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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (27 page)

No lo había pensado.

—¿Algo más?

Bowden desdobló una hoja de papel.

—Sí. Intento decidir el orden para mi actuación cómica de mañana por la noche.

—¿Cuánto tiempo tienes?

—Diez minutos.

—Veamos.

Había estado ensayando la actuación conmigo, aunque yo alegaba que probablemente no era la persona más adecuada. Al propio Bowden ninguno de los chistes le parecía gracioso, aunque comprendía bien el proceso técnico de la situación.

—Yo empezaría con el pingüino sobre un témpano de hielo —propuse, mirando las notas de Bowden—, luego pasaría al ciempiés de compañía. Prueba a continuación con el caballo blanco en el pub y, si funciona bien, pasa a lo de la tortuga a la que roban los caracoles; luego pasa a los perros en la sala de espera del veterinario y termina con lo de la reunión con el gorila.

—¿Qué hay del león y el mandril?

—Es verdad. Usa ése en lugar del del caballo blanco si falla el del ciempiés.

Bowden lo apuntó.

—Ciempiés… si falla. Lo tengo. ¿Qué hay con el del hombre que va a cazar osos? Se lo conté a Victor y de inmediato soltó Earl Grey por la nariz.

—Guárdalo por si tienes que hacer un bis. Dura tres minutos. Pero no te apresures. Que se incremente la tensión… Claro está, si tu público es de mediana edad y algo chapado a la antigua, yo dejaría lo del oso, el mandril y los perros y usaría el del galgo en la pista de carreras o el de los dos Rolls-Royces.

—¿Canapés? —dijo mamá, pasando la bandeja.

—¿Quedan más de ésos de langostinos?

—Iré a ver.

La seguí hasta la sacristía, donde ella y otros miembros de la Federación de Mujeres iban preparando comida.

—Mamá, mamá —dije, siguiéndola hasta donde la sorda como una tapia señora Higgins forraba las bandejas con mantelitos de encaje de papel —. Debo hablar contigo.

—Estoy ocupada, cariño.

—Es
muy
importante.

Dejó de hacer lo que estaba haciendo, lo dejó todo y me llevó hasta un rincón de la sacristía, justo hasta una efigie gastada de piedra, supuestamente de un seguidor de san Zvlkx.

—¿Qué problema es más importante que los canapés, oh, hija—mi—hija?

—Bien —arranqué, sin estar del todo segura de cómo expresarlo—, ¿recuerdas que decías que querías ser abuela?

—Oh,
eso
—dijo, riendo—. Hace tiempo que sé que tienes un bollo en el horno… Simplemente me preguntaba cuándo me lo ibas a contar.

—¡Un momento! —dije, sintiéndome de pronto como si me hubiese hecho trampas—. Se supone que debes sorprenderte y llorar.

—Ya lo he hecho, cariño. ¿Puedo tener la indelicadeza de preguntar quién es el padre?

—Mi esposo, espero… y antes de que me lo preguntes, la Crono-Guardia lo erradicó.

Me dio un abrazo.

—Bien,
eso
lo puedo comprender. ¿Le ves de vez en cuando, tal y como yo veo a tu padre?

—No —respondí entristecida—, sólo vive en mis recuerdos.

—¡Pobre patito! —exclamó mi madre, dándome otro abrazo—. Pero demos gracias al Señor por las pequeñas misericordias… al menos le recuerdas. Muchas de nosotras no lo hacemos… sólo tenemos una vaga sensación de algo que podría haber sido. Debes pasarte por Erradicaciones Anónimas una de estas noches. Créeme, hay más Perdidos de los que imaginas.

En realidad, nunca había hablado con mi madre de la erradicación de mi padre. Todos sus amigos habían asumido que las indiscreciones de juventud habían sido los padres de mis hermanos y yo. Para una mujer de principios como mi madre, esa situación había sido casi tan dolorosa como la erradicación de papá. No soy de las que valen para una organización en cuyo nombre aparece la palabra «anónimas», así que decidí desviarme un poco.

