Perdida en un buen libro (39 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Se oyó el estruendo distante del trueno y un batir de alas cerca de mi cara. Cayó una noche negra como la tinta y se levantó un viento que sopló a mi alrededor, tirando de mi ropa y alborotándome el pelo ante los ojos. Un rayo iluminó brevemente el cielo a mi alrededor y comprendí de pronto que estaba muy por encima del suelo, entre nubes cargadas de la desagradable furia de una tempestad. La lluvia me golpeaba el rostro como un pesado trapo húmedo y vi la pálida luz de la luna que me acercaba a una inmensa nube tormentosa, iluminada desde el interior por los relámpagos. Justo cuando pensaba que quizás había cometido un
gran
error al intentar la proeza sin haber recibido la instrucción adecuada, percibí un pequeño punto de luz amarilla entre la lluvia. El punto creció hasta que no fue un punto sino un rectángulo y, finalmente, el rectángulo se convirtió en ventana con marco y vidrio y cortinas al otro lado. Me acerqué más y más rápido y, cuando ya creía que chocaría con el cristal mojado de lluvia me encontré
dentro,
empapada hasta los huesos y sin aliento.

El reloj de la chimenea dio la hora con un ritmo lento y firme mientras yo pensaba y miraba a mi alrededor. Medianoche. El mobiliario era de roble oscuro barnizado, las cortinas, de un púrpura triste y las paredes, allí donde no estaban cubiertas por estantes o grabados morbosos, eran de un lúgubre marrón. La única luz provenía de una solitaria lámpara de aceite que parpadeaba y cuya mecha mal cortada humeaba. La habitación era un desastre; en el suelo un busto destrozado de Palas y los libros que en su día habían ocupado los estantes dispersos, con el lomo partido y las páginas arrancadas. Peor aún, habían usado algunos para reavivar el fuego. El papel ennegrecido había caído de la rejilla y cubría el hogar. Pero a todo esto no presté apenas atención. Frente a mí tenía al pobre narrador de «El cuervo», un joven de veintitantos años, sentado en un sillón enorme, atado y amordazado. Me miró implorándome ayuda y murmuró algo tras la mordaza luchando con las ataduras. Mientras lo desamordazaba, el joven se lanzó a hablar como si su vida dependiese de ello.


Era un visitante
—dijo impaciente y con prisas—
que llamaba a la puerta de mi cámara… ¡aparte de eso, nada!
—Y desapareció por la puerta de la habitación contigua.

—¡Maldito seas, Sebastian! —dijo una voz estremecedoramente familiar—. ¡Te clavaría al sillón si en este ataúd poético tuviese martillo y clavos!

Pero el hablante calló de golpe cuando entró y me vio. Jack Schitt estaba hecho un desastre. Su antes impecable corte de pelo había sido reemplazado por greñas y cubría sus rasgos definidos una barba desaliñada; tenía los ojos muy abiertos, temerosos y con ojeras oscuras debido a la falta de sueño. Su elegante traje estaba arrugado y roto, su alfiler de corbata con diamante carecía de lustre. Sus maneras arrogantes y llenas de confianza habían cedido a una desesperación solitaria y, cuando sus ojos me miraron, vi que se le llenaban de lágrimas y los labios empezaban a temblarle. Era, para alguien que odiaba tanto a Schitt como yo, un espectáculo maravilloso.

—¡Thursday! —graznó con voz ahogada—. ¡Llévame de vuelta! ¡No me dejes ni un segundo más en este lugar abominable! El reloj marcando la medianoche una y otra vez, los golpes en la puerta, el cuervo… ¡Oh, Dios mío, ¡el
cuervo!

Se hincó de rodillas y se puso a sollozar mientras el joven saltaba de alegría en la habitación y se ponía a ordenar, murmurando:


¡Es un visitante a la puerta de mi cámara queriendo entrar!

—Estaría encantada de dejarle aquí, señor Schitt, pero he llegado a un acuerdo. Vamos, volvemos a casa.

