T
HURSDAY
N
EXT
Una vida en OpEspec
Dado que todavía me encontraba oficialmente de baja, pendiente del resultado de la vista de OE-1, me fui a casa. Entre en el apartamento, me quité los zapatos y vertí algunos pistachos en el platito de
Pickwick.
Preparé café y llamé a Bowden para charlar largo y tendido, intentando descubrir qué más había cambiado desde la erradicación de Landen. Resultó que no mucho. A Anton le habían acusado igualmente de la carga de la Brigada Ligera Blindada, yo había vivido en Londres diez años, había regresado a Swindon en el mismo momento, incluso había estado de picnic en Uffington el día antes. En una ocasión papá me había dicho que el pasado poseía una asombrosa resistencia al cambio; no bromeaba. Le di las gracias a Bowden, colgué y pinté un rato, intentando relajarme. Como no me salía nada me fui a dar un paseo por Uffington, uniéndome a los curiosos que se habían reunido para ver cómo un camión cargaba el Hispano—Suiza destrozado. La Compañía Aérea Leviatán había puesto en marcha una investigación y ofrecido voluntario a uno de sus directivos para admitir el cargo de homicidio involuntario corporativo. El indefenso ejecutivo ya había empezado a cumplir su sentencia de siete años, con lo que esperaban evitar una demanda cara y perjudicial para la empresa.
Volví a casa, me preparé la cena y me senté delante de la tele, sintonizando la Toad News Network.
—… el negociador del zar ha aceptado del ministro de Asuntos Exteriores la oferta de Tunbridge Wells como compensación de guerra —entonó con seriedad el presentador—. El pequeño pueblo y sus dos mil acres de entorno podrían convertirse en un enclave ruso llamado Botchkamos Istochnik en el centro de Inglaterra y todos los ciudadanos de la nueva colonia rusa tendrían doble nacionalidad. Allí se encuentra Lydia Startright. Lydia, ¿cómo están las cosas?
Apareció en pantalla la reportera más importante de la Toad News Network en la calle principal de Tunbridge Wells.
—Los residentes de este somnoliento pueblecito de Kent manifiestan una mezcla de incredulidad y asombro —respondió Startright con sobriedad, rodeada por un grupo de jubilados cargados con bolsas de la compra y de caras vagamente perplejas—. El frenesí de compra de ropa caliente ha dado paso a una furia dirigida contra el secretario de Exteriores por tomar tal decisión sin mencionar ninguna forma de compensación generosa. Tengo conmigo al oficial de caballería retirado, el coronel Prongg. Dígame, coronel, ¿cuál fue su reacción al saber que quizás el mes que viene sea usted el coronel Pronski?
—Bien —dijo el coronel en tono agraviado—. Debo decir que la decisión me repugna y me horroriza. Estoy horrorizado y asqueado al máximo. No me pasé cuarenta años luchando contra los rusos para convertirme en uno de ellos en mi jubilación. ¡La señora Prongg y yo nos mudaremos, está claro!
—Dado que la Rusia Imperial es la segunda nación más rica del planeta —respondió Lydia—, Tunbridge Wells podría acabar siendo, como pasa con la isla de Fetlar, una importante institución bancaria en el extranjero al servicio de la fortuna de la nobleza rusa.
—Evidentemente —respondió el coronel concentrándose intensamente —, tendría que esperar a ver cómo salen las cosas antes de tomar la decisión final. Pero si el cambio implica inviernos más fríos, nos mudaremos a Brighton. A Chilblains, ya sabe.
—Ahí lo tienes, Carl. Lydia Startright informando para Toad News Network, Tunbridge Wells.
Otra vez en pantalla el estudio.
—Problemas en Mole TV —siguió diciendo el presentador—, y un tremendo golpe para los productores de
Sobreviviendo a Cortés,
la popular serie del canal sobre la reconstrucción de la conquista azteca, cuando, en lugar de ser simplemente expulsado por votación del estudio cerrado de Tenochtitlan, un participante fue sacrificado al dios Sol. El programa ha sido cancelado y se ha iniciado una investigación. Mole TV ha manifestado que «nos sentimos consternados por el incidente y lo lamentamos», pero señala que el programa «era el más visto en TV, incluso
después
del sacrificio». ¿Brett?
Otro presentador apareció en pantalla.
—Gracias, Carl. Henry, un macho joven de dos toneladas y media de la manada de Kirkbride ha sido el primer mamut en llegar hasta los pastos invernales de Redruth a las 6.07 de esta tarde. Clarence Oldspot estaba allí. ¿Clarence?
En pantalla apareció un campo de Cornwall con un mamut con cara de aburrimiento casi invisible tras una aglomeración de reporteros de televisión y aficionados. Clarence Oldspot seguía vestido con su chaqueta de guerra y parecía amargado de tener que informar sobre herbívoros peludos, antiguamente extintos, en lugar de hacerlo desde el frente de Crimea.
