Por prescripción facultativa (31 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—No puedo expresar con palabras lo feliz que me hace eso —masculló McCoy.

—También yo me siento poco impresionado por la situación —agregó Spock—, pero no tiene sentido quejarse en este preciso momento. Según las pruebas de que disponemos, ese lado de la nave es nuestra mejor posibilidad. También hay puertas en ese lado, las de los puertos de las lanzaderas; sus naves, al igual que la
Enterprise
, no aterrizan nunca; recurren a grandes lanzaderas de carga para obtener la mayor parte de sus suministros. Cualquiera de esas puertas es un blanco potencial; deben ser bastante finas y ligeras, o resultaría imposible moverlas. Pero por otra parte, los armadores de la nave tienen que haber estado perfectamente al tanto de eso, y la intensidad de los escudos en esos puntos probablemente sea mucho mayor que en el resto. Habremos de poner a prueba la teoría en pleno vuelo.

McCoy suspiró.

—La historia de nuestras vidas. Bueno, preparémonos. ¿Sulu?

—La boya sigue su curso —informó el interpelado—. No ha transmitido hasta el momento, pero debería estar… allí. —Señaló la pantalla para indicar el diminuto punto de luz verde, mucho más adelante de donde había estado—. Las otras naves klingon comienzan a virar.

Aquello sorprendió un poco al médico.

—¿Cree usted que son capaces de captar lo que sucede?

Sulu se encogió de hombros.

—No hay forma de saberlo. La
Ekkava
no ha roto el silencio. Podrían haber observado el rumbo de Kaiev y deducido de ello lo que ocurre. Pero no demuestran voluntad de acercarse más. Avanzan de forma muy gradual… obviamente quieren permanecer como observadores neutrales.

—No han llamado a la
Ekkava
, ¿verdad? —le preguntó McCoy a Uhura.

—Ni una sola llamada, doctor. Ahí afuera hay un silencio de muerte.

—Busque otra manera de expresar eso —le sugirió McCoy.

Durante un corto rato, no hubo nada más que hacer excepto esperar.

Luego:

—Quince minutos para el máximo acercamiento con la
Ekkava
, doctor —anunció Spock.

McCoy se frotó las manos. Era realmente asombroso cuánto sudaba. «Podría hacerme rico si inventara un preparado antitranspirante para las manos y se lo vendiera a los capitanes de naves estelares. Hmm, hidróxido de aluminio… no, demasiado fuerte… quizá reconstruyendo las glándulas sudoríparas; podría coger un protoláser y… No, porque sólo podría hacerlo una vez. ¿Qué sentido tendría? Qué tal…»

—La boya llega a su posición, doctor —anunció Uhura—. A unos veinte minutos del punto de transmisión óptima, a partir de ahora.

—Tírele de la cola —le dijo McCoy.

Uhura pulsó un control. El puente se llenó con el suave parloteo de la transmisión de datos que la boya enviaba al exterior.

—Es un código antiguo —explicó Uhura—. No tendrán ningún problema para entenderlo.

—Muy bien.

Y aguardaron.

—Diez minutos para el encuentro con la
Ekkava
, doctor.

—Gracias.

Ya no servía de nada hacer ejercicios respiratorios. Todo lo que McCoy era capaz de hacer era permanecer sentado y sudar.

—Siete minutos, doctor. Ahí está la
Ekkava
… pista positiva, sondeo directo con energía reducida. —El indicador de la pantalla que había representado a la
Ekkava
volvió a encenderse muy levemente, cada vez más próximo al que indicaba la posición de la
Enterprise
.

—Recibido.

Era asombroso lo que uno podía llegar a sudar en cuestión de dos o tres minutos. McCoy pensó en escribir un artículo sobre la deshidratación de los tripulantes en los puestos de batalla.

—Cinco minutos. Doctor, la
Ekkava
da leves señales de estar apuntando sus armas. La pirata ha dado media vuelta y se acerca a buena velocidad. Está a seis minutos de la boya.

—Entonces, quiero todas las armas preparadas. No las armen todavía. Scotty, prepárese para procedimiento de reencendido. Podríamos necesitarlo.

McCoy tragó con dificultad.

La deshidratación, sí, eso es; resultaba fascinante cómo se le secaba a uno la boca, y cómo su vida comenzaba a pasarle por delante de los ojos. No había necesidad alguna de saltar por un acantilado. Las cosas que se lamentaban marchaban sobre uno, todas preguntaban con tono exigente por qué no había probado aquella comida, mirado esa puesta de sol, dicho a aquel amigo lo que pensaba…

¡¡WHAM!! Toda la nave se zarandeó como si un gigante la hubiera cogido y sacudido para ver si había algo en su interior.

—Los piratas disparan a la boya, doctor —dijo Sulu—.Ahora corren a más velocidad. Están a un minuto. —¿Le han dado?

—¡No! —replicó Uhura.

—¡Bien! Apáguela. Envíele a la
Ekkava
lo siguiente: «¡Ahora!». Sólo eso. ¡Programa táctico, Sulu!

