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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (38 page)

—¿De Miles? —dijo Joff—. No veo cómo. Espera un minuto, hermanita… ¿tienes un bollo en el horno? ¿Quién es el padre?

Sonreí entre lágrimas.

—Es de Landen —dije con confianza renovada—. ¡Por Dios, es de Landen!

Y salté de alegría, y Joffy, que no tenía nada mejor que hacer, se unió a mí en los saltos hasta que la señora Scroggins del apartamento de abajo golpeó el techo con el palo de la escoba.

—Hermanita querida… —dijo Joffy tan pronto como dejamos de saltar—. ¿Quién en el nombre de san Zvlkx es Landen?

—Landen Parke-Laine —farfullé feliz—. La CronoGuardia le erradicó pero pasó algo
más
y todavía llevo a su hijo, por tanto, todo está
destinado
a acabar bien, ¿comprendes? Y
tengo
que recuperarle porque si Aornis
me atrapa
entonces él
jamás
habrá existido, nunca jamás… y tampoco el bebé y no puedo soportar esa idea y ya llevo demasiado tiempo sin hacer nada y por tanto voy a entrar en «El cuervo» pase lo que pase… porque ¡si no lo hago me voy a volver loca!

—Me alegro mucho por ti —dijo Joffy—. Has perdido la cabeza por completo, pero me alegro mucho por ti.

Corrí al salón, rebusqué en mi mesa hasta encontrar la tarjeta de visita de Schitt-Hawse y llamé al número. No sonó ni dos veces.

—Ah, Next —dijo con aire triunfal—. ¿Ha cambiado de opinión?

—Entraré en «El cuervo», Schitt-Hawse. Juéguemela y los abandonaré a usted y a su hermano en la peor novela de Daphne Farquitt que pueda encontrar. Créame, puedo hacerlo… y lo haré si es necesario.

Se produjo una pausa.

—Mandaré un coche a recogerla.

Colgué el teléfono, respiré hondo, eché a Joffy en cuanto hubo recuperado las cosas de Miles, me duché y me vestí. Estaba decidida. Recuperaría a Landen sin que importase el riesgo. Seguía sin tener un plan coherente, pero no me preocupaba demasiado… Rara vez lo hacía.

28

«El cuervo»

«El cuervo» fue indudablemente el mejor poema de Edgar Allan Poe y el más famoso, y también era su favorito, el que más le gustaba recitar en las lecturas de poesía. Publicado en 1845, el poema tomaba muchos elementos de
El galanteo de lady Geraldine,
de Elizabeth Barrett, algo que Poe reconocía en la dedicatoria original pero que convenientemente había olvidado cuando explicó cómo escribió «El cuervo» en su ensayo
La filosofía de la composición,
un asunto que resta legitimidad a los ataques de Poe contra Longfellow acusándole de plagiario. Un genio turbulento, Poe también sufrió la ley de la proporcionalidad inversa dinero/fama: cuanto más famoso se volvía, menos dinero tenía. De «El escarabajo de oro», una de sus historias cortas más populares, vendió más de 300.000 ejemplares y sólo obtuvo 100 dólares de ganancia. Con «El cuervo» le fue incluso peor. Todo el beneficio que sacó de uno de los grandes poemas de la lengua inglesa fue de sólo nueve dólares.

M
ILLON DE
F
LOS

¿Quién puso a Poe en el poema?

Sonó el timbre cuando me ponía los zapatos. Pero no era la Goliath. Eran los agentes Lamb y Slaughter. Me alegraba mucho comprobar que seguían con vida; quizás Aornis no los consideraba una amenaza. Yo tampoco.

—Se llama Aornis Hades —les dije mientras daba saltos intentando calzarme el otro zapato—, hermana de Acheron. Ni se os ocurra
enfrentaros
a ella. Cuando dejas de respirar sabes que te has acercado demasiado.


¡Guau!
—exclamó Lamb, buscando un bolígrafo en el bolsillo—. ¡
Aornis
Hades! ¿Cómo se ha enterado?

—La he entrevisto varias veces durante las últimas semanas.

—Debes de tener buena memoria —comentó Slaughter.

—Tengo ayuda.

Lamb encontró un bolígrafo, descubrió que no funcionaba y tomó prestado el lápiz de su compañera. Se le rompió la punta. Le presté el mío.

—¿Puedes repetir el nombre?

Se lo deletreé y él lo apuntó dolorosamente despacio.

—¡Bien! —dije una vez que hubo terminado—. ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Flanker quiere hablar.

Qué interesante. Evidentemente no había descubierto la causa del armagedón del día siguiente.

—Estoy ocupada.

—Ya no estás ocupada —respondió Slaughter, retorciéndose las manos y con aspecto de estar muy incómoda—. Lo lamento… pero estás arrestada.

—¿Ahora
por qué?

—Por posesión de una sustancia ilegal.

No tenía tiempo para tonterías.

—Escuchad, chicos, no sólo estoy ocupada, estoy
realmente
ocupada, y el que Flanker os envíe con cargos inventados sólo nos hace perder el tiempo, a vosotros y a mí.

