—Maldición —dijo el médico.
—Me temo que también ha desaparecido la información captada por el escáner —informó Uhura—. No es que se haya borrado; las bandas del escáner están sencillamente en blanco, como si el aparato no hubiese grabado nada.
—Hoy no es mi día para las máquinas, eso es evidente —comentó McCoy;
—No ha sido un fallo del aparato —le dijo Uhura con prontitud. Había hecho alguna otra cosa en la consola—. Obtengo débiles resonancias de escáner en algunas de las bandas, procedentes de formas de vida del fondo… demasiado débiles para resultar de alguna utilidad en la recogida de datos, naturalmente; pero su escáner recogía efectivamente algunos de los movimientos de la vida vegetal del fondo, por ejemplo.
—Sí, eso suele suceder… pero habitualmente la forma de vida hacia la cual está dirigido el escáner simplemente ahoga las ondas de las del fondo, a causa de su proximidad. Ahora bien, ¿qué significa todo esto?
Uhura meneó la cabeza mientras sacaba el escáner del puerto de lectura y se lo devolvía a McCoy.
—Sus conjeturas son tan buenas como las mías, probablemente mejores, dado que usted vio al ;at y yo no. —Parecía sentir mucha curiosidad—. ¿A usted qué le pareció, cómo sonaba?
—A problemas —le replicó McCoy, que la escuchaba a medias—. Como algo que no me gustaría que se enfadara conmigo. —Se le heló el estómago ante aquel pensamiento; hubo de apartar conscientemente el miedo—. No tiene importancia. Tal vez —comentó con tono pasivo— el ;at no quería que le sondearan.
Miró a Uhura. Ella inclinó la cabeza hacia un lado, con los ojos entrecerrados.
—Es posible —comentó—. Las especies que son buenas en el manejo del fluido energético pueden hacer esas cosas, a veces. Recuerde el sondeo con escáneres que realizamos de los organismos, por ejemplo, antes de que se manifestaran por propia voluntad. Nosotros pensamos que teníamos delante homínidos… ellos manipularon las lecturas de nuestros instrumentos para que pareciera precisamente eso. No se nos ocurrió cuestionarnos lo que sucedía. Estos seres… —Uhura miró la pantalla—. Ése —se corrigió— es un manejo de la energía de gran virtuosismo, si su teoría es correcta. Una criatura capaz de hacer eso puede hacer toda clase de cosas.
—Pero el ;at no ha intentado engañarnos, hasta donde sabemos —comentó McCoy, que intentaba con todas sus fuerzas ceñirse estrictamente a los hechos—. Simplemente se limitó a bloquear las lecturas de sí mismo. Me pregunto por qué querría hacer algo así.
—¿Por algún tabú de privacidad? —sugirió Uhura.
McCoy suspiró.
—Hasta que hablemos con alguno de ellos, no conseguiremos averiguarlo. Y no parecen ser tan abiertos como las otras especies.
Uhura rió al oír aquello; fue una risa corta y levemente sarcástica.
—No apueste a que los otros seres son más abiertos que los ;at, doctor. Durante toda la mañana he hablado de la naturaleza de la realidad con algunos ornae. Ellos no creen realmente en nosotros.
McCoy parpadeó.
—Ése es un tema que ha salido a relucir varias veces —comentó el médico—. No creen en nosotros, ¿en qué sentido?
¿Es que somos algo contrario a su religión? ¿O es que hay algo en nosotros que no aprueban?
—No es eso exactamente —replicó Uhura, se sentó y profirió un suspiro—. Simplemente no creen que seamos reales. No, tampoco es exactamente eso. Saben que estamos aquí, pero no piensan que seamos realmente humanos.
—¿A qué se refiere? Con dos brazos, dos piernas, una cabeza, ¿qué más puede ser un «humano»? Más o menos.
—No en ese sentido. No creen que seamos gentes. No se trata de un prejuicio suyo. Les gustamos bastante; les gusta charlar con nosotros. Pero no creen que seamos particularmente importantes. Las cosas que nosotros consideramos importantes a ellos les parecen irrisorias. Y ¿por qué no había de ser así? —continuó Uhura—. Según su visión del mundo —tanto la suya como la de los lahit, pues ambos parecen compartirla—, las necesidades básicas de supervivencia, el aire, el agua, la comida, están todas a su disposición para cuando quieran tomarlas, y ni siquieran necesitan ser tomadas, al menos en el caso de los ornae. Nosotros vivimos. Ellos sencillamente comienzan en un peldaño más alto que nosotros en la escala de autoactualización. Tienen cubiertas ya todas sus necesidades básicas y no han de ocuparse de ellas de manera consciente. Sus intereses son todos de orden social. De hecho, podrían ser la especie más sociable con la que la Federación se haya encontrado hasta la fecha.
—Es un cambio agradable, habida cuenta de algunos pueblos con los que hemos tropezado a lo largo de los años. —murmuró McCoy.
