Panteón (80 page)

Read Panteón Online

Authors: Laura Gallego García

Tal vez esto les habría servido, de haber luchado contra menos de una docena de sheks. Pero pronto, la superioridad numérica de las serpientes se hizo evidente. Una vez que ellas hubieron evaluado a sus enemigos, Eissesh recogió toda la información que le enviaban sus compañeros y transmitió un plan de acción. Inmediatamente, los sheks se dividieron, y atacaron por grupos a cada uno de los dragones.

—¡Mira, mi deseo se ha cumplido! —exclamó Kaer, cuando cinco serpientes rodearon a Uska—. ¡Todas para mí!

—¡Sal de ahí, sal de ahí! —gritó Denyal—. ¡No puedes contra todas ellas...!

Se interrumpió al ver la cabeza de un shek pasando ante la escotilla lateral. Cuando el shek se dio la vuelta, apreció que tenía un solo ojo.

Denyal nunca había sido capaz de distinguir a los sheks, pero en el pasado había aprendido a reconocer a Eissesh. Y, aunque estaba convencido de que había olvidado en qué lo diferenciaba de los demás, y tampoco tenía noticia de que hubiese perdido un ojo, tuvo la intuición de que se trataba de él.

Apartó la cara de la ventana, con brusquedad. Sabía que no debía mirar a un shek a los ojos. Nunca.

De pronto, Uska se tambaleó con violencia. Uno de los sheks había envuelto el cuerpo de la máquina entre sus anillos, y apretaba.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Denyal de nuevo.

Kaer entornó los ojos y maniobró con las palancas. La dragona volvió la cabeza y vomitó una llamarada contra el shek más próximo. Oyeron un chillido, y la serpiente los soltó de golpe.

—Tenemos que escapar —dijo Denyal—. De lo contrario...

—No escapamos —cortó Kaer—. Los Nuevos Dragones nunca escapamos. Solo vamos a pedir refuerzos.

Tiró bruscamente de la palanca, y Uska plegó las alas y descendió en picado, dejando atrás a los sheks. Después remontó el vuelo y dio media vuelta, con un poderoso rugido.

Era la señal. Los otros dragones iniciaron a su vez la maniobra de retirada. Hubo dos, sin embargo, que no lo consiguieron, y quedaron atrás, a merced de los sheks, aleteando para liberarse del letal abrazo de sus anillos. Denyal reprimió el impulso de volver por ellos. Sabía que, si lo hacían, morirían todos.

Los Rastreadores huyeron de allí, siguiendo la línea de las montañas. Los sheks los persiguieron durante un rato más, pero finalmente, Eissesh ordenó dar media vuelta y, todos a una, se esforzaron por reprimir su instinto y seguir a su líder.

Los dragones respiraron, aliviados.

Era ya noche cerrada cuando divisaron a lo lejos los tejados de la ciudad de Vanis.

Jack se despertó de golpe. Había tenido un mal sueño y, cuando fue consciente de que había sido solo un sueño, y de que seguía en su habitación, en el castillo real de Vanissar, se sintió mucho mejor.

Sin embargo, se percató enseguida de que algo no cuadraba, y se incorporó, preocupado. No tardó en darse cuenta de lo que sucedía.

Victoria no estaba.

Jack palpó la cama, a su lado; las sábanas estaban frías. Debía de haberse marchado hacía ya bastante rato.

Inquieto, el joven se levantó, se vistió y salió en su busca.

Recorrió los pasillos del castillo, con todo el sigilo de que fue capaz. Todo el mundo dormía, y no quería despertar a nadie.

Al pasar frente al salón del trono, sin embargo, se dio cuenta de que estaba iluminado. De su interior salían voces apagadas. Se asomó con precaución.

Pero Victoria tampoco estaba allí. Jack vio a Covan y a Alsan; estaban hablando con un tercer hombre. Desde allí no podía estar seguro, pero parecía que le faltaba un brazo. Iba a retirarse, con discreción, pero escuchó una palabra que lo dejó clavado en el sitio, y que lo obligó a prestar atención.

