Panteón (141 page)

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Authors: Laura Gallego García

Culpaban a Alsan por haberlos embarcado en una empresa suicida. Habían roto toda relación con Vanissar. Seguirían luchando, había dicho Tanawe, pero sin ellos.

Jack no pudo dejar de preguntarse, cuando se enteró, contra quién pensaban seguir luchando, y qué harían cuando buscaran serpientes por todo Idhún y no las encontraran.

De todas formas, los Nuevos Dragones y los Caballeros de Nurgon volvían a ser entidades separadas. Como Covan sería coronado nuevo rey de Vanissar, tendrían que elegir a un nuevo líder para que tomase las riendas de Nurgon y devolviera a la Academia el esplendor de días pasados. Todos esperaban que Jack se uniese a los caballeros, en memoria de Alsan, pero él se había negado. Tampoco lideraría a los Nuevos Dragones.

A Covan, destrozado por la muerte de Alsan, apenas le había importado. A Denyal le había molestado, pero Jack sospechaba que en el fondo se alegraba de que no fuera a interferir.

Sabía bien que aquel dragón negro no lo habían enviado desde Thalis. Y, cuando se posó en el patio del castillo y se abrió su escotilla superior, se dio cuenta de que no se había equivocado.

Un rostro con una tupida barba castaña asomó por la abertura.

—¿Llegamos tarde? —el vozarrón del semibárbaro se oyó en todo el castillo. Covan le dirigió una mirada irritada.

Rando bajó de un salto del lomo de Ogadrak y después, para sorpresa de Jack, se volvió para tender la mano a otra persona que iba con él en el dragón.

—¡Kimara! —exclamó, encantado de volver a verla.

La pareja se reunió con ellos. Jack y Kimara se fundieron en un cálido abrazo. El joven saludó afectuosamente a Rando, que le devolvió una palmada en la espalda tan fuerte que lo dejó sin aliento.

—¡Me alegro de volver a verte, chaval!

—¿Os conocíais? —preguntó Kimara, un tanto perpleja.

Los dos sonrieron, pero no dijeron nada.

Hubo un instante de silencio mientras los recién llegados presentaban sus respetos ante los restos mortales de Alsan.

—Le echaremos de menos —murmuró Kimara.

Hablaron de Alsan en voz baja, hasta que Victoria salió al patio a recibirlos. Abrazó con cariño a Kimara, contenta de volver a verla.

—Oímos noticias de lo que había pasado en Kash-Tar —dijo ella—. Me alegra ver que estás bien.

—¿Dónde está Erik? —le preguntó Jack en voz baja, inquieto.

—Estaba rendido, y lo he dejado dormido —respondió Victoria en el mismo tono—. Pero no quiero que se quede solo mucho rato.

—Dicen por ahí —intervino Kimara, con cierta timidez— que habéis tenido un bebé. ¿Es... bueno..., es verdad?

Los dos sonrieron, orgullosos. Momentos más tarde, Victoria arrastraba tras de sí a Kimara para presentarle a Erik. No tardaron ni dos minutos en llegar allí.

—Qué guapo es —dijo Kimara en voz baja para no despertarlo—. ¿A quién se parece?

—Tiene los ojos castaños, como yo. Pero es rubio. Aunque puede que se le oscurezca el pelo cuando crezca. ¿Tú crees que se parece a Jack?

—Sí que tiene un aire —sonrió la semiyan.

Salieron de la habitación en silencio, y se quedaron en el pasillo, para poder hablar con más tranquilidad.

—¿Y qué va a pasar con él cuando crezca? —quiso saber Kimara—. ¿Crees que... heredará vuestros poderes?

Victoria se encogió de hombros.

—Es pronto para saberlo. ¿Y tú? —preguntó de pronto, cambiando de tema—. ¿Qué ha sido de tu dragona?

El rostro de Kimara se ensombreció.

—Fue destruida por el fuego, igual que muchas otras cosas en Kash-Tar —dijo a media voz.

