Por prescripción facultativa (11 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

Se detuvo en mitad del recorrido para posar una mano sobre la piedra. Era tibia. El escáner médico ingería datos a una velocidad excesiva para que él pudiese sacar alguna conclusión de los sonidos que producía; se vio limitado a los sentidos físicos, los cuales no le dijeron nada excepto que la superficie exterior de la criatura se parecía mucho a una roca ígnea, granito o algo parecido. Se preguntó vanamente si habría algún tipo de radiactividad que pudiese indicar una genuina formación ígnea y decidió comprobarlo más tarde.

—¿Puedo formularle una pregunta, por favor?

—Pregunte. —El retumbar de la voz sonó bastante afable.

—¿Cuántos de ustedes viven en este planeta?

—Todos nosotros.

¿Había allí una vena humorística? ¿Acababa de hacerle una broma aquel ser? McCoy volvió a aclararse la garganta.

—Ah, sí. ¿Tiene algún problema con nuestro sistema numérico?

—Lo comprendemos lo suficientemente bien, creo. Nuestro número actual varía entre novecientos mil y un millón.

«¿Varía por qué, y cómo?…», pero aquello debería esperar.

—Mi amigo, cuyo nombre no sé pronunciar, me dijo, mientras veníamos hacia aquí, que usted estaba realizando un trabajo —McCoy completó el recorrido—. ¿Puedo preguntarle qué hacía?

El comunicador de McCoy sonó.

Esta vez él no profirió ningún improperio; de alguna forma, parecía tan inadecuado como lo habría sido insultar a la Jungfrau.

—Discúlpeme, por favor —dijo, y sacó el aparato—. Aquí McCoy…

—Bones —respondió la voz de Kirk—, ¿qué deberé hacer para hablar con usted en estos días?

—Jim —le dijo McCoy con toda la cortesía de que era capaz—, le prometo por mi honor que estaré allí dentro de un minuto. Sólo necesito…

—Sesenta segundos —le interrumpió Kirk—, y estoy contando.

—Pero…

—Ha dicho por su honor.

—McCoy fuera —dijo él. Le dirigió una mirada melancólica al escáner médico, y lo apagó—. Señor, o señora, o lo que sea…

—Según comprendo yo el término —respondió con un largo retumbar bajo a través del traductor—, creo que «señor» sería lo más correcto.

—Gracias. He de marcharme. Estaré de vuelta tan pronto como pueda. ¿Estará usted todavía por aquí?

No hubo respuesta durante uno o dos segundos. —Ésa es una pregunta filosófica de cierta complejidad… —dijo finalmente el ;at.

La rielante luz dorada se llevó a McCoy. Esta vez sí que maldijo, en cuanto ya no pudo ver al ;at.

—Aunque quizá «señora» también habría sido correcto —agregó luego la criatura.

McCoy irrumpió en el puente tan dividido entre el deleite y el furioso fastidio que no sabía a cuál de los dos dar rienda suelta en primer lugar. Durante los primeros momentos, al menos, la necesidad de decidirse quedó abortada. Kirk estaba sentado en el asiento central, de cara a las puertas del turboascensor.

—Lo ha conseguido —le dijo—, justo a tiempo.

—Jim —le dijo McCoy—, tenemos un nuevo avance entre manos. Se trata de los ;at.

—¿Es que se ha resfriado? —preguntó Kirk con un repentino aire de preocupación.

—¡No, no me he resfriado! Jim, creo que nos hemos concentrado en las especies equivocadas. Ahora mismo hablaba con uno de los ;at y… —Hizo una pausa y recorrió el puente con la mirada. Estaba sorprendentemente vacío para aquella hora del día; los únicos que estaban allí, además de Kirk, eran un oficial de comunicaciones y alguien de navegación sentado en el puesto de Sulu—. ¿Dónde están todos?

—En la superficie del planeta, la mayoría, o coordinando datos. O fuera de turno. Sulu ha hecho dos guardias consecutivas, y yo siempre recuerdo lo que se me dice acerca del relevo de trabajo.

—Ah. Muy bien. Jim, los algoritmos de traducción de los ;at parecen estar bien, tienen frases hechas y todo lo demás, y ése me dijo que era…

—Doctor —lo interrumpió Kirk—, se ha sobrecargado usted un poco. Creo que es hora de que descanse. Pero ni siquiera su personal parece capaz de hacerle aminorar la marcha. La enfermera Burke me ha presentado quejas.

«La mataré», pensó McCoy.

—Si le dice una sola palabra al respecto, le reduciré a usted la paga —le dijo Kirk mientras blandía un dedo hacia el médico—. Quiero que se siente aquí y me escriba un informe decente, no como esa chapuza que hizo para la Flota Estelar hace un rato. Puede que a ellos pueda engañarles con todas esas palabras largas, pero no puede entregarme a mí ese tipo de material y esperar que yo me lo trague. Quiero un análisis de lo que sucede ahí abajo.