—...Sheks —estaba diciendo el hombre de un solo brazo—. Cerca de una treintena, no muy lejos de aquí. Hemos perdido a dos dragones, pero debemos volver para atacarlos y destruirlos, antes de que se escapen de nuevo.

—Tienes todo mi apoyo —respondió Alsan—. No obstante, hay pocas cosas que puedan serte de utilidad en Vanissar. Nuestro ejército no está preparado para luchar contra los sheks, porque mi hermano fue su aliado, no su enemigo.

—Nosotros podemos ayudar —intervino Covan—. Tenernos nuestros propios métodos para cazar sheks, ya lo sabes.

Jack sabía a qué se referían. Durante muchos años, Covan y lo que quedaba de los caballeros de Nurgon habían peleado contra los sheks desde los límites del bosque de Awa. Habían desarrollado técnicas propias, arpones, redes, cualquier cosa que los hiciera caer. Y a veces eran efectivos..., pero nunca tanto como los dragones artificiales.

—Uno de nuestros dragones vuela ahora hacia Thalis —dijo el recién llegado—, para pedir refuerzos a mi hermana. No sé si serán suficientes; tenemos a la mitad de nuestra gente en Kash-Tar y, aunque ya les hemos ordenado que regresen, supongo que tardarán un tiempo.

Jack frunció el ceño, reconociéndolo de pronto. Tenía que ser Denyal, el líder de los Nuevos Dragones. Jack no lo conocía en persona, pero sí había tenido ocasión de tratar a su hermana, la hechicera Tanawe. Shail le había contado, tiempo atrás, que Alsan le había arrancado un brazo a Denyal la noche del Triple Plenilunio. Lo observó con atención. Se mostraba tenso, y no miraba a Alsan con simpatía. Jack supuso que era inevitable que le guardara rencor.

—Has dicho que también había szish —dijo entonces Alsan—. Puedo guiar a un pequeño ejército; nos enfrentaremos a ellos, pero no podemos prestaros refuerzos aéreos... salvo uno.

—¿Uno? —repitió Denyal, frunciendo el ceño.

—Sí —sonrió Alsan—. Nosotros también tenemos un dragón.

Jack dejó escapar una exclamación consternada. Los tres se percataron entonces de su presencia.

—Jack —lo saludó Alsan—. Precisamente hablábamos de ti.

El chico no tuvo más remedio que unirse a ellos. Le presentaron a Denyal, que lo miró con atención y un maravillado respeto, aunque no fue capaz de sostener su mirada mucho tiempo. Jack lo saludó con una cortesía cautelosa. Tiempo atrás, había rehusado unirse a los Nuevos Dragones, porque no quería volver a sucumbir a la espiral del odio, porque no quería verse envuelto de nuevo en la guerra contra los sheks, y nadie lo había entendido. Algunos lo habían excusado diciendo que tenía que cuidar de Victoria. Pero ahora, ese pretexto ya no le serviría.

—Han encontrado por fin el escondite de Eissesh en las montañas informó Alsan—. Estamos preparando un contingente para atacarlos. Te unirás a nosotros, ¿verdad?

Jack no supo qué decir. Por un lado, le hervía la sangre al pensar en volver a pelear contra un shek... pelear de verdad, a muerte. Nada de los duelos más o menos amistosos que había mantenido con Christian en los últimos tiempos. Por otro lado, seguía teniendo la impresión de que la lucha contra los sheks era algo inútil y sin sentido.

Alzó la cabeza y encontró la mirada de Alsan clavada en él. No se lo estaba pidiendo, comprendió. Aquello era una orden. Una parte de sí mismo se rebeló contra la idea de recibir órdenes de él. Pero entonces pensó que, si quería reparar la amistad que los había unido, no podía negarle aquello.

«Además», pensó, «lo dejaría en mal lugar ante Denyal, con quien ya está en deuda por lo que pasó la noche del Triple Plenilunio. Y, ¿qué diablos? Se trata de Eissesh, no de Christian ni de Sheziss. Nada me impide luchar contra él».