La pantalla rieló y cambió de imagen. En el centro de ella se vio un gran bloque oblongo, como un enorme ladrillo feo cubierto de espaguetis congelados. La representación de los escudos que hacía la computadora destellaba con un halo rojo brillante. Los disparos fásicos salían de uno de sus flancos hacia un costado, sin acertar a la
Enterprise
, a un lado de la órbita de la nave pirata. La
Ekkava
estaba más cerca de la nave de Orión, y ésta le disparó otra andanada de torpedos de fotones. «¿De dónde sacan todas esas cosas? —se preguntó McCoy—. Ahora entiendo por qué esas naves llevan una tripulación tan reducida. Todas ellas están llenas de torpedos, como una gallina de huevos…»

La nave de Orión no podía virar con demasiada rapidez, desde luego no lo bastante velozmente como para enfrentarse con la klingon. La
Ekkava
se desplazó apresuradamente a un lado mientras disparaba. Los piratas comenzaron a desacelerar, pero era una maniobra que requería tiempo. Giró lentamente, muy lentamente en verdad… y le presentó su flanco débil a la
Enterprise
.

—Ha llegado el momento de su mejor disparo, Chekov, Sulu… —dijo McCoy—. Spock, déles las coordenadas…

La imagen táctica se transformó en un primer plano de la nave pirata. El cruce de dos líneas rodeado por un círculo se centró en los puntos vulnerables.

—Disparémoslo todo al mismo tiempo, quizá tengamos la posibilidad de sobrecargar sus escudos —ordenó McCoy—. Quizás. Ahorren un poco por si llegáramos a necesitarlo, caballeros. ¡Fuego a discreción!

Dispararon. Los escudos de los piratas se encendieron como soles en el momento en que fueron alcanzados, a causa de la sobrecarga… pero no por mucho tiempo. Lentamente volvieron a disminuir hasta la luz roja.

Chekov no había acabado aún. Pulsó los controles de su consola de un golpe, y una descarga de torpedos de fotones salió volando por el espacio en dirección a la nave pirata.

Desde el otro flanco, la
Ekkava
también disparaba. Los torpedos, así como los rayos fásicos, golpearon al mismo tiempo los escudos en todos los puntos vulnerables.

Las pantallas se encendieron, para apagarse inmediatamente después.

—¡Le hemos dado! —dijo Sulu, con un susurro.

—¿De verdad? —inquirió Chekov.

La nave pirata se zarandeó y describió un giro más cerrado, pero a una mayor velocidad que antes. Detrás de ella, la
Ekkava
se alejaba, sin acelerar, sin disparar. Lentamente, la gigantesca forma oblonga viró hacia ellos y se puso a perseguirles por el curso hiperbólico que les lanzaría hasta el otro lado del planeta.

—¡Vuelvan a disparar a discreción! —ordenó McCoy.

—Los torpedos de fotones están recargando —anunció Chekov—. Sólo cañones fásicos.

Disparó. Los rayos alcanzaron la silueta descomunalmente grande…

… y ésta los absorbió.

—Dios mío —susurró McCoy, horrorizado. Había calculado mal—. Ya somos historia.

La desesperación que había permanecido alejada cayó encima de él y le aplastó. No había forma de sobrevivir, no había forma de salvar la nave y la gente que iba a bordo, porque él mismo moriría…

La nave pirata se lanzó hacia la
Enterprise
mientras ellos disparaban, inútilmente, desesperanzadamente…

Todo se detuvo de repente. No había luz, ni sonido, nada: todo se había apagado.

«La muerte…», pensó McCoy, desesperado, antes de apagarse también él.

Kirk descendió hacia el claro con los klingon que marchaban por delante, coléricos, pero incapaces de hacer nada mientras él tuviera el arma. Cuando se acercaron más al claro, Kirk se sorprendió al ver a través de los árboles verdiazules alrededor de otros diez klingon, de todos los rangos y tipos, que parecían aguardar algo. Algunos de ellos hablaban con los miembros del grupo de descenso de la
Enterprise
. Kirk vio que la teniente Janice Kerasus, a un lado, conversaba con uno de ellos, aparentemente un comandante, en fluido y veloz klingonés.

—Adelante, todos vosotros —le dijo el capitán de la
Enterprise
al grupo de klingon que le acompañaba—. Katur, ayude a sus amigos a regresar a la nave.

Los jóvenes klingon sintieron los ojos de su comandante sobre ellos y se desvanecieron con cierta prisa en el destellante zumbido del rayo transportador klingon. Kirk se encaminó hacia el hombre; éste le observó acercarse con algo parecido al placer en el rostro y se apartó de Kerasus para recibirle. De momento, Kirk mantuvo sus pensamientos alejados de la expresión del semblante.

—Capitán Kirk —dijo el klingon, que llegó incluso a hacerle una leve reverencia.

—Comandante…

—Kaiev, de la
Ekkava
, a su servicio.

«Eso ya lo veremos», se dijo Kirk.

—Comandante, ¿podría decirme por qué ha bloqueado las comunicaciones?