—Bueno, sí. También entienden la idea de la Federación… más o menos. Lo que no comprenden son las razones que nos han movido a formarla. Puede que se unan a nosotros sólo para charlar, pero nunca se les ocurriría formar parte de nuestro grupo por el solo hecho de que tengamos algo que ellos quieran. Hasta donde yo sé, no tenemos absolutamente nada que puedan querer o necesitar… excepto quizá nosotros mismos, para que hablemos con ellos. Los términos de cualquier acuerdo de asociación tendrán que cambiar para que reflejen esa realidad, y así se lo diré al capitán…
—Cuando le encontremos.
—Sí —replicó Uhura; la preocupación afloró a su rostro—.He de admitirlo, estoy preocupada.
—Si usted cree que está preocupada, imagínese yo —le dijo McCoy—. Bueno, dejemos eso de momento. Supongo que la Flota Estelar va a querer comunicarse con nosotros, para averiguar cómo nos van las cosas. —El médico gimió—. Es una conversación que me encantará mantener.
—No va a ser una conversación —le señaló Uhura—, no cuando estamos a una distancia de cinco horas de radio subespacial; no lo será. Redacte usted un informe y déjelo listo para mí… nuestra próxima transmisión rutinaria deberá salir dentro de aproximadamente una hora y media, y será mejor que no se imaginen que tiene usted problemas con las cosas por el hecho de enviarla con retraso.
—¡Pero es que tengo problemas con las cosas, maldición! —exclamó McCoy—. Estaría encantado si me creyeran. Venga, rápido —le dijo—, tráigame una libreta electrónica. Certificaré que no soy apto para el mando. Estrés, ésa será una buena excusa. Entonces ellos sentarán a Spock en este miserable asiento, en mi lugar…
—Doctor —comenzó a decir Uhura, con la voz cargada de piedad—, me parece que abriga usted falsas esperanzas, porque es del todo imposible que hagan eso. El relevo del mando por «control remoto» es algo que se realiza muy raramente, en especial porque muy raramente sale bien. En una o dos ocasiones en las que la Flota Estelar ha hecho algo tan estúpido, lo ha lamentado luego; piense en el aspecto que tendría eso en su expediente de servicio.
—Mmmmf. No había pensado en ello —replicó McCoy con tono de infelicidad.
—Piénselo —le aconsejó Uhura—. Pobre doctor. Esta vez tiene usted al tigre por la cola.
Él asintió con la cabeza.
—No hay nada que hacer excepto permanecer al mando, calculo.
—Usted haga eso. Todos los demás le ayudaremos.
—Encuentren al capitán —pidió él—. Eso sería de gran ayuda.
Uhura asintió y se volvió hacia su terminal.
McCoy se quedó sentado y tamborileó con los dedos en un brazo del asiento. Se removía inquieto. El acolchado parecía mucho menos cómodo que antes.
Spock negó repetidamente con la cabeza.
—Simplemente extrañas. Había una decadencia de partículas de alta energía que sobrepasaba el umbral normal: algunas radiaciones de Cerenkov, y residuos de partículas-Z. Algo extremadamente peculiar.
—Pero si la radiación Cerenkov está asociada con los agujeros negros —protestó McCoy—. No hay ningún agujero negro por aquí.
—Desde luego que no lo hay. Sin embargo, las radiaciones Cerenkov están también asociadas con la repentina desaceleración de un cuerpo superrelativo en la atmósfera.
—Alguien que viaje a una velocidad mayor que la de la luz y aminore la marcha…
—O «algo». Las responsables podrían ser meras partículas subatómicas. El número que registró su escáner era muy pequeño, demasiado pequeño para ser indicio de la presencia de una nave espacial o cualquier cosa similar.
—Pero estaba, no obstante, por encima del umbral normal —insistió McCoy.
—Sí.
El médico sacudió la cabeza.
—¿Y qué hay de las partículas-Z?
—Tampoco soy capaz de explicarme su presencia —replicó el vulcaniano—. El acontecimiento natural de la colisión y decadencia de las Z es tan raro que siempre han hecho falta equipos tremendamente sensibles para detectarlas. Pero aquí no parece que sean raras. O no lo eran cuando usted realizaba el sondeo. Mis propios escáneres, que han estado funcionando durante las últimas horas y tienen unos mecanismos mucho más sensibles, no captaron ninguna colisión de esa índole.
—En ese caso, es algo asociado específicamente con los ;at —reflexionó McCoy.
Spock asintió con la cabeza.
—Creo que ésa es una suposición bastante segura, pero no tengo ni idea de qué puede significar. Es una lástima que el resto del sondeo no haya sido más revelador, pero se interfirió en él de la forma más diestra.
—¿Cree usted que fue hecho intencionadamente? —le preguntó McCoy.
El vulcaniano frunció levemente el entrecejo.
—No tenemos ninguna prueba directa de ello —replicó—, pero, por otra parte, si el ;at en cuestión no quería que su funcionamiento interno fuese conocido o se teorizara sobre él, difícilmente podría haber conseguido mejor resultado. Estadísticamente, yo diría que estos datos son como mínimo sospechosos.
McCoy suspiró.
—Bien —dijo—. Voy a tomarme un descanso. Haga que todo el mundo reúna sus notas, les veré dentro de una hora.