—¿Cómo supiste que estaba embarazada? —le pregunté cuando me cogió la mano y sonrió con dulzura.

—Se veía desde un kilómetro de distancia. Comías como un caballo y mirabas mucho a los bebés. Cuando el sobrinito Henry de la señora Pilchard se pasó la semana pasada, apenas podías dejarle escapar.

—¿No soy así habitualmente?

—Ni de lejos. También se te está ensanchando la cintura. Ese vestido nunca te ha sentado tan bien. ¿Para cuándo? ¿Julio?

Hice una pausa cuando el abatimiento me anegó, trayéndome la completa inevitabilidad de la maternidad. Cuando me había enterado de la noticia, Landen estaba conmigo y todo parecía mucho más fácil.

—Mamá, ¿y si no se me da bien? No sé absolutamente nada sobre bebés. He pasado mi vida laboral persiguiendo a malvados. Puedo desmontar un M16 con los ojos vendados, reemplazar el motor de un vehículo blindado de transporte y acertar una moneda de dos peniques a treinta metros ocho de cada diez veces. No estoy segura de que un moisés junto al fuego sea para mí.

—Tampoco lo era para mí —me confió mi madre, sonriendo con dulzura—. No es ningún accidente que sea una cocinera horrible. Antes de conocer a tu padre y teneros a ti y a tus hermanos trabajaba para OE-3. Todavía lo hago en ocasiones.

—Entonces, ¿no le conociste en un viaje de un día a Portsmouth? —pregunté muy despacio, sin estar segura de querer oír lo que estaba oyendo.

—En absoluto. Fue en otro sitio completamente
diferente.

—¿OE-3?

—Nunca me creerías si te lo contase, por lo que no lo voy a hacer. Pero lo que intento decirte es lo siguiente: estuve encantada de tener hijos cuando llegó el momento. A pesar de vuestras interminables discusiones cuando erais niños y el mal humor de la adolescencia, ha sido una aventura maravillosa. Perder a Anton fue una nube tormentosa durante un tiempo, pero en general ha estado bien… siempre mejor que OpEspec. —Una pausa—. Yo estaba igual que tú, preocupada de no estar preparada, de ser mala madre. ¿Qué tal lo hice? —Me miró y sonrió con dulzura.

—Lo hiciste muy bien, mamá.

La abracé con fuerza.

—Haré lo que pueda por ayudar, cariñito, pero nada de pañales y potitos los martes y jueves por la noche.

—¿OE-3?

—No —respondió—, bridge y bolos. —Me pasó un pañuelo y me sequé los ojos—. Estarás bien, cariño.

Le di las gracias y salió corriendo, murmurando algo sobre tener que alimentar un millón de bocas. La vi irse, sonriendo para mí. Creía conocer a mi madre, pero no era así. Los hijos rara vez comprenden a sus padres.

 

 

—¡Thursday! —dijo Joffy cuando salí de la sacristía—. ¿De qué me sirves si no te paseas? ¿Llevarías a ese millonario Flex a conocer a Zorf, el artista neandertal? Te estaría tan agradecido. ¡Oh, Dios del cielo! —murmuró clavando la vista en la puerta de la iglesia—. ¡Es Aubrey Jambe!

Y así era. El señor Jambe, el capitán del equipo de criquet de Swindon,
a pesar
de su reciente indiscreción con el chimpancé, seguía asistiendo a los actos como si nada hubiese pasado.

—Me pregunto si se ha traído al chimpancé —dije, pero Joffy me lanzó una mirada furibunda y corrió a conocerlo en persona.

Me encontré a Cordelia y al señor Flex discutiendo acerca de los méritos de una pintura minimalista del artista galés Tegwyn Wedimedr,
tan
minimalista que ni siquiera estaba. Miraban una pared vacía con una alcayata donde se podría haber colgado el cuadro.

