—¿Aornis? —susurré—. ¿Puedes oírme?
La figura se giró para mirarme mientras yo decía esas palabras y me estremecí. Era
ella,
sin ninguna duda. Sonrió, me saludó y señaló el reloj.
—Es ella —mascullé—. Maldita hija de puta… ¡es ella!
—… y ésa es mi pregunta —concluyó David.
—Lo lamento, David, no prestaba atención.
Agité el entropioscopio pero el resultado no fue más extraordinario que antes… Fuera cual fuese el peligro, todavía no habíamos llegado a él.
—¿Tenías una pregunta, David?
—Sí —dijo, un poco molesto—. Me preguntaba…
—¡Cuidado! —grité, pero era demasiado tarde. A Cordelia se le había escapado el bote de vidrio de golosinas, que cayó sobre la encimera… justo encima de la bolsita de pruebas de pasta rosa traída de más allá del fin del mundo. El bote no se rompió, pero la bolsa
sí,
y Cordelia, David y yo quedamos cubiertos de la sustancia viscosa. David salió peor parado… un buen trozo le dio directo en la cara.
—¡Agh!
—Toma —le dije, pasándole la toallita de té de las Siete Maravillas de Swindon—, usa esto.
—¿Qué
es
esta cosa? —preguntó Cordelia, limpiándose la ropa con un trapo húmedo.
—Me gustaría saberlo.
Pero David se lamió los labios y dijo:
—Yo te lo diré. Es Crema Maravillosa.
—¿Crema Maravillosa? —pregunté—. ¿Estás seguro?
—
Sí.
De sabor a fresa. La reconocería en cualquier parte.
Metí el dedo en la masa y la probé. No había error,
era
Crema Maravillosa. Si los del laboratorio hubiesen examinado la pasta con más amplitud de miras en lugar de limitarse a analizar las moléculas, ellos mismos se hubiesen dado cuenta. Pero aquello me hizo pensar.
—Crema Maravillosa —dije en voz alta, mirando la hora. Al planeta le quedaban ochenta y siete minutos de vida—. ¿Cómo podía convertirse el mundo en Crema Maravillosa?
—Es el tipo de cosa que Mycroft podría saber —comentó David.
—Tú —dije, señalando con el dedo al individuo cubierto de budín— eres un genio.
¿Qué había dicho Mycroft? ¿Diminutas nanomáquinas apenas mayores que una célula construyendo proteínas nutritivas a partir de poco más que basura? ¿Pastel de plátano y dulce de leche sacado de un vertedero? Quizá se fuese a producir un accidente. Después de todo, ¿qué
impedía
a las nanomáquinas fabricar pastel de plátano una vez puestas a ello? Miré por la ventana. Aornis se había ido.
—¿Tienes coche? —pregunté.
—Claro —dijo David.
—Vas a tener que llevarme a CosasCon. Dilly, necesito tu ropa.
Cordelia me miró suspicaz.
—¿Por qué?
—Me vigilan. Tres entran, tres salen… creerán que soy tú.
—Ni lo sueñes —respondió Cordelia indignada—, a menos que aceptes
todas
mis entrevistas y actos.
—En mi primera aparición la Goliath, u OpEspec, me arrancará la cabeza… o lo harán las dos a la vez.
—Quizá —respondió Cordelia—, pero sería una tonta si dejase pasar una oportunidad así de buena. Todas las entrevistas y apariciones públicas que te pida durante
un año.
—Dos meses, Cordelia.
—Seis.
—Tres.
Suspiró.
—Vale. Tres meses… pero tendrás que hacer el
Vídeo de ejercicios de Thursday Next
y hablar con Harry sobre el proyecto cinematográfico de
El caso Jane Eyre.
—Trato hecho.
Así que Cordelia y yo nos intercambiamos la ropa. Me sentía muy extraña con su enorme suéter rosa, la falda corta negra y los tacones.
—No olvides las cuentas peruanas del amor —dijo Cordelia— ni mi pistola. Toma.
Molly y
Pickwick
jugaban al escondite en el salón pero pronto estuvimos listos.
—Disculpe, señorita Flakk —dijo David un poco indignado—. Me prometió que podría hacerle una pregunta a la señorita Next.
Flakk le señaló con un dedo de manicura perfecta y entrecerró los ojos.
—Escucha, tío. Ahora estás en misión de OpEspec… Un extra, diría yo. ¿Alguna queja?
—Eh, no, supongo —tartamudeó David.
Los llevé fuera, dejando atrás a los agentes de la Goliath y OpEspec que me esperaban. Hice algunos gestos exagerados de Cordelia y apenas nos miraron. Al cabo de un momento estábamos en el Studebaker alquilado de David y le indiqué el camino hasta el otro extremo de la ciudad mientras me cambiaba de ropa.
—¿Thursday? —preguntó David.
—¿Sí? —respondí, mirando a mi alrededor por si veía a Aornis y agitando el entropioscopio. La entropía parecía mantenerse en la posición de «ligeramente raro».
—Tu padre… ¿Cómo se las arregla para detener el reloj de esa forma?
