McCoy apoyó la cabeza en una mano y gimió.
—¿No puede hacer que la teniente Kerasus o alguien de lingüística se encargue de él?
—No, cuando lingüística nos ha enviado el traductor algorítmico a nosotros para que hagamos una valoración física.
—Maldición —dijo McCoy, y volvió a sentarse ante su escritorio. Eso no hizo mejorar las cosas, ya que sólo consiguió llamar su atención sobre la pila de grabaciones, libretas de notas, casetes, disquetes de ordenador y otras porquerías que cubrían la superficie de su escritorio, normalmente ordenado.
Gimió suavemente y se recostó en el respaldo del asiento. El trabajo preliminar de la misión se había propagado a todos los departamentos de la nave, pero de una forma u otra todo parecía terminar encima de su escritorio para obtener aprobación o ser ajustado. El catálogo de microorganismos y la investigación de antibióticos/antígenos; bueno, eso normalmente entraba dentro del campo de la medicina. Pero mirar durante horas y más horas fotografías de preparados de gérmenes y conjeturar cuáles podían ser biológicamente activos, y cuáles debían ser cultivados por los especialistas del laboratorio, no era nada divertido; no más que pensar que si uno pasaba por alto algún organismo poco atractivo a causa de un fallo en el proceso de pensamiento, o por la forma en que uno se sentía aquella tarde, las diversas humanidades podrían ser privadas de una cura pandémica del cáncer. «O del resfriado común», pensó amargamente McCoy. Independientemente de lo que él hiciera, la gente tendría que corretear por todo el planeta para recoger muestras de polvo, y habría que decirles a los especialistas del laboratorio cuáles debían cultivar en busca de probables organismos; McCoy sabía que iban a redescubrir la penicilina al menos trescientas veces en aquel viaje.
Luego estaban las investigaciones de flora y fauna. Uno pensaría que esas cosas entraban dentro de la ciencia pura, del departamento de biología. Pero no. Toda la flora de 1212 Muscae, desde la más simple a la más compleja, aparentemente se encontraba un poco en el terreno de la hiperactividad… «árboles caminantes, ¡por piedad, ¿de quién habrá sido esa luminosa idea?!…», así que todas las plantas acababan en xenobiología, y por lo tanto en medicina. «Puede que sea un médico —pensó McCoy—, pero ¿un médico de árboles?»
Y luego, el trabajo lingüístico; ningún traductor podía siquiera comenzar a funcionar sin disponer de algunos conocimientos de la psicología de las especies en cuestión… y no es que el equipo de investigación hubiera hecho mucho más que proporcionarles los más ligeros atisbos de lo que a cualquiera de las tres especies en cuestión le gustaba pensar ni de la forma en que lo hacían. «Quisiera saber quién escogió a los miembros de ese equipo. Algún maldito funcionario público con el cerebro como una acera de Nueva York, toda cemento y nada de abstracto. ¡Hay tanta profundidad en las entrevistas como en una charca de sapos en pleno agosto, ninguna invitación a la introspección o el análisis, nada! «¿Cómo se desplazan ustedes? ¿Qué comen?» Maldición, ninguna especie vive sólo de pan…»
Y eso no era más que el comienzo. Estudios atmosféricos, taxonomía, etiología de las enfermedades locales, una vez que hubieran conseguido hablar lo suficiente con las especies locales como para averiguar cuáles eran las enfermedades que padecían… una vez que hubieran conseguido averiguar cómo hablar con las especies… si las especies llegaban a querer…
McCoy se frotó la cabeza.
—Enfermera —dijo, aunque no para solicitar una audiencia, esta vez—, me duele el cerebro.
—Tendrá que quitárselo —le dijo Lia desde la puerta.
Estaba de pie y tenía las manos llenas de casetes; era una mujer esbelta de cabello oscuro y rizado, cuya habitual expresión alegre se había esfumado en aquel momento. Tenía todo el aspecto de alguien agotado.
—Quítemelo —le pidió McCoy—. Una lobotomía parece ser precisamente lo que necesito.
—Tenemos una especial —replicó Lia—. Prefrontal con un diez por ciento de descuento para una vasectomía.
—Haga el favor de cerrar la boca —dijo McCoy, y se enderezó un poco—. Las enfermeras son todas unas engreídas. En cuanto comience a pensar querrá dirigir esta sala.
Lia se limitó a sonreír.
—Me pidió usted el resumen de salud de la tripulación —le dijo a McCoy—. Ya está hecho. ¿Quiere leerlo?
—¿He de hacerlo? ¿Me dirá algo que necesite saber? ¿O que no sepa ya?
—No.
—Entonces firme esa maldita cosa y envíesela al capitán. Deje que sea él quien lea lo que la tripulación se ha traído a la vuelta de su permiso. —Profirió un bufido—. ¡Pie de atleta! El único sitio en el que uno debe poder pescar eso en la actualidad es un museo.
Lia adoptó un aire resignado.
