jack.
—¿De veras? ¿Y cómo les va?
Jack sonrió.
—No muy bien, ciertamente —admitió—. Y tampoco sabría deciros en qué cree la gente. Algunos creen en dioses, otros no creen en nada.
—No se puede no creer en nada —replicó Ha-Din, un tanto desconcertado.
—Se puede no creer en alguien
superior —
dijo Jack—, pero pienso que sí que se puede tener fe en otro tipo de cosas. En la gente que te rodea, y en la que confías. En tu propia capacidad para sacar adelante tu vida y poner un poco de tu parte para que el mundo mejore... no sé. Hubo un tiempo en que yo pensaba que no creía en nada. Odiaba a los dioses por obligarme a tomar parte en una profecía, me sentía incapaz de tener fe en ellos. Pero sí tenía fe en otras cosas. Si no creyese en nada, estaría muerto por dentro.
Ha-Din asintió, pensativo. No añadieron nada más. Se mantuvieron un momento en silencio, y justamente entonces oyeron un llanto que rasgó la noche y se elevó hacia las luces del primer amanecer.
Ha-Din no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando se quiso dar cuenta, Jack ya corría hacia la habitación de Victoria. Nada ni nadie habría podido detenerlo en aquel momento.
Cuando se precipitó en el interior del cuarto, las hadas todavía estaban allí. Sostenían un bebé rubicundo y lloroso que no dejaba de patalear. Estaban terminando de limpiarlo con agua de rocío, y Jack se sintió, de pronto, tremendamente tímido. Miró a Victoria, desde la puerta, y ella le sonrió débilmente, exhausta.
—Todo está bien —dijo la partera—. Es un niño. Y está sano.
Un inmenso alivio inundó el corazón de Jack. Contempló cómo el hada envolvía al bebé en una manta suave y sedosa y lo depositaba en brazos de su madre. Esperó a que saliera de la habitación, seguida de sus ayudantes. Solo cuando estuvieron a solas osó Jack acercarse a Victoria y a su bebé.
—Mira —musitó ella, emocionada—. Mira... es Erik.
—Hola, Erik —susurró Jack, acariciando la manita del bebé; no se atrevió a más—. Hola, pequeño —añadió, pero se le quebró la voz.
Abrazó a Victoria y parpadeó, pero no fue capaz de retener las lágrimas. La besó, con inmenso cariño, y volvió a contemplar al niño.
—Qué grande es —comentó, con una amplia sonrisa—. Para haber sido un embarazo de cuatro meses solamente, no está nada mal.
—Sí, no veas lo que ha costado sacarlo —suspiró ella; Jack la abrazó más fuerte—. Se debe al efecto de Wina —prosiguió Victoria—. Espero que esto sea todo y que se desarrolle como un niño normal.
—¿Normal? ¿Crees que... bueno, que es del todo humano?
Victoria sonrió.
—No, no lo es, aunque lo parezca. Tiene algo de la esencia no humana de sus padres. No sé si eso le dará poderes especiales ni si podrá transformarse. A mí... a mí me gustaría que fuese un niño normal —añadió—. Así nadie intentará convertirlo en un héroe.
—Eso no lo sabes —replicó Jack, sombrío—. Simplemente por ser hijo de quien es, tenga o no habilidades especiales, ya significará mucho para mucha gente... para bien o para mal.
Victoria alzó la mirada hacia él. Era una mirada triste y cansada.
—Después de todo lo que hemos hecho —dijo—, después de todo lo que hemos sacrificado, ¿crees que es mucho pedir a cambio que le den a nuestro hijo la posibilidad de llevar una vida tranquila y feliz?
Jack no supo qué responder. Como no quería nublar aquel momento con malos presagios, cambió de tema:
—¿Y tú? ¿Cómo estás?
Ella cerró los ojos. El bebé había dejado de llorar y se acurrucaba plácidamente entre sus brazos.
—Estoy agotada. Creo que dormiría una semana entera.
Jack sonrió, y la besó otra vez.
En aquel momento, alguien entró en la habitación. Ambos alzaron la cabeza.
Se trataba de Christian.
Se había quedado parado en la puerta, dubitativo, casi tímido, igual que había hecho Jack momentos antes. Contemplaba a la pareja y al bebé sin saber todavía si debía esperar a ser invitado para acercarse.
—¿Te ha visto alguien? —preguntó Jack.
Christian sacudió la cabeza.
—Todo estaba muy despejado. Demasiado despejado, en realidad.
Jack sonrió.
—Parece que Ha-Din ya sabía que vendrías —comentó.
—Todo un detalle por su parte —dijo Christian, y se aproximó a ellos. Rodeó el lecho para acercarse a Victoria por el otro lado y contempló al niño con expresión indescifrable.
—Te presento a Erik —sonrió Victoria, muy orgullosa.
Christian no dijo nada, no se movió, ni hizo el menor gesto. Seguía contemplando al bebé.
Pero Victoria detectó un destello de profunda emoción en sus ojos de hielo.
Permanecieron un rato en silencio, hasta que por fin, Christian habló.
—Erik —repitió—. Kareth. Es hermoso —comentó, con una media sonrisa—. Es perfecto.
