Por prescripción facultativa (21 page)

Read Por prescripción facultativa Online

Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

Maestro no había hablado desde hacía un rato. Kirk se recostó contra la roca —el ;at le había dicho que no le importaba—, y aguardó. Desde el momento en que se había trasladado a la superficie, había sentido de forma constante que no tenía sentido alguno precipitar el proceso. Exactamente por aquel motivo la
Enterprise
había acudido allí, por las relaciones diplomáticas, las cuales tenían lugar de una forma muy distinta a las que había imaginado originalmente, pero de todas formas tenían lugar y requerían los mismos cuidados y atenciones que en los casos en los que se observaban las formalidades habituales. «Es una lástima que no pueda ejercerse la diplomacia de esta forma con mayor frecuencia —pensó Kirk—. Estar sentado al aire libre y bajo el sol es mucho más placentero que encerrarse en salas de reunión mal ventiladas y asistir a burocráticos cócteles.»

No obstante, se sorprendía constantemente mirando en torno, como para asegurarse de que el día no desaparecería repentinamente para dar paso otra vez a una noche llena de bombas y rayos fásicos. Su mente no abrigaba duda alguna de que había estado físicamente en aquella noche. Eso le planteaba una interesante pregunta: ¿podían los ;at afectar físicamente a otros seres de la misma forma que lo hacían consigo mismos? Parecía probable. Pero iba a necesitar a Spock más tarde para que le ayudara a desentrañar las respuestas a esa pregunta, y a muchas otras. No cabía duda alguna de que la Federación estaría muy, muy ansiosa por incluir dentro de sí aquel planeta.

Sin embargo, no podía permitirse que eso le preocupara. Su misión era descubrir si el ingreso en la Federación sería tan bueno para los ;at —y los ornae y los lahit— como lo sería desde el punto de vista de la Federación misma. Si no lo era, él le diría a la Federación que pasara de largo. Teóricamente, si ésa llegara a ser su decisión, ellos la apoyarían.

Teóricamente.

Suspiró y pensó nuevamente en aquella noche horrible llena de matanzas.

—Creo que puedo comprender —dijo, pasado un rato por qué son ustedes propensos a mostrarse un poco cautelosos con los alienígenas.

Hubo un instante de silencio.

—¿Puede entenderlo? —le preguntó luego Maestro—. ¿De verdad que puede?

El tono de voz de su interlocutor era de curiosidad e hizo que Kirk se preguntara si se le había escapado algo.

—Se refiere a que podría haber razones que justifiquen esa cautela y que yo aún no he comprendido —comentó—. No hay nada más probable. Pero todavía no sé qué preguntas formularle, señor, para obtener las respuestas correctas.

—Tampoco yo —reconoció Maestro—. Creo que habremos de jugar al juego de las veinte preguntas galácticas hasta que ambos descubramos lo que necesitamos saber.

Kirk rió entre dientes. A medida que hablaban, el lenguaje figurado común del ;at se hacía más fluido, incluso ingenioso. Kirk suponía que de alguna forma captaba en su mente retazos de conversaciones con otras personas, según él las recordaba en el curso de su propia conversación y pensamiento.

—Ésa es una definición mejor que cualquier otra para esta situación —le dijo.

Se desperezó.

—Es un placer disponer del tiempo necesario para hacerle preguntas hoy —comentó—. Me siento mucho menos presionado que de costumbre. —Miró de reojo al ;at—. Eso no será obra suya, ¿verdad?

El ;at vaciló; Kirk se volvía cada vez más capaz de percibir las vacilaciones del ser.

—No puedo responderle a eso —le dijo luego— hasta que sepa con seguridad qué quiere usted decir con «obra». Supongo que debería decirle absolutamente todo lo que hago.

A Kirk aquello le pareció gracioso.

—¿Y qué es lo que hace?

—Principalmente, observar el mundo.

