Por prescripción facultativa (15 page)

Read Por prescripción facultativa Online

Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—Alarmas de proximidad activadas —dijo con calma—, nave saliendo de hiperespacio y entrando en órbita. Primeras señales de identificación señalan crucero acorazado klingon…

La gente salió precipitadamente de la sala y echó a correr. McCoy se quedó inmóvil, con la boca abierta durante todo un segundo.

—Demonios —dijo. Salió al corredor y se encaminó hacia la enfermería…

Y se detuvo. Maldijo, dio media vuelta y corrió tras Spock, en dirección al turboascensor y al puente de mando.

5

Pudo oír la agitación de locos que reinaba en el puente antes incluso de que las puertas del turboascensor se abrieran para franquearle el paso. Las alarmas aullaban, la gente corría en todas direcciones, pero lo que más pasmó a McCoy fue el ruido de todo aquello. Las alertas rojas de la enfermería sonaban con una estridencia mucho menor; así debía ser ya que de lo contrario podrían despertar a los pacientes. «Este ruido despertaría a un muerto», pensó el médico con moderado asombro.

Las puertas se abrieron y McCoy salió. Las cabezas de todos los que estaban en el puente se volvieron hacia él; sus ojos le miraron con expresión especulativa. El médico casi podía percibir los pensamientos de los demás. «Será capaz él de manejar esta situación? ¿Qué sucederá si no puede…?»

Pero no era la primera vez que se encontraba con aquello; en la superficie de un planeta, o en un quirófano, donde el personal le había contemplado mientras se preguntaba: «¿Podrá salvarle, o tendremos que amortajar a otro dentro de pocos minutos?…» Habitualmente había conseguido sorprender a todos. Volvería a hacerlo.

Eso esperaba.

Bajó los escalones sin vacilar, como le había visto hacer muchas veces a Jim, se sentó en el asiento de mando y dijo:

—¿Cuál es la situación?

—Los escudos protectores están levantados —replicó

Spock mientras bajaba para situarse a su lado— y los sistemas de defensa están preparados.

—De acuerdo. ¿Tenemos la identificación de ese payaso? —Sí, doctor… eh… señor —dijo Sulu—. Identificación positiva como KL818, acorazado imperial klingon
Ekkava
.

—Nadie a quien conozcamos personalmente, entonces —comentó McCoy.

—No —intervino Spock—. La nave ha entrado en una órbita estándar alrededor del planeta, ligeramente por encima de la nuestra, nos sigue a unos dos mil kilómetros de distancia. Justo fuera del alcance de fuego —agregó.

—Mmmm hmmm. Así que el gesto es abiertamente… no comprometido. Hasta ahora. —McCoy miró la pantalla, en la que se veía la débil señal blanca, mucho más atrás que ellos—. ¿No ha habido comunicación hasta el momento?

—Todavía nada, doctor —le dijo Uhura—. Probablemente están ocupados en sondearnos.

—Confirmado —comentó Spock tras echar una mirada a su terminal.

—Bueno, pues. ¿A qué esperar para ser cordiales? Uhura, llámelos. Los refinamientos habituales.

Ella asintió con la cabeza y lo hizo. McCoy levantó la mirada hacia Spock.

—Recuerdo que Jim mencionó un rumor que había oído, algo referente al aumento de «topos» klingon dentro de la Flota Estelar —le comentó—. ¿Cree que puede haber algo de cierto?

Spock pareció abstraerse durante un momento.

—Es difícil saberlo. Ciertamente, uno puede comprender el razonamiento que lo respalda, pero a mí me parece el tipo de información que ambos bandos preferirían mantener en secreto. Al menos, las versiones exactas de la información.

—Mmmm hmmm. Spock, aquí estamos a mucha distancia de cualquier lugar. Es raro que se le ocurra aparecer por el sistema de esta manera, un par de días después de nuestra llegada.

