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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (44 page)

—¡Bien! —exclamó cuando entré—. Lo has deducido, ¿no?

—¡Maldita seas, Hades! —respondí, echando mano a la pistola. Con una velocidad sorprendente me agarró la muñeca y me hizo una llave muy dolorosa.

—Escúchame —me susurró al oído mientras me retenía el brazo—. En el laboratorio de nanotecnología se va a producir un accidente. Tu tío tenía la esperanza de alimentar al mundo, pero en realidad se convertirá en el padre de su destrucción. ¡La ironía es tan espesa que se puede cortar con cuchillo!

—¡Espera! —dije, pero me tiró con más fuerza del brazo y grité.

—Estoy hablando yo, Next.
Nunca
interrumpas a un Hades cuando habla. Vas a morir por lo que hiciste a nuestra familia, pero sólo para demostrarte que no soy un demonio absoluto, te voy a consentir un último gesto heroico, algo que tu patética personalidad petulante parece ansiar. Exactamente seis minutos antes del accidente, recordarás nuestras conversaciones.

Me resistí, pero me retenía con fuerza.

—Éste será el último encuentro que recuerdes. Por tanto, aquí tienes mi oferta. Toma tu pistola y vuélvela contra ti misma… y yo perdonaré al planeta.

—¿Y si no lo hago? —grité—. ¡Tú también morirás!

Volvió a reír.

—No. Sé lo que harás.
A pesar
del bebé. A pesar de
todo.
Eres una buena persona, Next. Un
excelente
ser humano. Ése será tu talón de Aquiles. Cuento con ello.

Se inclinó y me susurró al oído.

—Se equivocan, ¿sabes, Thursday? ¡La venganza es
muy
dulce!

—¿Thursday? —preguntó Wilbur—. ¿Estás bien?

—No, en realidad no —murmuré mientras veía llegar él reloj al minuto final. Acheron no era nada comparado con Aornis, ya fuese en poderes o en sentido del humor. Me había metido con la familia Hades y ahora pagaba el precio.

Saqué la pistola de Cordelia mientras el reloj llegaba al último medio minuto.

—Si Landen regresa alguna vez, dile que le amo.

Veinte segundos.

—¿Si regresa
quién?

—Landen. Le reconocerás cuando le veas. Es alto, con una sola pierna, escribe libros chiflados y tiene una esposa llamada Thursday que le ama más allá de lo comprensible.

Diez segundos.

—Hasta otra, Wilbur.

Cerré los ojos y me llevé la pistola a la sien.

33

El amanecer de la vida tal y como la conocemos

Hace tres mil millones de años, la atmósfera de la Tierra se había estabilizado en lo que los científicos llamaban A-II. El implacable martilleo de la atmósfera había creado la capa de ozono, que evitaba la producción de más oxígeno. Hacía falta un mecanismo nuevo y totalmente diferente para poner en marcha el joven planeta y convertirlo en la esfera verde y viva que conocemos y disfrutamos.

D
R.
L
UCIANO
S
PAGBOG

Cómo creo que empezó la vida en la Tierra

—No va a hacer falta —dijo mi padre, quitándome delicadamente la pistola de la mano y dejándola sobre la mesa. No sé si llegó a propósito en el último minuto para incrementar el dramatismo, pero allí estaba. No había congelado el tiempo… creo que ya estaba harto. En el pasado siempre que había aparecido era todo sonrisas y alegría, pero ese día era diferente. Y parecía, por primera vez,
viejo.
Quizá de ochenta años… quizá de más.

Metió la mano dentro del contenedor del nanodispositivo mientras fallaba el último generador. El pequeño globo de nanotecnología le cayó en la mano y las luces de emergencia se encendieron, bañándonos en un resplandor verde.

—Está frío —dijo—. ¿Cuánto me queda?

—Primero tiene que calentarse —respondió Wilbur abatido—. ¿Tres minutos?

—Lamento decepcionarte, garbancito, pero el sacrificio personal
no
es la respuesta.

—Era lo único que me quedaba, papá. Yo sola o yo
y
tres mil millones de almas.

—No te corresponde a ti tomar esa decisión, Thursday,
pero a mí sí.
Te queda mucho trabajo por hacer, y también a tu hijo. En mi caso, simplemente me alegro de que todo acabe antes de encontrarme tan débil que sea un inútil.

—¡Papá!

Sentí las lágrimas corriéndome por la cara.

—¡Ahora todo se ve tan claro! —dijo, sonriendo mientras cerraba la mano de forma que ni un átomo de la Crema Maravillosa omnívora cayese al suelo—. Después de varios millones de años de existencia, al fin he comprendido mi propósito. ¿Le dirás a tu madre que no hay
absolutamente nada
entre Emma Hamilton y yo?


¡Oh, papá! ¡No lo hagas, por favor!

—Y dile a Joffy que le perdono por romper la ventana del invernadero.

Le abracé con fuerza.