Asintió, con aplomo.

—Muy bien; os acompañaré.

Pasaron un rato más ultimando detalles, y después, Jack dijo que tenía que marcharse.

—Estaba buscando a Victoria —les dijo—. ¿La habéis visto?

Covan negó con la cabeza. Alsan hizo como si no hubiese escuchado la pregunta.

—Voy a ver si ha vuelto a la habitación —dijo Jack, un poco preocupado—. Si no está, pediré a Shail que me ayude a buscarla.

—No vayas muy lejos —lo reconvino Alsan—. Partiremos mañana, con el tercer amanecer.

Jack asintió. Regresó a la habitación y respiró, aliviado, al ver, a la luz de las lunas, que Victoria había vuelto. Estaba, de nuevo, profundamente dormida. Jack se tendió a su lado, pero la muchacha no reaccionó. Nadie habría dicho que, momentos antes, no se encontraba allí.

«¿A dónde habrá ido?», se preguntó Jack, entre inquieto e intrigado.

Se acomodó junto a ella, se cubrió con la sábana y trató de dormir. Aún quedaba un rato hasta el primer amanecer, y tenía que aprovecharlo. Le esperaba un largo día.

Despertó a Victoria con la salida del primer sol. La joven tardó un poco en abrir los ojos. Cuando lo hizo, lo miró, un poco perdida.

—Buenos días —saludó Jack—. Siento despertarte tan temprano, pero tengo que hablar contigo.

Victoria respiró hondo y se esforzó por despejarse. Bostezó, se estiró y se incorporó un poco.

—¿Qué pasa?

—No es nada importante —dijo Jack—, pero tenía que avisarte de que me voy.

—¿Que te vas? ¿A dónde?

—Han encontrado la base de Eissesh. Me voy con los Nuevos Dragones para pelear contra los sheks.

Victoria se incorporó del todo, preocupada.

—¿Por qué? ¿Han atacado a alguien?

—No, que yo sepa.

Victoria lo miró sin entender.

—¿Entonces...?

Jack no supo qué responder.

—Es Eissesh, Victoria —dijo al fin—. El shek que gobernaba Vanissar antes de la caída de Ashran. No le gustan los sangrecaliente, ¿sabes?

Victoria sacudió la cabeza, con un suspiro.

—Así es como se perpetúan las guerras —murmuró.

—¿No vas a venir con nosotros, pues?

—No, Jack. No tengo motivos para luchar contra esos sheks. ¿Y tú? —añadió, mirándolo fijamente.

La pregunta lo cogió por sorpresa. Por un momento, le pareció estar hablando con Sheziss, tratando de encontrar una respuesta a aquellas cuestiones que ella le planteaba, y que lo hacían sentir tan incómodo.

—Los de siempre, supongo. Y que Alsan me lo ha pedido.

Victoria inclinó la cabeza.

—Comprendo —dijo—. Bueno..., ten mucho cuidado, ya sabes.

Jack asintió. Se despidió de ella con un beso y salió de la habitación.

Encontró en el patio a Denyal y el dragón en el que había llegado a Vanis. Era otra hembra, y Jack se acercó, incómodo.

Le sorprendió ver que, junto a Denyal y el piloto, estaba Shail. Parecía muy concentrado en lo que le estaba explicando el líder de los Nuevos Dragones.

Los saludó a los tres, y preguntó por Alsan.

—Covan y él están reuniendo a los hombres de armas —dijo Denyal—. Partiremos cuando estén listos, y cuando lleguen Tanawe y los demás desde Thalis.

Jack asintió. Se dio cuenta entonces de que lo que Shail estaba haciendo era tratar de renovar la magia de la dragona.

—¿Vas a venir con nosotros? —preguntó, sorprendido.

Shail inclinó la cabeza.

—Tanawe traerá consigo a diez dragones más —dijo—. Y solo está ella para mantenerlos, de forma que necesitará a otro hechicero que renueve la magia de la flota. El resto de magos de los Nuevos Dragones están en Kash-Tar.

