Por prescripción facultativa (26 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—Spock, ¿cuánto calcula que podremos resistir contra el ataque de esas cuatro naves?

Spock pensó durante unos segundos.

—Algunos minutos. Menos, si no tuviéramos suerte o nos obligaran a maniobrar hasta una posición desfavorable.

«No quiero salir de órbita. Pero no parece haber razón alguna para no hacerlo. No es igual que si Jim estuviera ahí abajo, físicamente…» Suspiró. Además, había otras consideraciones. Tenía que pensar en los ornae y los lahit: inocentes, al menos relativamente, e indefensos ante cualquier acción que los klingon pudieran intentar con el fin de «asustarles» y obligarlos a devolver a los miembros de la tripulación de la
Ekkava
.

—Entonces, no permitamos que nos obliguen —decidió—. Debemos quedarnos cerca y proteger este planeta lo mejor que podamos. Devuélvanos el sonido, Uhura, Kaiev —dijo luego—. Eso es todo, de momento. —Sostuvo la mirada del otro durante un momento—. Cuide de su hígado.

Kaiev bajó los ojos y no dijo nada.

—Comandante —anunció Uhura—, nos llegan llamadas desde las otras naves. Exigen que usted se rinda.

—Hasta luego, comandante —concluyó McCoy—. Uhura, corte. —El rostro de Kaiev desapareció de la pantalla y fue sustituido por las naves que se acercaban—. Y en cuanto a esos otros, dígales que «a la porra». —Mientras la tripulación del puente le observaba con una mezcla de asombro y aprobación, él observó—: Bueno, es algo tradicional, ¿no?

—Doctor —comentó Spock—, no esperaba descubrir que era usted tan experto en ciencias militares.

McCoy volvió la cabeza por encima del hombro para mirar al vulcaniano que había descendido hasta el sillón de mando y se hallaba de pie cerca de él.

—Ya sabe cómo funciona eso, Spock —comentó—. Los que no conocen los errores del pasado, no podrán disfrutar de ellos cuando vuelvan a cometerlos en el futuro.

Spock alzó las dos cejas y levantó la mirada hacia la pantalla.

Las naves klingon se habían detenido en una formación de ataque en torno a la
Enterprise
, una forma de diamante, en la punta de la cual estaba la
Ekkava
.

—Uhura, ¿hay alguna respuesta suya?

—Todavía nada, doctor. Deben de estar ocupados en un análisis semántico.

—¿Qué quiere decir? ¿Que nadie les ha dicho antes «a la porra»? —McCoy estaba atónito.

—Tal vez —observó Spock— todos los demás pensaban que ya se lo habían dicho antes.

—Muchísimas gracias, Spock. Vaya a afilarse el ingenio contra algo.

—Cursan mensajes entre la
Ekkava
y las demás naves, comandante —informó Uhura—. Pero ahora mismo no puedo decirle cuál es el contenido. Emplean un código nuevo.

—Oh, vaya.

—No, no hay ningún problema —le aseguró Uhura—. Déme más o menos quince minutos.

—¿Cree que podrá romperlo? Uhura sonrió.

—Veremos —fue su respuesta.

Reinó el silencio durante algunos minutos.

—Entra un mensaje de la
Irik
, doctor —anunció Uhura. —Páselo a pantalla.

La imagen mostró el puente de mando de otro acorazado klingon, pero esta vez el puesto de comandancia estaba ocupado por una mujer joven, de expresión muy apasionada y feroz, con unos sorprendentes cabellos dorados rojizos que McCoy no había creído que pudieran darse entre los klingon. «Sin duda no son teñidos. ¿Quizás una alteración genética?»

—¿Es usted el comandante McCoy? —preguntó ella en tono imperioso, con una voz que no sonaba en absoluto como la de un oficial feroz. Era una de aquellas vocecillas suaves que hacen parecer a su dueña unos treinta años más joven de lo que realmente es.

—Señora —dijo McCoy, e inclinó ligeramente el cuerpo sin levantarse del asiento—. Tiene usted ventaja con respecto a mí.

—Así es, en efecto. Pero ya hablaremos de eso después. Soy la comandante Aklein, comandante en jefe de estas fuerzas operativas.

—Encantado.

—Tengo mis dudas respecto a eso. —Ella se inclinó para mirarle con expresión suspicaz—. Debo reconocer que es difícil creer que usted haya matado al gran Kirk en un duelo. No tiene el aspecto de los tipos aficionados a los duelos.

McCoy se limitó a sonreír.

—Existen artes de matar que requieren algo más que meros músculos —replicó—. La astucia es casi tan buena… o un cuchillo clavado en la espalda, en medio de la oscuridad.

El médico no se atrevía a volverse para mirar el rostro de sus tripulantes. Aklein frunció levemente el entrecejo.

—Eso parece una página de nuestro libro, comandante —comentó—. Quizá guardemos más parecidos de lo que pensábamos.

McCoy se encogió de hombros.

—Comandante, discúlpeme, pero usted no ha recorrido toda esa distancia para realizar un estudio sociológico. ¿Qué piensa hacer su gente?

Aklein se acomodó un poco en su asiento.