—Te echaré de menos. Y a tu madre, claro, y a Escher, a Louis Armstrong, a las hermanas Nolan… lo que me recuerda, ¿conseguiste las entradas?

—Tercera fila, pero… pero… supongo que ya no las necesitarás.

—Nunca se sabe —murmuró—. Deja mi entrada en la taquilla, ¿lo harás?

—Papá, debe haber
algo
que podamos hacer por ti.

—No, querida, pronto me iré de aquí. El Gran Salto Adelante. Lo único que me pregunto es adónde ir. ¿Había algo en la Crema Maravillosa que no encajara?

—Clorofila.

Sonrió y olisqueó el clavel que llevaba al ojal.

—Sí, eso pensaba. En realidad, es todo muy
simple…
y bastante ingenioso. La clorofila es la clave… ¡Oh!

Le miré la mano. La carne comenzaba a reblandecerse. El rebelde nanodispositivo se había calentado lo suficiente para ponerse a trabajar, devorando, cambiando y duplicándose cada vez a mayor velocidad.

Le miré, deseando hacerle un centenar de preguntas pero sin saber por dónde empezar.

—Voy a ir tres mil millones de años hacia el pasado, Thursday, a un planeta que sólo tiene la
posibilidad
de la vida. Un planeta que espera un acontecimiento milagroso, algo que no ha sucedido, por lo que sabemos, en ningún otro punto del universo. En una palabra,
fotosíntesis.
Una atmósfera oxidante, garbancito… la forma ideal de iniciar una biosfera embrionaria. —Rió—. Es curioso cómo acaban sucediendo las cosas, ¿verdad? Toda la vida del planeta procede de las proteínas y los compuestos orgánicos de la Crema Maravillosa.

—Y del clavel. Y de ti.

Me sonrió.

—De mí. Sí. Pensaba que esto sería el final, el Gran Final… pero en realidad no es más que el comienzo. Y yo soy parte de él. Me hace sentir… bien,
humilde.

Me tocó la cara con la mano buena y me besó en la mejilla.

—No llores, Thursday. Así es como sucede. Es como
siempre
ha sucedido, es como siempre
sucederá.
Toma mi cronógrafo; ya no voy a necesitarlo.

Le solté el pesado reloj de la muñeca buena mientras el olor a fresas llenaba toda la sala. Era la mano de papá. Casi se había convertido por completo en budín. Para él era hora de irse y lo sabía.

—Ha sido Aornis, ¿no?

Asentí.

—La peor de todos… aparte de Flegetonte. ¿Sabes qué decíamos de ella? Rica en maldades, pobre en dinero. Tiene su talón de Aquiles, al igual que el resto de la familia. Adiós, Thursday, no podría haber tenido mejor hija.

Recuperé la compostura. No quería que su último recuerdo de mí fuese el de una niña llorona. Quería que viese que yo podía ser tan fuerte como él. Apreté los labios y me limpié las lágrimas de los ojos.

—Adiós, papá.

Me guiñó un ojo.

—Bien, el tiempo no espera por nadie, como nos gusta decir.

Volvió a sonreír y empezó a plegarse, colapsarse y arremolinarse de forma muy similar al agua escapando por un desagüe. Notaba que el fenómeno tiraba de mí, por lo que di un paso atrás mientras mi padre se desvanecía en un estallido muy silencioso para viajar al remoto pasado. Un último tirón gravitatorio me arrancó un botón de la camisa; la perla rebelde viajó por el aire y quedó atrapada en el pequeño vórtice giratorio. Se desvaneció y el aire se agitó un momento antes de estabilizarse en el estado habitual que llamamos
normalidad.

Mi padre se había ido.

Las luces regresaron a medida que la entropía volvía a la normalidad. El audaz plan de venganza de Aornis había fallado miserablemente. En realidad, muy perversamente, nos había
dado
la vida a todos. Y después de mencionar tantas veces la ironía, probablemente en aquellos momentos se estuviese maldiciendo de camino a alguna tienda de modas. Papá tenía razón.
Es
curioso el modo en que acaban sucediendo las cosas.

Esa noche asistí al concierto de las hermanas Nolan. A mi lado había una localidad desocupada y yo miraba la puerta por si mi padre aparecía. Apenas escuché la música… Pensaba en las costas solitarias de un planeta sin vida, en una persona que una vez había sido mi padre descomponiéndose en sus elementos constituyentes. Luego pensé en las proteínas resultantes, ya muchas duplicadas y evolucionadas, trabajando en la atmósfera. Soltaban oxígeno y combinaban hidrógeno con dióxido de carbono para formar moléculas simples. En unos cientos de millones de años la atmósfera estaría llena de oxígeno libre; la vida aeróbica podría comenzar… y un par de miles de millones de años después algo cenagoso empezaría a abrirse paso hacia tierra firme. No era un comienzo muy prometedor pero me producía cierto orgullo familiar. Él no era simplemente
mi
padre, sino el padre de
todo el mundo.
Y mientras las Nolan interpretaban
Adiós, no queda nada que decir,
yo permanecí sentada en tranquila introspección, lamentando, como les pasa siempre a los hijos tras la muerte de sus padres, todas las cosas que nunca dije y nunca hice. Pero mi mayor pesar era más mundano: dado que la CronoGuardia había borrado su identidad y su existencia, yo nunca había sabido, ni nunca le había preguntado,
su nombre.

