Perdida en un buen libro (21 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Recorrí lentamente el pasillo, pasando los dedos por los lomos y escuchando su agradable ritmo, reconociendo de vez en cuando algún título. Después de recorrer un par de cientos de metros llegué a un segundo pasillo que se cruzaba con el primero. En el cruce se abría un enorme vacío circular rodeado por una barandilla de hierro forjado y con una escalera de caracol fija a un lado. Miré abajo con cuidado. A no más de diez metros había otro piso, exactamente como el que ocupaba yo. Pero en medio de ese piso había otro hueco circular a través del cual podía ver otro piso, y otro, y otro y así hasta las profundidades de la biblioteca. Alcé la vista. Por encima de mí el panorama era el mismo: más aberturas circulares y la escalera de caracol alzándose hasta una altura descomunal. Me apoyé en la barandilla y miré una vez más la vasta biblioteca.

—Bien —le dije al aire—, creo que ya no estoy en Osaka.

16

Entrevista con el gato

El gato de Cheshire fue el primer personaje al que conocí en Jurisficción y sus esporádicas apariciones animaron el tiempo que pasé allí. Me dio muchos consejos. Algunos eran buenos, algunos malos y otros incongruencias sin sentido que me confunden incluso ahora que lo pienso. Y, sin embargo, durante todo ese tiempo, nunca descubrí su edad, de dónde venía ni adónde iba cuando se desvanecía. Era uno de los misterios menores de Jurisficción.

T
HURSDAY
N
EXT

Las crónicas de Jurisficción

—¡Una visitante! —exclamó una voz a mi espalda—. ¡Qué sorpresa tan
deliciosa!

Me volví y me asombré de ver a un gato inmenso y peludo sentado precariamente en el estante superior. Me miraba con una curiosa mezcla de locura y benevolencia, y estaba bastante inmóvil excepto por la punta de la cola, que ocasionalmente agitaba de un lado a otro. Nunca me había encontrado con un gato parlante, pero como solía decir mi padre, los buenos modales no cuestan nada.

—Buenas tardes, señor Gato.

El gato abrió muchos los ojos y la sonrisa le desapareció de la cara. Miró el pasillo de arriba abajo un momento y luego preguntó:

—¿Yo?

Contuve la risa.

—No veo a ningún otro.

—¡Ah! —respondió el gato, sonriendo más que nunca—. Eso es porque padeces una
ceguera temporal a los gatos.

—Me parece que nunca había oído de la existencia de tal cosa.

—Es muy habitual —respondió despreocupadamente—. Supongo que has oído hablar de la ceguera al percal, que es cuando no puedes ver el percal.

—Es
parcial,
no percal —le corregí.

—A

me suena igual.

—Supongamos que padezco en efecto ceguera a los gatos —aventuré—. Entonces, ¿cómo es que te veo a ti?

—Supongamos que cambiamos de tema —respondió el gato—. ¿Qué te parece la biblioteca?

—Es muy grande —murmuré, mirando a mi alrededor.

—Trescientos kilómetros desde aquí en cualquier dirección —dijo el gato despreocupadamente, poniéndose a ronronear—, veintiséis pisos sobre el suelo, veintiséis subterráneos.

—Debe contener un ejemplar de todos los libros escritos —comenté.

—De todos los libros que se
escribirán
—me corrigió el gato—, y de otros más.

—¿Cuántos?

—Bien, yo no los he contado personalmente, pero desde luego más de doce.

—Eres el gato de Cheshire, ¿verdad? —pregunté.

—Yo
era
el gato de Cheshire —respondió, ligeramente agraviado—. Pero modificaron los límites del condado, por lo que técnicamente ahora soy el gato de la Autoridad Unitaria de Warrington, que no suena tan bien. Oh, y bienvenida a Jurisficción. Te gustará esto; todos estamos
bastante
locos.

—Pero yo no quiero estar entre locos —respondí indignada.

—Oh, eso no lo puedes evitar —dijo el gato—. Aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.

Chasqueé los dedos.

—¡Espera un segundo! —exclamé—. ¡Ésta es la conversación que mantienes en
Alicia en el país de las maravillas,
justo después de que el bebé se convierta en cerdo!

—¡Ah! —respondió el gato con un gesto de enfado de la cola—. Te crees que puedes escribir tus propios diálogos, ¿eh? He visto gente que lo intentaba; dista de ser un espectáculo agradable. Pero como tú quieras. Y lo que es más, el bebé se convirtió en un lerdo, no en un cerdo.

—En realidad, fue en un cerdo.

—Lerdo —dijo testarudo el gato—. ¿Quién sale en el libro, tú o yo?

—Fue un cerdo —insistí.

—¡Vale! —exclamó el gato—. Iré a comprobarlo. Pero ya te puedo decir que vas a quedar como una tonta.

Y, diciendo esto, se desvaneció.

Me quedé allí de pie un segundo o dos y empezó a aparecer la cola del gato, luego el cuerpo y, finalmente, la cabeza y la boca.

—¿Y bien? —pregunté.

