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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (37 page)

Cerré los ojos y pensé en Landen. Allí estaba, como mejor lo recordaba: sentado en su estudio dándome la espalda, desconectado del mundo, escribiendo. La luz del sol penetraba por la ventana y el repiqueteo familiar de la vieja máquina de escribir Underwood era una agradable melodía para mis oídos. Se detenía de vez en cuando para leer lo escrito, corregía con el lápiz entre los dientes o, simplemente, se detenía por detenerse. Yo me apoyé en la puerta un rato y sonreí. Él murmuró una frase que había escrito, rió un poco y tecleó más deprisa, golpeando el retorno de carro con una floritura. Tecleó animadamente unos cinco minutos hasta que paró, se sacó el lápiz de la boca y se volvió.

—Eh, Thursday.

—Hola, Landen. No quería molestarte; ¿vuelvo…?

—No, no —dijo a toda prisa—, esto puede esperar. Simplemente me alegro de verte. ¿Cómo van las cosas ahí fuera?

—Aburridas —le dije desanimada—. Después de Jurisficción, el trabajo de OpEspec resulta tan aburrido como mirar el polvo. Flanker de OE-1 todavía me la tiene jurada, puedo sentir el aliento de la Goliath en el cuello y ese Lavoisier me usa para capturar a papá.

—¿Te ayudaría sentarte en mi regazo?

Así lo hice y le abracé con fuerza.

—¿Cómo está Junior?

—Junior es más pequeño que una judía pero no deja que me olvide de su presencia. Casi siempre una bebida energética me quita las náuseas. A estas alturas debo de haberme bebido una piscina entera de ese líquido.

Una pausa.

—¿Es mío? —preguntó.

Le volví a agarrar con fuerza pero no dije nada. Él lo comprendió y me acarició el hombro.

—Hablemos de otra cosa. ¿Cómo te va en Jurisficción?

—Bien —dije, sonándome la nariz con fuerza—. No se me da muy bien lo de saltar a los libros. Quiero que vuelvas, Land, pero sólo voy a tener una oportunidad con «El cuervo» y quiero hacerlo bien. Hace casi tres días que no sé nada de Havisham… no sé cuándo será la siguiente misión.

Landen movió la cabeza lentamente.

—Dulzura, no quiero que entres en «El cuervo». —Le miré—. Ya lo has oído. Deja a Jack Schitt donde está. ¿Cuánta gente hubiese muerto de haberse salido con la suya con el rifle de plasma? ¿Mil? ¿Diez mil personas? Escucha, puede que tus recuerdos pierdan definición, pero yo seguiré aquí, los buenos momentos…

—Pero no quiero sólo los buenos momentos, Land. Quiero
todos
los momentos. Los momentos de mierda, las discusiones, esa costumbre molesta tuya de intentar siempre llegar a la siguiente estación de servicio y quedarte sin gasolina. Que te metas el dedo en la nariz, te tires pedos en la cama. Pero más aún, quiero los momentos que todavía no se han producido… el futuro. ¡
Nuestro
futuro! Voy a
sacar
a Schitt, Land… no creas lo contrario.


Una vez más,
hablemos de otra cosa —dijo Landen—. Escucha, me preocupa un poco que alguien esté intentando matarte con coincidencias.

—Puedo cuidarme sola.

Me miró solemne.

—No lo dudo ni por un momento. Pero yo sólo estoy vivo en tus recuerdos… y en algunos de mi madre en los que lloro y vomito, supongo… y sin ti, no soy nada,
en absoluto.
Por tanto, si la próxima vez el que juega con la entropía tiene suerte, tú y yo estaremos acabados… pero al menos tú tendrás tumba y una lápida según dictan las normas de OpEspec.

—Comprendo lo que dices, por muy mal que lo expreses. ¿Viste cómo usé la última vez la reducción de entropía para localizar a la señora Nakajima? Fue astuto, ¿no?

—Inspirado. Bien, ¿se te ocurre
cualquier
factor, excepto la víctima potencial, que relacione los tres ataques?

—No.

—¿Estás segura?

—Completamente. Lo he pensado mil veces. Nada.

Landen pensó durante un momento, se tocó la sien con un dedo y sonrió.

—No estés tan segura. Yo también he estado echando un vistazo y, bien, quiero que veas algo.

Y allí estábamos, en la plataforma de la estación de Skyrail, en South Cerney. Pero no era un recuerdo en movimiento, como los otros que había disfrutado de Landen. Estaba inmóvil, como una imagen congelada de vídeo… y al igual que una imagen congelada de vídeo no era muy buena sino borrosa y movida.

—Vale, ¿ahora qué? —pregunté mientras recorríamos la plataforma.

—Mira a todos. Mira si reconoces a alguien.

Entré en el tren y caminé por entre los protagonistas del fiasco, inmóviles como estatuas. Los rostros más definidos eran los del conductor neandertal, la mujer elegante, la dueña de
Pixie Frou-Frou
y la señora del crucigrama. El resto eran formas vagas, formas genéricas de mujer y poco más… ningún recuerdo les daba entidad. Lo comenté.

—Bien —dijo Landen—, ¿y qué opinas de ella?

