Por prescripción facultativa (12 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

—Así lo haremos —dijo el ;at, y guardó silencio.

Kirk permaneció quieto en aquel silencio y sintió que los cabellos de la nuca volvían a erizársele, pero esta vez por ninguna razón que tuviese que ver con la dulzura del aire matutino. Aquel intenso interés estaba concentrado en él, en su nave y en su tripulación. Podía sentirlo en la piel, al igual que el sol, pero no resultaba en absoluto una sensación cálida ni tranquilizadora.

—¿Cuándo vamos a comenzar? —dijo al cabo, cuando el silencio le resultó insoportable.

—Ya hemos empezado —replicó el ;at.

McCoy, sentado en el sillón de mando, bostezó.

Estaba cansado y fastidiado, pero al mismo tiempo experimentaba una cierta satisfacción vanidosa. Kirk había contado con que él se sintiera aterrorizado por aquella experiencia. Desgraciadamente, no había considerado la gran capacidad de McCoy para aprender a gran velocidad. Aquello era probablemente lo más importante que aprendía un médico o una enfermera: cómo transformar la repentina situación sorprendente o fastidiosa en algo habitual.

Se había dedicado a jugar con los botones de los brazos del sillón de mando. Había un surtido bastante grande de canales de entrada en la biblioteca, de manera que, aunque no hubiese un oficial científico trabajando en su terminal, uno podía sacar a la pantalla principal todo tipo de información. McCoy había terminado el informe que le había pedido Kirk y luego había vuelto a jugar con la maquinaria, sacó diversas informaciones de la biblioteca e hizo anotaciones cruzadas con el trabajo que acababa de hacer.

El intercomunicador del puente sonó; McCoy miró al oficial de comunicaciones que estaba de guardia, el teniente DeLeon, para decirle que respondería él mismo a la llamada. Pulsó el botón apropiado en la consola del asiento.

—Aquí puente —dijo—. McCoy al habla.

—Que el cielo nos ayude, doctor, ¿qué hace usted ahí arriba? —dijo la voz atónita de Scotty.

—La culpa es del capitán, Scotty —replicó McCoy—. Hace dos horas que me dejó aquí plantado, al mando.

Scotty rió entre dientes al oír aquello.

—Bueno, supongo que eso no le hará a usted mal ninguno. Deduzco que él está en la superficie del planeta.

—Deduce bien. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Nada. El capitán me había pedido que hiciera un reajuste de los motores hiperespaciales y ya tengo los datos referentes a cuánto tiempo llevará realizarlo y cuánta antimateria vamos a necesitar. Puedo esperar hasta que él regrese a bordo.

—¿Por qué quería que realizase un reajuste?

—Eh, ya había hablado con él del asunto. Se trata de maximizar nuestro consumo de combustible, eso es todo. Él buscaba la manera de ahorrar un poco de energía mediante el reajuste del tiempo de fusión. Yo he encontrado una forma mejor de hacerlo, pero no le molestaré a usted con los detalles.

—Gracias, no lo haga —le dijo McCoy—. Pondré en conocimiento de Kirk que usted ya tiene los datos.

—Eso será correcto —replicó Scotty—. Motores fuera.

Satisfecho, McCoy pulsó el botón y se recostó en el respaldo del asiento.

—DeLeon —dijo—, ¿quiere ponerme en contacto con el grupo de descenso? Quiero ver qué tiene entre manos ahí abajo.

—Sí, señor —replicó el teniente.

Un momento más tarde la pantalla le mostró el claro de la superficie y a los miembros de la tripulación que pululaban por todas partes, trabajando activamente.

McCoy vio a Spock, Lia y otras personas a las que conocía; pero no había ni rastro de Kirk.

—Ya anda otra vez de pendoneo por ahí —comentó—. Localice al capitán, ¿quiere, teniente?

—Claro, doctor.

DeLeon tocó los controles y luego los miró con los ojos entrecerrados. Era una mirada de curiosidad.

—¿Qué sucede? ¿Es que ha apagado su comunicador? Muy propio de él —refunfuñó McCoy.

—No, doctor —replicó DeLeon—. Es que no puedo encontrarle.

McCoy se puso de pie y subió a la estación de comunicaciones, miró la pantalla del escáner y frunció el entrecejo. En ella no se veía ni rastro del capitán. Incluso en el caso de que a Kirk se le hubiera caído el comunicador por el camino, los sensores indicarían con toda claridad el lugar en que lo había perdido.

Pero no había ni rastro del mismo.

McCoy tragó con dificultad y llamó a Spock.

4

Cuando Spock llegó al puente, McCoy se alegró tanto de verle que sintió la tentación de ponerse de pie de un salto y abrazarle.

—Spock —dijo en cambio—, su maldito sensor ha vuelto a irse al garete.

Spock le favoreció con una expresión que en el mejor de los casos era de escepticismo.

—Doctor —dijo con mucha suavidad, como si hablara con un dificiente mental—, eso difícilmente puede parecerme probable. No obstante, haré algunas comprobaciones.

