Por prescripción facultativa (7 page)

Read Por prescripción facultativa Online

Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—Guau —dijo.

—Que no cunda el pánico aún —murmuró Kirk—. Es un poco pronto.

—Bienvenidos —continuó entonces el ornaet—. Quedarse, hablar, estar aquí, sí. —Dejó que las antenas oculares se hundieran nuevamente en su cuerpo, como si el tenerlas levantadas durante tanto tiempo y a semejante altura le hubiese agotado.

—Le damos las gracias —respondió Spock, y le hizo un gesto de reconocimiento con la cabeza—. También nos gustaría examinarle a usted y su pueblo, para ver en qué se parecen a nosotros y en qué son diferentes. Los exámenes no son agresivos. ¿Podemos hacerlos?

El ornaet volvió a levantar los ojos hacia Spock, aunque sin extender las antenas oculares tanto como la vez anterior.

—Examinar —le dijo con aire pensativo—. Sí. ¿Examinar ustedes?

Spock miró a Kerasus como para preguntarle en silencio si ella interpretaba la sintaxis de la criatura de la misma forma que él. Ella asintió con la cabeza.

—Sí —replicó Spock—, sin ningún problema. ¿Caballeros? —les preguntó a Chekov y Morrison.

—Por supuesto, señor —respondió Morrison.

—Sin duda —dijo Chekov.

Junto a Kirk, McCoy se tensó ligeramente.

—Primero me gustaría saber con qué van a examinarlos —dijo en voz baja para que lo oyera sólo Kirk—. Yo no sé lo muy agresivas que son las técnicas de esos seres.

—Spock se encargará de vigilar eso —le respondió Kirk—. Y también nosotros. Además, la solicitud es justa.

McCoy suspiró e hizo un gesto de asentimiento.

—Uhura —dijo luego—, asegúrese de que las lecturas de los sensores de mano van directamente a la enfermería. Quiero comenzar con un chequeo inmediato.

—No hay problema, doctor.

—No puedo imaginar cómo consiguen moverse —comentó McCoy en voz baja—. El informe decía que estaban constituidos por protoplasma indiferenciado. Eso no es nada parecido al suficiente ATP
[3]
o análogos, capaces de proporcionar energía motriz a esa escala…

—El informe decía muchas cosas —le interrumpió Kirk y yo voy a decirle algunas palabras a la Flota Estelar sobre ese asunto. Ahora, dejémoslo.

Estaba más interesado en lo que sucedía en la pantalla, lo cual era comprensible, porque el equipo de descenso era conducido en aquel instante al interior de la sorprendente estructura. El edificio no era demasiado grande por dentro, según las pautas humanas; tenía tal vez el tamaño de una sala de reuniones con un techo bastante bajo; pero la transparencia de las paredes producía un efecto luminoso y abierto, como si uno se encontrara dentro de una habitación construida con ladrillos de vidrio. La única diferencia, claro, es que no había ladrillo alguno, sino las redondeadas formas de los ornae, cada una de ellas estirada o comprimida para llenar adecuadamente el sitio que ocupaba, una especie de mural en bajorrelieve de formas redondas y líquidas. Y todas aquellas formas miraban a los miembros de la
Enterprise
, con ojos, ocultos dentro del cuerpo o proyectados al exterior. Hubiera sido suficiente como para causar un serio ataque de temblores a una persona de disposición nerviosa.

Spock, por supuesto, no estaba ni lejanamente relacionado con los nervios. Se sentó en medio del piso de la sala, se quitó el sensor y se dispuso a realizar ajustes en el mismo, mientras conversaba tranquilamente con el ornaet que le había llevado hasta allí. Los otros miembros del grupo daban vueltas por la sala, conversaban entre sí y examinaban lo que les rodeaba. Se hizo difícil saber qué sucedía con la totalidad del equipo de descenso, dado que sólo el sensor de Morrison transmitía y él estaba concentrado en examinar la estructura de las paredes en aquel momento. La pantalla del puente quedó dominada por la imagen de varios pares (o tríos) de brillantes ojos negros de ornae que contemplaban fijamente el sensor o lo tocaban con los pseudópodos.