34

El Pozo de las Tramas Perdidas

Programa de Intercambio de Personajes:
Si un personaje de un libro se parece sospechosamente a otro del mismo autor, lo más probable es que sea el mismo. En el mundo del libro se da cierto grado de economía y personajes de un libro a menudo sustituyen a otros. En ocasiones un único personaje interpreta a otro en el mismo libro, lo que aporta a la acción cierta comicidad si tienen que hablar entre sí. Margot Metroland me contó en una ocasión que interpretar a la misma persona una y otra vez era tan cansado como ser «una actriz condenada al mismo personaje en un repertorio de un teatro de provincias durante toda la eternidad y sin vacaciones». Después de una avalancha de LibroHuidas de personajes descontentos y aburridos, se creó el Programa de Intercambio de Personajes para permitir un cambio de escenario. En cualquier año hay cerca de diez mil intercambios, muy pocos de los cuales provocan alteraciones importantes en la trama o el diálogo. El lector rara vez sospecha que pase algo.

G
ATO DE
AU
DE
W

Guía de Jurisficción a la Gran Biblioteca
(glosario)

Dormí en casa de Joffy. Uso el verbo dormir, aunque no es del todo exacto. Miré el techo de elegantes molduras y pensé en Landen. Al amanecer me escabullí en silencio de la vicaría, tomé prestada la motocicleta Brough Superior de Joffy y fui a Swindon mientras el sol se alzaba por el horizonte. Los relucientes rayos del nuevo día me llenaron de esperanza, pero esa mañana sólo podía pensar en los asuntos pendientes y en el futuro incierto. Recorrí las calles vacías, dejando atrás

Coate y subiendo por la calle Marlborough hacia casa de mi madre. Tenía que saber lo de papá por dolorosa que le resultase la noticia, y esperaba que se consolase, como me consolaba yo, con su gesto final de generosidad. Después iría a la comisaría y me entregaría a Flanker. Había bastantes probabilidades de que OE-5 creyese lo que había sucedido con Aornis, pero sospechaba que convencer a OE-1 de la cronrupción de Lavoisier iba a ser mucho más complicado. La Goliath y los dos Schitt eran otro motivo de preocupación, pero estaba segura de que se me ocurriría
algo
para mantenerlos alejados. Aun así, el día anterior el mundo no se había acabado, lo que era un punto a favor de los buenos… y Flanker no podría acusarme de «no haber salvado el mundo a
su
modo» por mucho que quisiese.

Al aproximarme a la esquina de casa de mamá vi un coche sospechoso con aspecto de ser de la Goliath aparcado al otro lado de la calle, por lo que seguí avanzando y di un gran rodeo. Dejé la motocicleta dos calles más allá y regresé recorriendo con sigilo los callejones. Esquivé otro enorme coche de la Goliath, salté la valla del jardín de mamá y bordeé el huerto hasta la puerta de la cocina. Estaba cerrada con llave, así que empujé la enorme dodera y entré. Estaba a punto de encender las luces cuando sentí el cañón frío de un arma contra la mejilla; di un salto y casi grité.

—Las luces seguirán
apagadas
—dijo una voz sensual de mujer—, y no hagas movimientos rápidos.

Me quedé inmóvil, como debía. Una mano se metió en mi chaqueta y sacó la automática de Cordelia.

DH-82
estaba completamente dormido en su cesto. Era evidente que no se le había metido en la cabeza la idea de ser un feroz lobo de tasmania de vigilancia.

—Deja que te vea —dijo la voz de mujer. Me volví y miré a los ojos de una mujer que había entrado más rápidamente en la mediana edad de lo atribuible a los años. Me di cuenta de que el brazo con el que sostenía el arma le temblaba ligeramente. Estaba ligeramente gorda y se había cepillado el pelo, que llevaba recogido en un moño, torpemente. Pero no cabía duda de que en su momento había sido hermosa; sus ojos eran relucientes y vivaces, su boca delicada y refinada, su porte resuelto.

—¿Qué haces aquí? —exigió saber.

—Ésta es la casa de mi madre.

—¡Ah! —dijo, con una ligera sonrisa y alzando las cejas—. Debes de ser Thursday.

Volvió a meter el arma en la pistolera que llevaba en la cadera bajo varias capas de un vestido de brocado grande y empezó a revolver la alacena.

—¿Sabes dónde guarda tu madre el alcohol?

—¿Y si antes me dice quién es
usted?
—pregunté, prestando atención al taco de los cuchillos por si necesitaba un arma.

La mujer no respondió o, al menos, no respondió a mi pregunta.

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