Perdida en un buen libro (36 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

—¿Ha habido suerte?

—Hemos dado con una idea remodelada que acabó en
Nuestro amigo común,
algunas quintillas verdes y un garabato inteligible al margen… pero poco más.

Havisham le deseó suerte; dijimos adiós y los dejamos excavando.

—¿Eso es raro?

—Descubrirás que por aquí no hay muchas cosas verdaderamente raras —respondió Havisham—. Es lo que hace que este trabajo sea tan divertido. ¿Dónde estábamos?

—Íbamos a saltar a los hechos anteriores al comienzo del libro.

—Lo recuerdo. Para saltar hacia delante sólo tendríamos que concentrarnos en el número de página o, si lo prefieres, en un hecho específico. Para retroceder
antes
de la primera página debemos pensar en números de página
negativos
o en algún acontecimiento que demos por supuesto que sucedió antes del comienzo del libro.

—¿Cómo se concibe un número de página negativo?

—Visualiza algo… Un albatros, digamos.

—¿Sí?

—Vale, ahora quita el albatros.

—¿Sí?

—Ahora quita
otro
albatros.

—¿Cómo voy a hacerlo? ¡Ya no quedan albatros!

—Vale; imagina que te he prestado un albatros para compensar tu déficit de aves marinas. ¿Cuántos albatros tienes ahora?

—Ninguno. —Bien. Ahora relájate mientras yo recupero mi albatros.

Me estremecí cuando un escalofrío me recorrió y, durante un momento fugaz, un hueco con la vaga forma de un albatros se abrió y se cerró delante de mí. Pero lo más extraño fue que durante un brevísimo momento
comprendí
el principio básico de la operación… pero esa comprensión se esfumó como un sueño al despertar. Parpadeé y miré a Havisham.

—Eso —anunció— ha sido un albatros en negativo. Ahora inténtalo tú. Sólo que tienes que emplear números de página en lugar de albatros.

Intenté con todas mis fuerzas imaginar un número de página negativo pero no me salió bien y me encontré en el jardín de Satis House, viendo a dos muchachos preparándose para pelear. La señorita Havisham estuvo a mi lado en un periquete.

—¿Qué haces?

—Intento…

—No, no lo intentes, niña. En este mundo hay dos tipos de personas, las que intentan y las que hacen. Tú eres de las primeras y yo intento convertirte en una de las últimas. ¡Ahora concéntrate, niña!

Así que probé de nuevo y en esta ocasión me encontré en un curioso cuadro vivo
parecido
al cementerio del primer capítulo pero en el cual tumbas, muros e iglesia eran poco más que siluetas de cartón. Los dos personajes, Magwitch y Pip, también eran bidimensionales y permanecían tan inmóviles como estatuas. Sólo que sus ojos se movieron para mirarme cuando salté allí.

—Tú… —susurró Magwitch entre dientes sin mover ni un músculo—, largo.

—¿Disculpe?

—¡Largo! —repitió Magwitch, en esta ocasión con más furia.

Yo reflexionaba sobre todo esto cuando Havisham me alcanzó, me agarró por la mano y saltamos adonde se suponía que debíamos estar.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté.

—El frontispicio. Esto no se te da bien a la primera, ¿verdad?

—Me temo que no.

—No desesperes —dijo la señorita Havisham más amable—, te convertiremos en Agente de Recurso Prosaico.

Recorrimos un embarcadero para llegar al amarre del bote de Havisham, que no era un bote cualquiera. Era un Riva de madera brillante y cromados relucientes. Subí a bordo de la lancha motora y guardé el material.

—¡Soltemos amarras! —gritó Havisham, que parecía recobrar energías en cuanto se subía a cualquier cosa dotada de un motor potente. Hice lo que me dijo. La señorita Havisham arrancó los motores Chevrolet gemelos de gasolina y con un gruñido gutural del escape nos adentramos en la oscuridad del Támesis. De la bolsa saqué dos capas, me puse una y le llevé la otra a la señorita Havisham, quien estaba de pie al timón, con el viento soplando por entre su pelo gris y tirando de su velo desgarrado.