—Extraño no es la palabra que yo hubiera escogido —observó Spock—, pero ciertamente fuerza un poco los límites de las probabilidades.

El puente quedó en silencio, a la espera. McCoy se secó las manos en los pantalones. «Allá vamos —pensó—. Ojalá tuviera un poco más de idea de qué hacer. No hay más remedio que improvisar, supongo…»

—Sale a pantalla, doctor —dijo Uhura en aquel momento—. ¿Listo para imagen visual?

La pregunta casi le hizo reír. Nunca antes había tenido que preocuparse de su aspecto cuando estaba trabajando.

—Listo —replicó.

La pantalla rieló y el campo de estrellas que había habido hasta entonces fue reemplazado por el puente de la nave klingon, pobremente iluminado con luz roja y abarrotado, con las consolas pegadas las unas a las otras. Desde el centro de la pantalla, un klingon les lanzaba una mirada feroz; se trataba de un hombre con un rostro bastante noble, pensó McCoy, con una excelente estructura ósea. «Es una lástima que haya de arruinar el efecto mirándonos de esa manera. Aunque supongo que es un gaje del oficio para los klingon que están en los puestos de mando. O pareces un duro o te pegan un tiro…»

—Soy el comandante Kaiev —dijo el klingon—. ¿Es correcta la identificación de su nave?

McCoy se repantigó en el asiento de mando con una expresión visiblemente divertida. Entre los klingon, al igual que en la Tierra, no había una forma más segura de incomodar a un tipo serio que la de negarse a tomarlo en serio.

—Pero bueno —respondió McCoy—, ¿por qué no iba a serlo? No estamos habituados a correr por ahí jugando a las veinte preguntas galácticas.

—¿Entonces son ustedes la nave estelar
Enterprise
?

—Sí —le dijo al klingon a la vez que asentía con la cabeza—, lo somos. ¿Quién quiere saberlo?

El comandante Kaiev miró al interior de la pantalla y a McCoy, con una expresión que el médico pensó que estaba destinada a parecer de ansia feroz.

—He esperado mucho la oportunidad de conocer al famoso Kirk —le aseguró.

«No, otro no —pensó McCoy—. ¿Cómo puede soportarlo Jim?»

—Lo siento —dijo en voz alta mientras entrecruzaba las manos detrás de la cabeza y se recostaba en el respaldo—. Ha fallado usted por muy poco.

—¿Fallado? —inquirió el klingon, que por un instante pareció ligeramente perplejo—. Nosotros no hemos disparado.

Se produjo una risa contenida en alguna parte del puente. McCoy lanzó una mirada de advertencia hacia el sitio.

—Eh, discúlpeme, comandante —le dijo luego al klingon—. Ha sido una confusión sintáctica. Quiero decir que no está aquí.

El klingon pareció completamente decepcionado.

—Comandante Leonard McCoy para servirle —prosiguió antes de que el otro pudiera captar la burla conversacional—. Y ahora, comandante, ¿le importaría contarme qué hace usted en esta zona del espacio? No es exactamente un vecindario muy concurrido, por regla general.

—Eh —vaciló el comandante Kaiev—. Hemos estado… explorando este área del espacio desde hace algunas semanas…

«Mentira», pensó McCoy. Conocía bastante el lenguaje físico de los klingon, incluso aunque el hombre estuviera sentado y quieto e intentara mantener inmóvil también el rostro.

—… y por causalidad detectamos su nave en esta zona tan apartada del espacio frecuentado por la Federación…

«Mentira —volvió a pensar McCoy—. ¡Buscalíos! Sólo quieren saber qué hacemos y ver si pueden encontrar un poco de acción, si la oportunidad se les presenta.» Tornó a sonreír.

—… pensamos que sería conveniente detenernos para investigar.

«Ahora —pensó McCoy—, espera a ver si yo le digo que se marche de aquí.»