—¿Está satisfecha con lo que ha conseguido averiguar para los de lingüística? —le preguntó McCoy al cabo de un instante.
Lia asintió con la cabeza.
—Tendrá que servir de momento. Deberemos hacer bajar lo antes posible a alguien experto en técnicas de entrevista; con el primer grupo de tierra, si es posible. Los actuales algoritmos del traductor son bastante inseguros si no les introducimos más verbos y las tablas de relaciones causales. Si es que estas especies creen en las relaciones causales, y comienzo a tener mis dudas al respecto, especialmente en el caso de los ;at.
Produjo una especie de chasquido antes de la vocal del nombre. McCoy ladeó la cabeza.
—¿Es así como se pronuncia?
—A mí no me lo pregunte —replicó Lia—. Así es como lo pronunciaba la mayoría de los miembros del equipo de investigación en casi todos los casos. Pero es difícil estar seguro de algo. Quiero oírselo decir a una de esas criaturas. —Hizo una pausa—. Si es que el oído está implicado en ello —agregó—. Algunas de esas grabaciones de audio son bastante extrañas. Como si estuvieran llenas de parásitos.
McCoy asintió con la cabeza y suspiró.
—Ya lo escucharé más tarde… ahora estoy demasiado ocupado. ¿Hay algo más que deba saber?
—El teniente Silver está aquí para su revisión médica —le dijo.
McCoy alzó las cejas.
—¿Ese hueso se comporta todavía como debe?
—Está bien soldado —replicó Lia—. No hay señales de metástasis ni de edema.
—No lo pierda de vista. Su médula ya nos ha hecho cosas raras en una ocasión anterior.
—¿Quiere que le haga un amplio espectro histológico?
McCoy asintió con la cabeza.
—Hágalo —le dijo él—, y déjeme volver a lo que tengo entre manos. En cuestión de minutos Spock me saltará al cuello por esta maldita propuesta taxonómica.
Lia se marchó a hacer sus cosas. McCoy suspiró y volvió a fijar la mirada en su terminal de datos.
—Recomienzo —dijo—. Presente lista previa.
La pantalla se encendió con una lista de nombres de reminiscencias griegas y latinas y el comunicador del escritorio sonó de manera estridente, ambas cosas al mismo tiempo.
—Maldición —exclamó McCoy, y pulsó el botón de un golpe—. ¡Aquí McCoy!
—Aquí Spock, doctor…
—Por supuesto que está usted ahí —replicó McCoy con una cortesía exagerada que en aquel momento estaba definitivamente muy lejos de sentir—. ¿En qué otro sitio podría estar? Todavía no he acabado; lo tendrá dentro de una hora.
Al otro lado se produjo un largo silencio.
—Doctor —dijo Spock—, no le llamaba para pedirle la lista de parámetros taxonómicos.
—Es un alivio.
—Lo que me interesa es su valoración de los datos del estudio de los hongos en el catálogo microbiológico preliminar.
—Spock, querido muchacho —le respondió McCoy—, entre usted y yo, no creo que esa gente del equipo de investigación fuera capaz de reconocer un hongo venenoso ni aunque les saltara encima y los llenara de verrugas. Por aquí hay un punto… —rebuscó entre los casetes que tenía sobre el escritorio y luego renunció a encontrar lo que buscaba— no importa la referencia exacta, pero hay al menos un miceto registrado como cuatro especies completamente distintas, y otros tres que a mí me parecen especies distintas y que parecen haber sido confundidas como diferentes formas de esporulación de la misma especie. Sabe Dios cuántas veces ha sucedido ese tipo de cosas en uno de los catálogos preliminares… por no mencionar todos los demás. Y dado que el problema de la evolución divergente hace que resulte vital conocer la diferencia entre las formas mutantes y las alomórficas de ese planeta, creo que deberemos comprobar casi todo lo que nos ha entregado el equipo de investigación. Le aseguro que su informe es más adecuado para formar parte de una pila de abono.
Nuevamente se produjo un breve silencio. McCoy se preparó para lo que pudiera venir.
—Doctor —dijo Spock—, estamos perfectamente de acuerdo. ¿Debo entender que encuentra que su departamento está un poco sobrecargado de trabajo en este momento?
McCoy profirió un suspiro de alivio.
—Spock, eso sería comprender correctamente las cosas. Para decirlo con suavidad.
—Cuando examinemos las listas de destinos —le explicó Spock—, podría existir la posibilidad de enviar algunos de los miembros del departamento de ciencias a medicina, una vez hayamos bajado al planeta y tenido tiempo para realizar algunas valoraciones. Quizá dos o tres días después de la llegada.
«Es ahora cuando los necesito —pensó McCoy—. Pero el departamento de ciencias también los necesita, y los necesita ahora; los planes de estudio y clasificación que realizan en estos momentos determinarán qué es lo que van a hacer durante las siguientes semanas…»
—Eso sería muy amable de su parte, Spock —dijo en voz alta—, verdaderamente muy amable.
Se produjo otro de esos breves silencios.