Jack recordó que Kimara era una de esas hechiceras. Se preguntó cómo le iría en su tierra, y si estaría bien.

—¿Has sabido algo de ellos? —quiso saber.

—Han pedido refuerzos para luchar contra los sheks de Sussh —respondió Denyal—, pero me temo que, tal y como están las cosas, no podemos concedérselos. Les he dicho que regresen de inmediato.

Jack no hizo comentarios. Volvió a echar un vistazo a Shail y al dragón artificial.

—¿Puedes enseñarle a Shail cómo renovar la magia de esa cosa? —le preguntó a Denyal, un poco perplejo; sabía que él no era mago.

—Conozco la fórmula. Sé que no debería, pues los magos guardan bien sus secretos, pero mi hermana me la confió en su día, cuando empezamos a fabricar dragones.

—No es algo muy complicado —sonrió Shail—. Cualquier mago podría aprenderlo enseguida.

Jack le dirigió una mirada de advertencia. «Como te descuides, se las arreglarán para que te quedes con ellos», quiso decirle. Los Nuevos Dragones andaban escasos de magos, y no dejarían escapar a Shail con facilidad.

—Me alegro de teneros a ambos entre los Rastreadores —dijo entonces Denyal.

Jack se volvió hacia él, con brusquedad.

—¿Cómo has dicho?

—Llamamos así a la patrulla que registra las montañas —explicó Denyal, sin entender el enfado de Jack.

El muchacho le dio la espalda, turbado.

«Rastreadores...», recordó, y la voz de Sheziss volvió a emerger desde las profundidades de su conciencia. «...Así llamamos a los dragones asesinos. Aquellos que son incapaces de dominar su instinto. Necesitaban matar sheks, lo necesitaban desesperadamente. De forma que, de vez en cuando, algunos de ellos se internaban por los túneles de Umadhun... para cazarnos. Por alguna razón que se me escapa, algunos disfrutaban mucho destruyendo nidos. Por eso, las crías de shek tienen tanto miedo de los Rastreadores, que pueblan sus peores pesadillas».

—¿Sucede algo, Jack? —preguntó Shail, preocupado.

—No es un buen nombre —respondió él—. Puedo luchar ahora junto a los Nuevos Dragones, pero no soy un Rastreador, y nunca lo seré. ¿Queda claro?

Clavó en Denyal una mirada severa; este la sostuvo un momento, pero terminó por bajar la cabeza, intimidado.

—Como quieras —respondió, con voz tensa.

Iba a añadir algo más, pero, en aquel momento, unas enormes sombras cubrieron el cielo. Los cuatro alzaron la mirada.

Una docena de dragones cruzaba los cielos de Idhún. Se movían en perfecta formación, con elegancia, deslizándose por el aire. Jack sintió que el pecho le estallaba de júbilo y añoranza. Dragones...

—Tanawe ya ha llegado —anunció Denyal.

Un rato después, cuando el tercero de los soles ya había emergido completamente por el horizonte, los Nuevos Dragones alzaron el vuelo y surcaron los cielos de Vanissar. A la cabeza de todos ellos iba Uska, con Kaer y Denyal en su interior, y Jack la seguía muy de cerca. Habían discutido sobre si Shail debía viajar a lomos de Jack, o en el interior de uno de los dragones artificiales, y les había parecido más segura esta última solución.

Por tierra los seguía un contingente de soldados, a pie y a caballo, liderados por Alsan y Covan, y lo que quedaba de los caballeros de Nurgon. Eran un ejército pequeño, pero temible, que avanzaba bajo los pendones de Vanissar con el orgullo y la seguridad que les proporcionaba volver a ser un pueblo libre, que seguía a su legítimo rey, bajo la sombra de las alas de los dragones. Como había sido siempre.

Other books

Beyond Temptation by Lisette Ashton
The Siren by Elicia Hyder
The Beast by Oscar Martinez
Nomad by Ayaan Hirsi Ali
Jim Bowie by Robert E. Hollmann
The Romanov Conspiracy by Glenn Meade
Three Girls And A Wedding by Rachel Schurig