—Señor —replicó—, el secuestro de nuestros tripulantes llevado a cabo en el planeta es una acción hostil que no puede permitirse, sea quien fuere quien lo haya perpetrado…

McCoy puso los ojos en blanco.

—No hay prueba ninguna de secuestro, comandante. Ni de nuestros tripulantes ni de los suyos. Los sondeos por escáner del planeta muestran muy claramente que ninguno de los nuestros estaba cerca de sus tripulantes cuando éstos desaparecieron. No se utilizó transportador alguno durante ese tiempo, como nuestros registros y los suyos le confirmarán…

—Eso ya lo sabemos. Y nos obliga a sacar la conclusión de que la responsable es una de las especies alienígenas del planeta. Aunque nuestra sospecha es que de alguna manera ustedes les incitaron a ello…

La carcajada de McCoy la interrumpió.

—Comandante —le dijo a la comandante klingon—, estaré encantado de proporcionarle los datos de nuestras conversaciones con los pobladores de ese planeta durante los últimos días. Incitarles a cualquier cosa, incluso obtener respuestas directas a preguntas claras, parece condenadamente imposible.

Aklein pareció un poco incomodada por aquello.

—No importa. Realizaremos nuestras propias investigaciones en la superficie del planeta con el fin de confirmar lo descubierto por la
Ekkava
, y luego comenzaremos las acciones punitivas contra los nativos hasta que…

—Yo no voy a permitir eso —la interrumpió McCoy.

—Le será muy difícil impedirlo —replicó Aklein, con una fugaz sonrisa.

McCoy no sonrió.

—Piénselo otra vez, comandante. Esta nave es la
Enterprise
. Es algo más que un hombre, aunque haya sido ese hombre quien la haya hecho famosa… o, entre ustedes, infame. Son las cuatrocientas treinta y ocho personas que la tripulan… para las cuales ustedes son un problema bastante interesante… pero que estamos acostumbrados a solucionar desde hace ya tiempo.

—No me asusta usted, comandante.

—Eso es bueno —replicó McCoy—. Se exagera demasiado el valor disuasorio del miedo. La muerte funciona mejor. La klingon parpadeó.

—Comandante —anunció Sulu en voz baja—, detecto más rumores subespaciales. Se acercan otras dos naves.

—¿De veras? —inquirió McCoy, y levantó los ojos hacia la pantalla—. Creía que estaba usted al mando de esta fuerza operativa, comandante. ¿Es posible que alguien del alto mando haya reconsiderado su puesto? —Entonces se le ocurrió una feliz idea, por imposible que pareciese, y continuó—.¿O podría ser que nuestros refuerzos hayan llegado?

Los ojos de ella se abrieron visiblemente más; bajó los ojos a la consola de mando que tenía delante y volvió a levantarlos.

—Pero Kaiev…

—Yo soy del sur, señora —le explicó McCoy—, y ni siquiera en esa zona, en la que somos gente cordial, les contamos absolutamente todo a nuestros propios amigos. Mucho menos lo hacemos con las personas que no son tan amigas.

—No son dos naves, comandante —dijo de pronto Sulu.

—¿Más?

—No. Una sola.

—¿Una? —McCoy se puso de pie y miró la pantalla por encima del hombro de Sulu.

—¡Dios mío! ¿Qué es eso? ¿Lo interpreto bien? ¡Parece enorme!

—Es enorme —comentó Spock mientras bajaba de su puesto ante la terminal científica y miraba a su vez por encima del hombro de Sulu—. También yo pensé al principio que eran dos naves. Pero hay un solo rastro. Entra a velocidad hiperespacial factor seis, y comienza a desacelerar para pasar a velocidad sublumínica.

—¿Qué le parece eso, comandante? —le preguntó McCoy a Aklein—. ¿Un poco sorprendida? No es ninguno de los suyos, según mis noticias. ¿Se pregunta quién será?

—Volvemos a estado de alerta —se apresuró a decirle Aklein a uno de los oficiales que estaba detrás de ella.

—Aklein, hiere usted mis sentimientos —declaró McCoy—. ¿Quiere decir que abandonaron el estado de alerta al vernos a nosotros? Tendremos que hablar de eso más tarde. ¿Estamos todos preparados?

—Preparados, doctor —respondió Spock.

—Acaba de pasar a velocidad sublumínica —anunció Sulu con voz alarmada—. Es una nave gigantesca, comandante. Reduce rápidamente a cero coma nueve nueve, coma ocho nueve, siete nueve, siete, cinco nueve…

Spock había regresado apresuradamente a su terminal.

—Tipo de nave desconocido —dijo pasado un instante—.Con unos motores excesivos para su tamaño.

—Extremadamente bien armada —declaró Chekov mientras miraba su consola—. Veinte baterías fásicas, todas cargadas, todas armadas. Torpedos de fotones, rayos tractores, generadores de plasma… ¿qué conclusión saca de eso? —le preguntó a Sulu.

Sulu también miró.

—Acelerador de rayo de partículas en los cargadores fásicos —replicó—. Salida de leptones. —Sacudió la cabeza y miró a McCoy—. Muy peligroso. Es un rasgador de escudos protectores. Afortunadamente, no pueden disparar mientras lo utilizan.