—Es una habilidad de la CronoGuardia —le dije—. Cualquier actividad en el cronoflujo provoca ondulaciones que se detectan con facilidad. Papá nos sitúa a los dos en una especie de estasis… Tan pronto como los Cronos detectan la alteración, él ya se ha ido. ¿Responde eso —a tu pregunta?
—Supongo.
—Bien. Vale, para ahí. Iré caminando el resto del trayecto.
Me dejaron al borde de la acera y les di las gracias antes de echar a correr por la calle. Ya estaba bastante oscuro. No daba la impresión de que faltasen sólo veintiséis minutos para que el mundo se acabara, pero supongo que nunca da esa impresión.
El final de la vida tal y como la conocemos
Al no haber logrado recuperar a Landen, enfrentarme al armagedón no me resultaba realmente tan
excitante
como hubiera podido. Siempre dicen que la primera vez que salvas al mundo es la más difícil… personalmente,
siempre
me ha parecido delicado, pero en esta ocasión… no sé. Quizá la pérdida de Landen hubiese insensibilizado e inmunizado mi mente contra el pánico. Quizá la distracción me sentó bien.
T
HURSDAY
N
EXT
Diarios privados
Cosas Útiles Consolidadas estaba situada en un enorme complejo en el aeropuerto de Stratton. Había un control de segundad, pero yo tenía las coincidencias de mi parte: a los tres guardias de seguridad los habían llamado para hacer otras cosas y pude entrar sin llamar la atención. Me froté el brazo, que inexplicablemente me dolía, y seguí las indicaciones hacia Desarrollos MycroTech. Estaba preguntándome cómo entrar en el edificio cerrado cuando una voz me sobresaltó.
—¡Hola, Thursday!
Era Wilbur, el hijo peñazo de Mycroft.
—No hay tiempo para explicaciones, Will. Tengo que llegar al laboratorio de nanotecnología.
—¿Por qué? —preguntó Wilbur, jugueteando con las llaves.
—Va a producirse un accidente.
—¡Es absolutamente
imposible!
—bufó, abriendo las puertas de par en par para dejar ver y oír las luces rojas y el sonido escandaloso de una sirena.
»¡Cielos! —exclamó Wilbur—. ¿Crees que se supone que deben estar así?
—Llama a alguien.
—Vale.
Descolgó el teléfono. Como era de prever, no funcionaba. Probó con otro, pero
ninguno
funcionaba.
—¡Buscaré ayuda! —dijo, tirando de un pomo de puerta que se le quedó en la mano—. ¿Qué demo…?
—La entropía decrece por segundos, Will. ¿Alguna de las nanomáquinas usa Crema Maravillosa?
Me llevó hasta un armario donde una diminuta gotita de masa rosa permanecía suspendida en el aire por efecto de potentes imanes.
—Ahí está. La primera de su clase. Todavía es experimental, claro está. Hay algunos problemillas con la interrupción de la cadena de órdenes. Una vez que empieza a convertir la materia orgánica en Crema Maravillosa,
no para.
Miré la hora y comprobé que apenas quedaban doce minutos.
—¿Qué le está impidiendo funcionar?
—El campo magnético mantiene inmóvil el nanodispositivo y el sistema de refrigeración lo mantiene todo por debajo de la temperatura de activación de menos diez grados… ¿Qué ha sido eso?
Las luces habían parpadeado.
—Un fallo en la red eléctrica.
—No hay ningún problema, Thursday… Hay tres generadores de emergencia. No pueden fallar
todos
al mismo tiempo, eso sería demasiada…
—Coincidencia, sí, lo sé. Pero eso es lo que va a pasar. Y cuando suceda, esa coincidencia será la mayor de todas, la mejor de todas… y la última de todas.
—Thursday, ¡eso no es posible!
—Ahora mismo,
cualquier
cosa es posible. Nos encontramos en medio de una disminución muy localizada del campo entrópico, aislada y muy potente.
—¿Estamos en
qué?
—Estamos en medio de una tecnojerga seudocientífica.
—¡Ah! —respondió Wilbur, que había sido testigo de algunas en Desarrollos MycroTech—. Una de
ésas.
—¿Qué sucederá cuando falle el último generador, Wilbur?
—El nanodispositivo será expulsado al aire —dijo Wilbur con tono grave—. Está programado para fabricar masa para budín de sabor a fresa y lo seguirá haciendo mientras tenga material orgánico con el que trabajar. Tú, yo, esa mesa de ahí… Luego, cuando alguien venga por la mañana a dejarnos salir, la máquina se pondrá a trabajar en el exterior.
—¿A qué velocidad?
—Bien —dijo Wilbur, concentrándose—. El dispositivo creará réplicas de sí mismo para ejecutar el trabajo con mayor rapidez, por lo que al tragar más materia orgánica más rápido se vuelve el proceso. ¿Todo el planeta? Yo le daría una semana.
—¿Y no hay forma de detenerlo?
—Ninguna que yo sepa —respondió con tristeza—. La mejor forma de detenerlo es impedirle empezar… En realidad, lo mismo que todos los desastres causados por el hombre.
