—Por supuesto —afirmó Kirk.
Debajo de ellos, otro continente cedió paso a un mar imposiblemente azul; luego se deslizaron por encima del ocaso del planeta hacia la zona nocturna. Allí una luna pequeña contemplaba con su rostro verde metálico las nubes de la atmósfera. Su luz era lo único que brillaba en la cara nocturna.
Kirk asintió para sí. Otro día, otro mundo; pero la misma vieja emoción volvía a hacer acto de presencia, renovada, como siempre lo hacía… gracias a Dios.
—Muy bien, señor Sulu —dijo Kirk en voz alta—, mantenga la nave en una órbita cartográfica, hasta que el señor Chekov y el señor Spock queden satisfechos con los resultados que obtengan. Luego llévela a una órbita estándar ecuatorial. Señor Spock —prosiguió en dirección al oficial científico—, ¿tiene ya seleccionado su grupo de primer contacto?
—Sí, capitán.
Spock descendió hasta el sillón central y le entregó a Kirk una lista.
Kirk repasó los nombres.
—Hmmm. Kerasus para el grupo de lingüística, bien; Morrison y Fahy para el de ciencia; Chekov para exo… —Le hizo a Spock un gesto de asentimiento—. Está bien. Localice uno de los asentamientos ornae que menciona el informe, ya que de momento parece la especie más asequible, y baje con el grupo de descenso a saludarlos.
—Los asentamientos ya han sido escogidos —replicó Spock—. Me reuniré con el grupo en la sala de transporte.
Kirk asintió con la cabeza y le hizo a Spock un gesto para indicarle que podía partir.
—Les observaremos —le dijo—. Buena suerte.
Spock hizo un grave gesto de asentimiento con la cabeza y se marchó. Kirk se frotó las manos en los pantalones. Últimamente, la Flota Estelar se manifestaba claramente contraria a que los capitanes bajaran a los planetas con el primer grupo de descenso, incluso en los casos en los que se habían realizado investigaciones preliminares por los alrededores en un pasado reciente. Las órdenes que le habían dado eran explícitas: su valor en aquella misión radicaba principalmente en la síntesis de datos —observar lo que sucedía e intentar extraer un sentido de ello—, y en sus funciones diplomáticas. Nadie a bordo de la nave, excepto el comandante, estaba facultado para negociar el acuerdo de inclusión con una o más de las especies indígenas. Debería quedarse sentado hasta que resultara evidente que aquel mundo era seguro, y luego limitar las visitas que hiciera al planeta a las estrictamente necesarias para fines diplomáticos.
Al menos, hasta donde pudiera saberlo la gente de la Flota. Kirk sonrió. Siempre había lugar para los pequeños engaños.
Las puertas del puente volvieron a abrirse con un siseo. —Bonito lugar —dijo la voz del doctor McCoy, un instante después, por encima de uno de los hombros de Kirk. Kirk levantó hacia él una mirada algo sorprendida. —Creía que iba a ir usted con el grupo de descenso —le dijo—. Pensaba que no querría que Spock lo liara todo. McCoy rió entre dientes.
—No es muy probable que eso ocurra —replicó, y se frotó los ojos—. No. Tengo demasiado trabajo entre manos de momento. Bajaré dentro de uno o dos días.
Kirk frunció ligeramente el entrecejo, preocupado.
—¿Cuántas horas durmió anoche?
McCoy abrió enormemente los ojos.
—Pero bueno, haga el favor de no adoptar ese tono conmigo, Jim. Apuesto a que he dormido más que usted.
Kirk sonrió débilmente y asintió con la cabeza.
—Probablemente, sí —replicó.
Aquél siempre había sido uno de sus problemas —aunque no grave, claro—, el que la emoción de ver un mundo nuevo tendiera a mantenerle despierto hasta más tarde de la hora habitual, la noche anterior a la llegada. De todas formas…
—Ha estado trabajando demasiado —le dijo al médico.
—No, todavía no —lo contradijo McCoy—. Sin embargo, dentro de un par de días sí que voy a hacerlo. Entonces sí que podrá chillarme, y yo le enviaré el trabajo fácil que realice aquí arriba.
Kirk fingió atragantarse.
—¡Fácil!
También McCoy rió ante aquello.
—Bueno —dijo luego—, supongo que todo es relativo.
El comunicador interno silbó.
—Aquí sala de transportador —se oyó—. Habla el teniente Renner. El grupo de descenso informa que está listo para ser transferido a la superficie, capitán.
—Transpórtelos, teniente —replicó Kirk.
La pantalla del puente se encendió en aquel preciso momento y mostró las imágenes que transmitía el sensor del alférez Morrison. Tras del tablero de mandos del transportador, el teniente Renner realizaba los últimos ajustes y luego deslizaba las palancas hacia arriba; se produjo una tormenta de luces y el efecto borró la sala de transporte; luego las luces se desvanecieron poco a poco.