Se sentó sobre el lecho, junto a Victoria.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó en voz baja, con una suavidad que rozaba la dulzura. Por toda respuesta, Victoria sonrió y dejó caer la cabeza sobre su hombro. Christian la rodeó con el brazo y la besó en la frente.
Jack no podía dejar de contemplar al bebé, todavía maravillado. Acarició la mejilla de Erik con la yema del dedo y sonrió al ver cómo él movía las manitas, buscándolo. Se moría de ganas de sostenerlo en sus brazos, pero no se atrevió a decirlo. Sin embargo, Victoria leyó en su rostro como en un libro abierto.
—Ten, cógelo —dijo, entregándole al bebé.
Jack se sobresaltó.
—¿Quién... yo? ¿Y si se me cae? —preguntó, con un breve acceso de pánico.
Victoria se lo puso entre los brazos.
—Sé que no vas a dejarlo caer.
Jack cogió al bebé con infinitas precauciones. Erik no pareció inmutarse. Abrió la boca y dejó escapar un pequeño bostezo. Jack sonrió.
—Parece que se aburre estando con papi —comentó—. No sé si eso es buena señal.
Acunó al bebé un rato, le habló, pero todo lo que obtuvo de él fue una amodorrada indiferencia. Finalmente, alzó la mirada hacia Christian y sonrió, burlón.
—Vamos, ve con tu otro papi —le dijo a Erik—. Ya es hora de que le conozcas.
El shek abrió los ojos súbitamente, un tanto alarmado, pero cogió al bebé que Jack le tendía. Lo hizo con serenidad y seguridad desde el principio, aunque lo sostenía con tanta delicadeza como si fuese de cristal.
—¿No es un milagro? —susurró Victoria. Christian sonrió.
—Sí que lo es —dijo en voz baja.
Entonces, de pronto, Erik se echó a llorar en brazos de Christian, con tanta energía y desesperación que el shek se apresuró a devolverlo a los brazos de su madre.
—A lo mejor tiene hambre —aventuró Jack, algo desconcertado.
—No es la primera vez que me pasa algo así —sonrió Christian, recordando a Saissh—. No te preocupes. A los bebés no suelen gustarles los sheks.
De pronto, los dos fueron conscientes de lo que implicaban aquellas palabras. Cruzaron una mirada y después se volvieron hacia Victoria, que seguía acunando a Erik, con la cabeza gacha.
—¿Lo sabías? —preguntó Jack en voz baja.
Victoria alzó la cabeza para mirarlos.
—Desde hace apenas unos momentos. Mientras estábamos los tres mirando al bebé... he tenido una intuición. Y parece que era correcta.
Christian alargó el dedo para rozar con la yema la punta de la nariz del bebé; este hizo una mueca y les hizo sonreír a los tres.
—Será mucho mejor para él —comentó—. Tendrá muchos menos problemas.
Jack se encogió de hombros.
—Para mí, Erik sigue teniendo dos padres y una madre —dijo—. El hecho de que lleve los genes de uno o de otro no es más que una coincidencia totalmente casual. Además —añadió—, todos nosotros tuvimos dos padres y dos madres, ¿no?
—Sí —susurró Victoria—. Y resulta extraño pensar que ahora ya no nos queda ninguno. Los tres somos huérfanos por partida doble.
Sobrevino un pesado silencio.
—Visto así —murmuró Jack—, lo cierto es que me alegro de saber que este niño va a tener quien se preocupe por él. Cuantos más, mejor. Así que supongo... que somos una familia, ¿no?
—No estoy seguro de que vaya a caerle bien —dijo entonces Christian, un poco preocupado. Victoria sonrió, enternecida al ver que, a pesar de todo, el bebé no le era indiferente.
—Se acostumbrará a ti —lo tranquilizó Jack—. Yo lo he hecho, ¿no?
De nuevo se quedaron en silencio, contemplando a Erik.
—¿Qué vamos a hacer a partir de ahora? —murmuró entonces Victoria.
Jack sonrió ampliamente. —Vivir, sin más. ¿Te parece poco?
La mayor parte de los habitantes de Vanissar apenas sabía gran cosa de su difunto rey. Habían estado gobernados por Amrin durante muchos años, y después había subido al trono su hermano mayor; pero lo había hecho tras derrotarlo en una batalla, después de la cual había desaparecido durante meses. Tras la coronación, lo primero que había hecho había sido organizar un ejército para luchar contra las serpientes, y morir en aquella guerra.
No, los vanissardos no sabían muy bien qué pensar del rey Alsan. Les había traído el caos y la guerra, tras más de una década del organizado gobierno de las serpientes. Pero al final les había devuelto la libertad.
A muchos, sin embargo, no les parecía que hubiesen ganado con el cambio. Alsan los había abandonado con el reino arrasado por el tornado y lleno de personas que habían perdido la vista. Las cosas tardarían mucho tiempo en volver a ser como antes.
Covan tenía mucho trabajo por delante.