—¿A ti qué te dice, Harry?

—No me dice
nada,
Cords… pero lo hace de forma muy diferente. ¿Cuánto cuesta?

Cordelia se inclinó para mirar el precio. —Se llama
Más allá de la sátira
y vale mil doscientas libras; una buena cantidad. ¡Hola, Thursday! ¿Has cambiado de idea sobre la película?

—No. ¿Conoces a Zorf, el artista neandertal?

Los llevé hasta donde exponía Zorf. Lo acompañaban algunos de sus amigos, uno de los cuales reconocí.

—¡Señorita Next! —dijo Stiggins—. Nos gustaría presentarle a nuestro amigo Zorf. —Un neandertal un poco más joven me dio la mano mientras yo explicaba quiénes eran Harry y Cordelia.

—Es un cuadro
muy
interesante, señor Zorf —dijo Harry, mirando una masa de pintura verde, amarilla y naranja en un enorme lienzo de medio metro cuadrado—. ¿Qué representa?

—¿No es evidente? —respondió el neandertal.

—¡Claro que sí! —respondió Harry, cabeceando—. Son narcisos, ¿no?

—No.

—¿Una puesta de sol?

—No.

—¿Un cebadal?

—No.

—Me rindo.

—Eso está más cerca, señor Flex. Si tiene que preguntar, entonces
jamás
comprenderá. Para los neandertales, la puesta de sol es sólo el final del día.
Centeno verde
de Van Gogh no es más que una representación muy mala de un campo. Los únicos pintores sapiens a los que realmente comprendemos son Pollock y Kandinsky; hablan nuestro idioma. Nuestros cuadros no son para ustedes.

Miré al grupito de neandertales que miraban las pinturas abstractas de Zorf con emotivo asombro y lágrimas en los ojos. Pero Harry, un farolero hasta el final, no se había rendido.

—¿Puedo probar otra vez? —le preguntó a Zorf, quien asintió.

Miró fijamente el lienzo y entrecerró los ojos.

—Es…

—Esperanza —dijo una voz cercana—. Es esperanza. Esperanza por el futuro de los neandertales. Es el deseo ferviente… de tener
hijos.

Zorf y los demás neandertales se volvieron para mirar a la persona que había hablado. Era Yaya Next.


Justo
lo que iba a decir —dijo Flex, sin engañar a nadie excepto a sí mismo.

—La estimada dama manifiesta una capacidad de comprensión que trasciende su especie —dijo Zorf con un breve gruñido que tomé por risa—. ¿A la dama sapiens le gustaría añadir algo a nuestro cuadro?

Era, efectivamente, todo un honor. Yaya Next avanzó, tomó el pincel que Zorf le ofrecía, mezcló un turquesa pálido y dio unas cuantas pinceladas a la izquierda del centro. Los neandertales jadearon y las mujeres del grupo se colocaron rápidamente el velo sobre la cara mientras los hombres, incluido Zorf, alzaban la cabeza y miraban al techo canturreando en voz baja. Yaya hizo lo mismo. Flex, Cordelia y yo nos miramos, confundidos e ignorantes de las costumbres neandertales. Después de un rato dejaron de mirar y canturrear, las mujeres se apartaron el velo y todos se acercaron lentamente a Yaya, para olerle la ropa y tocarle la cara con manos grandes pero delicadas. Todo acabó en unos minutos; los neandertales regresaron a sus lugares y volvieron a admirar la pintura de Zorf.

—¡Hola, joven Thursday! —dijo Yaya, volviéndose hacia mí—. ¡Vamos a buscar un sitio tranquilo para charlar!

Fuimos hasta el órgano de la iglesia y nos sentamos en un par de sillas duras de plástico.

—¿Qué has pintado en el cuadro? —le pregunté y Yaya me dedicó su sonrisa más dulce.

—Algo un poco controvertido —me confió— pero que ofrecía
apoyo.
He trabajado con neandertales y conozco muchos de sus hábitos y costumbres. ¿Cómo va el maridito?