—Gracias, Brett. Bien, la migración parece haber llegado de verdad y Henry, un competidor desconocido, fastidió a los corredores de apuestas cuando…
Cambié de canal. Apareció
¿Nombra esa frutal,
el nauseabundo programa concurso. Volví a cambiar para encontrarme con un documental sobre los lazos del partido
whig
con los grupos radicales baconianos de los setenta. Pasé por otros canales antes de regresar a la Toad News Network.
Sonó el teléfono y contesté.
—Soy Miles —dijo una voz que sonaba a cien flexiones en menos de tres minutos.
—¿Quién?
—Miles.
—¡Aaah! —dije conmocionada. Miles. Miles Hawke, el propietario de los calzoncillos y esa chaqueta deportiva de tan mal gusto.
—¿Thursday? ¿Estás bien?
—¿Yo? Genial. Genial. Absolutamente genial. No podría estar mejor. ¿Cómo estás
tú?
—¿Quieres que me pase? Estás rara.
—¡No! —respondí demasiado bruscamente—. Es decir, que no, gracias… es decir, nos vimos hace sólo… eh…
—¿Hace dos semanas?
—Sí. Y estoy muy ocupada. Dios, sí que estoy ocupada. Nunca he estado tan ocupada. Así soy yo. Ocupada como alguien ocupado…
—He oído que te enfrentaste a Flanker. Estaba preocupado.
—¿Tú y yo alguna vez…?
No podía decirlo, pero tenía que saberlo.
—¿Y tú y yo alguna vez qué?
—¿Tú y yo…?
Piensa, piensa.
—¿Tú y yo alguna vez… hemos ido a ver las migraciones de mamuts?
¡Rayos y centellas!
—¿Las migraciones? No. ¿Deberíamos haberlo hecho? ¿Estás
segura
de que estás bien?
Empezaba a sentir pánico… lo que era una tontería dadas las circunstancias. Cuando me enfrentaba a personajes como Hades no sentía nada de pánico.
—Sí… es decir, no. Vaya. Llaman a la puerta. Debe de ser el taxi. —¿Un taxi? ¿Qué le ha pasado a tu coche?
—Una pizza. Un taxi repartidor de pizzas. ¡Tengo que dejarte!
Y antes de que pudiese protestar, colgué.
Me di un golpe en la frente con la mano y murmuré:
—¡Idiota… idiota… idiota!
Luego corrí por el piso como una lunática, cerrando todas las cortinas y apagando todas las luces por si Miles decidía pasarse a verme. Me senté en la oscuridad escuchando un rato cómo
Pickwick
chocaba con el mobiliario antes de decidir que me estaba portando como una imbécil y optase por irme a la cama con un ejemplar de
Robinson Crusoe.
Cogí una linterna de la cocina, me desvestí en la oscuridad y me metí en la cama. Di unas cuantas vueltas en el colchón desconocido y luego me puse a leer, esperando en cierta forma repetir el éxito parcial que había logrado con
Los conejitos Pelusa.
Leí sobre el naufragio de Crusoe, su llegada a la isla, y me salté las aburridas reflexiones religiosas. Paré de leer un momento y miré mi dormitorio para comprobar si pasaba algo. Nada; el único cambio de la habitación era la claridad intermitente de los focos de los coches que giraban al salir de la calle a la que daba la ventana. Oí a
Pickwick
hacer
ploc
para sí y volví al libro. Estaba más cansada de lo que pensaba y, mientras leía, me hundí en el sopor.
Soñé que estaba en una isla, caliente y seca. Las palmeras se agitaban lánguidas a la débil brisa, el cielo era de un azul profundo, la luz del sol pura y limpia. Me metí descalza en las olas, dejando que el agua me enfriase los pies al caminar. Había un pecio de mástiles rotos y jarcias enredadas encallado en un arrecife, a cien metros de la costa. Mientras miraba, vi a un hombre desnudo subir a bordo, rebuscar por cubierta, ponerse un par de pantalones y desaparecer bajo cubierta. Después de esperar unos momentos y no volver a verle, seguí caminando por la playa, donde encontré a Landen sentado bajo una palmera mirándome con una sonrisa en la cara.
—¿Qué miras? —le pregunté, devolviéndole la sonrisa y alzando la mano para protegerme del sol.
—Había olvidado lo bonita que eres.
—¡Oh, para!
—Lo digo en serio —respondió mientras se ponía en pie y me abrazaba con fuerza—. Te echo mucho de menos.
—Yo también te echo de menos —le dije—, pero ¿dónde estás?
—No estoy del todo seguro —respondió confuso—. Hablando estrictamente, no creo que esté en ninguna parte… Simplemente estoy aquí, viviendo en tus recuerdos.
—¿Esto es mi memoria? ¿Cómo es?
—Bien… —respondió Landen—, tiene partes realmente
sobresalientes
pero también algunas bastante horribles… En ese aspecto, es un poco como Mallorca. ¿Te apetece té?
Miré a mi alrededor buscando el té, pero Landen se limitó a sonreír.
—No llevo aquí mucho tiempo, pero he aprendido un par de trucos. ¿Recuerdas aquel sitio de Winchester donde tomamos bollos recién sacados del horno? ¿Recuerdas? En el segundo piso, cuando llovía fuera y el hombre del paraguas…
—¿Darjeeling o Assam? —me preguntó la camarera.
