Por prescripción facultativa (16 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—Sí, doctor —respondió Uhura.

—Yo había creído —comentó Spock— que usted aprobaba la unidad galáctica, doctor.

—Y lo hago —le contestó McCoy—, con aquellos para los que significa lo mismo que para mí. Por lo que a mí respecta, a los klingon hace falta convencerles un poco. —Se recostó contra el respaldo y sonrió.

Spock asintió con la cabeza y se marchó a sus asuntos. McCoy se puso de pie.

—No aparte los ojos de nuestros amigos del espacio —le dijo a Sulu—. Si hacen algo inesperado, llámeme. Tengo que ponerme al día con el sueño. Uhura —continuó en dirección a la oficial de comunicaciones—, si los grupos de descenso que estarán ahí abajo esta noche averiguan algo, llámeme de inmediato, o hágalo si sucede cualquier cosa que usted o su relevo piensen que necesita mi atención.

—Sí, señor.

Se encaminó hacia el turboascensor y esperó hasta que se cerraron las puertas.

Cuando lo hicieron, se derrumbó contra la pared del fondo, cerró los ojos e intentó con todas sus fuerzas no gemir en voz alta.

—Planta cinco —dijo finalmente, cuando pudo confiar en que no diría nada capaz de confundir a los sensores de audio del turboascensor, que comenzó a moverse.

Temblaba de arriba abajo. «Como un ratón en un espectáculo de gatos —pensó—. Espero poder acostumbrarme pronto a esto porque, Señor, de momento no me he habituado, y si doy un paso en falso por culpa de los nervios, mucha gente podría morir.»

Se puso a realizar unos profundos ejercicios respiratorios de rutina que le hacían mucho bien en los casos de ataques de nervios. «Necesito dedicar un rato a los ejercicios antiestrés esta noche —se dijo mentalmente—, y luego quizá debería hacer que Lia fuera a atizarme en la cabeza con un martillo. ¡Señor, y ahora klingon! ¿De quién ha sido esa luminosa idea? ¡No es nada divertido, Dios!»

La deidad declinó el darle una respuesta; probablemente se había tomado un descanso. Los ejercicios respiratorios comenzaron a hacerle efecto, los temblores empezaron a remitir. «Puede que necesite comer algo más —reflexionó McCoy, mientras el ascensor se detenía suavemente—. Después de todo, sólo he comido un bocadillo. Me pregunto si Jim come a veces para distraerse del estrés.»

Era un interesante pensamiento, que a McCoy ya se le había ocurrido en ocasiones anteriores y que habitualmente había descartado. En aquel preciso momento se sentía menos dispuesto a hacer caso omiso de él. «Puede que Jim necesite un mejor tratamiento para el estrés. Debería de haberlo advertido antes, si es ése el caso. Te estás volviendo descuidado, Leonard, muchacho…»

La puerta de su camarote se abrió ante él y se cerró a sus espaldas. El médico se sentó en la mecedora con una sensación de tremendo alivio. Desgraciadamente, tras el alivio se agazapaba un terror informe que insistía en recordarle que no había manera de saber cuánto duraría el descanso. Sin levantarse terminó los ejercicios respiratorios y luego consideró la posibilidad de pedir algo más para comer. «No —se dijo inmediatamente—. Primero la reducción del estrés. Si intento comer algo con el estómago en el estado actual, me lo enviará de vuelta con tremendos perjuicios.»

Se dominó, comprobó que su respiración era regular, cerró los ojos y se dispuso a imaginar el lugar privado en el que realizaba su trabajo mental.

Unos cinco segundos después se quedó dormido.

—Fíjese, le he tirado la bebida; deje que vaya a buscarle otra —le decía a Dieter, cuando el chillido de soprano del silbato del tren cremallera de la Jungfrau se transformó abruptamente en el silbido del intercomunicador.

Los ojos de McCoy se abrieron repentinamente. Se enderezó en la mecedora abandonando la posición enroscada original e hizo una mueca al sentir cómo tenía la espalda… no importa lo ortopédicamente sensatas que sean las mecedoras de respaldo recto, no están hechas para dormir encima de ellas. McCoy tendió una mano y pulsó el botón del intercomunicador.

—Aquí McCoy.

—Aquí el puente, doctor. Alférez Vehau al habla, en la terminal de comunicaciones. Tenemos algo de la Flota Estelar para usted.

El médico gimió.

—¿A esta hora? Dígales que se tomen dos aspirinas y me llamen por la mañana.

Vehau rió suavemente.

—Ojalá pudiera. Desgraciadamente, deberá subir usted aquí y firmar esa miserable cosa, y deberá hacerlo de inmediato.

—Voy para allá —respondió McCoy, suspirando.

Se encaminó hacia el puente a la luz baja del turno de noche. La nave funcionaba mejor cuando tenía una noche y un día «reales»; por consideración a los tripulantes que eran diurnos, el turno de noche lo ocupaban principalmente personas que tenían dificultades mínimas para estar despiertos durante la noche, especialmente miembros de especies naturalmente nocturnas… un sorprendente 30 por ciento aproximadamente de las especies homínidas.