—Pero es que no puedo hacer lo que me pide sin disponer de más datos…

—Entrégueme lo que tenga, y déle sentido. Si se queda sentado durante un rato y piensa, será inevitable que consiga sacar alguna conclusión que me sirva. Además, quiero que lo redacte fuera de la enfermería. Si baja a ella, se pondrá a tratar a alguien de algo. La enfermería queda fuera de sus límites, excepto en casos de legítima emergencia médica, hasta nuevo aviso. Es una orden directa. ¿Comprendido?

McCoy frunció el entrecejo. Era mejor seguirle la corriente a Jim cuando le daban aquellos caprichos. Se le pasaban con bastante rapidez.

—Comprendido —respondió.

—Bien. Y con el solo fin de evitar que se meta en líos…

—El capitán se levantó del asiento de mando y se desperezó—. Venga, siéntese aquí.

McCoy le miró fijamente.

—Vamos —le dijo Kirk—. Tome asiento. Es agradable y cómodo; puede sentarse aquí y dictar su informe. Pero, en cualquier caso, voy a dejarle al mando.

McCoy se sentía violento.

—No puede hacer eso —afirmó—. ¡Yo no puedo hacerlo!

—Por supuesto que puedo —replicó Kirk—, y por supuesto que usted puede hacerlo. Usted ha recibido entrenamiento de oficial superior. No fue un curso completo de mando, naturalmente, pero sí el suficiente como para que sepa qué decir según lo requiera el momento. Y no es que vaya a necesitar hacerlo. Además, yo puedo dejar al mando a quien a mí me plazca, y más aún a un jefe de departamento y compañero de oficialidad. Eso queda a discreción del capitán. No hace falta que esté dentro de la cadena de mando directo. Ése es un error de concepto muy común. Podría dejar el mando a un alférez de tercera clase si quisiera y si la situación así lo requiriera. Bueno, el momento actual parece exigir que el capitán actúe según su propio criterio.

—Eh…

—Siéntese aquí —le repitió Kirk.

—Eh, Jim…

—Voy a dejar el puente, Bones. Luego iré a comer algo. Y después bajaré al planeta y mantendré una charla con Spock, que también está sobrecargado de trabajo y a quien también he de chillarle un poco; luego iré a reunirme con algunos de estos seres con los que se supone que hemos de hablar. He resistido aquí arriba casi todo lo que podía. Y usted, doctor, va a sentarse en este agradable asiento cómodo a pasar un rato relajado y coordinar los datos, cosa que en el momento presente está mejor preparado que yo para hacer; después va a llamarme a la superficie del planeta y proporcionarme una información sabia. ¿Lo ha comprendido bien?

McCoy asintió con la cabeza.

—Entonces haga el favor de bajar aquí.

Lentamente, McCoy bajó hasta el asiento central y, muy lenta, muy delicadamente, se sentó en él. En efecto, era muy cómodo.

—Queda usted al mando —le dijo Kirk—. Estaré de regreso al final del turno. Que se divierta.

—Mmf —masculló McCoy mientras Kirk se alejaba y las puertas del puente se cerraban tras él.

Leonard McCoy, sentado en el asiento de mando de la nave estelar
Enterprise
, pensó: «Esta me la va a pagar».

Kirk comió un bocadillo y bebió una taza de café, sin tomarse tiempo para nada más complicado. Luego se encaminó directamente a la sala del transbordador y descendió al claro de la superficie del planeta. El sabor dulce del aire fresco hizo que se le erizaran, como siempre, los cabellos de la nuca. Era uno de los pequeños deleites secretos que nunca había conseguido contarle a otra persona… el olor del aire de un nuevo mundo, percibido por primera vez, con su compendio particular de extraños aromas nuevos. Éste olía como si hubiera llovido recientemente; también había en el aire un matiz especiado, como si las cosas que crecían allí fueran casi todas aromáticas.

Recorrió con los ojos las actividades que tenían lugar en el claro —todos los ornae y lahit que rodaban o se deslizaban o andaban por el terreno—, y los miembros de su tripulación, que realizaban su trabajo, charlaban, examinaban, recogían datos. «Spock ha de estar por aquí», pensó, y lo buscó con la mirada, pero no le vio por ninguna parte.

—Buenos días, capitán —dijo alguien a sus espaldas.

Kirk volvió la cabeza y vio a Don Hetsko, uno de los miembros del equipo de McCoy.

—¿Busca a alguien en particular?

—Sí, a Spock. ¿Le ha visto?

—Desde hace un rato, no. Sin embargo, el doctor se alejó hacia allí hace unos minutos —le dijo Don mientras señalaba uno de los senderos que conducían fuera del claro—. Le será fácil darle alcance.

—Gracias, señor Hetsko —respondió Kirk, y se alejó en aquella dirección con una leve sonrisa.

Las largas zancadas metódicas se convirtieron en un paseo cuando entró en el bosque propiamente dicho. De alguna forma, la calidad de la luz era anormal en aquel sitio, más intensa de lo que él había esperado. Era como si un fotógrafo hubiese iluminado intencionadamente el bosque para conferirle una apariencia tentadora, a la vez cálida y fresca; era un efecto curioso causado por el dorado metálico del sol del planeta, probablemente, y el verde extremo, un verde casi azulado, de la clorofila dominante de las plantas. Al margen del aspecto científico de la situación, aquél resultaba un efecto muy agradable, tranquilizador, y él no tenía ganas de salir de allí apresuradamente.

