Por prescripción facultativa (17 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—Sí, puedo apreciar que lo ha visto. Spock, creo que deberíamos hacer cualquier cosa que ellos nos sugieran.

Spock lo miró con ligera perplejidad.

—Sí, lo digo en serio —continuó McCoy—. Quiero que realice usted algunos cambios, de lingüística a sondeo del planeta. Cambie, eh… a Nuara y Meier… a Wes, no, a Wilma… y déles una de las lanzaderas para que la utilicen durante un día o dos. Que se concentren particularmente en los yacimientos de hierro, como siempre.

—Doctor —dijo categórico Spock—, ya hemos realizado ese sondeo desde la nave. Los resultados fueron tajantemente negativos, como usted ya sabe. El planeta es muy pobre en metales y las tierras raras se presentan en concentraciones muy inferiores a las normales. Tampoco hay ningún depósito de dilitio ni de otros elementos útiles para la obtención de energía.

—Sí, tiene usted toda la razón. Bueno, evidentemente, la Flota Estelar quiere más información y quieren que se destine más gente a esa tarea, así que vamos a darles lo que nos piden. Realizaremos un sondeo completo con lanzadera, con los sensores de alta densidad.

—Eso producirá una sobrecarga de datos —protestó Spock—, del orden de…

—Son los duros de la Flota Estelar —le interrumpió McCoy—. Deje que sean ellos quienes se preocupen por el asunto. ¿Y no cree que alguien se sentirá feliz al ver todos esos datos detallados? Dedicarán horas a revisarlos. Días, si tenemos suerte.

—El análisis, por supuesto, les mostrará que aquí no hay nada que merezca la pena perseguir en lo que a minerales se refiere.

—Y eso será perfectamente correcto. Aunque creo que hay algunas personas en la Flota Estelar que podrían no creerlo. No me refiero a gente que trabaje sólo para la Flota Estelar, ya me comprende.

Spock miró a McCoy con una expresión que era disimuladamente aprobadora.

—Sus órdenes serán cumplidas —replicó el vulcaniano—. Mientras tanto, por lo que se refiere a la reestructuración del trabajo… creo que el almirante tendría en mente una cantidad mayor de tripulantes.

—No lo dijo —comentó McCoy con tono de lamentación—. Yo no puedo adivinar lo que quiere ese hombre, si él no se expresa con claridad.

La aprobación disimulada se hizo más evidente.

—Doctor —dijo Spock—, aunque yo comprendo su intención, hay personas en la Flota Estelar que podrían interpretar esa actitud como una insubordinación. Y eso sí que les daría una excusa para relevarle a usted del mando; independientemente de los resultados que se obtengan en la búsqueda del capitán, el perjuicio para su carrera podría ser tremendo.

—De momento —respondió McCoy— correré el riesgo. Pero gracias por su preocupación, Spock.

El vulcaniano asintió con la cabeza y regresó a su terminal, con el fin de hacer los preparativos para bajar nuevamente a la superficie del planeta. McCoy permaneció sentado en su asiento y miró hacia la pantalla de visión exterior, donde se veía el diminuto punto de la nave klingon que les seguía, a los lejos, separada de ellos por una distancia respetable.

—No hay noticias de ellos, deduzco.

—No. Han dado vueltas por el planeta durante toda la noche, han realizado sondeos de minerales y demás, si interpreto correctamente las grabaciones de sus actividades. El movimiento parece haber cesado por el momento.

—¿Están en su período nocturno, tal vez?

—Es difícil saberlo. Los niveles energéticos de la nave klingon no han cambiado mucho desde que llegaron.

—Hmm. Es de mala educación hacer ruido y despertar a los vecinos. Les saludaré más tarde. Entre tanto, ¿tiene alguna idea respecto a Jim?

Spock descendió de su puesto y se detuvo junto a McCoy, desde donde miró hacia la pantalla.

—Doctor —dijo lentamente—, he probado todos los análisis posibles que permiten los datos disponibles. El capitán no parece estar en el planeta en este momento. Ciertamente, estuvo allí. Menos ciertamente —continuó Spock—, no tenemos ninguna prueba de que lo haya abandonado.

—¿Eh? Usted vio la pista que desaparecía repentinamente.

—Sí. Doctor, piense durante un momento. Incluso aunque alguna clase de transportador desconocido para nosotros se hubiese llevado al capitán de la superficie del planeta, no podría haberlo hecho de una forma tan indetectable. El universo no funciona de esa manera. Deberían haber quedado residuos de energía de algún tipo, entre varios cientos de clases diferentes… alguna pista de la fuente del instrumental que trasladó al capitán y le condujo fuera del planeta. He dedicado las dos últimas noches a un cuidadoso análisis de todos los datos recogidos por los sensores de la nave. No hay ni rastro de interferencia exterior de ese tipo; todas las radiaciones de fondo son exactamente como deben ser. Ante esos datos, o más bien ante la falta de datos que contradigan la hipótesis, me veo obligado a concluir que el capitán Kirk se halla todavía en el planeta.

McCoy alzó y bajó las cejas.

—Los ornae y los lahit no paran de decir que el capitán está allí, y que se encuentra bien.