—Queso —dijo Slaughter, enseñándome la orden de arresto—. Queso
ilegal.
OE-1 encontró un taco de queso aplastado bajo el Hispano-Suiza con tus huellas por todas partes. Formaba parte de una incautación de queso, Thursday. Debería haberse mandado al horno.

Gemí. Era justo lo que Flanker buscaba. Una simple falta que habitualmente implicaba una reprimenda… pero que, si era necesario, podía convertirse en una sentencia de cárcel. En otras palabras, una forma segura de retorcerme el brazo. Antes de que los dos agentes pudiesen tomar aliento les había cerrado la puerta en la cara y bajaba por la escalera de incendios. Los oí gritarme mientras corría hasta la carretera justo a tiempo de que Schitt-Hawse me recogiese. Fue la primera y última vez que me alegré de verle.

Y allí estaba, sin saber con seguridad si había saltado de la sartén para caer en el fuego o si había saltado del fuego para caer en la sartén. Me habían quitado la automática, las llaves y la guía de viaje de Jurisficción. Schitt-Hawse conducía y yo iba sentada en el asiento de atrás… encajada entre Chalk y Cheese.

—Como que me alegro de verle, de una forma muy retorcida. —No hubo respuesta, así que esperé diez minutos y luego pregunté—: ¿Adónde vamos? —Pregunta que tampoco me valió ninguna respuesta. Así que di palmaditas en las rodillas de Chalk y Cheese y dije—: ¿Habéis ido de vacaciones este año?

Chalk me miró un momento, luego miró a Cheese y respondió:

—Fuimos a Mallorca. —Volvió a guardar silencio.

La institución de la Goliath a la que llegamos una hora más tarde había sido su Instalación de Investigación y Desarrollo de Aldermaston. Rodeada por una verja triple de alambre de espino y guardias armados patrullando con tigres dientes de sable, el complejo era un laberinto de edificios sin ventanas recubiertos de aluminio y búnkeres de cemento mezclados con subestaciones eléctricas y grandes conductos de ventilación. Nos dejaron cruzar la puerta y aparcamos en un área de descanso junto a un enorme logotipo tallado en mármol de la Goliath. Allí Chalk, Cheese y Schitt-Hawse rezaron una breve oración de contrición y devoción leal a la Corporación. Completada esa parte, nos abrimos camino un kilómetro entre tuberías, edificios, vehículos militares aparcados, camiones y todo tipo de basura.

—Siéntase honrada, Next —dijo Schitt-Hawse—. Pocos son aquellos a quienes se bendice con la posibilidad de ver este funcionamiento tan profundo de nuestra amada Corporación.

—A cada segundo me siento más humilde, señor Schitt-Hawse.

Llegamos a un edificio bajo de cemento y techo abovedado. En la entrada principal había todavía más medidas de seguridad, y a Chalk, Cheese y Schitt-Hawse tuvieron que escanearles el nudo Windsor como forma de verificación. El guardia de servicio abrió la pesada puerta que daba a un pasillo muy iluminado con una fila de ascensores. Descendimos al Sótano 12, pasamos otro control de seguridad y luego recorrimos un reluciente pasillo dejando atrás puertas con placas metálicas atornilladas que explicaban qué pasaba dentro. Desfilamos por delante de Dispositivos Computacionales Electrónicos, Comunicaciones Taquiónicas, Clavija Cuadrada en Agujero Redondo y nos detuvimos delante de Proyecto Libro. Schitt-Hawse abrió y entramos.

La habitación se parecía bastante al laboratorio de Mycroft excepto que los dispositivos habían sido construidos con más presupuesto. Si las máquinas de mi tío se mantenían unidas por medio de cordel, cartón y goma arábiga, las máquinas de ese laboratorio estaban fabricadas con aleaciones de la más alta calidad. Todos los aparatos de comprobación parecían completamente nuevos y en ninguna parte había ni un átomo de suciedad. Como media docena de técnicos de cara pálida me miraron con curiosidad al pasar. En medio de la sala había un portal parecido a un arco detector de metales; estaba envuelto en miles de metros de delgado cable de cobre apretado. El cable acababa en un haz grueso del ancho del brazo de un hombre que llegaba hasta una gran máquina que zumbaba y cliqueaba. Un técnico le dio a un interruptor, hubo algunos chasquidos, un penacho de humo y todo se apagó. Era un Portal de Prosa pero, lo que es más importante para esta historia, no funcionaba.

Señalé la puerta forrada de cobre que había en medio. Había empezado a humear y los técnicos intentaban apagar el fuego con los extintores.

—¿Se supone que esa
cosa
es un Portal de Prosa?

—Desgraciadamente, sí —admitió Schitt-Hawse—. Como puede que sepa, sólo logramos sintetizar una forma de masa poco densa y como lechosa sacada de los volúmenes uno al ocho de
El mundo del queso.

—Jack Schitt dijo que era Cheddar.

—Jack siempre tendía a exagerar un poco, señorita Next. Por aquí.