Allí estaba la joven sentada en el banco de la estación, aplicándose maquillaje con el espejito. Nos acercamos y miré atentamente el rostro borroso e indefinido que sobresalía apenas de mis recuerdos.

—Sólo la entreví un momento, Land. De complexión media, de veintipocos años, zapatos rojos. ¿Y qué?

—Estaba aquí cuando llegaste. Está en el andén par ir hacia el sur, todos los trenes paran en todas las estaciones… pero ella
no
subió al Skyrail. ¿No es sospechoso?

—En realidad no.

—No —dijo Landen, un poco abatido—. No es exactamente una prueba definitiva, ¿verdad? A menos —sonrió— que mires esto.

Y un instante después nos encontrábamos en Uffington el día del
picnic.
Nerviosa, alcé la vista. El enorme Hispano—Suiza colgaba inmóvil en el aire a quince metros de altura.

—¿Algo te llama la atención? —preguntó Landen.

Miré cuidadosamente. Era otra estrafalaria viñeta congelada. Todos y todo estábamos allí: el mayor Fairwelle, Foe Long, mi antiguo capitán de cróquet, los mamuts, el mantel… incluso el queso de contrabando. Miré a Landen.

—Nada, Land.

—¿Estás segura? Vuelve a mirar.

Suspiré y examiné los rostros. Foe Long, una vieja amiga del colegio cuyo novio se prendió fuego a los pantalones por una apuesta; Sarah Nara, que había perdido una oreja en Bilohirsk en un accidente de entrenamiento y había acabado casada con el general Pearson; el profesional del cróquet Alf Widderhaine, que me enseñó a «marcar» desde la mismísima línea de las cuarenta yardas. Incluso la antiguamente desconocida Bonnie Voige estaba allí, y…

—¿Quién es ésta? —pregunté, señalando un recuerdo trémulo que tenía delante.

—Es la mujer que se hacía llamar Violet De'ath —respondió Landen—. ¿Te suena?

Miré sus rasgos indefinidos. En su momento no le había prestado mayor atención, pero algo en ella me
resultaba
familiar.

—Un poco —respondí—. ¿Ya la había visto antes?

—Dímelo tú, Thursday. —Landen se encogió de hombros—. El recuerdo es
tuyo…
pero si quieres una pista, mírale los zapatos.

Y allí estaban, de un rojo vivo.
Podrían
haber sido los mismos que los de la chica de la estación de Skyrail.

—Hay más de un par de zapatos rojos en Wessex, Land.

—Tienes razón —comentó—. He dicho que era una posibilidad remota.

Se me ocurrió una idea y, antes de que Landen pudiese decir nada, estábamos en la plaza de Osaka, con todos los japoneses con rótulos Next, el adivino congelado en un gesto de llamada, la multitud a nuestro alrededor, la mancha desordenada de ruido visual que es como las multitudes se recuerdan. Los logotipos los recordaba, claros y definidos en contraste con las caras que no recordaba. Miré por entre la multitud y ansiosamente busqué algo que pudiese parecerse a una joven europea.

—¿Ves algo? —preguntó Landen, con las manos en las caderas mientras examinaba la extraña escena.

—No —respondí—. Un minuto. Vamos a ir un poco antes.

Retrocedí un minuto y allí estaba, levantándose de la silla frente al adivino cuando le vi por primera vez. Me acerqué y miré la vaga silueta. Entrecerré los ojos en dirección a sus pies. Allí, en la esquina más nebulosa de mi mente, estaba el recuerdo que buscaba. Los zapatos eran rojos, sin ninguna duda.

—Es ella, ¿no? —preguntó Landen.

—Sí —murmuré, mirando a la forma espectral que tenía delante—. Pero no me sirve de nada; ninguno de esos recuerdos tiene la definición suficiente para identificarla.

—Quizá no por sí
solos
—comentó Landen—. Pero desde que estoy aquí he aprendido un par de cosas sobre el funcionamiento de tu memoria. Intenta
superponer
las imágenes.

Pensé en la mujer del andén, la coloqué sobre la forma vaga del mercado y luego le añadí el espectro que se había hecho llamar De'ath. Las tres imágenes rielaron un poco antes de encajar. No era de lo mejor. Necesitaba más. Saqué de mis recuerdos la fotografía medio destrozada que Lamb y Slaughter me habían mostrado. Encajaba perfectamente, y Landen y yo miramos al resultado.

—¿Qué opinas? —preguntó Landen—. ¿Veinticinco años?

—Posiblemente un poco mayor —murmuré, mirando más de cerca la amalgama de mi atacante, intentando fijarla en mi memoria. Tenía

rasgos sencillos, con un poco de maquillaje y el pelo rubio cortado como un chico y asimétrico. No parecía una asesina. Repasé toda la información que tenía… lo que no me llevó mucho tiempo. La fallida investigación de OpEspec 5 me ofrecía algunas pistas: el nombre recurrente de Hades, las iniciales «A. H.», el hecho de que ella «aparecía en las fotografías. Evidentemente no era Acheron disfrazado, pero quizás…

—Oh,
mierda
.

—¿Qué?

