Por prescripción facultativa (27 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

Se volvió para mirar al Maestro de los ;at.

—Señor —le dijo—, he de ponerme en contacto con mi nave. La presencia de esta gente significa que muy probablemente se hallan en algún tipo de dificultad.

—Sin embargo, ya ha comprobado cómo se comporta su aparato —le respondió Maestro—. Me temo que no puedo hacer nada al respecto.

—Sí, ya lo sé. Pero tengo una idea…

Uno de los klingon, la mujer joven, miró a Kirk con asco no disimulado.

—¿Cómo puede fingir que comprende ese galimatías? —le preguntó—. O está loco, o sus intenciones son perversas.

—Discúlpeme, primera especialista —replicó Kirk—, pero usted no me conoce lo suficientemente bien como para acusarme de ninguna de esas dos cosas.

«Sin embargo —se dijo—, si es verdad que no entienden lo que hablamos, la situación está a mi favor. Por supuesto, también podría tratarse de un truco destinado a hacerme sentir libre de hablar de cualquier cosa con el ;at…»

—¿Qué clase de ideas? —inquirió Maestro.

—Hace poco rato, hablábamos de la habilidad de usted para… habitar… en otras partes del continuo espacio-tiempo.

—Así es, en efecto.

—Mi comunicador está bloqueado en este momento. ¿Pero habría algo que pudiera evitar que usted se trasladara a, eh…, un emplazamiento diferente del espacio-tiempo… e informara a mi gente de lo que sucede? ¿O de lo que sucederá?

—Desgraciadamente —respondió Maestro—, sí lo hay. Hace mucho tiempo que hemos aprendido a no entrometernos en el tejido de las cosas de esa manera. Invariablemente provoca más problemas de los que soluciona.

Kirk suspiró.

—Bueno, debía preguntárselo. Señor, perdóneme, pero mi lugar está con los míos en un momento como éste. He de encontrar una forma de regresar junto a ellos.

—Lamento profundamente su inquietud —le aseguró Maestro—. Corríjame si he comprendido su tecnología, pero si su comunicador no funciona, muy probablemente tampoco lo hará su transportador, puesto que las señales conductoras están interrelacionadas.

—Eso es verdad —respondió Kirk, sin sorprenderse porque el ;at lo supiera; él había pensado eso un rato antes—. Bueno, en cualquier caso, debo regresar junto a los tripulantes de mi nave que están en el claro; me llevaré este grupo conmigo para mantenerlo alejado del cuello de ustedes.

—¿Qué se hará con ellos? —preguntó Maestro.

—Oh, bueno, los enviaré a su propia nave, no hay ningún problema al respecto. Su comandante probablemente se irritará conmigo, pero no tanto como voy a irritarme yo por haberse acercado furtivamente a nosotros sin siquiera un hola-cómo-están. Quiero descubrir cómo lo han hecho.

Kirk empezaba a sentirse de mal humor; no era típico de la tripulación de la
Enterprise
dejar entrar en el sistema a otra nave sin informarle de ello. Si, de alguna manera, era obra de McCoy, eso podía conferirle un carácter ligeramente diferente a la situación. Pero no mucho. Podía oír a Bones decir: «No vi motivo para preocuparle; no había nada que usted pudiese hacer al respecto y parecían inofensivos…»

«No —se dijo—, no sirve de nada intentar valorar la situación sin saber qué sucede realmente. Es igualmente posible que estos amigos que están aquí hayan encontrado alguna nueva forma inteligente de deslizarse a nuestras espaldas. ¿Quizás un nuevo sistema de camuflaje? De todas formas, ¿qué buscan aquí?»

—Oiga —dijo Kirk, con una feroz y significativa mirada a la mujer joven—. ¿Primera especialista Katur? —Ella inclinó la cabeza hacia un lado para asentir—. ¿Qué demonios hace aquí?