Pasamos junto a una enorme prensa hidráulica que intentaba abrir uno de los libros que había visto en el apartamento de la señora Nakajima. La prensa de acero gruñó y se esforzó pero el libro siguió cerrado a cal y canto. Más adelante, un técnico intentaba valientemente quemar un agujero en otro de los libros, con resultados igualmente malos, y más allá otro miraba una radiografía del libro. Tenía algunos problemas, porque dos mil o tres mil páginas de texto y muchos otros documentos adjuntos bien apretados no se dejaban examinar con facilidad.

—¿Qué hacen esos libros, Next?

—¿Quiere que saque a Jack Schitt o no?

En respuesta, Schitt-Hawse dejó atrás otros experimentos y recorrió un pasillo corto para atravesar una enorme puerta de acero que daba a otra habitación que contenía mesa, silla… y a Lavoisier. Leía un ejemplar de los
Poemas
de Edgar Allan Poe y alzó la vista.


Monsieur
Lavoisier, supongo que ya conoce a la señorita Next —dijo Schitt-Hawse. Lavoisier sonrió y saludó con un cabeceo, cerró el libro, lo dejó en la mesa y se levantó. Permaneció en silencio un momento—. Adelante —dijo Schitt-Hawse—, ejecute su truco libresco y Lavoisier reactualizará a su marido como si nada hubiese pasado. Nadie sabrá jamás que se fue… excepto usted, claro.

—Necesito algo más que su promesa, Schitt-Hawse.

—No es
mi
promesa, Next, es una garantía de la Goliath… Créame, tiene remaches de hierro.

—También los tenía el
Titanic
—respondí—. Según mi experiencia, una garantía de la Goliath es agua mojada.

Me miró fijamente y yo le miré a él.

—Entonces, ¿qué quiere? —preguntó.

—Uno: quiero a Landen reactualizado tal y como era. Dos: quiero que me devuelvan mi guía de viajes y que me dejen salir de aquí. Tres: quiero una confesión firmada admitiendo que usó a Lavoisier para erradicar a Landen.

Le miré sin arredrarme, esperando que mi audacia diese en el blanco.

—Uno: de acuerdo. Dos: recibirá el libro
después.
Tres: no puedo hacerlo.

—¿Por qué no? —pregunté—. Trayendo a Landen de vuelta la confesión es irrelevante porque el delito no se cometió nunca… aunque puedo servirme de ella si alguna vez vuelve a intentar algo parecido.

—Quizás —intervino Lavoisier—, acepte este detalle como muestra de mis intenciones.

Me pasó un sobre rígido marrón. Lo abrí y saqué una fotografía de boda de Landen y mía.

—No gano nada con la erradicación de su esposo y tengo mucho que perder, señorita Next. Su padre… bien, con el tiempo le atraparé. Pero tiene mi palabra… si con eso le basta.

Miré a Lavoisier, luego a Schitt-Hawse, finalmente la foto.

—Me hace falta una hoja de papel.

—¿Por qué? —preguntó Schitt-Hawse.

—Porque debo escribir una descripción detallada de este encantador calabozo para poder
volver.

Schitt-Hawse le hizo un gesto a Chalk, quien rae pasó lápiz
y
papel, y yo me senté y escribí la descripción más detallada que pude. La guía de viajes decía que quinientas palabras eran lo adecuado para un salto en solitario, unas mil si tenías la intención de ir con alguien, así que escribí mil quinientas para estar segura. Mientras escribía, Schitt-Hawse miraba por encima del hombro, comprobando que no estuviese describiendo algún otro destino.

—Me lo quedo yo, Next —dijo, haciéndose con el lápiz en cuanto terminé—. No es que no confíe en usted ni nada de eso.

Respiré hondo, abrí mi ejemplar de los
Poemas
de Edgar Allan Poe y leí el primero para mí.

Una vez, una noche terrible, meditaba débil un posible

plan para vengarme de esa maldita Thursday…

El caso de Jane Eyre, sorprendente,

llena mi alma de desprecio silente.

Se alza mi furia de esta prisión de texto

mientras maquino enfebrecido esto.

«¡Déjame salir!

le advierto taxativo
—.
¡Sácame de la celda de este libro

o juro que te retorceré el cuello!»

Seguía cabreado, de
eso
no había ninguna duda. Seguí leyendo:

Ah, aquel lúcido recuerdo de un triste septiembre

cuando esa odiosa agente con engaños me hizo pasar por la puerta de

«El cuervo», hace de eso años.

Que la mañana me libere de este pesar deseo ansiosamente.

Un arma tomaré y será su turno de explorar el dolor profundamente.

No es más que una ramera esa doncella.

Al infierno con ella… ¡para siempre!

—Sigue siendo el viejo Jack Schitt de siempre —murmuré.

—No dejaré que le ponga un dedo encima, señorita Next —me aseguró Schitt-Hawse—. Le arrestaremos antes de que pueda decir
ketchup.
Por tanto, reuniendo valor, ofrecí mis disculpas a la señorita Havisham por ser una estudiante impetuosa, aclaré mente y garganta y luego leí las palabras en voz alta, grandes como la vida misma y tan claras como campanas.

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