Victoria le presionó el brazo con suavidad, para consolarla.

—¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Regresarás a tu tierra o vas a quedarte por aquí?

Kimara alzó la cabeza.

—Voy a volver a la Torre de Kazlunn, con Qaydar —declaró—. Estudiaré hechicería y aprenderé a utilizar mi poder. Y después regresaré a mi tierra y utilizaré mi don para ayudar a mi gente. Hay muchas heridas que sanar, y no solo heridas físicas. Así que... te agradezco mucho que me convirtieras en maga, porque eso me dará la oportunidad de hacer muchas más cosas.

—No tienes que agradecérmelo —murmuró Victoria, un tanto cortada—. Lo hice porque deseaba hacerlo. Me alegro mucho de saber que, después de todo, no fue una carga para ti. Pero, ¿y Rando? ¿Te esperará?

—Eso dice —sonrió Kimara—. Parece que al final le ha gustado Kash-Tar, así que regresaremos juntos allí cuando yo termine mis estudios... si es que Qaydar me lo permite —añadió, sombría.

—Lo hará —la tranquilizó Victoria—. Qaydar ha cambiado mucho.

Y, en efecto, lo había hecho. Del mismo modo que la fe de Gaedalu en los dioses había sufrido tal revés que se había sentido incapaz de seguir ocupando el cargo de Madre Venerable, tampoco Qaydar había encajado bien el hecho de que los Seis no tuviesen la menor intención de hacer que los unicornios regresasen al mundo, al menos en varias decenas de miles de años.

—Regresaré a mi torre —le había dicho a Victoria— y no creo que volváis a verme muy a menudo fuera de ella. Acogeré allí a todos aquellos que deseen ser iniciados en los caminos de la magia y posean el don, pero aguardaré a que ellos acudan a Kazlunn. Vive libre, criatura, y cuida de tu hijo. Al fin y al cabo, no habrías sido capaz de mantener viva la magia en el mundo tú sola.

Había hablado con profunda tristeza, y Victoria sintió de veras no poder hacer lo que él sugería.

—Qaydar se alegrará de volver a verte —le dijo a Kimara, con una sonrisa.

Cuando anocheció, retiraron los restos mortales de Alsan y los llevaron a la cripta, donde reposarían para siempre junto a los de sus antepasados. Jack se preguntó si alguna vez acudiría a visitar aquella cripta, y comprendió que era poco probable. Todavía le resultaba extraño pensar que lo que quedaba de su amigo estaba ahí dentro. Prefería aceptar, simplemente, que se había marchado y que no regresaría jamás.

Buscó un momento para hablar a solas con Shail después de la cena. Victoria se había quedado con Zaisei, hablando con ella y utilizando su magia sanadora para tratar de acelerar el proceso de curación de sus ojos. Jack recordó la sonrisa de Zaisei cuando le habían puesto a Erik en los brazos, y deseó que se pusiera bien.

—¿Qué pasa, Jack? —le preguntó Shail, un tanto preocupado, cuando él se lo llevó aparte.

—Nada grave —lo tranquilizó él—. Aunque supongo que tardaremos un poco en volver a acostumbrarnos a la tranquilidad, ¿verdad? No todas las noticias tienen por qué ser malas noticias.

Shail sonrió.

—Cierto. La última noticia que me diste era magnífica —comentó, refiriéndose al nacimiento de Erik.

También él estaba encantado con el bebé, y Victoria ya lo llamaba, en broma, «tío Shail».

—Esta nueva noticia es buena, al menos para nosotros. Tenemos algo parecido a un hogar.

—¿Un hogar? —repitió Shail—. ¿Dónde?

—Esta es la parte delicada. Ha-Din se comprometió a buscar un sitio donde pudiésemos vivir más o menos en el anonimato, y creo que lo ha encontrado. Será una casa apartada, en un lugar donde a nadie le importe quiénes somos realmente, donde no nos conozcan... donde podamos criar a nuestro hijo con tranquilidad. Por eso nadie va a saber dónde encontrarnos, salvo Ha-Din... y tú.