Miró el aparato de excavación y la senda que habían seguido los lahit hacia el macizo de plantas que crecía en el centro. Incluso en aquel momento, los lahit estaban detenidos en torno al calvero y hacían ruidos sibilantes de vaga agitación.

Katur le respondió con otra mirada de ferocidad.

—No voy a decírselo.

—Oh, sí que lo hará —dijo Kirk mientras avanzaba lentamente hacia ella—, o descubrirá la verdad de todas esas historias de horror que ha oído sobre mí. —Se inclinó para coger la pistola klingon, sobre la que el maestro de los ;at estaba más o menos apoyado—. ¿Puedo cogerle prestado esto? —preguntó—. Gracias. Nefasto artilugio —comentó—. No tiene programación de aturdimiento. Pero, por otro lado, se ha de reconocer que su gente ha tenido siempre una mentalidad bastante terminante.

Katur le miraba fijamente.

—Vamos, cuéntemelo —dijo él, dejando que la cólera aflorara a su voz—. ¿Qué son esas plantas?


Tabekh
—se apresuró a responderle Katur.

—¿Y qué es? —La mujer dudó—. Me refiero a qué hacen con ellas.

—No se lo digas —le advirtió uno de los otros—. Se lo llevarán para ellos.

—¿Para qué sirve? —preguntó Kirk con tono exigente mientras avanzaba un paso más.

Katur tragó con dificultad.

—Es la materia prima para hacer
tabekhte
.

—¿Y para qué sirve eso? —Tuvo un terrible pensamiento—. ¿Se trata de una droga?

Katur lo miró con ceñudo desprecio.

—¡Idiota! Lo ponemos en nuestra comida.

Kirk la miró fijamente.

—¿La planta misma?

—No. Hacemos un condimento con ella.

Se sentía interesado a su pesar. «Que el cielo nos asista; ésta es la materia prima que constituye el principal ingrediente de la salsa Worcestershire de los klingon —pensó Kirk. Luego pensó en las ocasionales quejas de Spock respecto a lo frescas que eran las verduras del cultivo hidropónico, y en las disertaciones de McCoy sobre la falta de sabor de la carne deshidratada y reconstituida, y en Scotty, que mascullaba acerca de la carencia de nabos y
tatties
—. Realmente he de averiguar qué son los
tatties
para el Día de Burns.» Sonrió fugazmente.

—Primera especialista, refunfuñar por la comida a bordo de las naves es uno de los derechos universales de la tripulación en cualquier parte, y si alguien lo ha declarado traición, en ese caso todos los que conozco son traidores. ¿Pero realmente no pueden arreglárselas sin esa planta?

Los klingon le miraron con ferocidad y no dijeron nada.

—Entonces deberán llegar a algún tipo de acuerdo con la gente que vive aquí para poder recogerla —les dijo Kirk—. Me pregunto qué otra cosa podrían hacer aquí… —Nadie dijo nada—. Bueno, supongo que eso es algo que debo preguntar a su comandante, no a ustedes. —Kirk arrojó la pistola klingon nuevamente al suelo y se tomó un momento para admirar la forma en la que el maestro de los ;at consiguió ponerse nuevamente encima de ella sin moverse de donde estaba. Al menos eso es lo que pareció suceder.

—Señor, voy a llevar esta gente a donde están los míos, en el claro. Los retendrán hasta que se hayan restablecido las comunicaciones y pueda averiguar qué sucede ahí arriba.

—Como quiera —respondió el Maestro de los ;at—. Además, si quieren algunas de esas plantas, pueden llevárselas. Los lahit las dejan marchar.

Kirk miró a los lahit que se agitaban con nerviosismo.

—¿Es que las utilizan para algo? —preguntó Kirk.

—Hablan con ellas —replicó Maestro.

Kirk asintió con la cabeza.

—Háganlo, pues —les dijo a los klingon, que avanzaron rápidamente y se pusieron a recoger hojas de la planta.