A través de la pantalla todos vieron lo que parecía ser el claro de un bosque. La brillante luz amarillenta del sol penetraba por entre las gruesas ramas y formaba charcos luminosos en la superficie del planeta, que se mezclaban con pilas aplastadas de abono vegetal y otras plantas más verdes que la más verde de las hierbas vistas por Kirk en toda su vida. Los árboles eran inverosímilmente verdes, incluso sus troncos, que eran bastante lisos, como los de los abedules. Uno tras otro, los miembros del grupo de descenso aparecieron en pantalla y recorrieron los alrededores con la mirada.
Spock sacó su sensor de mano y procedió a explorar según el procedimiento tradicional. Los demás se desplazaban lentamente, tocando aquí una rama, allá una planta. El bosque estaba muy silencioso, excepto por un sonido zumbante que se oía en la distancia y podía ser debido al chirrido de algún insecto… pero Kirk descartó de inmediato aquel pensamiento; en un planeta nuevo no había que predecir nada sin disponer de todos los datos, las suposiciones podían matarle a uno sin aviso previo.
—Obtengan lecturas —les dijo Spock en voz baja a Chekov y Kerasus, quienes también sacaron sus sensores.
—Creo que son señales vitales, señor —declaró Chekov—. Dos uno cuatro coma seis. No se aprecia mucho movimiento.
Spock estudió su sensor.
—Kerasus —dijo.
La joven de elevada estatura y expresión fría asintió con la cabeza.
—Mis datos concuerdan. Las lecturas están muy mezcladas… animales y vegetales. Pero así lo esperábamos.
—Correcto. Vayamos todos en esa dirección. Aquí parece haber un sendero tosco.
—Parece haber sido abierto por venados —les dijo Morrison a los que observaban desde el puente—. Algunas ramas partidas… a la altura de la cintura. Por aquí hay un tráfico bastante abundante, diría yo.
Echaron a andar por el bosque. Kirk se recostó en el respaldo y contempló cómo la iluminación verde dorada cambiaba casi completamente al color oro. El grupo de descenso salió a un claro y se detuvo durante un momento para mirar en todas las direcciones.
«Qué…», pensó Kirk, porque en el centro del claro había algo con el aspecto de un enorme globo amorfo de cristal del tamaño de una lanzadera.
Hasta que se movió.
El globo de cristal se dividió en aproximadamente unos cincuenta trozos que comenzaron a rodar y saltar hacia el grupo de descenso con el tipo de movimientos fluidos más peculiar que Kirk había visto en mucho tiempo. En el puente se oyeron algunas exclamaciones ahogadas, pero Kirk hizo caso omiso de ellas mientras se preguntaba por un momento qué emplearían aquellas criaturas a modo de músculos, dado que supuestamente estaban compuestas sólo de protoplasma. Ciertamente, no tenían ningún problema para desplazarse, aunque aquella forma particular de locomoción parecía la de unas bolsas de plástico que se arrastraran por el suelo y ocasionalmente rodaran sobre sí para conseguir una mayor velocidad.
—Nada de pistolas fásicas —les dijo Spock a los demás en voz baja.
Ellos asintieron con la cabeza.
Las tropezantes y reptantes formas disminuyeron la velocidad al acercarse a los miembros de la
Enterprise
y empezaron a rodearles. Spock bajó la mirada hasta ellos con su calma habitual —ninguno le llegaba más arriba de la rodilla— y esperó a ver qué sucedería a continuación. Lentamente, se formó un círculo en torno al grupo de descenso y las criaturas se instalaron allí, meneándose y removiéndose ligeramente. Morrison se volvió lentamente para captar la imagen del círculo de criaturas como un montón de globos de vidrio irisado, pero estremecidos y llenos de vida, pensando vaya a saberse qué.
—Buenos días —dijo Spock. Kirk se tomó un segundo para dirigirle una sonrisa a Bones; a veces, la formalidad de Spock daba risa—. ¿Son ustedes miembros de la especie llamada Ornae?
Se produjo otro temblor de movimiento que recorrió los círculos de criaturas y luego un sonido: como si alguien raspase algo, no del todo igual al sonido de «insecto» que Kirk había percibido anteriormente. Los circuitos del traductor del puente intervinieron para interpretar aquel sonido como una risa de tono extrañamente agudo.
Una de las criaturas del círculo interior se estremeció completamente y luego, todavía estremecida, se desplazó muy, muy lentamente hacia Spock. El vulcaniano no movió ni un músculo. La criatura tendió un largo y delgado pseudópodo que brilló en el sol como el vidrio acabado de soplar y empujó con él una de las botas de Spock. Luego volvió a hacer aquel sonido de raspado y dijo una palabra.
—¡Pillado!
Regresó de un salto a su sitio. Todas las otras criaturas se unieron a las rasposas carcajadas de la primera. Spock las recorrió a todas con una mirada de ligera perplejidad.
—Capitán —dijo luego—, sospecho que hemos tropezado con una guardería, o algo similar.
—En cualquier caso —replicó Kirk echándose a reír—, no hay duda de que son ornae.