Agarré al agente de la Goliath por la solapa y me puse a leer la descripción para volver a las instalaciones. Sentí un tirón en el cuerpo y otro soplo de viento, el incremento de los golpes y tuve el tiempo justo de oír decir al estudiante:


Señor, digo, o señora, en verdad vuestro perdón imploro…

De pronto estaba en el laboratorio de la Goliath, en Aldermaston. Me quedé encantada, porque no había pensado que fuese a ser tan fácil, pero mis sentimientos de satisfacción se evaporaron cuando en lugar de arrestar a Jack, éste recibió un cálido saludo de su hermanastro.

—¡Jack! —dijo Schitt-Hawse feliz—. ¡Bienvenido!

—Gracias, Brik… ¿Cómo está mamá?

—Su problema, señorita Next —dijo Schitt-Hawse—, es el exceso de confianza. ¿En serio llegó a creer por un solo momento que renunciaríamos a un hombre tan importante como Jack?

—¡Me lo prometió! —dije inútilmente.

—La Goliath no cumple promesas —replicó Schitt-Hawse—. El margen de beneficios es demasiado bajo.

—¡Lavoisier! —grité—. ¡Me lo prometió!

Lavoisier salió de la habitación sin mirar atrás.

—¡Gracias,
monsieur!
—gritó Schitt-Hawse mientras salía—. ¡La foto de la boda fue un golpe de genio!

Di un salto para agarrar a Schitt-Hawse pero Chalk y Cheese me retuvieron. Me resistí con todas mis fuerzas durante mucho tiempo… e inútilmente. Y me quedé mirando al suelo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida para pensar que mantendrían su parte del acuerdo? La esperanza engañosa, a menudo la compañera del gran amor, me había cegado. Landen había tenido razón. Debería haberme ido.

—Quiero estrujar su espíritu en el suelo —dijo Jack Schitt, mirándome—, para calmar mi corazón. Señor Cheese, su arma.

—No, Jack —dijo Schitt-Hawse—. La señorita Next y su habilidad especial podrían abrir mercados enormes y muy rentables para su explotación.

Schitt habló a su hermanastro.

—¿Tienes alguna idea de los terrores fantásticos que he pasado? Next
no
vivirá para lamentar haberme encerrado en «El cuervo». No, Brik, ¡la ramera libresca saciará mi pesar!

Schitt-Hawse agarró a Jack por los hombros y lo sacudió.

—Deja de hablar como en «El cuervo», Jack. Ahora estás en casa. Escucha: la ramera libresca potencialmente vale miles de millones.

Schitt se detuvo a pensar.

—Claro —murmuró al fin—, un enorme recurso sin explotar. ¿Cuánta basura inútil crees que podremos descargar sobre las masas ignorantes de la literatura del siglo XIX?

—Efectivamente —respondió Schitt-Hawse—, y nuestros desechos sin procesar…
Al fin
un lugar seguro para tirar la basura. La Corporación se hará inmensamente rica. Y escucha… si no sale bien,
entonces
podrás matarla.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó Jack, que parecía estar recobrando las fuerzas rápidamente.

—Depende de la señorita Next —dijo Schitt-Hawse mirándome.

—Antes muerta que participar en esos planes —dije con furia.

—¡Oh! —dijo Schitt-Hawse—. ¿No se ha enterado? En lo que respecta al mundo exterior, ¡ya está muerta! ¿Creyó que podría contemplar todo lo que hacemos aquí y vivir para contarlo? —Intenté pensar en una forma de escapar, pero no tenía nada a mano… ni armas, ni libros, nada—. La verdad es que todavía no he decidido —añadió Schitt-Hawse con suficiencia— si se cayó por el hueco de un ascensor o se enfrentó a una máquina. ¿Tiene alguna preferencia?

Y soltó una risita muy cruel. No dije nada. No parecía que hubiese nada que decir.

—Me temo, niña —dijo Schitt-Hawse mientras salían en fila india por la puerta de la cámara llevándose mi guía de viajes—, que serás invitada de la Corporación durante el resto de tu vida natural. Pero no estará tan mal.
Estaríamos
dispuestos a reactualizar a tu marido. No llegarías a verle, claro está, pero estaría vivo… Eso siempre y cuando cooperes, y lo harás, ya lo sabes.