—Sería solamente lógico, doctor. Amable es…
—¡Oh, por el amor de Dios! Cierre la boca y váyase a contar electrones o cualquier otra cosa —le interrumpió McCoy, aunque sonreía—. Lo que me propone me vendrá muy bien. ¿Algo más?
—No, Spock fuera.
McCoy meneó la cabeza, cogió el casete del informe culpable y lo arrojó a la arcaica «papelera» que le había enviado su hija. La miró fijamente durante un momento.
—Doctor —le llamó Lia desde la sala contigua—, ¿quieres hacerme el favor de venir a mirar este histograma?
«Realmente, no», pensó McCoy.
—Ya voy —dijo en voz alta, y salió para comprobar la prueba de la médula ósea.
El planeta era aún más bello de lo que parecía en la imagen captada desde el espacio. Salieron del hiperespacio en la periferia del sistema, en un punto desde el que el diminuto disco lejano brillaba como una estrella vespertina a la luz algo áspera de la que ocupaba el centro del sistema.
Kirk permaneció sentado y contempló la vista mientras Sulu maniobraba la nave para acercarla más hacia el interior, cerca de varios de los planetas interiores del sistema que estaban en afortunada conjunción. Aquella entrada no era absolutamente necesaria, pero Kirk admiraba que Sulu la hubiese hecho y se preguntaba si le motivaba estrictamente el valor escénico de aquel rumbo o las oportunidades científicas que proporcionaba, puesto que Spock ya realizaba análisis espectrográficos de cada uno de los mundos interiores que dejaba atrás. «Conociendo a Sulu —pensó Kirk—, probablemente lo ha hecho por ambas razones.»
Dos de los tres planetas interiores eran de roca pelada; el tercero tenía atmósfera, pero era de tipo venusiano, llena de gases reductores a altas presiones. Spock lanzó una boya con radar cartográfico en la sopa de ácido nítrico de la atmósfera al pasar sobre ese planeta y luego centró su atención sobre el cuarto planeta exterior, el objetivo que les había llevado hasta allí.
—Cagada de mosca —murmuró Sulu, y rió entre dientes.
—¿Qué ha dicho, señor Sulu? —le preguntó Kirk.
Sulu se puso a reír.
—Es un sobrenombre, capitán —le explicó—. Muchos de los miembros del departamento científico lo utilizan. Es debido a que el sistema es muy pequeño.
Kirk también rió entre dientes. Musca, el nombre de la constelación que figuraba en los registros, era mosca en latín; aquel nombre era uno de los originales con los que el antiguo astrónomo Bayer había bautizado las constelaciones según las veía desde la Tierra. La tradición de bautizar con palabras latinas había continuado cuando los exploradores llegaron al hemisferio sur, pero cuando se quedaron sin animales y sin insectos, algunos de los últimos nombres utilizados habían sido cómicos.
—Es más difícil hacer juegos con palabras que significan cosas como «bomba de aire».
—Sí, desde luego —replicó Sulu—. Altitud planetosincrónica, capitán. ¿Prefiere que me quede aquí o que ponga la nave en una órbita estándar?
—¿Señor Spock? —preguntó Kirk—. ¿Necesita algo de esta órbita?
—No, señor.
El vulcaniano se puso de pie y miró serenamente hacia la pantalla de visión exterior.
—En ese caso, órbita estándar, señor Sulu.
—Sí, señor.
Se deslizaron hasta un punto más cercano al planeta y comenzaron a describir círculos en torno al mismo. Los mares eran dos veces más azules de lo que parecían en la imagen tomada anteriormente; las nubes de la parte alta de la atmósfera adquirían el color ligeramente dorado de la estrella del sistema y se parecían más a remolinos de crema que a nubes. Los continentes, a medida que pasaban por encima de ellos, parecían casi imposiblemente verdes.
—¿Hay mucho nitrógeno en esa atmósfera? —preguntó Kirk—. ¿O mucho CO2?
Spock negó con la cabeza.
—No más de lo corriente. El efecto visual no es debido a la difracción. Mi conjetura es que las formas de clorofila y sus análogos tienen aquí una pigmentación más intensa que en un planeta tipo-M corriente. Probablemente haya diferencias celulares y químicas que resultarán bastante fascinantes, cuando tengamos tiempo para estudiarlas.
Chekov, sentado junto a Sulu, realizaba una cartografía preliminar en su consola.
—No se ve rastro alguno de ciudades —declaró, con un tono ligeramente perplejo—. No hay emisiones de energía. Algunas geotermales…
—Las ciudades eran muy pequeñas —le recordó Kirk— según el informe, y las evaluaciones de las formas de vida que nos proporcionó la primera investigación eran provisionales… creo recordar que el informe declaraba que las evaluaciones realizadas un día ya no servían al siguiente.
—Correcto —dijo Spock—. Puede que hayan tenido algún problema con los instrumentos; habremos de examinar eso. Nuestros equipos están en perfecto funcionamiento, por supuesto.