—En cuanto a usted, señor —continuó Kirk—, deseo que volvamos a hablar nuevamente mañana, si es que puedo. Creo que todavía tenemos algunas cosas que comentar.

—Probablemente, no —dijo el maestro de los ;at, pero su voz sonaba complacida. Kirk alzó las cejas—. En cualquier caso, volveremos a vernos cuando a usted le convenga, capitán. Pienso que probablemente está más ocupado que yo.

—Mañana por la mañana, entonces —propuso Kirk.

—De acuerdo —respondió Maestro.

—Muy bien, parece que eso es todo lo que son capaces de llevarse —les dijo Kirk a los klingon mientras sacaba su pistola fásica—. Delante de mí, por favor. Un poco más adelante. —Salieron del calvero con Kirk a sus espaldas—. Tenga usted muy buenas tardes, señor —saludó Kirk a Maestro—. Le aseguro que yo he pasado un rato muy agradable. Las cosas han estado tranquilas por estos contornos… muy relajantes.

—Me alegro de que así haya sido. Que pase un buen día, capitán.

Kirk saludó con un amistoso gesto de cabeza al monolito —si era de eso de lo que se trataba; estaría muy interesado en las lecturas de escáner realizadas por Bones— y siguió a su pequeño grupo fuera del calvero, ladera arriba, y luego nuevamente colina abajo.

—¡Maldición! —gritó McCoy—. ¿Estamos muertos?

—No —replicó Spock—, pero no sabemos cuánto tiempo tardaremos en estarlo.

McCoy tragó con dificultad. La nave todavía se estremecía a causa del último disparo, fuera de lo que fuese.

—¡Scotty, informe!

—Los escudos se mantienen —replicó el otro—. A duras penas. Doctor, aconsejo que nos movamos.

—¡También yo, condenación! ¡Sulu, emprenda su mejor maniobra evasiva! Sáquenos de aquí. Uhura, póngame con las naves klingon, con todas ellas. Transmita.

—Está al habla, doctor.

—Damas y caballeros del imperio klingon —dijo el médico—. Aquí el comandante Leonard McCoy, de la
Enterprise
. Me perdonarán por romper la formación, pero la nave que entra en estos momentos en nuestro espacio no parece interesada en las formalidades. Después de que hayamos ajustado cuentas con ese visitante de la forma que mejor nos parezca a todos, regresaremos a la órbita y nos ocuparemos de cualquier otro asunto. Mientras tanto, les sugiero que cuiden de sus traseros. McCoy fuera.

—Hecho, doctor. Los klingon han acusado recibo.

—Les conviene hacer algo mejor que acusar recibo —masculló McCoy, mientras observaba el planeta que se alejaba de ellos. «Volveremos pronto, Jim —pensó—. ¡Eso espero!»—. ¿Nos siguen los de Orión?

—Afirmativo —replicó Spock.

—Maldición —dijo McCoy—. El precio de la fama. Si yo comandara esta nave de manera regular, le taparía los números con pintura. Uhura —agregó—, ¿qué utilizan los de Orión para sondear?

—Es difícil decirlo, doctor. Según la última noticia que tengo, escáneres estándar. ¿Señor Spock?

—Los escáneres estándar son lo más corrientes, según tengo entendido. No son demasiado diferentes a los nuestros.

—Bien. ¿Podemos bloquearlos? ¿O escondernos de ellos?

—Hasta cierto punto, a distancias de espacio profundo.

—Bien. Sulu, sáquenos bien lejos de la órbita. Luego gire nuevamente hacia dentro: una bonita hipérbola, larga y cerrada. Chekov, trace el rumbo de forma que podamos salir disparados alrededor del planeta y salir nuevamente después sin necesidad de potencia adicional. Spock, una vez que estemos en órbita, antes de huir, quiero que apague todo lo que pueda apagarse. No quiero emisiones energéticas que podamos evitar.