Miré con furia a los dos Schitt.

—Nunca los ayudaré, mientras me quede aliento.

El párpado de Schitt-Hawse tembló.

—Oh, nos ayudará, Next… Si no es por Landen, lo hará por su hijo. Sí, lo sabemos. Ahora la dejaremos sola. Y no hace falta que se moleste en buscar ningún libro para ejecutar su truco de desaparición… ¡Nos hemos asegurado de que no haya ninguno!

Volvió a sonreír y salió de la cámara. La puerta se cerró de golpe con un estremecimiento reverberante que me llegó hasta la médula. Me senté en una silla, puse la cabeza entre las manos y lloré lágrimas de frustración, furia y pérdida.

29

Rescatada

La extracción de Thursday de los sótanos de la Goliath ejecutada por la señorita Havisham es de leyenda. No porque nadie lo hubiese hecho antes, sino porque a nadie se le había
ocurrido
hacerlo. Se hicieron famosas y a Havisham le valió su octava portada en la publicación gremial de Jurisficción,
Tipos Móviles,
y a Thursday la primera. Reforzó el lazo que las unía. En los anales de Jurisficción ya había parejas notables como Beowulf y Sneed, Falstaff y Tiggywinkle, Voltaire y Flark. Esa noche Havisham y Next se convirtieron en una de las más importantes parejas que llegaría a ver Jurisficción…

G
ATO DE
AU
DE
W

Diarios de Jurisficción

Lo primero que noté al quedarme encerrada en el sótano de Investigación y Desarrollo de la Goliath, a doce pisos por debajo del suelo, no fue el aislamiento sino el
silencio.
No se oía el zumbido del aire acondicionado, ni fragmentos de conversación a través de la puerta, nada. Pensé en Landen, en la señorita Havisham, Joffy, Miles y luego en el bebé. ¿Qué planeaba Schitt-Hawse para él?, me pregunté. Suspiré, me puse en pie y recorrí el espacio. Estaba iluminado por tubos fluorescentes y tenía un enorme espejo en una pared que supuse que era una galería de observación. En una habitación aparte había un váter, una ducha, un saco de dormir y algunos artículos de baño que alguien me había dejado. Pasé veinte minutos buscando por todos los huecos y recovecos de la habitación, con la esperanza de encontrar una novela olvidada o algo que me pudiese ayudar a escapar. No había nada. Ni siquiera una viruta de lápiz, y menos aún un lápiz. Me senté, cerré los ojos e intenté visualizar la biblioteca, recordar la descripción de la guía de viajes, e incluso recité en voz alta el primer párrafo de
Historia de dos ciudades,
que había aprendido muchos años antes en la escuela. A continuación probé con todas las citas que me sabía de todos los párrafos y poemas que hubiese memorizado, desde Ovidio hasta De La Mare. Cuando se me acabaron pasé a las quintillas satíricas… y acabé contando en voz alta los chistes de Bowden. Nada.

Ni un parpadeo.

Desenrollé el saco de dormir, lo coloqué en el suelo y cerré los ojos con la esperanza de volver a recordar a Landen y comentar el problema con él. En ese momento el anillo que la señorita Havisham me había dado se puso casi insoportablemente caliente, se oyó una breve ventolera y delante de mí tenía una figura. Era la señorita Havisham, y no parecía muy contenta.

—¡Jovencita, tienes muchos problemas!

—No me diga.

No era el tipo de comentario que le gustaba que yo hiciera y, desde luego, esperaba que me levantase al llegar ella, así que usó el bastón para darme un golpe doloroso en las rodillas.

—¡Ah! —dije, recibiendo el mensaje y poniéndome de pie—. ¿De dónde ha salido?

—Los Havisham van y vienen como les apetece —respondió imperiosa —. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Pensé que no le gustaría que saltase a un libro yo sola… sobre todo a Poe.