—Bueno, su presencia es más que bienvenida, comandante —le dijo el médico al capitán de la nave klingon—. Hay cuatro planetas, no tiene por qué esperar. Instálese como si estuviera en casa.

El comandante Kaiev parpadeó varias veces. McCoy pasó un mal momento intentando mantener la seriedad de su rostro, pero lo consiguió bastante bien. «Ahora nos informará que pensaba hacerlo de todas formas», pensó.

—Ya lo hemos hecho —replicó Kaiev con una expresión de jovial amenaza que McCoy no tuvo más remedio que admirar—. Enviaremos grupos de descenso para investigar el planeta.

—Bien, pues, adelante —le dijo McCoy—. Pero debo advertirle que las cosas son bastante fantásticas ahí abajo. Hemos perdido algunos tripulantes de maneras raras. Principalmente comidos por los árboles.

Toda la tripulación del puente dirigió unos ojos fascinados hacia McCoy. Él no les hizo caso.

—Pero eso no debe preocuparles en absoluto —continuó con un tono jovial—. Bajen al planeta y diviértanse. Mi gente les enseñará los alrededores, si les apetece.

No podría decirse que una ola de sospecha se apoderó del rostro de Kaiev, sino que más bien cruzó por él, gritando y blandiendo pancartas que decían: «¡No le creo, usted se trae algo entre manos!».

McCoy estaba encantado, pero mantuvo una expresión seria.

—No, gracias, MakKhoi —repuso Kaiev—. Realizaremos nuestra propia investigación del planeta. ¿Quiere que hablemos más del asunto?

«En otras palabras, ¿quiere pelear?», fue la traducción mental que hizo el médico.

—No, cielos, ¿por qué íbamos a hacerlo? —replicó McCoy mientras sacudía una mano lánguidamente—. Procedan a su modo. Pero escúcheme —agregó—, tengan cuidado con esos árboles, ¿eh? Y con las rocas. —Se inclinó ligeramente hacia delante al decir la última palabra y meneó las cejas en dirección al klingon.

—MakKhoi —dijo Kaiev, aparentemente algo inquieto por las extrañas expresiones del médico—. Debo preguntárselo. ¿Qué ha sucedido con Kirk?

McCoy hizo una pausa momentánea, luego suspiró pesadamente y volvió a reclinarse contra el respaldo del asiento de mando, con la vista baja.

—Yo le maté —declaró—, en un duelo. Es muy triste. Luego levantó los ojos y le lanzó a Kaiev una larga mirada fría por debajo de las cejas.

—Le aseguro que detesto terriblemente matar a mis amigos —concluyó.

Kaiev le miró fijamente durante un largo momento. Abrió la boca, pero antes de que pudiera decir algo McCoy volvió a suspirar y habló en un tono bastante alegre.

—En cualquier caso, comandante, si puedo ayudarle en alguna nadería, no dude en llamarme.
Enterprise
fuera. —Dio la entrevista por terminada y miró a Uhura, que cerró el circuito. La pantalla volvió a mostrar el campo de estrellas.

En el puente había un silencio pasmado. Luego estalló la risa, que él dejó continuar durante unos instantes.

—¡Muy bien, todos ustedes, ahora cállense! —ordenó.

Los tripulantes guardaron silencio.

—Eso debería concedernos algunos minutos de respiro —dijo—, puesto que ellos se dedicarán a pensar que la
Enterprise
está bajo el mando de un granuja lunático. Quizás incluso de un granuja lunático homicida, lo que sería aún mejor.

—Creo que ha sido usted prudente —comentó Spock— al no contarles que el capitán ha desaparecido. Sin duda interpretarían eso como una debilidad nuestra, quizás una debilidad fatal.

—Spock —le dijo McCoy con una leve sonrisa—, puede que yo no sea más que un viejo médico rural, pero sé lo bastante para no decirles a mis pacientes que no sé cómo curarles. ¿Para qué, si la mitad de ellos se curan a sí mismos porque creen que yo lo hago? Eso me ahorra interminables problemas y es más barato que los placebos.