—Es Hades.

—No puede ser. Le mataste.

—Maté a
Acheron
. Tenía un hermano llamado Styx. ¿Por qué no iba a tener una hermana?

Intercambiamos miradas nerviosas y miramos la memografía que teníamos delante. Ahora que me fijaba, en algunos rasgos se parecía a Acheron. Para empezar, era alta. Y la delgadez de sus labios, y sus ojos… poseían una especie de
tenebrosidad
profunda.

—No me extraña que esté cabreada contigo —murmuró Landen—. Mataste a su hermano.

—Gracias, Landen —dije—. Siempre has sabido tranquilizar a una chica.

—Lo siento. Así que sabemos que la «H» de «A. H.» es de Hades. ¿Qué hay de la «A»?

—El Aqueronte era un afluente del río Estigio —dije en voz baja—, como el Flegetonte, el Cocito, el Leteo y… el Aornis.

Nunca me había deprimido tanto identificar a un sospechoso. Pero allí había algo que yo
no podía
ver, como si escuchase en un televisor situado en otra habitación una música trágica sin tener ni idea de lo que pasaba en la pantalla.

—Alégrate. —Landen sonrió, frotándome el hombro—. Hasta ahora ha fallado tres veces… ¡puede que no lo logre nunca!

—Hay algo
más
, Landen.

—¿Qué?

—Algo que he olvidado. Algo que nunca recordé. Algo sobre… no sé.

—No tiene sentido que me lo preguntes a mí —respondió Landen—. Puede que a ti te
parezca
real, pero no lo soy… No puedo saber más de lo que sabes tú.

Aornis se había esfumado y Landen empezaba a desaparecer.

—Ahora tienes que irte —dijo con voz hueca—. Recuerda lo que he dicho sobre Jack Schitt.

—¡No te vayas! —grité—. Quiero quedarme aquí un poco más. En este momento la situación no es muy divertida ahí fuera. ¡Creo que el bebé es de Miles, que Aornis quiere matarme, y la Goliath y Flanker…!

Pero era demasiado tarde. Me había despertado. Todavía estaba en la cama, vestida, las sábanas arrugadas. El reloj me dijo que pasaban unos minutos de las nueve. Miré al techo con desesperación, preguntándome cómo había logrado meterme en semejante lío, y luego preguntándome si había algo que hubiese podido hacer para evitarlo. Decidí que, en conjunto, probablemente no. Lo que, dada mi confusión, consideré una buena señal. Así que me puse una camiseta y fui a la cocina, llené una tetera y puse algunos albaricoques secos en el cuenco de
Pickwick
después de intentar, sin lograrlo, que se sostuviese sobre una sola pata.

Agité el entropioscopio por si acaso, agradecí descubrir que todo estaba normal y llamaron al timbre justo cuando comprobaba si en la nevera quedaba leche. Salí al pasillo, recogí la automática de la mesa y pregunté:

—¿Quién es?

—Abre la puerta, Bodoque.

Aparté el arma y abrí la puerta. Joffy me sonrió al entrar y alzó las cejas viendo mi desaliño.

—¿Hoy trabajas media jornada?

—No me siento con ganas de trabajar ahora que Landen se ha ido.

—¿Quién?

—No importa. ¿Café?

Entramos en la cocina. Joffy acarició a
Pickwick
en la cabeza y yo vacié de borra la cafetera. Él se sentó a la mesa.

—¿Has visto a papá hace poco?

—La semana pasada. Está bien. ¿Cuánto ganaste con la venta de arte?

—Más de dos mil libras en comisiones. Pensaba gastar el dinero en arreglar el tejado de la iglesia pero luego me dije que a la mierda; me lo gastaré en bebida, curry y prostitutas.

Reí.

—Claro que sí, Joff. —Lavé unas tazas y miré por la ventana—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Vengo a recoger las cosas de Miles.

Me detuve de inmediato y me volví para mirarle.

—Repítelo.

—Vengo a recoger…



lo que has dicho, pero… pero… ¿cómo es que conoces a Miles?

Joffy rió, comprobó que lo decía en serio, frunció el ceño y dijo:

—Ya me dijo que el otro día en Vole Towers no le habías reconocido. ¿Va todo bien?

Me encogí de hombros.

—En realidad no, Joff… Pero dime: ¿cómo es que le conoces?

—Estamos saliendo, Thurs… no es posible que lo hayas olvidado.

—¿Tú y Miles?

—¡Claro! ¿Por qué no?

Eran
muy buenas
noticias, geniales.

—Entonces su ropa está aquí porque…

—Usamos el piso de vez en cuando.

Intenté comprender los hechos.

—Usáis mi apartamento porque… ¿es un secreto?

—Exacto. Ya sabes lo chapados a la antigua que son en OpEspec en lo que se refiere a que el personal confraternice con el clero.

Me reí con ganas y me limpié las lágrimas que me habían saltado de los ojos.

—¿Hermanita? —dijo Joffy, poniéndose en pie—. ¿Qué pasa?

Le abracé con fuerza.

—No pasa nada, Joff. ¡Todo es
maravilloso!
¡El bebé no es suyo!

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