Shail respiró hondo, entendiendo las implicaciones de lo que le estaba contando. Se sintió conmovido ante aquella muestra de confianza.

—Jack, no es necesario...

—Sí que lo es. Nos sentiremos más tranquilos si sabes dónde estamos. Pero, por lo que más quieras, no se lo digas a nadie.

—¿Y qué hay de Kirtash?

Jack pareció ligeramente sorprendido ante la pregunta.

—Al decir que tenemos un hogar me refería, naturalmente, a los tres. A los cuatro —añadió—. De hecho, él es otro de los motivos por los cuales hemos buscado un sitio apartado. Quiero que pueda venir a ver a Victoria y a Erik cuando quiera, que pueda quedarse con nosotros, o con ellos, el tiempo que quiera, sin sentir que corremos peligro o que pueden atacarlo en cualquier momento. Todavía tiene muchos enemigos. Hay quien dice que mientras siga vivo, las serpientes tendrán la posibilidad de regresar a Idhún. Es el hijo de Ashran, Shail. Me temo que habrá gente que no lo olvidará nunca. Y ahora... en fin, ahora ya no es tan invencible.

—Pero, si vosotros desaparecéis, la gente empezará a buscaros...

—No vamos a ocultarnos para siempre. Por supuesto que seguiremos dejándonos ver, y sobre todo ahora, que hay que reconstruir medio Idhún y puede que seamos necesarios. Pero no solo se trata de eso. Hoy hemos venido al funeral de Alsan. Dentro de un mes podríamos estar visitando a Qaydar en la Torre de Kazlunn. No vamos a ser invisibles. Es solo que quiero mantener un espacio privado para mí y para mi familia.

—Lo entiendo —asintió Shail—. Podéis contar conmigo.

Jack sonrió.

Cuando vieron la casa, ninguno de los dos pudo hablar durante un largo rato. Simplemente se quedaron mirándola, emocionados, sin poder creer lo que estaban viendo.

Naturalmente, tendrían que haber esperado algo así, pensó Victoria más tarde. Estaban en Celestia, a las afueras de un pequeño poblado cerca de Kelesban, en medio del bosque. Era lógico que una casa construida allí, al estilo celeste, fuera similar a la casa de Limbhad.

No habían elegido Celestia porque pudiera recordarles al acogedor hogar que habían conocido, sino porque allí, en aquel rincón perdido, nadie los conocía ni sabía quiénes eran. Y, aunque lo supiesen, probablemente no dirían nada a nadie, porque eran gentes sencillas que lo único que querían era vivir en paz y, por tanto, podían comprender perfectamente que los recién llegados tuviesen las mismas modestas pretensiones.

Y allí estaba la casa, con sus cúpulas, con su planta redondeada, con sus habitaciones exteriores como pequeñas burbujas. Era, por supuesto, de tamaño mucho más reducido que la casa de Limbhad, pero eso solo hacía que pareciese aún más acogedora.

Victoria deslizó la mano hasta la de Jack y la estrechó con fuerza.

—Me encanta —susurró.

—A mí también —respondió Jack, sonriendo.

Durante los meses siguientes, vivieron apaciblemente en la casa de Kelesban, que pronto se convirtió en su hogar. Jack había sido un joven inquieto, viajero, acostumbrado a ir de un sitio a otro, pero, después de todo lo que había pasado, acogió su nueva vida familiar como una bendición. Junto a la casa había un huerto, que ambos cuidaban con esmero. Los celestes eran vegetarianos y cultivaban una gran variedad de frutas y verduras, por lo que no les faltaban semillas y brotes para plantar. Pero Jack, que no podía evitar sentirse más bien carnívoro, solía ir a cazar al bosque de vez en cuando. Había aprendido dos cosas al respecto: una, que nunca debía matar a un animal en presencia de un celeste, y dos, que nunca debía matar a un pájaro, bajo ningún concepto, porque esa idea les horrorizaba todavía más que percibir los sentimientos del pobre animal moribundo. Una vez asumido esto, la convivencia con sus vecinos celestes no supuso ningún problema.