El sendero desembocaba en otro claro, más grande que el anterior. Kirk se detuvo en la linde del mismo y contempló la enorme silueta pétrea que se hallaba en el centro. Guardaba memoria de la figura de los ;at que había en el informe; recordaba que McCoy había insistido en que eran los ;at el pueblo con el que debían hablar. Pero al mismo tiempo le acometió una rara reticencia, casi un rapto de timidez. Aquella criatura tenía un aire remoto, de alguna manera transmitía la sensación de saber cosas que podrían hacer prudente no molestarla…

Era una sensación extraña y sin base, por supuesto. Kirk se libró de un ligero nerviosismo y salió a la brillante luz del sol que bañaba el claro.

El ;at le vio aproximarse; Kirk lo supo a pesar de que no tenía ojos visibles ni, aparentemente, ningún otro órgano sensitivo. «Me pregunto si McCoy habrá conseguido hacerle un sondeo —pensó—. Debo preguntárselo más tarde.» A dos o tres metros del ser, Kirk aminoró la marcha y se detuvo.

—Le ruego que me disculpe —dijo.

Se produjo un prolongado silencio antes de que el ;at le respondiera.

—No sé qué es lo que ha hecho usted para que me pida disculpas.

La voz era asombrosa; retumbaba como un deslizamiento de tierra. Pero no había nada amenazador en ella. Por el contrario, era grave y al mismo tiempo tan humorística, incluso al verterla el traductor, que Kirk sonrió.

—Está bien —replicó el capitán—. La frase es un modismo de mi cultura, que se utiliza cuando una persona interrumpe a otra. No quería correr riesgos, dado que podría haberle interrumpido en medio de algo importante.

—No me ha interrumpido usted, capitán —le aseguró el ;at.

—Me alegro. —Hizo una pausa—. Usted debe de ser el que estuvo conversando con el doctor.

—Efectivamente, hablamos.

—Espero que disculpará usted mi ignorancia —comenzó Kirk—, pero no sé con qué nombre debo llamarlo, ni siquiera qué designación de género emplear, si es que utilizan ese tipo de cosas.

—El doctor me habría llamado señor —respondió el ;at.

Kirk asintió con la cabeza.

—En ese caso, así le llamaré, si me lo permite. ¿Le habló mucho el doctor del motivo por el que estamos aquí?

—Había comenzado a hacerlo —fue la respuesta que le dio el ;at—, y yo le dije que el asunto revestía alguna complejidad filosófica. Luego él desapareció.

—Regresó a nuestra nave —le dijo Kirk—, el aparato en el que viajamos y con el cual llegamos hasta aquí.


Enterprise
—comentó el ;at.

—Exactamente.

—Yo la veo —le dijo el ;at—. Toda plateada, pero con brillos dorados donde la toca el sol. Y tiene luces propias para cuando está oscuro.

—Sí —replicó Kirk, mientras pensaba con cierta emoción: «Estas criaturas deben de tener un sistema sensorial como nada que hayamos visto hasta ahora. Sé reconocer una percepción directa cuando me la describen. Cualquier cosa que pueda ver una nave estelar, de la forma que sea, desde la superficie de un planeta… ¿qué más podría llegar a ver?».

—Señor —le dijo al ser—, ¿le explicó algo de por qué hemos venido?

—No —replicó el ;at—. No más de lo que nos explicó el primer grupo que llegó aquí, aunque nos hicieron muchas preguntas. Se mostraron cautelosos, pero nosotros supimos a primera vista que no pertenecían a este mundo y que procedían de algún otro.

Kirk sacudió la cabeza mientras pensaba: «Ha de existir una manera mejor de realizar esas investigaciones preliminares. Maldición, estas especies con las que estamos tratando son inteligentes, no unos idiotas. Comprenden lo que sucede con bastante prontitud. ¿Cómo nos deja eso a nosotros?».

Levantó la mirada. El ;at no se había movido, pero la sensación de que le miraba muy de cerca se había hecho bastante poderosa… de hecho a Kirk le resultaba un poco difícil respirar con normalidad, con la proximidad de aquella mirada que actuaba casi como una presión física sobre él. No había nada hostil ni amenazador en ella. Era meramente un nivel de interés tan intenso que afectaba realmente al cuerpo.

—Señor —le dijo el capitán al ser—, esa nave de ahí arriba, y las personas que están aquí con ustedes, los ornae y los lahit, están bajo mi mando. Hemos venido aquí para ver cuánto podíamos descubrir sobre sus pueblos, y cuánto podemos contarles de nosotros mismos. Una vez que hayamos hecho eso, tenemos algunas cuestiones que nos gustaría plantearles a las tres especies como un todo… si eso fuese posible. Ésa es una de las cosas que necesitamos descubrir.

—Muchas preguntas —declaró el ;at—. ¿Y qué preguntas debemos formularles nosotros?

—Las que quieran —replicó Kirk, ligeramente nervioso.

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