—Así es. Al principio no lo consideré un testimonio digno de ser tomado en serio, al menos no cuando los algoritmos del traductor eran tan poco seguros, pero sin duda mejoran de hora en hora, a medida que Uhura y Kerasus trabajan en ellos, y la traducción de esas afirmaciones no cambia.

—Y —agregó McCoy— tenemos esa radiación extraña que detectó usted. La radiación Cerenkov, y esa decadencia de las partículas-Z.

—Sí. De momento no puedo comprender su significado, pero continúo trabajando en los datos del sondeo. Esas radiaciones han aparecido en otras ocasiones durante el último día, pero no están asociadas a ningún suceso o grupo de sucesos consistentes que podamos correlacionar.

McCoy adoptó un aire pensativo. «Veamos, ¿cómo expreso esto de forma que no le trastorne?»

—Spock —dijo bajando la voz—, ocasionalmente, usted tiene la capacidad de, eh, sentir lo que le sucede a Jim, a distancia. Esta vez no ha tenido ninguna «mala sensación», ¿verdad?

Spock guardó silencio durante un instante. «Oh-oh», pensó McCoy. Pero luego el vulcaniano habló con voz muy baja.

—Doctor —dijo—, no he tenido ninguna. Frecuentemente puedo «oír» de los humanos lo que será mejor expresar como una especie de ruido mental blanco. No puedo detectar el del capitán. Pero no percibo que su ideación haya cesado; simplemente siento como si estuviese en algún otro lugar. —Le dirigió a Uhura una mirada burlona—. No es una prueba admisible para un tribual, por supuesto, pero a su manera resulta tranquilizadora.

—Bueno, pues hágame saber si descubre algo interesante, o cualquier cosa en la que crea que yo puedo ayudarle. La física de alta energía está fuera de mi alcance, pero soy bueno en algunas otras cosas.

Spock alzó una ceja, evidentemente sorprendido.

—Lo he advertido en ciertas ocasiones —comentó, y regresó a su terminal.

McCoy se recostó en el respaldo del asiento y miró hacia la pantalla.

—Ojalá pudiera bajar a la superficie —dijo en voz baja—.En fin…

Salían de la zona nocturna del planeta. La línea divisoria entre la luz y las sombras se deslizó por debajo de ellos en una aurora repentina; o un ocaso que quedaba atrás. McCoy no estaba seguro si orbitaban en la misma dirección en que rotaba el planeta. «He de comenzar a prestarle atención a ese tipo de cosas —pensó—. Y no es que realmente quiera hacerlo…»

—Hmmm —sonó la voz de Chekov, sentado al timón—. Se percibe actividad ahí fuera, doctor.

—¿De quién? ¿De los klingon?

—Afirmativo. Los transportadores están en funcionamiento. —Chekov observó los escáneres durante un momento—. Transfieran un grupo a las proximidades de la zona en la que trabajan tres de nuestros equipos —dijo luego—, cerca del primer claro.

—Uhura, déles una voz a los nuestros y hágales saber que tendrán compañía —ordenó McCoy—. Es de mañana en la zona en que está nuestra gente, ¿verdad?

—Sí, doctor —respondió Spock—. Han pasado alrededor de tres horas desde la salida local del sol.

McCoy asintió con la cabeza.

—Chekov —dijo entonces—, sondee al grupo klingon de descenso y compruebe si llevan algo de aspecto antisocial.

Chekov observó fijamente las pantallas durante unos segundos.

—Armas de mano regulares y equipos de excavación ligeros… extractores de muestras y demás.

—¿Del tipo que uno utilizaría si buscara minerales? —preguntó ociosamente McCoy.

—Correcto —replicó Chekov—. También llevan un pequeño vehículo rodado. Sin armas.

—Hmmm. Bueno, pues les deseo mucha suerte —comentó McCoy—. Al menos harán un poco de ejercicio y les dará el aire fresco.

—Se han puesto en marcha en una dirección que les aleja de nuestros grupos de descenso, doctor. Y a buena velocidad —concluyó Chekov, riendo entre dientes.

—Tenemos un mensaje del grupo de superficie, doctor —dijo Uhura—. Dicen que los klingon pasaron por el campamento como… —La mujer rió por lo bajo—. Que pasaron muy rápido y se dirigieron a las colinas del norte.

McCoy asintió con la cabeza y se repantigó en el asiento.

—Mantenga a los nuestros al corriente de los movimientos de esos klingon —le ordenó.

Uhura asintió.

—Lo haré, doctor.

Se hizo el silencio. Los tripulantes se movían por el puente, ocupados en sus asuntos; todos menos McCoy, que permanecía sentado en el centro de la actividad y comenzaba a sentir que el tedio mordisqueaba la periferia de su mente. «Aquí no hay nada que yo pueda hacer —se dijo—, excepto esperar. Detesto esperar. Quizá podría bajar a la enfermería y hacer un par de exámenes de rutina… No, Jim me ordenó que no lo hiciese… y yo acepté la orden. Maldición. Debería haberme opuesto a él en aquel preciso instante, y dejado que me metiera en el calabozo. Las personas insultantes de la Flota Estelar no le envían a uno mensajes groseros en medio de la noche, cuando uno está en el calabozo…»

La terminal de Uhura profirió un ruidito quejumbroso y estridente. McCoy se volvió para mirarla mientras ella se llevaba el traductor a la oreja. Los ojos de la mujer se abrieron tremendamente. A McCoy no le gustó lo más mínimo la forma en que se abrían.