—¿No es un poco anacrónico? —pregunté.

—Oficialmente lo es —respondió Havisham, virando para evitar un pequeño esquife—, pero realmente estamos en el trasfondo menos un día, así que podría haberme traído toda una flota de aviones Harrier de despegue vertical y al circo de los hermanos Ringling al completo y nadie se habría dado cuenta. Si tuviésemos que actuar
durante
el libro, estaríamos limitadas a usar lo disponible… lo que puede ser un incordio.

Nos movíamos corriente arriba contra las olas aceleradas. Era medianoche y yo agradecía la capa. Los jirones de niebla llegaban desde el mar y se acumulaban formando grandes bancos que obligaban a la señorita Havisham a reducir la velocidad; en veinte minutos estuvimos rodeadas por la niebla y nos quedamos a solas en medio de la oscuridad fría. La señorita Havisham apagó los motores y las luces de navegación y nos deslizamos suavemente siguiendo la marea.

—¿Sándwich y sopa? —preguntó, mirando la cesta de
picnic.

—Gracias, señora.

—¿Quieres mi bocadillo?

—Yo estaba a punto de ofrecerle el mío.

Oímos los barcos prisión antes de verlos… el sonido de los hombres tosiendo, maldiciendo y algún grito ocasional de miedo. La señorita Havisham arrancó los motores y se dirigió lentamente hacia el sonido. A continuación la niebla se abrió y vimos el casco de la prisión aparecer frente a nosotras. Era una inmensa masa negra que se alzaba del agua iluminada únicamente por las lámparas de aceite que parpadeaban en las portillas. El viejo buque de guerra estaba retenido de proa a popa por pesadas cadenas de ancla oxidadas sobre las que los desechos se habían ido acumulando. Después de comprobar el nombre del barco, la señorita Havisham redujo la velocidad y paró los motores. Nos deslizamos por los costados del buque prisión y yo usé el bichero para mantenernos separadas. Teníamos las portillas por encima de nosotras y lejos de nuestro alcance, pero al movernos en silencio por el barco nos topamos con una cuerda improvisada que colgaba de una ventana de la cubierta de cañones. Rápidamente até el bote a un anillo saliente y la lancha motora viró y se quedó flotando en el sentido de la corriente.

—¿Ahora qué? —susurré.

La señorita Havisham señaló el salvavidas y yo lo até rápidamente al extremo de la cuerda improvisada.

—¿Eso es todo? —susurré.

—Eso es todo —respondió la señorita Havisham—. Tampoco ha sido para tanto, ¿verdad? ¡Espera! ¡Mira!

Señaló un costado del buque prisión, donde una extraña criatura se había fijado a una portilla. Poseía enormes alas como de murciélago, que plegaba más mal que bien sobre la parte posterior del cuerpo, cubierta por mechones de pelaje enmarañado. Tenía cara de zorro, tristes ojos marrones y un pico largo y delgado que había clavado profundamente en la madera de la portilla. Pasaba de nosotras y emitía sonidos bajos de succión mientras se alimentaba.

Se oyó una tremenda explosión y una bala dio cerca de la criatura. De inmediato, asustada, desplegó las grandes alas y salió volando en la noche.

—¡Mecachis! —dijo la señorita Havisham, bajando la pistola y volviendo a poner el seguro—. ¡He fallado!

El ruido había llamado la atención de los vigilantes.

—¿Quién anda ahí? —gritó uno—. ¡Será mejor que vengáis por asuntos del rey, o por san Jorge que vais a probar el plomo de mi mosquete!

—Soy la señorita Havisham —respondió Havisham disgustada—, en misión de Jurisficción, sargento Wade.

—Le pido disculpas, señorita Havisham —respondió el vigilante—, ¡pero hemos oído un disparo!