Kirk se recostó en el respaldo y se frotó los ojos.

—Esto va a ser fascinante —dijo—, si se me permite acuñar una frase.

McCoy suspiró.

—Ha dicho una gran verdad. Será mejor que baje para asegurarme que recogen todos los datos que necesito. No consigo imaginar qué utilizan esos seres como energía motora…

—Cuéntemelo cuando lo averigüe —le pidió Kirk—. Tendré que permanecer aquí sentado durante mucho tiempo aún, ya que de lo contrario ciertas personas de la Flota se comerían mis entrañas para desayunar.

—Pobre Jim —dijo McCoy—. Las cargas del deber. Tener que quedarse aquí sentado en un cómodo sillón mullido y observarnos a todos los demás mientras correteamos de un lado para otro y nos destrozamos…

—No empiece con eso —le advirtió Kirk—. La vida ya es bastante dura. Lárguese ahí abajo y diviértase.

—¡Divertirme! —bufó McCoy, y salió del puente.

Kirk se recostó en el respaldo y lentamente, muy lentamente, comenzó a sonreír.

El aspecto médico de la situación empezaba a convertirse en un circo, eso era exactamente lo que sucedía. La gente ya no sabía trabajar sin una estrecha supervisión. McCoy no sabía qué les enseñaban en la facultad, en aquella época.

—Vamos, señor Chekov —le dijo al aire de su consultorio, mientras empezaba a reunir un grupo de las cosas mínimas que iba a necesitar en la superficie del planeta—. Deje que la teniente Kerasus se encargue por el momento de los problemas verbales. Nosotros tenemos otro pescado que freír. Estaré ahí abajo dentro de diez minutos, y si no tiene esperándome un grupo de análisis serios, una serie de tegumentos con sus muestras, y una serie neural con los electroencefalogramas pertinentes, unas gráficas de percusión y auscultación…

—No hay ningún problema, doctor —le respondió alegremente la voz de Chekov.

McCoy bufó cordialmente.

—Encárguese de ello. Estaré ahí dentro de diez minutos. McCoy fuera.

Lia le llamó desde la sala contigua.

—¿Quiere que baje con usted para ayudarle?

—No, gracias —respondió McCoy mientras recogía el inverpaliador, lo consideraba y luego lo dejaba en el cajón correspondiente y sacaba un polarioftalmoscopio en su lugar—. El capitán no ha autorizado a nadie más que a los jefes de departamento a bajar al planeta, mientras no hayamos calibrado el traductor con mayor precisión. No quiere multiplicar las posibilidades de error.

—Ése tiene aspecto de ser un consejo de usted —le dijo Lia asomando la cabeza por la esquina del corredor.

—Lo es.

—Ya veo que no es más que otra excusa para matarse a trabajar —comentó ella.

—No, de veras —replicó él mientras cerraba una pequeña bolsa negra, luego volvía a abrirla y arrojaba dentro un radiolaparoscopio y un depresor para la lengua—. Usted cumpla con su trabajo aquí, y asegúrese de que todos los datos quedan bien guardados.

Lia suspiró. Estaba claro que había oído aquel tipo de cosas con bastante frecuencia, y aprendido que no servía de nada discutirlas.

—En ese caso, que se divierta —le dijo.

McCoy profirió un gruñido, cogió la pequeña bolsa negra y salió en dirección a la sala del transportador.

Encontró a Spock todavía sentado en el piso de lo que parecía ser el principal edificio de los ornae en aquel claro. Los sensores de la nave habían encontrado muchos más claros como aquél con estructuras similares; pero también había aparentemente estructuras que estaban hechas de piedra o madera de la zona. «Una de las otras especies —pensó McCoy—. ¿O no? ¿Por qué iban a necesitar casas unos árboles inteligentes? Y se supone que la tercera especie no es física. Bueno, vayamos por partes…»

—Ah, doctor —le dijo Spock, que levantó la mirada del sensor—. Me preguntaba si encontraría usted tiempo para reunirse aquí con nosotros.