Jack no pudo evitar pensar en ello mientras contemplaba, entristecido, cómo las llamas devoraban el cuerpo amortajado de Alsan. Todavía le costaba creer que Alsan los hubiese dejado. El le había enseñado muchas cosas, le había salvado la vida, lo había ayudado a crecer. No siempre habían estado de acuerdo en todo; además, Jack había evolucionado de una forma distinta a como Alsan había esperado. Pero, por mucho que se hubiesen distanciado en los últimos tiempos, Jack sentía que en el fondo nunca habían dejado de ser amigos.
Desvió la mirada de la pira y la dirigió al pequeño Erik, que dormía en brazos de Victoria. Le acarició la manita con ternura. Alsan no había llegado a conocer a aquel bebé. «Cuando sea mayor, le hablaré de ti», le prometió a su amigo en silencio.
Tomó a Erik en brazos para que Victoria pudiese descansar. El pequeño se despertó, pero no hizo ningún ruido. Parecía como si comprendiera de verdad lo importante que era aquel momento para sus padres.
Ahora que tenía los brazos libres, Victoria se enjugó una lágrima indiscreta. Se había propuesto no recordar en aquel momento al Alsan de los últimos tiempos, el rey rígido e intolerante que la había secuestrado y encadenado, amenazando a su bebé. El caballero que consideraba que tener un corazón de serpiente era un delito imperdonable. El mismo que había tratado de matar a Christian.
No; en aquellos momentos, Victoria evocaba al joven sereno y seguro de sí mismo que la había acogido en Limbhad en tiempos inciertos, y a cuyo lado se había sentido protegida cuando no era más que una niña. También a ella le había enseñado muchas cosas.
Volvió la mirada hacia Shail, que también estaba allí, triste y sombrío. A su lado estaba Zaisei. Su mirada perdida denotaba los estragos que la luz de Irial había obrado en ella; Victoria había tratado de curarla y, aunque no le había devuelto la vista del todo, sí la había hecho mejorar.
Tuvo que retirarse al cabo de un rato, porque Erik estaba hambriento. Jack hizo ademán de acompañarla, pero Victoria negó con la cabeza. Sabía lo importante que era para él quedarse hasta el final. Tomó al bebé en brazos y, tras una larga y última mirada a los restos mortales de Alsan, se despidió de él y se fue.
Poco a poco, mientras la pira se consumía, la gente se fue retirando. Qaydar acompañó a Zaisei y a la reina Erive al interior del castillo. Uno tras otro se fueron marchando.
Al final, solo quedaron Jack, Shail y Covan. Se quedaron hasta que la hoguera se consumió por completo.
—Siempre supe que sería un buen rey —suspiró Covan, a media voz—. Y sabía que era un valeroso guerrero. Los que no temen a la muerte, como él, mueren jóvenes. Pero siempre deseé que él fuera diferente, o, al menos, que sobreviviera a muchas batallas más.
—Murió como un héroe —murmuró Jack.
—Combatiendo a las serpientes —asintió Covan.
Jack no lo contradijo. Ya no había serpientes contra las cuales combatir, por lo que tampoco tenía sentido, a aquellas alturas, tratar de explicar a la gente qué había sucedido en realidad.
Shail sí lo sabía. Los dos cruzaron una mirada sombría.
—Y todo por culpa de ese condenado Kirtash —siguió diciendo Covan—. Provocador de catástrofes y señor de serpientes, igual que su padre. Maldito sea.
Jack se quedó helado. Se volvió hacia él.
—Covan, nada de lo que ha pasado fue culpa de Kirtash —dijo con voz extraña.
—Los supervivientes afirman que estaba allí, con las demás serpientes —replicó Covan—. Muerto Ashran, ¿quién si no habría podido causar semejante destrucción en nuestro mundo? Pero acabaremos por darle caza, tenlo por seguro. No podrá esconderse para siempre.
—Pues no contéis conmigo —murmuró Jack, molesto—. Estoy cansado de tener que repetir siempre la misma historia y que nadie quiera escucharme. Kirtash no...
—Sedujo a Victoria —cortó Covan, fríamente—. Si es cierto lo que dicen por ahí, vuestro hijo bien podría haber sido el vástago de esa retorcida serpiente. Victoria... Lunnaris... podría haber dado a luz al nieto de Ashran. ¿No lo entiendes? Mientras los herederos de Ashran existan en este mundo, los sheks podrán volver...
Jack quiso replicar, pero en aquel momento, una sombra negra cubrió el cielo y los hizo alzar la cabeza. Un enorme dragón negro volaba en círculos sobre la ciudad.
—Tanawe envía a alguien —gruñó Covan—. Veo que por fin ha cambiado de idea.
Jack se hizo visera con la mano para contemplar al dragón, y supo inmediatamente que no lo enviaba Tanawe. Pero no dijo nada.
Los Nuevos Dragones habían sido masacrados en la Batalla de los Siete Dioses. Denyal y Tanawe habían sobrevivido de milagro. La mayor parte de los dragones que habían escapado eran aquellos en los que iban montados los magos. Gracias a su poder, habían logrado protegerse del tornado, y habían escapado de allí. No todos, por supuesto, pero sí unos cuantos. El dragón en el que volaba Tanawe era uno de ellos.