—En nada se diferencia de la mayoría de nosotros. Excepto que nosotros tenemos que hacer cosas respecto a lo que vemos que sucede. Y me temo que no siempre hacemos lo correcto.

El ;at profirió un largo y lento retumbo que Kirk comenzaba a reconocer como un acuerdo.

—Ustedes hacen muchísima «obra» —dijo.

—Sí.

—Ha de resultar extraño —comentó— pasar tanto tiempo en el presente.

Kirk rió abiertamente al oír aquello.

—Estamos más o menos anclados en él. El futuro es para nosotros un libro cerrado… el pasado es inamovible. El presente es lo único que tenemos para trabajar.

—Resulta muy extraño —le dijo Maestro—. El tiempo, según lo conciben ustedes, es un lugar pequeño, al parecer. Una caja. Están dentro de la caja y todo lo que hay fuera de ella les resulta inaccesible.

—Salimos —comentó lentamente Kirk—, pero sólo ocasionalmente. Con los sueños… en ellos no hay tiempo. Un centenar de cosas suceden en un abrir y cerrar de ojos.

—Sí —reflexionó Maestro—, así es como sucede.

—En la Tierra había un antiguo refrán, entre algunos de los primeros filósofos, que decía que el tiempo era la forma que tenía la naturaleza de evitar que todo sucediera a la vez.

Maestro volvió a retumbar, esta vez divertido.

—¡Qué contexto tan tranquilo debe ser ese en el que viven ustedes! —le dijo a Kirk—. Un lugar sencillo.

—¡Sencillo!

—Pero ¿advierte en qué se funda nuestra precaución? —le preguntó Maestro—. Aquí, los nuestros tienen una percepción del tiempo como un todo, algo indivisible; un campo en el que nosotros vivimos y por el que nos movemos a voluntad; el cielo, el sol, los árboles, el viento. Y resulta que ahora llega hasta aquí una especie que nos cuenta que todas las otras especies, o casi todas, viven en cajas y dejan entrar el sol sólo un instante cada vez, miran las estrellas sólo de tanto en tanto. ¿No debería parecernos eso indeciblemente extraño? ¿Atemorizador? ¿Y no deberíamos temer que las especies con las que vivimos, y a las que tenemos afecto, los ornae y los lahit, puedan captar ese punto de vista de alguna manera, por el contacto con otros seres, y contaminarse de él? ¿No es normal que temamos que nuestros amigos, que en gran parte ven el mundo de la misma forma que nosotros, puedan meterse dentro de las cajas y lleguen a reducir su percepción del mundo a la ocasional inhalación del aire, a un atisbo del sol a través de las grietas? —La voz del ;at tenía una expresión grave—. Creo que eso sería un error en nuestra labor de cuidadores.

—En ese caso tendría razón —le dijo Kirk—, pero no tiene garantía ninguna de que eso vaya a suceder. Podrían enriquecerse con la misma facilidad que empobrecerse. Piense en el otro aspecto de la cuestión. Gentes de un centenar de mundos acudirían aquí con tantas formas nuevas y extrañas de pensar como pueda usted imaginarse; más que eso, porque lo extraño no siempre ha de ser terrible. Nosotros hemos superado ese miedo, aunque nos llevó mucho tiempo. Algunos de los más diferentes de entre nosotros somos los mejores amigos de la galaxia. Quizás haya algo de verdad en lo que dice la gente en el planeta del que vengo, que los polos opuestos se atraen, que las personas tan diferentes entre sí como puedan ser no tienen nada de qué discutir y se llevan de mil maravillas, mejor que las personas más parecidas la una a la otra.

—Como sus amigos los klingon.

Kirk se echó a reír.

—Puede que nos parezcamos demasiado para que las cosas redunden en nuestro bien. Ambos descendemos de especies predadoras. ¿Hay alguna especie predadora en este planeta? —preguntó, porque pudo percibir la momentánea confusión de Maestro—. ¿Criaturas que viven de otras criaturas mediante la ingestión del tejido de sus cuerpos, o que les arrebatan a otras criaturas algo que les pertenece?