Kaiev se crispó ligeramente. «Ajá», pensó Kirk.

—No ha sido más que una terrible desgracia —replicó Kaiev—. Tuvimos un fallo de comunicaciones en uno de los paneles principales… se paró en una curva de pruebas y quedó atascado en el modo de bloqueo. También nuestros comunicadores quedaron inutilizados. Pero el problema ya está solucionado; las comunicaciones ya han quedado restablecidas.

—Me excusará si compruebo mi aparato…

«… ¡y su palabra!» Kirk sacó el comunicador y lo abrió.


Enterprise
—la voz de Uhura se oyó por el aparato.

—Aquí Kirk. Es sólo una comprobación, teniente.

—Sí, señor. ¿Necesita algo ahí abajo?

—No. He pasado una tarde libre muy agradable, dígale al doctor McCoy que estaré a bordo dentro de poco.

Se produjo una brevísima pausa, luego volvió a oírse la voz de Uhura, que sonaba ligeramente perpleja.

—Sí, señor.

Kirk frunció el entrecejo. «Pero bueno, ¿a qué viene todo eso? ¿Habrá, McCoy …?»

—Capitán —inquirió Kaiev—, ¿hay algún problema?

—No —se apresuró a responder Kirk—, ningún problema. Eso es todo, teniente Uhura. Kirk fuera.

Guardó el comunicador y le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza a Kaiev.

—Me alegro de que el problema se haya solucionado. Comandante, ¿puedo preguntarle qué les trae por aquí?

—Ahora, nada —replicó Kaiev. Su rostro tenía una expresión relajada que intrigó considerablemente a Kirk. Le asaltó el pensamiento de que el hombre parecía no tener levantada ninguna defensa. Kirk nunca había conocido antes a un klingon que no estuviera a la defensiva, la experiencia resultaba… intrigante… como mínimo—. Realizábamos algunas investigaciones —le explicó el klingon—, pero aquí no hay nada de particular interés para nosotros. Excepto —y se echó a reír— algunas de las formas de vida vegetal.

—Sí —comentó Kirk, y en aquel punto tuvo que sonreír un poco—. Tengo entendido que estaban un poco escasos. Si podemos serles de alguna utilidad por lo que respecta a la clonización, por favor, dígannoslo.

—No hay necesidad —le aseguró Kaiev—, pero se lo agradezco. Capitán, no quisiera ser abrupto, pero tengo asuntos en otra parte y algunos temas disciplinarios que también requieren mi atención. Vamos a abandonar la órbita de inmediato.

—Muy bien —respondió Kirk—. Que tenga un buen viaje, comandante.

—Y usted también, capitán.

El klingon sacó su comunicador.

—Comandante —dijo Kirk, que se sentía ligeramente confuso—, ¿nos hemos conocido en alguna otra parte?

—Oh, no —fue la respuesta del otro—, pero MakKhoi me lo ha contado todo sobre usted.

El efecto del transportador klingon se llevó a Kaiev, pero no sin que antes tuviera tiempo de levantar una mano a modo de despedida. Kirk levantó a medias la suya propia, completamente confundido; luego la dejó caer mientras el hombre se desvanecía.

«Bones —pensó—, ¿en qué ha estado metido? Tengo intención de averiguarlo.»

El alférez Brandt se acercó a él en aquel preciso momento desde el otro lado del claro.

—Capitán —le dijo—, uno de los ;at está en el calvero de aquí al lado. Dice que le gustaría hablar con usted, si eso fuera posible.

—Por supuesto —replicó Kirk.

Avanzó por las plantas parecidas al césped que cubrían el suelo del claro y levantó la mirada hacia lo alto del impresionante edificio que unos doscientos ornae construían consigo mismos. Se trataba de una estructura fantástica que se parecía a medias a una antigua catedral rusa con sus agujas y cúpulas, y a medias a una stoa columnada en la tradición del Partenón… con algunos rasgos de danés moderno mezclados. Era ciertamente más grande que cualquier cosa que les hubiera visto construir hasta el momento. A un lado de la construcción había una especie de arco triunfal. Pasó bajo el mismo y fue recompensado con las miradas de ojos saltones de varios ornae y sus suaves y raspantes carcajadas.

Kirk les sonrió a su vez y se encaminó hacia el claro siguiente. Definitivamente, aquélla había sido una de las tardes más placenteras que había pasado en mucho tiempo, si dejaba a un lado el fastidio momentáneo de tener que habérselas con el grupo de descenso klingon y su excesivo celo.

Los árboles le rodearon con su sombra fresca y agradable, la larga luz baja y dorada del sol de la tarde atravesaba las ramas en gruesos rayos y doraba las hojas e incluso las motas de polvo que flotaban en el aire. Avanzó lentamente por el sendero mientras observaba la forma de las hojas, el modo en que caía la luz. Sólo el cielo sabía cuándo volvería a tener tiempo de hacer nuevamente algo así. Al otro lado de aquella pequeña arboleda, había otro claro; en él se erguía el Maestro de los ;at.

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