Vehau era una de ellos. Los delasi eran bastante humanoides y no presentaban otra indicación de su condición nocturna que unos ojos oscuros particularmente grandes, sensibles y (según pensaba McCoy) hermosos. Cuando McCoy entró en el puente, encontró a Vehau que miraba su terminal con ligero fastidio.

—Aquí, doctor —le dijo—. Ya me ha interrogado dos veces.

—¿Dónde debo mirar? —inquirió él.

—Aquí , en este escáner, señor.

McCoy se inclinó y mantuvo los ojos muy abiertos, a la espera de que apareciera el destello color rubí del láser de sondeo retinal. Llegó, e inmediatamente la consola se puso a murmurar suavemente para sí.

—Ya lo tenemos —le dijo la alférez, y movió una palanca—. ¿Quiere recibirlo en su camarote, o prefiere tener visión y sonido aquí mismo?

McCoy suspiró y se sentó en el asiento de mando.

—Supongo que lo recibiré aquí —respondió—. En cualquier caso, aquí no hay nadie más que nosotros, los pollos. ¿Quién está a cargo de armamento y navegación, por cierto?

—Navegación está cerrada por el momento —le dijo ella—. La órbita de la nave es de automantenimiento… y es mejor que lo sea: no necesita a nadie que se encargue de ella en una órbita estándar. Sulu se ofreció para hacer un turno extra en armamento. Ahora se toma un descanso; estará de vuelta dentro de un rato. Sólo estamos los pollos, como ha dicho usted. —Arrugó un poco la nariz—. ¿Qué es un pollo?

—Una bestia de la Tierra que se hizo famosa por la manera que tiene de cruzar la calle —replicó McCoy—. Bueno, Vehau, déjelo salir.

La pantalla mostró el habitual sello de fecha y hora de la Flota Estelar. Luego McCoy se encontró frente a un hombre que estaba sentado ante un escritorio.

—Oh, demonios —masculló McCoy, porque aquel hombre era el almirante Delacroix, un nombre sobre el que le había oído mascullar a Jim más de una vez. El Superanciano, le llamaba Jim, y en aquello había una gran verdad; Delacroix parecía haber estado presente desde la edad glacial… la primera de todas. Tenía el cabello blanco y era alto, con facciones que parecían talladas a cincel; además tenía el tipo de porte y la expresión propios de una persona que se enorgullece de ser mejor, o al menos más vieja, que uno mismo.

—Delacroix —dijo. Seguía sentado, con las manos cruzadas sobre el escritorio y el aspecto de un hombre que está a punto de regañar muy seriamente a un escolar—, a Leonard McCoy, actualmente al mando de la
USS Enterprise
. Comandante McCoy, hemos recibido su informe y nos parece una colección de documentos bastante inquietante.

En primer lugar, nuestro interés referente a la evolución divergente de las tres especies del planeta no se maneja de la forma aprobada por nosotros. Faltan muchos datos pertinentes respecto a la tercer especie, los ;at. —No pronunció el nombre mejor que los demás, pensó McCoy; eso era un pequeño consuelo—. Esperamos una mejor actuación en la recogida de datos, acorde con la reputación de la
Enterprise
. Suponemos que el deterioro de la eficiencia es debido al presente estado de desaparición del capitán Kirk, cosa que trataremos dentro de un momento. En cualquier caso, esperamos que ese fallo de información será solucionado de inmediato. Por favor, dé los pasos necesarios para que así sea.

—Oh, claro —comentó McCoy amargamente—. ¿Y qué se supone que debo hacer? Uno no puede encontrar una especie que no quiere que la encuentren, malditos todos…

Pero la grabación continuaba.

—Segundo. Las investigaciones referentes a las posibilidades de explotación del planeta no avanzan a la velocidad deseada. No pueden tomarse decisiones sensatas respecto a las relaciones diplomáticas sin contar con todos los datos sobre los recursos planetarios. Los listados de su tripulación, según han sido presentados, muestran en el momento actual una concentración excesiva en los aspectos científicos y lingüísticos. Por favor, destine personas de los trabajos lingüísticos para que investiguen el planeta e informen lo antes posible sobre minerales y otros recursos.

McCoy permanecía sentado con los labios apretados. «¡De pronto me dice que no quieren hablar con esos pueblos hasta que hayan averiguado si tienen algo que valga la pena obtener! ¡Maldición, eso no fue lo que la Flota Estelar nos dijo al principio! ¿Quién ha puesto a este pavo en ese puesto, así de repente? ¿Dónde demonios están Llewellyn y Tai Hao, que fueron quienes respaldaron esta misión en primer término sobre unas bases científicas?»