—En cualquier caso —dijo Spock—, no hay nada que podamos hacer respecto a la presencia de los klingon aquí… Bajo el Tratado de Paz Organiano, tienen derecho a explorar los planetas que nosotros exploramos, incluso los que están poblados. Por supuesto, la parte de la «explotación» del tratado no es aplicable en este caso.

—Y buena cosa que no lo sea. Detestaría ver ese planeta dominado por los klingon. Los ornae son demasiado bonachones y los lahit son muy extraños; creo que ninguna de las dos especies sobreviviría a la colonización klingon.

Spock asintió con la cabeza.

—Sea como fuere —observó—, nosotros tenemos ahora un problema más interesante: cómo realizar la búsqueda del capitán sin que se enteren los klingon.

McCoy duplicó el gesto del vulcaniano.

—Nuestras propias actividades pueden ser disimuladas como investigaciones y demás —comentó—, pero me preocupa que los ornae puedan comentarlo con ellos. O los lahit. Creo que no comprenderían la necesidad de no hacerlo.

—Tampoco yo creo que puedan entenderlo, doctor —intervino Uhura—. La totalidad de los conceptos de ficción y falsedad parece superarles ampliamente.

—Es una pena que se pierdan la ficción —reflexionó el médico—, pero por lo que respecta al resto, puede que sea bueno. En fin, tenemos una pequeña ventaja, puesto que los klingon no dispondrán de muchos algoritmos de traducción.

—Doctor —dijo de pronto Sulu—, si está usted en lo cierto respecto a la sospecha de los «topos» dentro de la Flota Estelar, la razón por la que los klingon están aquí podría muy bien ser que llegara a sus manos el informe de toda la investigación inicial.

Aquél era un mal pensamiento. McCoy lo rumió durante unos instantes.

—Podría ser —concluyó luego—. Todos los recursos de lingüística del equipo de esta nave han trabajado intensamente en esos idiomas durante los últimos dos días, y apenas comenzamos a hacer progresos. Va a llevarles algún tiempo ponerse a la misma altura. Para entonces, puede que hayamos logrado encontrar al capitán.

—¿Y si no? —preguntó Spock—. ¿Entonces, qué? ¿O qué haremos si recurren a nosotros de manera amistosa y solicitan nuestros algoritmos? Usted ha fijado el tono de este encuentro, doctor, y prácticamente les ha invitado a hacerlo.

McCoy había pensado en ello y sonrió malévolamente.

—Sencillo —replicó—. Incompatibilidad de los medios. Nuestro
software
se negará a hablar con el
hardware
de ellos.

—Pero sí que lo hará.

—No, no lo hará —insistió McCoy—. Piénselo bien. ¿Cuál fue la última vez que los klingon tuvieron acceso a nuestros métodos de transferencia de datos? Por Dios, Spock, desde entonces puede haberse inventado cualquier cosa.

En los ojos del vulcaniano apareció un destello que McCoy ya conocía y que siempre le gustaba ver.

—Comprendo a qué se refiere, doctor —declaró Spock—, pero aparte de eso, debemos volver a nuestros asuntos. Tenemos trabajo que hacer, y encontrar al capitán no es lo menos importante de todo, precisamente.

—Bien. Spock, usted coordine los grupos de descenso; Uhura, asegúrese que todos tengan noticias de lo que pase. Que extremen las cortesías con nuestros invitados, que les den todo lo que quieran… menos datos… dentro de lo razonable. Ya sabe, el viejo juego de unidad galáctica.

Other books

Tinsel My Heart by Christi Barth
Brave (Healer) by April Smyth
Honor Crowned by Michael G. Southwick
Death Watch by Jack Cavanaugh
Twelfth Krampus Night by Matt Manochio