—Todavía erradicado —dije abatida.

—No importa —dijo Yaya con seriedad, tocándome la barbilla para hacer que la mirase—.
Siempre
hay esperanza… Descubrirás, como lo descubrí yo, que es realmente
curioso
cómo acaban pasando las cosas.

—Lo sé. Gracias, Yaya.

—Tu madre será una torre fuerte. Nunca lo pongas en duda.

—Está aquí, por si quieres verla.

—No, no —dijo Yaya, apresuradamente—. Supongo que estará ocupada. Ya que estamos —siguió diciendo, cambiando de tema sin ni siquiera tomar aliento—, ¿se te ocurre algún libro más que pueda incluir en mis «diez clásicos más aburridos»? Estoy preparada para irme.

—¡Yaya!

—¡Consiéntemelo, Thursday!

Suspiré.

—¿Qué tal
Paraíso perdido?

Yaya dejó escapar un quejido intenso.

—¡Horrible! Apenas pude caminar durante una semana después de leerlo. ¡Es suficiente para hacer que quieras olvidarte de la religión para siempre!


¿Ivanhoe?

—Bastante pesado pero con algunas partes que estaban bien… no creo que esté entre los diez primeros.


¿Moby Dick?

—Emoción y acción separadas por un aburrimiento devastador. Lo leí dos veces.


¿À la recherche du temps perdu?

—Ya sea en inglés o en francés, su tedio no se reduce ni un ápice.


¿Pamela?

—¡Ah! Ahora sí que hablamos en serio. Lo recorrí con esfuerzo cuando era adolescente. Puede que fuese vibrante en 1741, pero hoy la única vibración que produce son los ronquidos que surgen de los que están tan confundidos como para intentar leerlo.

—¿Qué tal
El progreso del peregrino?

Pero Yaya se había centrado en otra cosa.

—Tienes visita, querida. Mira más allá de los calamares rellenos que hay dentro del piano y justo al lado del Fiat 500 tallado en pasta de dientes congelada.

Había dos agentes de OpEspec vestidos con trajes oscuros, pero
no
eran Dedmen y Walken sino un hombre y una mujer. Parecía que OE-5 había sufrido otro contratiempo. Le pregunté a Yaya si estaría bien sola y fui a recibirlos. Los encontré mirando dubitativamente una tuba aplastada en el suelo que se titulaba
La indivisible trinidad de la muerte.

—¿Qué opinan? —pregunté.

—No lo sé —dijo nerviosamente el agente—. Yo… yo… realmente no sigo el arte.

—Incluso si lo hiciese, aquí no le serviría de nada —respondí irónicamente—. ¿OpEspec 5?

—Sí, ¿cómo…? —Se controló de inmediato y buscó un par de gafas oscuras—. Es decir,
no.
Nunca he oído hablar de OpEspec y menos aún de OpEspec 5. No existe. ¡Oh, maldita sea! Esto se me da fatal.

—Buscamos a una tal Thursday Next —dijo su compañera susurrando muy llamativamente por una comisura de la boca. Añadió, por si yo no recibía el mensaje—: Se trata de un asunto
oficial.

Suspiré. Era evidente que en OE-5 empezaban a escasear los voluntarios. No me sorprendía.

—¿Qué ha sido de Dedmen y Walken? —les pregunté.

—Ellos… —empezó a decir el agente, pero la mujer le dio un golpe en las costillas y anunció:

—Nunca hemos oído esos nombres.


Yo soy
Thursday Next —les dije—, y me parece que corren más peligro del que creen. ¿De dónde los han sacado? ¿De OE-14?

—Yo soy de OE-22 —dijo el agente—. Me llamo Lamb. Ésta es Slaughter; es de…

—OE-28 —dijo la mujer—. Gracias, Blake, sé hablar, por si no lo sabías… y deja que me ocupe yo. No sabes abrir la boca sin meter la pata.

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