—Vale —refunfuñó el gato—. Sí que
era
un cerdo. Ya no oigo tan bien como antes; creo que es por toda esa pimienta. Por cierto, casi lo olvido. Eres la aprendiza de la señorita Havisham.

—¿La señorita Havisham? ¿La señorita Havisham de
Grandes esperanzas?

—¿Hay otra? Te irá bien… recuerda no mencionar la boda.

—Lo intentaré. Un segundo… ¿aprendiza?

—Claro. Llegar hasta aquí no es más que la mitad de la aventura. Si quieres unirte a nosotros tendrás que aprender el oficio. Ahora mismo sólo puedes viajar. Con un poco de práctica podrías aprender tú sola a saltar a una página en concreto. Pero si quieres profundizar en el trasfondo o aventurarte más allá de la contraportada, tendrás que aprender. Vaya, cuando la señorita Havisham acabe contigo te parecerá de lo más normal visitar los primeros borradores, los personajes eliminados o los capítulos descartados que no tienen demasiado sentido. Quién sabe, incluso es posible que entreveas el núcleo del libro, el punto central de energía que mantiene unida una novela.

—¿Hablas del lomo? —pregunté, porque todavía se me escapaba su lógica.

El gato agitó la cola como un látigo.

—No, tonta, de la idea, el concepto, la
chispa.
Una vez captado el concepto primario de un libro, todo lo demás que puedas ver o sentir te resultará tan interesante como una mancha en la alfombra. Intenta imaginarlo: estás sentada sobre la blanda hierba en una cálida tarde de verano, delante de una puesta de sol espectacular; el aire está repleto de música inspiradora y tienes en las manos un libro maravilloso. ¿Te lo imaginas?

—Creo que sí.

—Vale, imagina ahora un plato enorme de crema tibia justo delante de ti y piensa en lamerlo
bien despacio
hasta que tengas los bigotes completamente empapados.

El gato de Cheshire se estremeció de placer.

—Si imaginas todo eso y lo multiplicas por mil, entonces, quizá, sólo
quizá,
tendrás una idea de qué estoy hablando.

—¿Puedo pasar de la crema?

—Como te parezca. Después de todo, es tu fantasía. —Y, con un latigazo de la cola, volvió a desaparecer. Me giré para explorar el entorno y me sorprendió encontrar al gato de Cheshire sentado en otro estante, al otro lado del largo pasillo—. Pareces un poco mayor para ser aprendiza —añadió doblando las patas y mirándome con tanta intensidad que me puse nerviosa—. Te esperamos desde hace casi veinte años. ¿Dónde has estado?

—Yo… yo… no sabía que pudiera hacerlo.

—Lo que quieres decir es que
sabías
que
no podías…
Es una situación totalmente diferente. Lo importante es, ¿crees poseer lo que hace falta para sernos de ayuda en Jurisficción?

—La verdad es que no lo sé —respondí, muy sinceramente, y añadí—: ¿qué
haces
tú? —Porque no veía razón para que me estuviese haciendo todas esas preguntas.

—Yo —respondió orgullosamente—, soy el bibliotecario.

—¿Cuidas de todos estos libros?

—Claro —respondió orgulloso—. Pregúntame lo que quieras.


Jane Eyre
—dije, con la intención exclusivamente de saber dónde estaba, pero cuando el gato respondió comprendí que
allí
un bibliotecario no tenía nada que ver con los que yo conocía en mi mundo.

—Situado en el puesto 728 de los libros de ficción favoritos jamás escritos —respondió el gato como un loro—. Lecturas totales hasta la fecha: 82.581.430. Cifras actuales de lectores: 829.321… 1.421 de los cuales lo leen ahora mismo. Es una buena cifra; muy posiblemente se debe a que hace poco salió en las noticias.

—Entonces, ¿cuáles el libro más leído?

—¿Hasta ahora o por siempre jamás?

—Por siempre jamás.

El gato pensó un momento.

—En ficción, el libro más leído por siempre es
Matar a un ruiseñor.
No sólo porque es una lectura estupenda, sino porque de todos los clásicos de los vertebrados es el único que se podía traducir realmente bien al artrópodo. Y si fracturas el mercado de las langostas, si me perdonas la broma, dentro de mil millones de años conseguirás colocar un buen montón de ejemplares. El título artrópodo es:
tlkîltlîlkîxlkilkïxlklï
o, literalmente,
El pasado estado inexistente del cíclido.
Atticus Finch es una langosta llamada
Tklîkï,
y defiende a un cangrejo herradura llamado
Klikïflik.

—¿Qué tal está?

—No muy mal, aunque la escena de las gambas es un poco angustiosa. También son los lectores crustáceos los que convierten a Daphne Farquitt en una autora tan importante.

—¿Daphne Farquitt? —repetí algo sorprendida—. ¡Pero si sus libros son
horribles!

—Sólo para nosotros. Para los artrópodos muy evolucionados, la obra de Farquitt es sagrada y religiosa hasta la locura. Escucha, yo no soy ningún fan de Farquitt, pero su novela puramente comercial y vagamente sexual
El señor de High Potternews
desencadenó una de las guerras peores, más sangrientas y rompeconchas que el planeta haya presenciado jamás.