Eso
no podría importarme menos —comentó la señorita Havisham altiva—. ¡No me importa lo que hagas con las reimpresiones baratas en tu tiempo libre!

—Oh —dije, contemplando su figura severa y preguntándome qué habría hecho mal.

—¡Deberías haber dicho
algo!
—dijo, dando otro paso hacia mí.

—¿Sobre el bebé? —solté.

—No, idiota… ¡Sobre el
Cardenio!

—¿El
Cardenio?

—Sí, sí, el
Cardenio.
¿Cuál era la probabilidad de que un ejemplar en perfecto estado de una obra perdida apareciese de pronto?

—¿Quiere decir —dije, comprendiendo al fin— que es un ejemplar de la Gran Biblioteca?


Claro
que es un ejemplar de la biblioteca… Ese zoquete con la cabeza en las nubes de Snell acaba de informarnos de ello. ¿Qué es ese ruido?

Se oyó un ligero golpe en la puerta cuando alguien trasteó con la cerradura. Aparentemente, habían presenciado la llegada de Havisham.

—Deben de ser Chalk y Cheese —le dije—. Será mejor que se vaya de aquí.

—¡Ni soñarlo! —respondió Havisham—. Nos iremos juntas. Puede que seas una imbécil total y absoluta, pero
eres
responsabilidad mía. El problema es que cuatro metros de hormigón imponen un poco. Voy a tener que
leer
para salir de aquí. ¡Rápido, pásame la guía de viaje!

—Me la quitaron.

—No importa. Valdrá cualquier libro.

—Me lo han quitado
todo,
señorita Havisham.

Miró a su alrededor.

—¿Un panfleto?

—No.


¿Algo
con texto impreso? ¿Lápiz y papel?

—No.

—¡Entonces es posible —exclamó Havisham— que tengamos un problema!

Se abrió la puerta y entró Schitt-Hawse; sonreía a punto de estallar en carcajadas.

—Bien, bien —dijo—. ¡Encierras a una saltalibros y enseguida aparece otra!

Miró el viejo vestido de novia de Havisham y sumó dos y dos.

—¡Por amor de Dios! ¿Es… la señorita Havisham?

Como si aquello fuese su respuesta, Havisham sacó la pistolita y le disparó. Schitt-Hawse soltó un gritito y salió de inmediato por la puerta, que se cerró de golpe.

—¿Estás segura de que aquí no hay nada que leer?—preguntó Havisham con impaciencia—. ¡Debe de haber
algo!

—Ya se lo he dicho. ¡Me lo quitaron todo!

La señorita Havisham alzó una ceja y me miró de arriba abajo.

—Quítate los pantalones, niña… y no digas «¿qué?» con esa insolencia tuya. Haz lo que te digo.

Así lo hice, y la señorita Havisham se pasó la prenda por los dedos buscando algo.

—¡Aquí está! —gritó triunfal mientras abrían la puerta y lanzaban al interior una bomba de gas. Seguí su mirada, pero sólo había encontrado
la etiqueta de lavado.
Debí de poner cara de incredulidad, porque dijo con aire ofendido—: ¡Para mí es suficiente! —Luego repitió en voz alta—: Lavar del revés, lavar y secar por separado, lavar del revés, lavar y secar por separado…

Entramos moviéndonos en el olor penetrante de detergente para ropa y plancha caliente. El paisaje era de un blanco deslumbrante y carecía de profundidad; mis pies estaban firmemente plantados en el suelo y, sin embargo, cuando miraba abajo no podía ver nada excepto blanco rodeando mis zapatos, lo mismo que encima y a los lados. La señorita Havisham, cuyo vestido sucio parecía más desastroso de lo habitual en aquel entorno níveo, miraba a los solitarios habitantes de ese mundo extraño y vacío: cinco siluetas del tamaño de cobertizos formaban una fila perfecta como de piedra. Una era una bañera tosca con un número sesenta, una plancha, una secadora y un par más de cuyo significado no estaba segura. Primero toqué la plancha, cálida y agradable al tacto. Las figuras parecían hechas de algodón comprimido.

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