El ;at se estremeció y Kirk hizo lo mismo, por simpatía; quizá Maestro empezaba a dejar filtrar sus emociones, porque una ola de conmoción y repulsión atravesó completamente al capitán de la
Enterprise
. «¿Qué imagen tenía yo en la mente? —se preguntó, porque ni siquiera la había advertido—. ¿Leones de la sabana? ¿O algo peor que eso?»

—No hay nada parecido por aquí —respondió Maestro; en su voz había un subyacente tono de infelicidad—, aunque he oído hablar del concepto. Eso, entonces, también sería muy útil para explicar la conducta de esos piratas de Orión de ustedes, si es que también ellos descienden de predadores.

—Pertenecen al tronco de los homínidos —le explicó Kirk—. Me temo que sí. La mayoría de los homínidos han tenido ancestros que cazaban y mataban para vivir. Algunos de nosotros decidimos romper la tradición. Otros disfrutan al matar y no ven problema alguno en ello. Nosotros intentamos no juzgarles según nuestras propias pautas. —Kirk suspiró—. Ya tenemos bastantes problemas para vivir nosotros según las mismas.

—Comprenderá —comentó Maestro— las dificultades que tendría yo para justificar el contacto con semejantes criaturas.

—¿Justificarlo ante quién? —le preguntó Kirk.

Se produjo otra de aquellas largas pausas.

—Me resulta difícil explicarle eso —replicó el ;at, aunque en la voz había un tono subyacente casi de alegría.

Kirk sacudió la cabeza.

—No se preocupe, entonces. Puedo aguardar a más adelante. Estoy muy preocupado con esos piratas. Es inevitable que regresen. Vendrán de nuevo hasta aquí mientras no hayan agotado los recursos que les trajeron por primera vez. Y en el proceso matarán a más de sus gentes, y a los ornae y los lahit.

—Oh, no han matado a ninguno de los nuestros. Somos difíciles de matar —le aseguró Maestro.

—¡Eso lo apostaría! —exclamó Kirk. Uno podría dejar caer una bomba de tierra encima de una criatura capaz de entrar en estado de suspensión física; cuando volviera a aparecer, ni una sola de las vetas de piedra estaría fuera de sitio—. Pero a los otros… sí. Yo evitaría eso, si pudiera evitarlo.

Kirk sopesó las siguientes palabras durante unos segundos.

—Ésa podría ser una de las ventajas que les ofreciera el entrar en la Federación —le dijo al ;at—. Una de las cosas en las que cooperamos es la mutua protección. Si se hiciera público que el mundo de ustedes se había afiliado a la Federación, es muy probable que los piratas evitaran acercarse por aquí. Ya hemos tenido duros encuentros con ellos anteriormente. —Kirk sonrió, una sonrisa que parecía más una mueca—. Generalmente para desventaja de ellos.

—Usted me dijo antes —comentó Maestro— que tal vez la razón por la que habían acudido aquí era porque se habían visto expulsados de otros espacios… por ustedes y los klingon. Si ustedes vinieran aquí, quizás ellos se verían empujados más lejos… a algún otro mundo incluso menos capaz de defenderse que nosotros. Algún mundo que a los suyos no les pareciera lo suficientemente valioso para defenderlo. Porque está claro que ustedes encuentran alguna ventaja en el nuestro.

—Eso no puedo negarlo —replicó Kirk.

—A mí me resultaría duro —continuó Maestro— cargar sobre mi conciencia el peso de las muertes de otro mundo. Las de éste ya son un problema bastante grande.

Kirk tuvo que inclinarse ante la lógica de aquel razonamiento. «Un tanto para la iniciativa diplomática —pensó Kirk—. Intuyo que esta gente va a darnos un «no» rotundo al final. Independientemente de ello, algo hay que hacer para ayudarles.»