—La nave klingon nos llama, doctor —informó ella—. Es el comandante Kaiev.

«Oh-oh.»

—Páselo a pantalla —le pidió a Uhura.

La pantalla cambió para mostrar el rostro de Kaiev. No era un rostro contento, ni mucho menos. El klingon parecía dividido entre el furor y un sudor frío, y a McCoy no le gustó el aspecto de ninguna de las dos cosas. «Hmm. Manchas rojas atípicas en el rostro y los senos frontales. Veamos, ¿cuál era ese síndrome…?»

—Buenos días, comandante —se adelantó McCoy—, o buenas noches, sea lo que fuere para usted. ¿A qué debo…?

—¡MakKhoi, usted es el responsable de esto! —le gritó Kaiev—. ¡Mi gente realizaba una exploración pacífica del planeta y ustedes los han desintegrado! ¡Este acto de hostilidad no quedará sin castigo!

McCoy le miró fijamente.

—¿Cómo? —inquirió—. Nosotros no hemos hecho otra cosa que quedarnos aquí sentados. Vimos que el grupo de usted bajaba a la superficie, pero nosotros…

—¡Es inútil intentar engañarme! ¡Desaparecieron de nuestros escáneres sin dejar pista, en cuestión de uno o dos segundos! ¿Qué otra explicación puede haber?

«Uf», pensó McCoy, y miró a Spock. El vulcaniano alzó una ceja y le hizo un gesto negativo con la cabeza.

El médico se volvió hacia la pantalla y miró atentamente al klingon.

—Comandante —le dijo—, necesita calmarse un poco. La presión sanguínea de los klingon ya es de por sí bastante alta; si continúa como hasta el momento se le quemará un fusible. Ya ha empezado a salirle ese brote de crisipela nerviosa y demás. Es una forma segura de conseguir un espasmo hepático.

La boca de Kaiev se abrió durante una fracción de segundo.

—Usted… ¿Cómo sabe que he tenido crisipela nerviosa? —De pronto su expresión se hizo astuta—. Entonces, su red de espionaje está tan extendida como me habían dicho. ¿Cuál de los tripulantes de mi nave es su espía? ¡Los mataré a todos hasta que encuentre al traidor! —Se levantó a medias del asiento, luego volvió a sentarse bruscamente, con una expresión de sorpresa y dolor en la cara.

«¿Cómo pueden enviar gente semejante al espacio? —pensó McCoy con desaprobación—. El programa de detección de estrés que tienen no debe de ser muy bueno.»

—¿Lo ve ahora? —continuó McCoy—. ¿Qué le decía? Vaya a ver a su médico y dígale que le aumente la dosis de Tacrin. Todavía no es bastante alta. —Aguardó hasta que el color del klingon mejoró un poco y las contracciones musculares secundarias asociadas con el espasmo disminuyeron.

Y entonces tuvo un arranque de mal humor.

—Y en cuanto a su grupo de descenso, hijo —comenzó a levantarse del asiento a medida que alzaba la voz—, déjeme que le diga que, si hubiera querido matarles, lo habría hecho de forma expeditiva y no me hubiese molestado en mentirle a usted al respecto, ¡así que haga el favor de no fanfarronear!

El médico volvió a sentarse e hizo caso omiso de las expresiones de pasmo que mostraban los rostros de los tripulantes del puente. McCoy siempre había sido muy bueno en eso de gritar, y hacía alrededor de dos días que estaba cocinando un buen grito. Era un placer tener la posibilidad de utilizarlo de forma apropiada.

El klingon le miraba con una mezcla de furia contenida y admiración semipreocupada. Abrió la boca.

—Ahora haga el favor de dominarse —dijo inmediatamente McCoy— para que podamos hablar como seres racionales, y si vuelve a emplear ese tono conmigo, muchacho, abriré su nave como si fuera una lata de sardinas, y después pescaré su cadáver en el espacio y lo destriparé y volveré a coserlo al estilo antiguo, con aguja e hilo, y usaré sus tripas como ligas. Ahora vaya a ver a su médico y luego regrese aquí y hablaremos. Fuera.

Le hizo un gesto con el dedo pulgar a Uhura, algo que le había visto hacer a Kirk en numerosas ocasiones. La mujer cortó la conexión y McCoy se recostó contra el respaldo y comenzó a sudar.

—Doctor —dijo Spock en el silencio que siguió—, creo que sé lo sucedido con el grupo de descenso klingon.

—También yo, Spock —replicó el médico, y se puso de pie para poder pasar algunos minutos en el turboascensor antes de que Kaiev volviera a llamar—. También yo.

6

—De acuerdo —dijo Kirk—. ¿Qué puedo contarle de nosotros?

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