—No tenía muchas alternativas —respondió el médico—. Los datos llegan en un goteo tan miserable…

Spock le dirigió una mirada más de lástima que de otra cosa… si es que un vulcaniano se dignaba admitir siquiera la lástima. McCoy sospechaba que Spock podía hacerlo, siempre y cuando estuviera involucrado él mismo.

—Se referirá usted a la información médica —lo corrigió Spock—. Me temo que en este momento le dedicamos más atención a la lingüística…

—Apostaría a que sí. ¿Qué tal va eso, teniente? —inquirió McCoy por encima de su hombro.

Janice Kerasus levantó los ojos de su sensor, que examinaba con interés al ornaet que conversaba con ella.

—Necesito más verbos —dijo ella, con un tono algo desesperado.

—Lo mismo que todos nosotros, querida mía —comentó McCoy—, lo mismo que todos nosotros. —Caminó a grandes zancadas hacia Chekov y se detuvo momentáneamente junto a Morrison—. ¿Qué tal va eso?

—Este muchacho dice que me están examinando —replicó Morrison desde donde se hallaba sentado sobre el piso con las piernas cruzadas. Sentado, si ésa era la palabra, frente a él, había un ornaet que parecía haberse transformado en una bola perfecta, sin ojos ni rasgos visibles—. Pero yo no siento nada.

—No se queje —le aconsejó McCoy—. Al menos no lo exprese de esa manera. No sabe qué emplean aquí para probar la falta de sensaciones. Podría ser algo más sólido que el martillo de reflejos. ¿Y bien, señor Chekov?

—Aquí tiene lo que quería, señor —respondió el otro.

—Mmf.

McCoy se acuclilló junto a Chekov y comenzó a recorrer con los ojos la lista de lecturas. Los resultados de las pruebas de serología de la especie que le había pedido a Chekov eran confusas, para expresarlo con suavidad. Aquellos seres apenas si tenían un sistema circulatorio propiamente dicho, así que no había forma de saber con exactitud qué parte del fluido que circulaba en su interior era material de irrigación, y qué parte era simplemente fluido temporal que un instante antes había sido «músculo» sólido. El doctor McCoy había visto bastantes seres protoplasmáticos en su vida, pero pocos tan indiferenciados como aquéllos. Habitualmente, cuando un ser llegaba a su tamaño, ya había conseguido desarrollar al menos una pequeña estructura multicelular. La situación era desconcertante, pero también era quizá la base para escribir un nuevo artículo. «Pobre Dieter —pensó McCoy mientras sonreía—, ¡y él pensaba que se habían molestado por aquel último artículo! Este pueblo va a volver locos a los xenoespecialistas.»

—Hmm —comentó. Dejó a un lado los confusos resultados serológicos y concentró su atención en los análisis de tegumento y las muestras.

—Hmm —le dijo la criatura, con bastante claridad.

McCoy miró a Chekov y luego al ornaet.

—Le pido disculpas, hijo —le respondió McCoy—. No le he prestado la atención que usted merece. Me llamo McCoy; soy médico.

El ornaet dijo algo con tono rasposo, que el traductor vertió como «¿Qué, hijo?».

—Doctor —le llamó Kerasus desde el otro extremo de la sala—, por lo que más quiera, sintonice su traductor para que se encadene con el mío. Me vendrá bien el vocabulario extra.

—De acuerdo. —Realizó los ajustes necesarios y volvió a mirar al ornaet—. «Hijo» es un término afectuoso —le explicó—. Ya sabe, que se utiliza cuando alguien le cae bien a uno.

Se produjo una pausa y el ornaet dijo:

—¿Caer bien? —Le tocó el flanco de una pierna al médico, como un gato amistoso.