—¿Cuál es la identificación de esa cosa? —inquirió McCoy con voz apremiante.

—No identificada, comandante —replicó Spock—, pero la configuración encaja con alguna inteligencia que he visto recientemente.

—¿Quiénes son?

—Es muy probable que sea una nave pirata de Orión —respondió el vulcaniano.

La consola de armamento comenzó a hacer un ruido silbante que destrozaba los nervios; McCoy no lo había oído antes y deseaba fervientemente no oírlo tampoco en aquel momento.

—Sulu —dijo—, ¿le importaría…?

—Sí, señor —replicó el oficial, y apagó la alarma sonora—. Tiene la mira de disparo centrada sobre nosotros, sea lo que fuere.

—Mírela a los ojos —ordenó McCoy—. Prepárense a disparar si dispara. ¡Denme imagen en pantalla, por piedad! Maldito si voy a dispararle a algo que no puedo ver. Scotty, ¿cómo están los escudos?

Scotty parecía nervioso.

—Ese acelerador de rayo de partículas es un arma peligrosa, doc… comandante. El departamento de ingeniería de la Flota Estelar todavía trabaja para encontrar algo que lo contrarreste.

—¡Oh, vamos, Scotty, no me diga que usted no ha inventado ya algo!

—Bueno, a decir verdad, el problema me ha dado vueltas en la cabeza…

—Déjelo que dé más vueltas. ¿Qué podemos hacer mientras tanto?

—Disparar —declaró Sulu.

—Todavía no —le advirtió McCoy. Su juramento de preservar la vida, incluso las vidas de los piratas, le sonaba en la cabeza, pero estaba en conflicto con sus juramentos como oficial de la Flota Estelar, que le obligaban a proteger y preservar la nave, y la disputa era muy escandalosa—. Espere mi orden. Spock, ¿tenemos ya imagen?

—Ahora —replicó el vulcaniano, y la pantalla se dividió en dos campos para mostrar la cosa que se aproximaba a ellos. La nave era efectivamente gigantesca, más de cinco veces el tamaño de la
Enterprise
.

—Eso de ahí es toda una ciudad, ¿no es cierto, Spock? — comentó McCoy, mientras la enorme silueta pulida y oblonga, tachonada y erizada de portillas y tubos lanzabombas y cañones de armas, se les acercaba lentamente—. Viven allí… debe de haber un par de miles de ellos en esa nave… van de mundo en mundo y roban todo lo que se les antoja.

—Eso es una suposición —precisó el vulcaniano—. No obstante, tenemos algunos datos sobre ellos. Tienen tendencia a intentar destruir cualquier nave con la que se encuentran y que no esté ya asociada con ellos.

—Les deseo buena suerte —comentó McCoy. Levantó la mirada hacia la comandante Aklein—. ¿Y bien, señora? —le preguntó—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Debo conferenciar —se apresuró a replicar ella, y cortó la comunicación desde su extremo.

—Dése prisa Sulu —dijo McCoy, al sacudirse ligeramente la nave—. ¿Ha sido eso un disparo de prueba de alcance?

—Sí. Rayos fásicos.

—Están demasiado lejos como para alcanzarnos —comentó McCoy, muy optimista.

—No, no lo están —lo contradijo Sulu—. Esos rayos han sido aumentados con dilitio.

—¿No es un poco caro, eso? —inquirió McCoy, mientras se sentaba nuevamente, con cierta precipitación, al sacudirse la nave una vez más.

—Si uno es un pirata de Orión… —comentó Uhura—. Una de las pocas cosas que sabemos respecto a su idioma es que la palabra que nosotros empleamos para el concepto «robar» ellos la traducen como «recibir en pago».

—Los escudos resisten —informó Scotty—. Pero no lo harán durante mucho tiempo si nos disparan con el rayo de partículas de fragmentación.

—Llámelos, Uhura.

—Lo he intentado. No responden a las llamadas.

—Maldición —exclamó McCoy, que sentía que sus opciones desaparecían una a una.

—Probablemente, ahuyentan a los cazadores furtivos —replicó Sulu—. Piensan que nos entrometemos en lo que ellos consideran su territorio. No aparecerían por aquí disparando a menos que ya hayan estado antes en el planeta y no quieran a nadie más por la zona.

—Concuerdo con el señor Sulu en que la hipótesis parece probable —asintió Spock.

—Maravilloso —dijo McCoy, mientras se aferraba a los brazos del sillón de mando—. Preparados para disparar.

—Listos —anunciaron Sulu y Chekov.

McCoy esperó. Un aliento.

Uno más.

Otro más. La nave aumentaba en la pantalla. Uno más…

… y todo se puso blanco…

9

—Bueno —dijo Kirk—. ¿Estamos todos cómodos?

—Miraba uno a uno a los klingon, bastante disgustados. Esquivaban sus ojos, ahora que él les había despojado de todas sus armas y comunicadores, y estaban sentados por el calvero con aspecto muy mohíno. A Kirk no le importaba; eso era preferible a tenerlos a todos intentando saltarle enérgicamente encima.

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