—Esa condición predadora —comentó Maestro, pensativo— parece insólitamente extendida. Uno se pregunta si no podría hacerse algo al respecto.

Una sonrisa afloró lentamente a los labios de Kirk.

—Yo estoy aquí sentado e intento pensar en formas de ayudar a los suyos —reflexionó— y usted intenta pensar en formas de ayudar a los míos.

—Bueno, ¿y quién no lo haría?

—Los klingon, por ejemplo.

—Sí —dijo Maestro, todavía pensativo—, pero ése es su problema. Ellos no pueden evitar su herencia genética más que usted. Uno debe intentar trascender ese tipo de cosas, sin tratar de solucionarlas mediante la simple erradicación. La erradicación nunca resulta permanente, ni efectiva.

—Así lo descubrimos algunas veces, a lo largo de nuestra historia —asintió Kirk—. Por regla general, el dominio de las situaciones es mejor que el cambio. Y habitualmente más gratificante.

—Sí —afirmó el ;at, y el círculo de tierra se sacudió con la expresión de acuerdo.

Kirk hizo equilibrios hasta que el temblor cesó. «Me parece que se me acaba de escapar algo significativo —pensó—. Ojalá supiera de qué se trata.»

—En cualquier caso —continuó diciendo—, los klingon no parecen particularmente interesados en trascender su herencia. Aparentemente le tienen mucho cariño. —Se encogió de hombros—. Es su elección.

—Sí.

—De todas formas, le agradezco que intentara pensar en formas de ayudarnos, pero creo que probablemente no nos beneficiaríamos de ellas a menos que seamos nosotros los que pusiéramos en práctica nuestra propia ayuda.

—Voy a decirle algo similar a lo que acaba de comentar —reflexionó el ;at, y Kirk pudo percibir que sonreía, aunque no se había producido cambio alguno ni en los contornos ni en el terrible peso de aquella enorme piedra—. Verá, si tuviéramos que depender de otros para protegernos, nuestra… suficiencia… se vería menoscabada. Nunca más nosotros, ni las otras especies, seríamos del todo completas. Puede que sea mejor morir a perder la entereza. Realmente, es lo único que tenemos.

—Libertad o muerte —masculló Kirk.

—Sí —replicó el maestro de los ;at—. Creo que ésa es la decisión apropiada.

—Y ustedes la tomarán —comentó Kirk.

—Oh, la hemos tomado, eventualmente —le dijo Maestro—. Simplemente no sabemos todavía cuál es.

Kirk suspiró. De vez en cuando, las frases del ;at le resultaban confusas, pero tenía algo que ver con la extraña percepción del tiempo de aquel ser, más que con un fallo del traductor.

—Bueno, hágamelo saber cuando lo averigüen —le pidió.

—Será usted el primero en saberlo —respondió el ;at y probablemente el último. Dígame una cosa, si quiere.

—Desde luego —replicó Kirk, completamente confundido.

—La otra nave… hábleme de ella.

—Ah, nuestra nave de reconocimiento inicial —dijo Kirk—. Tenían órdenes de no revelar el lugar del que procedían ni qué hacían aquí. Siento pesar al respecto, al mirarlo retrospectivamente —le confesó al ;at—. Parece una forma infantil de tratar a otras especies inteligentes. Desgraciadamente, yo no soy quien estructura la política a seguir; mi trabajo es ponerla en práctica.

—No me refiero a esa nave —aclaró el ;at—, sino a la otra nave que está en órbita, la que tiene el hombre
Ekkava
en el casco. A bordo no hay tanta gente como en su nave, pero parece llevar muchos más dispositivos de dirección de energía que la de usted.

Other books

PW02 - Bidding on Death by Joyce Harmon
About Face by Carole Howard
The Swap - Second Chances: Second Chances by Hart, Alana, Claire, Alana
Black Deutschland by Darryl Pinckney
Dubious Legacy by Mary Wesley
The Tale of Holly How by Susan Wittig Albert