—He sido yo —gritó Havisham—. ¡Tienen gramásitos en su barco!

—¿En serio? —respondió el vigilante, inclinándose y mirando—. No veo ninguno.

—Ya se ha ido, idiota adormilado —dijo Havisham para sí misma, añadiendo con rapidez—: bien, en el futuro mantengan los ojos bien abiertos. Si ven alguno más, ¡quiero saberlo de
inmediato!

El sargento Wade le aseguró que así sería, nos deseó buenas noches y desapareció.

—¿Qué repámpanos es un gramásito? —pregunté, mirando nerviosa por si la extraña criatura volvía a aparecer.

—Una forma de vida parásita que vive dentro de los libros y se alimenta de la gramática —explicó Havisham—. Yo no soy una experta, por supuesto, pero el que hemos visto se parecía sospechosamente a un adjetívoro. ¿Ves la portilla de la que se alimentaba?

—Sí.

—Descríbemela.

Miré la portilla y fruncí el ceño. Había esperado que fuese vieja, u oscura, o de madera, o que estuviese podrida, o húmeda, pero no era así. Pero tampoco era estéril, ni vacía, ni neutra. Simplemente era una portilla, ni más ni menos.

—El adjetívoro se alimenta de los adjetivos que
describen
al nombre —explicó Havisham—, pero por lo general deja el sustantivo intacto. Tenemos exterminadores que se encargan de ellos, pero no hay suficientes gramásitos en Dickens como para causar daños importantes… por ahora.

—¿Cómo pasan de un libro a otro? —pregunté. ¿Los gusalibros de Mycroft no serían una especie de gramásitos a la inversa?

—Se filtran en las tapas por resumosis. Por esa razón los estantes de la Biblioteca nunca tienen más de dos metros de largo. Te aconsejo que sigas el mismo criterio en casa. He visto gramásitos convertir una biblioteca en un montón de nombres indigeribles y números de página. ¿Has leído
Tristram Shandy
de Sterne?

—Sí.

—Gramásitos.

—Me queda mucho por aprender —dije en voz baja.

—Estoy de acuerdo —respondió Havisham—. Intento que el gato escriba una actualización de la guía de viaje incluyendo un bestiario, pero tiene mucho trabajo en la Biblioteca y sostener una pluma es complicado cuando sólo tienes zarpas. Vamos, salgamos de esta niebla y veamos de qué es capaz esta motora.

Tan pronto como nos alejamos del barco prisión, Havisham arrancó los motores y lentamente deshizo el camino, de nuevo prestando atención a la brújula. A pesar de ello estuvimos a punto de encallar en seis ocasiones.

—¿Cómo es que conocía al sargento Wade?

—Como representante de Jurisficción en
Grandes esperanzas,
mi obligación es conocer a todos. Si hay cualquier problema, entonces deben comunicármelo.

—¿Todos los libros tienen representantes?

—Todos los que están bajo el control de Jurisficción.

La niebla no se levantó. Pasamos el resto de esa fría noche moviéndonos por entre los barcos anclados en el río. Sólo al amanecer pudimos ver lo suficiente para alcanzar unos tranquilos diez nudos.

Devolvimos el bote al embarcadero y Havisham insistió en que yo me encargase de que las dos volviésemos a su habitación de Satis House, lo que logré al primer intento. Eso me ayudó a recuperar parte de mi confianza perdida. Encendí algunas velas y la ayudé a volver a la cama antes de regresar a Suministros con Wemmick. Hice que me sellasen la otra hoja del albarán, rellené un formulario por el chaleco salvavidas perdido y estaba a punto de regresar a casa cuando un magullado Harás Tweed apareció de la nada y se acercó al mostrador. Tenía la ropa hecha jirones y había perdido una bota y la mayoría de su equipo. Daba la impresión de que
El mundo perdido
no le había sentado muy bien. Me miró a los ojos y me apuntó con un dedo.

—No diga nada. ¡Ni una
sola
palabra!