—Tercero. Contemplamos con gran preocupación la desaparición del capitán Kirk. Por lo que nos informan, suponemos que el capitán no contravino las órdenes que tenía cuando descendió a la superficie, puesto que en ese momento la situación parecía estable. —McCoy frunció el entrecejo; la voz del hombre sonaba como si se sintiera levemente decepcionado por ese hecho—. A lo que parece, se produjo algún deterioro de las relaciones entre su grupo de exploración y una o más de las especies indígenas, posiblemente los ;at. Esa ruptura se debe muy probablemente a una recogida de datos inadecuada sobre dicha especie y se le ordena que rectifique inmediatamente dicha situación. Tomamos nota de sus intentos destinados a encontrar al capitán. Confirmamos su puesto y su derecho a emprender todas las acciones necesarias para recuperar al capitán Kirk, incluida la alternativa militar si lo creyera conveniente o necesario. Esperaremos en su próxima transmisión un informe que recoja los pasos dados y los resultados que se obtengan. Si no se obtiene resultado alguno dentro de un día estándar, se le darán órdenes concernientes a las posibles acciones que deberá tomar contra el planeta. Hasta entonces, dejamos el asunto a su discreción, dentro de nuestras líneas generales.

Delacroix calló y se aclaró la garganta, como si estuviera a punto de decir algo desagradable.

—Por último, algo referente a su actual posición al mando de la nave. Aunque su historial de servicio no indica ninguna experiencia previa como comandante de una nave estelar, otros aspectos señalan que ése es un cargo para el que usted debería estar adecuadamente dotado; el capitán Kirk es un oficial con suficiente experiencia y capacidad como para pensar que tuvo alguna buena razón, en las circunstancias en las que se encuentran, para dejarle a usted al mando. No obstante, a la luz de los sucesos de los próximos días, será por supuesto necesario realizar algún tipo de investigación cuando regresen ustedes a la Tierra sobre la forma en que se ha dirigido la misión. Se le advierte que lo tenga presente.

Requerimos respuesta dentro de la hora siguiente al momento de recepción, que ya ha sido verificado. Flota Estelar fuera.

—¿Y qué hay de los condenados klingon? —le gritó McCoy a la pantalla, que hizo caso omiso de él y cambió la imagen para mostrarle la faz del planeta que giraba a medida que la nave recorría la órbita.

—¿Quiere que le haga una copia del mensaje, doctor? —le preguntó Vehau.

McCoy sintió la tentación de hacer varias sugerencias creativas sobre lo que Vehau podía hacer con el informe; una de ellas, que implicaba al mismo Delacroix, una lata de lubricante quirúrgico y un poco de protoescayola, le pareció particularmente atractiva, pero apartó a un lado el pensamiento por indigno de él.

—Sí, por favor. Quiero que Spock lo vea por la mañana. Entretanto, ¿le importaría grabarme una respuesta?

—¿Quiere hacerlo ahora?

—Ciertamente. Sólo la voz. No quiero que esa vieja ciruela me vea sin afeitar y con las botas deslustradas; sí no me equivoco mucho respecto a su estilo, probablemente me haría atar a una cureña y me abandonaría bajo la lluvia.

Se quedó sentado, pensativo. «Quizá debería llamar a Spock y pedirle consejo —se dijo—. Es muy probable que de todas formas no esté dormido.» Pero pasado un instante descartó la idea. «Demonios, no… Debo hacer todo lo posible para arreglármelas solo con esto. Aunque me vuelva loco y me dé un miedo mortal. Pero en cualquier caso, he de pensar en quién más verá este informe cuando lo envíe a la Flota Estelar.»

«Y ¿quién dejó filtrar el primero?…»

Pensó durante un momento en quién podría oír qué, y en qué podrían hacer con la información.

—¿Preparada? —le preguntó seguidamente a Vehau.

—Adelante, doctor.

—De Leonard McCoy, comandante de la
USS Enterprise
—comenzó—. Mensaje recibido y comprendido. Será obedecido en todos su términos. («Pero no de la forma que tú crees, viejo estúpido.») La búsqueda del capitán continúa. Las demás condiciones permanecen dentro de la normalidad. —Hizo una pausa momentánea y agregó—: La situación respecto a los klingon, estable. McCoy fuera.

Vehau rió entre dientes mientras concluía la grabación.

—¿Algo más, doctor?

—No. Envíelo. Eso debería darles algo en qué pensar —replicó McCoy. «Así lo espero, con toda mi alma.»— Y ahora voy a regresar a mi cama. Que tenga un buen turno, querida, y no me llame por nada menos importante que una invasión.

—Así será, doctor.

—Burócratas —masculló McCoy en voz alta, y se marchó a dormir.

A la mañana siguiente se hallaba muy temprano en el asiento de mando, con aspecto reluciente, tras haber conseguido realizar algunos ejercicios reductores del estrés antes del desayuno; se sentía bastante más alerta y preparado para lo que pudiera surgir. También había dispuesto de un poco de tiempo para pensar.

—Spock —dijo después de haberse instalado, cuando el vulcaniano le entregó su informe matutino—, ¿ha visto ya el maravilloso mensaje de la Flota Estelar que recibimos anoche?

—Doctor —comentó.Spock—, ejercita usted su insólito talento para escoger palabras únicas y quizás inesperadas con el fin de describir una situación.

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