Bajó a su camarote. El sonido de la puerta que se cerró a sus espaldas le llenó de una tremenda sensación de alivio, que reconocía como completamente falsa. Al cabo de una hora debería volver a salir, sentarse a la cabecera de la mesa de juntas y fingir que dirigía las cosas.
Se sentó en su silla favorita, probablemente el objeto más viejo de su camarote y ciertamente el más costoso. Era una antigüedad, había renunciado a la mayor parte del espacio destinado a sus posesiones para tenerla allí. Era una genuina mecedora Shaker con respaldo de junco, de 1980; no era realmente de las más venerables de su clase —las verdaderamente antiguas estaban todas en museos—, pero sí bastante buena. Era buena para los problemas de espalda, mecerse en ella resultaba sedante.
«Ahora necesito calmarme un poco», pensó mientras se sentaba. El movimiento era físicamente reconfortante. Su mente, por supuesto, corría y corría en pequeños círculos, chillaba y se mordía la cintura, pero eso era comprensible… las partes más clínicas de su mente no estaban alteradas por ese hecho. Si se mecía el tiempo suficiente, su cuerpo acabaría por influir en la mente. No tenía otra elección.
—De todas formas, a este paso me llevará un año conseguirlo —masculló.
Hizo un rápido chequeo de su cuerpo. Palmas frías y húmedas, pulso acelerado, algunos estremecimientos ligeros de los músculos, malestar general. Espasmos estomacales. «Médicos, alimentaos —recordó que había dicho Kirk. ¿Cuándo había comido por última vez? ¿Había sido realmente aquella mañana?—. No es propio de mí el saltarme comidas. Debo tener el azúcar de la sangre por los calcetines, más o menos.»
Tendió una mano y pulsó el botón del intercomunicador.
—Intendencia —dijo.
—Aquí Davis.
—Habla McCoy. ¿Puede hacer que alguien me envíe un bocadillo y un café? Estoy en mi camarote.
Volvió a repantigarse y suspiró mientras recorría la habitación con la mirada. La estancia parecía más pequeña de lo habitual. ¿Era así como se sentía Kirk cuando se tomaba un descanso en medio de una crisis? ¿Como si todos los problemas del mundo tuviesen lugar en el exterior de la puerta y fueran a saltarle encima en el instante de volver a abrirla? Podía comprender por qué a veces tenía que decirle a Kirk que tomara una pastilla para dormir. El sueño ni siquiera se acercaría a él hasta que todo aquello se hubiera resuelto.
«Sí, dormiré —declaró una de las partes clínicas de su cerebro—. Una mente que no ha descansado es inútil. Mermar tu propia eficiencia no traerá de vuelta a Kirk. Si tienes que dormir, tómate esa maldita pastilla, o haz que Lia te atice en la cabeza con un martillo, o lo que sea. No te des el gusto de permanecer despierto y sentir lástima de ti mismo… esta vez no.»
El médico suspiró. Cuántas veces le había dado consejos a Kirk y se había sentido seguro de tener razón, mientras Kirk permanecía sentado en el asiento de mando y le gastaba bromas, y a veces seguía su consejo y otras hacía caso omiso del mismo… Con frecuencia McCoy habría jurado que las cosas quedarían resueltas, más elegantemente, de forma más sencilla, si Kirk hubiera hecho lo que él le decía. En cualquier caso se habían resuelto, por regla general, y McCoy se había encogido de hombros y concentrado su atención en asuntos de la enfermería, para que esa parte de la nave funcionara como debía.
Pero ahora había que atender más asuntos que los pertenecientes estrictamente a la enfermería, todo quedaba bajo su propia responsabilidad. No importaba quién le diera los consejos ni lo buenos que fuesen, la responsabilidad de las decisiones que tomara recaería completamente sobre él.
Si se le ocurría una buena idea y actuaba según la misma y no resultaba bien, la responsabilidad también sería suya.
Se preguntó cómo había podido Kirk aceptar alguna vez sus consejos con tan buen humor como lo hacía, cuando lo hacía.
Se preguntó si alguno de sus consejos había tenido alguna vez algo de positivo, en todas aquellas ocasiones en las que se había quedado pegado al respaldo del sillón de mando y hecho sugerencias para las que no estaba preparado.
«Bueno —pensó—, al menos algunas cosas empiezan a salir bien. He vuelto a ponerme completamente introspectivo. Es la primera vez que dispongo de una hora para hacerlo.» No es que ser introspectivo fuese en absoluto malo para un médico, especialmente cuando tenía responsabilidades psiquiátricas del tipo que pesaban sobre McCoy, con toda la gestalt de una nave más o menos en sus manos. Pero exagerar las cosas podía constituir un error, y a veces McCoy se inclinaba a hacerlo. Era una tendencia que él había aprendido a controlar.
Alguien llamó al timbre de su puerta. Se levantó para atender la llamada. No encontró a nadie, sino una bandeja que flotaba sobre la lámina automática de transporte. McCoy rió entre dientes; aparentemente, Meg había conseguido que Scotty les enseñara uno o dos trucos nuevos a sus láminas transportadoras.