Pickwick
seguía despierta cuando llegué, a pesar de que eran casi las seis de la mañana. En el contestador tenía dos mensajes: uno era de Cordelia y el otro de Cordelia
muy cabreada.

27

Landen y Joffy una vez más

George Formby nació George Hoy Booth en Wigan, en 1904. Siguió los pasos de su padre en el mundo del
music hall,
adoptó el ukelele como instrumento característico y, para cuando estalló la guerra, era una estrella de las variedades, la pantomima y el cine. Durante el primer año de guerra, él y su esposa Beryl realizaron extensas giras para los soldados, entreteniendo a las tropas y rodando una serie de películas de gran éxito. En 1942 él y Gracie Fields eran los artistas favoritos del país. Cuando la invasión de Inglaterra resultó inevitable, muchos famosos y dignatarios influyentes fueron enviados a Canadá. George y Beryl decidieron quedarse y luchar, tal y como lo expresó George: «¡Hasta la última bala al final del muelle de Wigan!» Pasando a la clandestinidad con la resistencia inglesa y varios regimientos leales de los voluntarios de defensa local, Formby se encargó de la ilegal Radio San Jorge, que emitía canciones, chistes y mensajes a receptores secretos por todo el país. Siempre ocultos, siempre en movimiento, los Formby hicieron uso de sus numerosos contactos en el norte para pasar clandestinamente a muchos pilotos aliados a la Gales neutral y formaron células de la resistencia que hostigaron a los invasores nazis. La orden de Hitler en 1944 de «quemar todos los ukeleles y banjos de Inglaterra» indica hasta qué punto se le consideraba una amenaza. El famoso comentario de George una vez declarada la paz, «¡eh, el tiempo ha mejorado!», se convirtió en una frase hecha para la nación. En la Inglaterra republicana de posguerra se le nombró presidente no ejecutivo de por vida, un puesto que conservó hasta su asesinato.

J
OHN
W
ILLIAMS

La extraordinaria carrera de George Formby

Fue tras dos o tres días de simple trabajo de detective literario y un fin de semana aburrido sin Landen que me encontré completamente despierta y mirando al techo, escuchando el tintineo de las botellas de leche y el sonido de los pies de
Pickwick
sobre el linóleo de la cocina. Los patrones de sueño nunca son del todo correctos en las especies fruto de la ingeniería genética; nadie sabe el porqué. No se había dado ninguna coincidencia importante en los últimos días, aunque la noche de la exposición de Joffy los dos agentes de OpEspec 5 a los que habían ordenado seguir a Slaughter y a Lamb habían muerto en el coche envenenados por dióxido de carbono. Parecía que el tubo de escape del vehículo estaba mal. Lamb y Slaughter llevaban dos días siguiéndome muy indiscretamente. Yo dejaba que lo hicieran; a mí no me molestaban… ni molestaban tampoco a mi asaltante desconocido. En caso contrario, probablemente ya hubiesen estado muertos.

Pero había más cosas de las que preocuparse aparte de OE-5. Tres días después el mundo quedaría reducido a una masa pegajosa de azúcar y proteínas, o eso afirmaba mi padre. Yo misma había visto el mundo rosa y viscoso, pero
también
había visto cómo me disparaban en la estación de Cricklade, por lo que el futuro no es que fuese
exactamente
inmutable… gracias al cielo. El laboratorio no avanzaba; la sustancia rosa no se correspondía con ningún compuesto químico conocido. Curiosamente, el jueves siguiente era también el día de las elecciones generales, y Yorrick Kaine estaba preparado para obtener un buen rédito político gracias a haber «compartido» el
Cardenio
con tanta generosidad. Eso sí, seguía sin arriesgarse… la primera representación pública del texto no se produciría hasta el día posterior a las elecciones. La situación era la siguiente: si la porquería rosa atacaba, Yorrick Kaine tendría la carrera más corta como primer ministro dé la historia. Es más, ese jueves sería el último jueves para todos nosotros.

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