Y Erik seguía creciendo. Lo estaban criando entre los tres. Christian pasaba mucho tiempo en la casa; tenía un cuarto para él, que podía usar cuando le apeteciera, y solía quedarse durante largos períodos de tiempo, de varios meses, a veces. Jack sabía que Victoria y él pasaban la noche juntos de vez en cuando, pero Christian era lo bastante discreto como para no mencionarlo jamás ni acercarse a Victoria si Jack estaba cerca; y Jack era lo bastante considerado como para hacer viajes cortos de vez en cuando, dejándoles intimidad. Además, de esta manera podía seguir viajando y visitando a sus amigos y conocidos: a Kimara y Dablu en la Torre de Kazlunn; a Shail y Zaisei en Haai-Sil, donde se habían establecido, ahora que Zaisei estaba casi completamente recuperada; a Ha-Din en el Oráculo de Awa; a Covan, en Vanissar, y a Rando en Les, donde vivía ahora, para poder estar cerca de Kimara mientras ella terminaba su aprendizaje. Y también acariciaba la idea de ir a Nanhai para visitar a Ymur, que había vuelto a su hogar en el Gran Oráculo, pero nunca se decidía.

Sabía, por otra parte, que a la gente le gustaba verlo volar sobre sus cabezas, bajo los tres soles. Los veía señalarlo con el dedo, alzar a sus hijos para que lo vieran bien, y casi podía escucharlos decir: «¡Mirad, es Yandrak, el último dragón de Idhún!». Le llenaba de orgullo, pero también lo entristecía. Había regresado en otra ocasión a Awinor y le había parecido oír los susurros de los espíritus de todos los dragones que murieron en la conjunción astral.

«Pero yo no soy el último», quiso decirles. «Erik es mi hijo. Puede que el fuego de Awinor corra por sus venas, aunque solo sea un poco».

El no era el único que viajaba a menudo. De vez en cuando, normalmente coincidiendo con el plenilunio de Erea, Victoria empezaba a mostrarse nerviosa. Durante el primer plenilunio permaneció en casa, con Jack y con Erik, pero Jack notó que le pasaba algo extraño.

—Es tu instinto de unicornio, ¿verdad? —dijo Christian, cuando Jack lo planteó—. Necesitas vagar por el mundo para entregar la magia.

—Buscar estrellas fugaces —dijo Jack, con una sonrisa.

A partir de entonces, Victoria desaparecía varios días cada vez que Erea estaba llena. Habría podido hacerlo en cualquier otro momento, pero lo decidieron así, para que los chicos supieran cuándo no podían contar con ella. Después de tomar aquella decisión, recordaron inmediatamente a Alsan y sus noches de plenilunio.

También, con el tiempo, Christian empezó a sentirse inquieto. La primera en notarlo fue Victoria.

—¿Tienes que marcharte otra vez? —le preguntó, una noche que contemplaban juntos las estrellas desde el porche.

—Siempre me marcho. Voy y vengo, ya lo sabes.

—Sí, pero esta vez es diferente. Quieres marcharte mucho más tiempo, ¿verdad?

Christian inclinó la cabeza.

—Quiero ir a Nanhai —dijo.

—¿A ver a Ydeon?

—En parte. También me gustaría visitar el Gran Oráculo.

—El lugar en el que naciste —dijo Victoria a media voz.

Christian no respondió.

Apenas habían hablado del tema, pero era obvio que Christian le había dado vueltas. Ahora sabía que Ashran había utilizado a Manua en la Sala de los Oyentes para contactar con el Séptimo, de la misma manera que Qaydar, Alsan y Gaedalu habían utilizado a la pequeña Ankira. En cuanto a la niña, Victoria había insistido mucho en que regresara con su gente, los limyati, y Karale no había podido negárselo; ya tendría tiempo de decidir si quería servir en el Oráculo cuando fuera mayor.

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