—¡Aornis! —grité con todas mis fuerzas—.
¿Dónde demonios estás?
No hubo respuesta.
—
¡Aornis!
Y luego me respondió. Pero desde un lugar tan inesperado que grité de miedo. Me habló…
desde mis recuerdos.
Era como si en mi mente se hubiese levantado una barrera. El día en el andén de Skyrail. El momento en que vi a Aornis por primera vez. Creía que simplemente la había entrevisto, pero no había sido así. Habíamos hablado varios minutos mientras yo esperaba el tren. Hice retroceder mi mente y examiné los recuerdos recién recuperados mientras sentía las manos sudadas. Las respuestas siempre habían estado ahí.
—Hola, Thursday —dijo la joven del banco, dándose toques de maquillaje en la nariz.
Fui hasta ella.
—¿Sabes mi nombre?
—Sé mucho más. Me llamo Aornis Hades… mataste a mi hermano.
Intenté no demostrar sorpresa.
—En defensa propia, señorita Hades. De haber podido capturarle con vida, lo hubiese hecho.
—En ochenta y tres generaciones jamás se ha capturado con vida a un miembro de la familia Hades.
Pensé en los dos pinchazos, el billete de Skyrail, todas las coincidencias para hacerme subir al andén.
—¿Está manipulando las coincidencias, Hades?
—¡Claro que sí! —respondió justo cuando el tren entraba en la estación —. Vas a subir al tren y un agente de OE-14 va a dispararte accidentalmente. Un final irónico, ¿no te parece? Que te dispare tu propia gente…
—¿Y si no me subo al Skyrail? ¿Y si te detengo aquí y ahora?
Aornis rió.
—El querido Acheron era un buen y digno Hades a pesar de que mató a su hermano… algo que disgustó bastante a Madre… pero nunca estuvo realmente
a la altura
de algunos de los atributos familiares más diabólicos. Subirás al tren, Thursday
… porque no vas a recordar nada de esta conversación.
—¡Qué ridículo! —reí, pero Aornis se dedicó de nuevo al maquillaje y yo
había
subido al tren.
—¿Qué pasa? —preguntó Wilbur, que me había estado mirando mientras yo recuperaba el torrente de recuerdos de Aornis.
—Recuerdos recuperados —respondí seria bajo el parpadeo de las luces. El primer generador de emergencia había fallado. Miré la hora. Quedaban seis minutos.
—¿Thursday? —murmuró Wilbur. Le temblaba el labio inferior—. Estoy asustado.
—Yo también, Will. Calla un segundo.
Y pensé en mi siguiente encuentro con Aornis. En Uffington, cuando se había hecho llamar Violet De'ath. En esa ocasión habíamos estado acompañadas, por lo que no dijo nada. Pero en la siguiente, en Osaka, se había sentado junto a mí en el banco, justo después de que el rayo le diese al adivino.
—Un truco muy astuto, usar de esa forma las coincidencias —dijo, colocando las bolsas de la compra de forma que no se cayesen—. La próxima vez no tendrás tanta suerte… y, ya que hablamos de suerte, ¿cómo conseguiste escapar del aprieto del Skyrail?
La verdad es que no quería responder a esa pregunta.
—¿Qué me estás haciendo? —exigí saber—. ¿Qué le haces a mi
cabeza?
—Simple borrado de recuerdos, Thursday. Mi habilidad particular es que me olvidan instantáneamente…
jamás
me capturarás porque olvidarás incluso haberme conocido. Puedo borrar tus recuerdos de mí tan instantáneamente que soy completamente invisible. Puedo entrar donde me dé la gana, robar lo que desee… Puedo incluso matar a plena luz del día.
—Muy inteligente, Hades.
—Por favor, llámame Aornis… Me gustaría que fuésemos amigas. —Se echó el pelo detrás de las orejas y se miró las uñas un momento antes de preguntar—: Acabo de ver un bonito suéter de cachemira; está disponible en turquesa y esmeralda… ¿cuál crees que me sentaría mejor?
—No tengo ni idea.
—Me quedaré con ambos —decidió después de reflexionar un momento—. Después de todo, los pagaré con una tarjeta de crédito robada.
—Disfruta de tu juego, Aornis. No durará eternamente. Derroté a tu hermano… a ti también te derrotaré.
Se rió.
—¿Y cómo te propones hacerlo? Ni siquiera puedes recordar haber hablado conmigo. Querida, ni siquiera recordarás
esta
conversación… ¡hasta que yo quiera que la recuerdes!
Las luces del laboratorio de nanotecnología volvieron a parpadear. Wilbur y yo nos mirábamos mientras fallaba el segundo generador de emergencia. Otra vez intentó llamar, pero seguía sin haber línea. Muerte por coincidencias. Vaya forma de morir. Pero fue en ese momento, a sólo dos minutos del final, cuando Aornis levantó la última barrera y recordé con claridad nuestro
último
encuentro. Se había producido ni veinte minutos antes, en la entrada de CosasCon. No estaba vacía, en realidad; Aornis había estado allí esperándome… lista para dar el golpe de gracia.