»Darjeeling —respondí—, y dos meriendas. Mermelada de fresa para mí y membrillo para mi amigo.
La isla había desaparecido. En su lugar nos encontrábamos en el salón de té de Winchester. La camarera tomó nota, sonrió y se fue. El local estaba lleno de parejas de mediana edad con aspecto amistoso vestidas de
tweed.
Era tal y como lo recordaba.
—¡Es un buen truco! —exclamé.
—¡Yo no he hecho nada! —respondió Landen, sonriendo—. Todo esto es tuyo. Hasta el más pequeño detalle. Los olores, los sonidos…
todo.
Miré a mi alrededor maravillándome en silencio.
—¿Puedo recordar todo esto?
—No del todo, Thurs. Mira de nuevo a nuestros compañeros de té.
Me volví en la silla y examiné la estancia. Todas las parejas eran más o menos idénticas: de mediana edad, vestidas de
tweed
y conversando con acento de los condados londinenses. Realmente no hablaban ni comían coherentemente; simplemente se movían y murmuraban para ofrecer la
impresión
de un salón de té atestado.
—Fascinante, ¿verdad? —dijo Landen emocionado—. Como en realidad no puedes recordar nada sobre los que estaban aquí, tu mente ha rellenado la sala con una amalgama de personajes que esperarías ver en un salón de té de Winchester. Papel pintado mnemónico, digamos. No hay nada aquí que no te resulte familiar. Los cubiertos son los de tu madre y los cuadros de las paredes una mezcla de los que teníamos en casa. La camarera es una combinación de Lottie, de tu almuerzo con Bowden, y de la mujer de la tienda de comida para llevar. Todos los espacios en blanco de tus recuerdos se han rellenado con algo que
sí
recuerdas… una especie de carta de datos para llenar lagunas.
Volví a mirar al resto de la clientela, que ahora parecía no tener cara.
Súbitamente se me ocurrió una idea inquietante.
—Landen, no habrás recorrido los últimos años de mi adolescencia, ¿verdad?
—Claro que no. Sería como abrir tu correo.
Me alegraba. Mi improbable encaprichamiento de un chico llamado Dorren y mi torpe introducción al mundo femenino en la parte posterior de un Morris 8 robado no eran situaciones que quisiese que Landen contemplase en toda su gloria estremecedora. Por una vez, deseaba tener mala memoria… o que el tío Mycroft hubiese perfeccionado el dispositivo para borrar recuerdos. Landen me sirvió el té y preguntó:
—¿Cómo van las cosas por el mundo real?
—Tengo que encontrar la forma de entrar en los libros —le dije—. Mañana tomaré el Gravetubo a Osaka y veré si puedo localizar a alguien que conociese a la señora Nakajima… Es muy improbable, pero quién sabe.
—Cuídate, no…
Landen calló de pronto porque vio algo por encima de mi hombro. Me volví para ver a la última persona que hubiese querido que estuviera allí. Me puse en pie rápidamente, tiré la silla con estruendo y apunté con la automática a la figura alta que acababa de entrar en el salón de té.
—¡Eso no hace falta! —Acheron Hades sonrió—. La forma de matarme en este lugar es olvidarme, y hay tantas probabilidades de que lo hagas como de que olvides al maridito aquí presente.
Miré a Landen, quien se encogió de hombros.
—Lo lamento, Thurs. Tenía intención de contártelo. Está muy vivo en tus recuerdos… pero es inofensivo, te lo aseguro.
Hades dijo a una pareja cercana que se largase si sabía lo que le convenía y se sentó a comerse el pastel de cereales que no se habían terminado. Era exactamente como le había visto por última vez en el tejado de Thornfield… Incluso su ropa humeaba un poco. Olía el calor seco del fuego en la vieja mansión de Rochester, casi podía oír el crepitar del fuego y el alarido sobrenatural de Bertha cuando Hades la lanzó a la muerte. Me dedicó una sonrisa altanera. Estaba relativamente seguro en mis recuerdos y lo sabía bien… lo peor que podía pasarle era que me despertase.
Me guardé la pistola.
—Hola, Hades —dije, sentándome otra vez—. ¿Té?
—¿De veras? Muy amable por tu parte.
Le serví una taza. Le puso cuatro terrones de azúcar y observó a Landen un rato con mirada inquisitorial antes de preguntar:
—Entonces, tú eres Parke-Laine, ¿eh?
—Lo que queda de él.
—¿Y tú y Next estáis enamorados?
—Sí.
Agarré la mano de Landen como si quisiese reforzar esa afirmación.
—Yo también me enamoré en una ocasión —murmuró Hades con sonrisa triste y distante—. Estaba locamente enamorado, a mi modo. Solíamos planear juntos actos horribles, y para celebrar nuestro primer aniversario prendimos fuego a un enorme edificio público. Luego nos sentamos en una colina cercana a contemplar cómo el incendio iluminaba el cielo. Los gritos de los ciudadanos aterrorizados eran una sinfonía para nuestros oídos.