—Desde luego que lo son.
Spock se inclinó un poco hacia el ornaet que le había «pillado».
—Somos visitantes —le dijo—. ¿Crees que podrías llevarnos ante la misma gente que recibió a los anteriores visitantes que eran como nosotros?
Aquello produjo más risas rasposas; algunos ornae comenzaron a retirarse de delante del grupo de descenso y formaron un paso para que avanzaran hacia un lado del claro.
—Gracias —les dijo Spock con seriedad, y avanzó en aquella dirección.
El ornaet que le había hablado saltaba y rodaba junto al vulcaniano. Ocasionalmente rebotaba contra él para señalarle la dirección correcta.
Observaron que el grupo de ornae conducía al equipo de descenso de vuelta al bosque por otro sendero, éste más ancho que el anterior, con más ramitas rotas a los lados, lo que sugería un tráfico mayor. Los miembros de la
Enterprise
fueron conducidos a través de otros claros, aunque en ninguno de ellos había ornae; luego llegaron a un último claro, el más grande que habían visto hasta el momento. Allí encontraron estructuras del tamaño de casas pequeñas; más vidrio iridiscente formaba unas estructuras sorprendentemente elegantes: torres y agujas curvas, cúpulas de membranas de vidrio, laberintos sin techo de utilidad incierta. Otros ornae entraban y salían de los edificios.
McCoy suspiró suavemente.
—El informe no decía nada sobre edificios como ésos.
—Ciertamente, no, doctor —contestó Spock—. Sospecho que no nos contaron la mitad de las cosas… como ya he mencionado.
Kirk tomó nota mental de enviar un memorando enérgico a la Flota Estelar sobre el informe del grupo de investigación preliminar. Las referencias de los últimos tres días procedentes de los diversos departamentos de la
Enterprise
habían dejado claro que la investigación estaba tan incompleta y plagada de errores como era posible imaginar. «¿Para qué demonios envían a esa gente sino para hacernos el trabajo un poco más fácil? Sabe Dios qué peligros pasaron por alto en este planeta, con los que nosotros tendremos que enfrentarnos antes de acabar…»
—¡Santo cielo! —exclamó de pronto McCoy—. ¡Mire eso!
Kirk miró… y comprendió aquella exclamación. Uno de los edificios había comenzado a deshacerse lenta y silenciosamente; las agujas más altas, que se elevaban a unos mil quinientos metros de altura, se deslizaban y caían alrededor de la restante estructura con la misma lentitud y gracia que una gota de glicerina… pero aquélla era una gota que contenía alrededor de ochenta litros.
—Construyen los edificios consigo mismos —dijo McCoy con deleite, casi con reverencia—. Jim, esto es increíble. ¿Se trata de un puesto de trabajo permanente? ¿Lo hacen por turnos?
—Shhhh —le indicó Kirk, mientras observaba a un ornaet que se deslizaba por la estructura construida con sus más quietos compañeros.
Avanzó hasta detenerse ante el grupo de descenso, a los pies de Spock, y levantó los ojos hacia él. Los levantó de manera visible, pues sacó dos antenas con ojos de lo que había sido la lisa superficie curva de su cuerpo.
—Saludo —dijo.
—También yo te saludo —replicó Spock con una reverencia apenas perceptible, de una fracción de centímetro—. Soy el comandante Spock, de la nave
USS Enterprise
, de la Federación.
—Federación —repitió la criatura, y el traductor le dio a la palabra un tono ligeramente meditativo: «Mmf».
Spock miró a la teniente Janice Kerasus, cuyos ojos enormes tenían un aire pensativo. Como jefa del departamento de lingüística, ella era la mejor preparada de los tripulantes para entender las vaguedades del traductor universal. Pero aquella situación, con las evaluaciones realizadas sólo a medias, y aparentemente hechas también de forma incorrecta, sería probablemente tensa durante días, tal vez meses. Sabe Dios lo que les decía a aquellas criaturas; sabe Dios (hasta que hubiesen oído bastante más aquel idioma) lo que aquellas criaturas les decían a ellos. Y toda la misión dependía de ese punto.
—Mmf —dijo el ornaet—. Saludo, saludo, saludo. ¿Federación?
—Sí —replicó Spock mientras los demás saludaban con la cabeza, y mascullaban o emitían palabras claras—. Estamos todos dentro de la misma organización. Nuestro jefe nos ha enviado a establecer un contacto inicial con ustedes. Nos gustaría permanecer de visita en su planeta durante algún tiempo y mantener conversaciones con ustedes, si no tienen ninguna objeción.
El ornaet extendió las antenas oculares hasta acercarlas un poco más a Spock; había algo burlón en la expresión de la criatura… y Kirk volvió a hacerse una advertencia contra el antropomorfismo.
—Sólo objeciones ;at —replicó la criatura.
Kirk alzó las cejas. Aquello era una novedad para él. McCoy le miró, la expresión burlona de la cara del médico no corría peligro alguno de ser mal interpretada.