—Eso es. O de esta forma. ¿Puedo tocarle? —preguntó, y se contuvo antes de llegar a hacerlo.

—Tocar, sí.

Era algo que verdaderamente deseaba hacer, tras haber visto la primera parte del informe del tegumento. McCoy le dio al ornaet unos golpecitos amistosos, suaves, en la piel.

—Así —le dijo—, ésta es una de las formas en las que nosotros nos demostramos que somos amigos los unos de los otros.

—¡Amigos, sí! —exclamó alegremente el ornaet. Sacó un pseudópodo redondo y romo y le dio unos golpecitos al médico en la espalda.

El hombre rió entre dientes y acarició la hermosa piel iridiscente. «Piel» era un nombre equivocado, por supuesto, ya que las muestras indicaban que el tegumento de la criatura no era más multicelular que el resto de la misma. Era una sola pieza gruesa de membrana selectivamente permeable, en nada diferente de la que separaba en el cuerpo humano una célula sanguínea, o dérmica o muscular, de las demás. Era alrededor de cinco mil veces más gruesa. «¿Pero cómo ha evolucionado esto? ¿Cómo se mantiene este tejido correctamente irrigado, por no hablar de su alimentación? No había estructura vascular. Pero si uno tiene una membrana de comportamiento permeable, cualquier zona de la misma puede tener acceso al fluido… después de todo, no para de dar vueltas por ahí dentro. Pero al mismo tiempo, no tiene sentido…»

—¿Tienen nombres? —le preguntó McCoy mientras se volvía ligeramente para pedirle al sensor de Chekov que presentara el siguiente conjunto de lecturas.

—¿Nombres?

—Ya sabe, la forma en que le llaman a usted los demás. —Hizo una pausa para observar las series neurales. Aquello tenía aún menos sentido que la prueba de tegumento—. Igual que a mí me llaman McCoy.

El ornaet produjo otro sonido rascante que no fue traducido. «Vaya por Dios», pensó McCoy, pues aquel sonido podía significar tanto que el nombre de la criatura no tenía equivalente en ningún idioma conocido por el traductor, como que había comprendido mal la pregunta y dicho algo que el traductor no era capaz de verter.

—Hmm —dijo McCoy—. ¿Le importaría repetir eso?

El ornaet volvió a emitir el sonido raspante, exactamente el mismo que la vez anterior.

—Bueno, pues —le dijo McCoy—, espero que no le importe que le llame Hhch, habida cuenta que es lo mejor que puedo hacer con ese sonido que usted acaba de hacer, que no tengo ni idea de qué tal es mi pronunciación y no sé hasta qué punto puede usted entenderme, ni siquiera si ése es su nombre, para empezar. De todas formas, encantado de conocerle.

El ornaet volvió a tocarle, quizá como forma de respuesta amistosa.

—¿Cómo llama a esta parte de usted, Hhch? —preguntó McCoy con unos golpecitos suaves sobre la piel de la criatura.

El ornaet profirió otro sonido.

—¿Será piel, eso que acaba de decir? —inquirió mientras se pellizcaba un poco de piel del antebrazo a modo de ilustración.

—Sí, piel —respondió Hhch.

—Ahí tiene una para usted, Kerasus —dijo, y volvió a mirar las lecturas—. Ahora veamos cómo son el resto de sus partes interiores. Buen Dios, hijo, una patata tiene un electroencefalograma más notable que el suyo. Pero es obvio que piensa y se mueve, y que es una forma de vida orgánica. ¿Qué es lo que utilizan en lugar de la bioelectricidad? A menos que la totalidad de ustedes sea un neurotransportador, como los denebianos. Pero eso no tendría ningún sentido con su estructura física tal como es.

Other books

Patchwork Man by D.B. Martin
Fair Maiden by Cheri Schmidt
The Art of Love and Murder by Brenda Whiteside
El Palestino by Antonio Salas
Oracle in the Mist by Linda Maree Malcolm
Some Sunny Day by Annie Groves
The Skeleton Cupboard by Tanya Byron