Empezaba a entenderlo.

—Entonces, ¿todos estos libros son responsabilidad tuya?

—Efectivamente —respondió el gato despreocupadamente.

—Si quisiese entrar en un libro, ¿podría simplemente abrirlo y leerlo?

—No es
tan
fácil —respondió el gato—. Sólo puedes entrar en un libro si alguien ya ha encontrado un camino de entrada y luego ha salido a través de la biblioteca. Cada libro, observarás, esta encuadernado en rojo o verde. Verde significa «abierto», rojo «cerrado». En realidad, es muy fácil… no eres ciega a los colores, ¿verdad?

—No. Por tanto, si quisiese entrar en… oh, no sé, escojamos un título al azar… «El cuervo», entonces…

Pero el gato hizo una mueca en cuanto pronuncié el título.

—¡Hay algunos lugares a los que
no deberías ir!
—me advirtió en un susurro—. La obra de Edgar Allan Poe es uno de ellos. Sus libros no están fijos; los acompaña cierta
extrañeza.
La mayoría de la ficción gótica macabra tiende a ser así… Sade es igual; también lo son Webster, Wheatley y King. Entra en uno de ésos y es posible que
nunca
vuelvas a salir… tienen tendencia a
entretejerte
en la historia y, antes de que te des cuenta, allí estás, atrapado. Deja que te muestre algo.

Y de pronto nos encontrábamos en un vestíbulo con eco. Enormes columnas dóricas sostenían una enorme bóveda. Suelo y paredes eran de mármol rojo oscuro y me recordaban el vestíbulo de entrada de un viejo hotel… sólo que cuarenta veces mayor. Podríamos haber metido dentro una nave aérea y
todavía
habría quedado sitio para una carrera aérea. Había una alfombra roja hasta las altas puertas y todos los metales relucían como el oro.

—Aquí es donde honramos a los boojuminados —dijo el gato con voz tranquila. Agitó una pata en dirección a un enorme monumento conmemorativo de granito del tamaño de dos coches puestos en vertical uno encima del otro. El monumento tenía la forma de un enorme libro abierto por el centro y alargado, con la figura de una persona que entraba a pie en la página izquierda. En la página opuesta había filas y filas de nombres. Un artesano grababa delicadamente un nuevo nombre con un martillo y un cincel. Respetuosamente se tocó el sombrero y siguió trabajando.

—Agentes de Recurso Prosaico borrados o perdidos cumpliendo con su deber —explicó el gato desde donde estaba, en lo alto de la estatua—. Llámalo el Boojumento.

Señalé uno de los nombres.

—¿Ambrose Bierce era agente de Jurisficción?

—Uno de los mejores. ¡Querido y dulce Ambrose! Un maestro de la prosa pero
bastante
inquieto. Entró, solo, en «La vida literaria de Thingum Bob», un relato de Poe que nadie pensaba que contuviese tales horrores. —El gato suspiró antes de continuar—: Intentaba encontrar una puerta trasera para entrar en los
Poemas
de Poe. Sabemos que puedes ir de «Thingum Bob» a «El gato negro» por medio de un verbo inestable en el tercer párrafo, y de «El gato negro» a «La caída de la Casa Usher» por el simple procedimiento de alquilar un caballo en los establos; desde ahí esperaba usar el poema de
Usher,
«El palacio encantado», para catapultarse al resto de la obra poética de Poe.

—¿Qué sucedió?

—Nunca volvimos a saber nada de él. Dos colegas librosploradores fueron tras su pista… Uno perdió el aliento y el otro… bien, el pobre Ahab se volvió completamente loco… se obsesionó con que lo perseguía una ballena blanca. Sospechamos que Ambrose fue emparedado, metido en un barril de amontillado, acabó enterrado vivo o tuvo algún otro destino inexpresable. Se decidió que Poe quedaba extra límites.

—En el caso de Antoine de Saint-Exupéry, ¿desapareció también durante una misión?

—En absoluto; se estrelló durante una salida de reconocimiento.

—Fue una tragedia.

—Efectivamente lo fue —respondió el gato—. Me debía cuarenta francos y había prometido enseñarme a tocar a Debussy al piano usando sólo naranjas.

—¿Naranjas?

—Naranjas. Vale, tengo que irme. La señorita Havisham te lo explicará todo. Entra por esas puertas a la biblioteca, toma el ascensor hasta el cuarto piso; es la primera a la derecha y los libros están como cien metros a tu izquierda.
Grandes esperanzas
está encuadernado en verde, así que no deberías tener problemas.

—Gracias.

—Oh, de nada —dijo el gato y, agitando la patita empezó a desvanecerse, muy lentamente, desde la punta de la cola. Le quedó sólo tiempo de pedirme que le comprase Mininoliciosa de atún la próxima vez que pasase por casa antes de desvanecerse completamente y me quedé sola junto al Boojumento de granito, con los golpes débiles del martillo del artesano reverberando en el techo del vestíbulo de la biblioteca.

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