El vulcaniano se encaminó hacia la consola científica y se puso a tocar los controles con la rápida certidumbre de alguien que apenas si necesita mirarlos siquiera.

—Deduzco que las cosas están bastante controladas en la enfermería para que no se requiera su presencia allí —le dijo a McCoy.

McCoy bufó.

—No tiene probabilidad ninguna, Spock. Kirk me entregó el mando y me dijo que me mantuviera alejado de la enfermería excepto en los casos de emergencia médica.

Aquello consiguió hacer parpadear a Spock. Levantó la mirada de la consola, aunque no dejó de teclear instrucciones.

—Perdóneme —le dijo—, pero no me gustaría malinterpretarle. ¿Ha dicho que el capitán le dejó al mando?

—Es su idea de una pequeña broma. Pregúnteselo a DeLeon, él estaba presente.

—También estará en la grabación de procedimientos del puente —comentó Spock, y devolvió su atención a la tarea que tenía entre manos.

McCoy volvió la cabeza y contempló durante un momento la pantalla frontal. En aquel momento había en el claro un pequeño bosque de lahit y alrededor de doscientos ornae parecían haberse reunido para construir una estructura mucho más grande que la que habían visto el día anterior: más ornae, con mucho más espacio en el interior. Eran unos anfitriones considerados, aunque aún no había nada claro respecto a ellos.

McCoy miró al oficial científico y vio que contemplaba la consola con expresión concentrada.

—Doctor —dijo el vulcaniano—, tenemos un problema.

McCoy ya lo sabía, pero oír a Spock admitirlo hacía que fuese un poco peor. McCoy se sentó en el asiento de mando, más por reflejo que por preferencia personal en aquel momento.

—Ha desaparecido de verdad —dijo.

—Los instrumentos funcionan correctamente —le aseguró Spock—. El comunicador del capitán no está en el planeta, según los instrumentos.

—Da lo mismo el comunicador, Spock, pero ¿dónde está él?

—Doctor —le dijo Spock mientras descendía hasta el asiento de mando—, cálmese. Existen formas de explicar por qué podríamos no encontrar al capitán.

—¿Como por ejemplo?

Spock alzó una ceja.

—El capitán puede hallarse en un área que tenga una alta concentración de algún otro elemento raro en la tierra, de forma que la señal del comunicador desaparece con las radiaciones del suelo…

—¿Ha localizado algo por el estilo?

—Bueno —dijo Spock de mala gana—, he de reconocer… —¿Y bien? ¿Qué otra cosa?

Spock le miró con una expresión más cercana a la impotencia que cualquier otra que McCoy le hubiese visto en mucho tiempo.

—Nada —respondió.

—Bueno, pues al diablo con esto —dijo McCoy—. Me marcho a donde pueda resultar de alguna utilidad… allí abajo, para ayudar a buscar a Kirk. Quédese usted a cargo de la tienda.

Estaba a medio camino de las puertas del puente cuando oyó la voz de Spock.

—Doctor… me temo que no comprende usted la situación.

McCoy se detuvo y le miró con sorpresa.

—¿Qué parte es la que no entiendo?

—Su parte, por lo menos —respondió el otro—. Doctor, está usted al mando. No puede abandonar la nave en las presentes circunstancias.

—¡Maldición, claro que puedo! ¡Le entrego el mando a usted, Spock! Que es quien debería tenerlo, por cierto. Es usted quien estudió en la escuela de mando, y es el oficial más veterano de la nave. ¡Por favor, siéntese usted en ese maldito asiento!

—Doctor —le dijo tranquilamente Spock—, como diría el capitán, no tendría importancia alguna si yo fuese un almirante del alto mando de la Flota Estelar y tuviese una autorización firmada por Dios. No puedo aceptar el mando de usted en las circunstancias presentes. Tampoco podría aceptarlo nadie más. Las regulaciones de la Flota son muy específicas a ese respecto. Un oficial colocado en el mando nominal de una nave debe retener éste hasta que le releve el comandante oficial de la misma. El capitán no está aquí para relevarle. Cualquiera que ejercitara el mando en lugar de usted, sería sometido a consejo de guerra y no tendría nada en qué apoyarse ante un tribunal. Cualquier intento realizado por usted para abandonar el puesto, en este caso la
Enterprise
, también sería un delito merecedor de consejo de guerra… especialmente en estas circunstancias, cuando el capitán ha desaparecido. Esto es una emergencia, para expresarlo con suavidad.

McCoy se dejó caer en el asiento de la estación científica y miró a Spock con consternación.

—Está usted inmovilizado, doctor —le dijo Spock—. Lo siento de veras. —Y su tono denotaba sinceridad.

McCoy volvió a mirar al vulcaniano y respiró profundamente un par de veces mientras pensaba: «Cálmate, muchacho. Hoy vas a necesitar todo tu control».

—De acuerdo —le respondió al oficial científico—. Será mejor que baje usted al planeta y ponga en marcha la búsqueda. Averigüe quién le vio por última vez… comience a partir de ahí.

Spock asintió con la cabeza y se encaminó a su vez hacia las puertas del puente.