Spock parpadeó.

—Doctor… —comenzó—, ésta es una estrategia que me suena familiar… muy eficaz. Si no le conociera, pensaría que ha estado leyendo a Jellicoe. O posiblemente a Smith. McCoy sonrió con timidez.

—Jim no dejaba de darme esos libros de estrategia y decirme que debía leerlos —recordó—. Entonces, nunca le veía sentido a hacerlo. Pero puede que haya tenido algo de razón.

Comencé a ponerme al día con mi lectura la pasada noche. —Doctor, una de las naves klingon abandona la órbita —informó Chekov—. Es la de Kaiev.

McCoy parpadeó al oír aquello.

—Me pregunto qué se traerá entre manos.

—Doctor —dijo Sulu mientras miraba su escáner—, le dispara a la nave pirata por detrás. Plena dispersión de torpedos de fotones… Ineficaces —agregó un segundo después—. Todos han errado limpiamente.

—¿Qué demonios hace? —comentó suavemente McCoy—. Debería salir de aquí y huir.

—Llamada de la
Ekkava
, doctor —dijo Uhura—. No es directo. Es un mensaje lanzado.

—Enséñemelo.

De forma abrupta, se encontraron frente al puente de la
Ekkava
, y a Kaiev. Éste todavía sudaba. McCoy comenzó a preguntarse si la medicación de aquel hombre iba a ser ajustada alguna vez… o si el sudor tenía que ver con otra cosa.


Enterprise
—dijo el klingon—, se han comportado ustedes valientemente conmigo. Yo haré lo mismo con ustedes, antes de que todos muramos. —Hizo una pausa momentánea—. Y me he hecho aumentar la dosis de Tacrin —agregó luego—.
Ekkava
fuera.

McCoy sonrió. Aquélla era la única cosa que realmente le había provocado una sonrisa voluntaria desde hacía bastante tiempo.

—Mantenga un ojo sobre él, Sulu —ordenó.

—Aún dispara, doctor. Otra andanada de torpedos… Uno ha hecho blanco esta vez, pero sin resultados. La nave pirata está demasiado bien protegida por sus escudos.

—Son escudos reactivos —comentó Chekov—. Algunas de las naves klingon más modernas los tienen… no ésas, no lo creo. El campo de fuerza de los escudos está cargado con una potencia mucho más elevada que los habituales escudos defensivos; no sólo absorbe la potencia de los torpedos de fotones, sino que la hace rebotar y la devuelve. Es muy peligroso, especialmente si uno los sigue desde muy cerca.

—Tomo nota —respondió McCoy—. Sin embargo, es extraño. Los klingon habitualmente están ansiosos por incorporar a sus naves cualquier arma nueva que puedan conseguir.

—No en este caso, doctor —le explicó Spock—. Los escudos reactivos y los rayos de partículas que llevan requieren gigantescas fuentes de energía… mucho mayores de las que puede suministrar una nave del tamaño de las klingon, o incluso la nuestra. Probablemente no hay más que algunos cientos de personas a bordo de la nave de Orión, a pesar de su tamaño; la mayor parte del espacio está dedicado a los motores y las instalaciones de armamento. —Cruzó los brazos y adoptó un aire meditabundo—. Ésta es una situación que a veces han representado en un simulador, en la Flota Estelar… pero más como ejercicio de creatividad en las acciones evasivas que cualquier otra cosa.

—El señor Sulu es muy creativo —comentó McCoy mientras se apretaba los dedos doblados para hacerse sonar los nudillos y luego se regañaba por ello. Era un mal hábito que tenía cuando estaba nervioso—. ¿Qué hace Kaiev?

—Continúa disparando —replicó Chekov—. La nave pirata hace caso omiso de él.

—O bien intenta distraerlos —comentó McCoy—, o… —Se encogió de hombros—. Quizá, como él mismo ha dicho, se comporta valientemente. Ojalá se marchara.

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