—Y, por cierto —agregó McCoy—, ¿puedo al menos ir al lavabo?

Spock asintió nuevamente.

—Deje el mando en manos del teniente DeLeon —le dijo—, pero no se ausente mucho rato. Sin embargo —agregó—, creo que el capitán diría: «Tendría que haber ido antes que nos marchásemos».

—¿Por qué usted…?

Las puertas del turboascensor se cerraron. McCoy miró a DeLeon.

—Quédese al mando, hijo —le pidió—. Estaré de vuelta en unos minutos.

—Sí, señor.

—Y vea si puede apartar a Uhura de lo que está haciendo ahí abajo. Necesito algunos consejos.

—De acuerdo, doctor.

Cuando McCoy regresó al puente, Uhura le esperaba. —Teniente —le dijo el médico al joven oficial de comunicaciones—, vaya a tomarse un descanso o lo que quiera.

¿Cuándo acaba su turno?

—Dentro de aproximadamente una hora, doctor —replicó DeLeon.

«Dios, ¿dónde ha ido el día? El tiempo pasa rápido cuando uno se divierte.» Miró a Uhura; ella asintió con la cabeza.

—No se moleste en regresar, hijo. Queda libre hasta su próximo turno.

—Gracias, doctor —dijo el muchacho, y se marchó. Cuando las puertas del turboascensor se cerraron, Uhura habló en voz baja.

—He oído decir que tenemos un pequeño problema.

—Puede apostar su bonito… bueno, no importa. Sí, lo tenemos. ¿Hay muchos tripulantes ahí abajo en este momento?

—Todos están en el planeta. Los grupos de búsqueda están peinando la zona. —Uhura parecía preocupada—. Pero puede que la pista ya esté fría a estas alturas. Nadie ha visto al capitán desde esta mañana, y sólo por un momento.

—¿Hacia dónde iba?

—Hacia el bosque, por uno de esos senderos. Por aquel grande que hay y que parece muy transitado.

Una repentina sospecha se apoderó de McCoy. «El que llevaba al claro en el que estaba el ;at…»

—¿Ha visto alguien a algún ;at por los alrededores? preguntó.

—No —le contestó Uhura, con un tono levemente sorprendido—. Doctor, creo que ese sonido es más bien una pausa gutural.

—La pronunciación no tiene importancia ahora. En cualquier caso, me gustaría oírselo decir a uno de ellos. Uhura, yo vi uno esta mañana. Le examinaba cuando Jim me hizo subir a bordo. Creo que es posible que también él le haya encontrado.

—¿Habló con él? —preguntó ella con sorpresa—. Pero si apenas tenemos algún algoritmo para el idioma de esos seres… El grupo de reconocimiento apenas consiguió sacarles unas palabras. ¿Resultaba relativamente fácil entenderle?

—Tan fácil como a usted. Me quedé sorprendido.

Uhura parecía muy preocupada.

—Doctor —dijo—, esto es muy extraño. No puede haber sucedido de esa manera… a menos que la especie sepa sobre nosotros muchísimo más de lo que creemos.

McCoy pensó en la lenta mirada silenciosa inclinada sobre él, la sensación de poder escondido y controlado, y se estremeció ligeramente.

—Yo no descartaría eso en su caso. Uhura, debemos encontrar al menos a uno de ellos para averiguar qué saben.

—Nos ayudaría tener alguna información recogida por los sensores —comentó ella con tono de duda—. Exteriormente, no parecen tener otro aspecto que el de rocas grandes. Hay muchísimas rocas en ese planeta.

—No tantas rocas que se muevan —la contradijo McCoy—. Y sólo hay un millón de ellas, según el ;at con el que hablé esta mañana. De todas formas, no importa. Yo le hice un sondeo con el escáner. Aquí lo tengo.

Metió la mano en la bolsa médica, que había traído directamente al puente, y le entregó el escáner médico.

—Bien —dijo ella, y se encaminó a su terminal, tras lo cual metió el escáner en uno de los puertos de entrada. Pulsó un botón del tablero de controles y miró fijamente durante un momento las lecturas que aparecieron en la pantalla.

—Uh-hú. Ha vaciado la memoria —comentó.

—Sí, así debería ser —murmuró McCoy—. Compruebe la memoria de la biblioteca; el archivo debe estar allí. Uhura asintió, pulsó algunos controles más y esperó. —Aquí lo tenemos —dijo mientras miraba la pantalla; luego comenzó a sacudir la cabeza.

El estómago de McCoy empezó a contraerse para formar un nudo.

—¿Qué sucede?

—Aquí tengo la información transmitida —replicó ella—, pero parece tener problemas con el componente visual. ¿Qué es esto?

Pulsó otro control y sacó a la pantalla principal lo que aparecía en la suya. En el fondo de la toma, McCoy pudo ver el otro lado del claro; la vista cambiaba a medida que él la desplazaba en torno a algo que había en el centro. Pero no había forma de saber qué era ese algo. Lo único que se veía en la pantalla era una vaguedad plateada, brumosa, una forma oblonga sin detalles.

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