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Authors: Ernest Hemingway

Tags: #Narrativa

Por quién doblan las campanas (25 page)

«Me pregunto cómo caerá María en Missoula (Montana). Suponiendo que encuentre algún trabajo en Missoula. Calculo que a estas alturas estoy fichado como rojo y que van a ponerme en la lista negra. Aunque, a decir verdad, tampoco puedo asegurarlo. No puede asegurarse nada. No tienen pruebas de lo que he hecho aquí y, por lo demás, sí lo contase, no lo creerían nunca. Mi pasaporte era válido para España antes de que entraran en vigor las nuevas restricciones. En todo caso, no podría volver antes del otoño del 37. Salí en el verano del 36 y los permisos, aunque son oficialmente de un año, no hacen necesaria la presentación antes del comienzo del curso siguiente. Queda aún mucho tiempo hasta el comienzo del curso de otoño. Queda todavía mucho tiempo de aquí a mañana, mirándolo bien. No. No creo que haya que preocuparse por lo de la Universidad. Será bastante con que llegue para el otoño, y todo irá bien. Trataré sencillamente de presentarme en ese momento.»

Pero ¡qué vida tan rara era la que llevaba desde hacía algún tiempo! Vaya si lo era. España había sido su diversión y su tema de trabajo desde hacía mucho. Luego era natural y lógico que se encontrara en España. «Has trabajado varios veranos en el servicio forestal y haciendo carreteras. Allí aprendiste a manejar la pólvora de manera que las demoliciones son también un trabajo natural y lógico para ti. Aunque siempre hayas tenido que llevarlo a cabo con un poco de precipitación. Pero ha sido un buen trabajo.» Una vez que se ha aceptado la idea de la destrucción como un problema que hay que resolver, ya no hay más que el problema. Las destrucciones, eso sí, aparecen acompañadas de detalles que las hacen poco gratas, aunque Dios sabe que se toman estos detalles a la ligera. Siempre había un esfuerzo constante por provocar las condiciones mejores con la mira en los asesinatos que deben acompañar a las destrucciones. Pero ¿acaso las palabras ampulosas hacían posible la defensa de tales asesinatos? ¿Hacían más agradable la matanza? «Te has acostumbrado con facilidad a todo ello, si quieres que te dé mi opinión —se dijo—. Y para lo que vas a servir cuando dejes el servicio de la República, se me antoja extremadamente problemático. Pero me imagino que te desembarazarás de todos estos recuerdos, poniéndolos sobre el papel. Puedes escribir un hermoso libro, si eres capaz de hacerlo. Mucho mejor que el anterior. Pero, entretanto, la vida se reduce a hoy, esta noche, mañana, y así indefinidamente. Esperémoslo. Harías mejor aceptando lo que el tiempo te depara y dando las gracias. ¿Y si lo del puente sale mal? Por ahora no parece marchar demasiado bien. Pero María te ha convenido. ¿No es así? Oh, claro que sí. Quizá sea esto todo lo que pueda pedirle a la vida. Puede que sea eso mi vida, y que en vez de durar setenta años no dure más que setenta horas. O quizá setenta y dos, si contamos los tres días. Me parece que tiene que haber la posibilidad de vivir toda una vida en setenta horas lo mismo que en setenta años, con la condición de que sea una vida plena hasta el instante en que comiencen las setenta horas y que se haya llegado ya a cierta edad.»

«¡Qué tontería! —se dijo—, ¡qué tonterías se te ocurren! Es realmente estúpido. Aunque quizá no sea tan estúpido, después de todo. Bueno, ya veremos. La última vez que dormí con una chica fue en Madrid. No, en El Escorial. Me desperté a medianoche creyendo que la persona en cuestión era otra, y me sentí loco de alegría hasta el momento en que reconocí mi error. En suma, en aquella ocasión no hice más que reavivar las cenizas. Pero, aparte de eso, aquella noche no tuve nada de desagradable. La vez anterior fue en Madrid. Y aparte ciertas mentiras y pretensiones, mientras la cosa estuvo en marcha, el asunto fue, más o menos, el mismo. Por lo tanto, no soy un campeón romántico de la mujer española y, por lo demás, cualquiera que sea el país en que me encuentre, una aventura amorosa, la he considerado siempre como una aventura. Pero quiero de tal forma a María que cuando estoy con ella me siento literalmente morir. Y no creí nunca que me pudiera pasar tal cosa. Así es que puedes cambiar tu vida de setenta años por setenta horas, y me queda al menos el consuelo de saber que es así. Si no hay nada por mucho tiempo ni por el resto de nuestra vida ni de ahora en adelante, sino que sólo existe el ahora, entonces, bendigamos el momento presente porque me siento muy feliz en él.»

Ahora,
maintenant
,
now
,
heute
. Ahora es una palabra curiosa para expresar todo un mundo y toda una vida. Esta noche,
ce soir, to-night, heute abend. Life y wife, vie y Marie
. No, eso no rimaba. Había también
now
y
frau
, pero eso tampoco probaba nada. Por ejemplo se podía tomar
dead
,
mort
, muerto, y
todt
.
Todt
era, de las cuatro palabras, la que mejor expresaba la idea de la muerte.
War, guerre
, guerra, y
krieg. Krieg
era la que más se parecía a guerra. ¿No era así? ¿O era solamente que conocía peor el alemán que las otras lenguas?
Chérie
,
sweet-heart
, prenda y
schatz
. Todas esas palabras podía cambiarlas por María. María, ¡qué hermoso nombre!

Bueno, pronto iban a verse todos metidos hasta el cuello y no iba a pasar mucho tiempo. Lo del puente, en realidad, se presentaba cada vez peor. Era una operación que no podía salir inmune con luz del día. Las posiciones peligrosas tienen que ser abandonadas por la noche. Al menos se intenta aguantar hasta la noche. Todo marcha bien si se puede aguardar hasta la noche para replegarse. Pero si la cosa empezaba a ponerse mal con luz del día... Sería absolutamente imposible resistir.

Y aquel condenado del Sordo, que había abandonado su español zarrapastroso para explicarle aquello con todos los pormenores, como si él no hubiese estado pensando en todo sin cesar desde que Golz le habló del asunto. Como si no hubiese vivido con la sensación de tener una bola a medio digerir en el estómago desde la noche anterior a la antevíspera. «Vaya un asunto. Está uno toda su vida creyendo que semejantes aventuras significan algo y a la postre resulta que no significan nada. No había tenido nunca nada de lo que tenía ahora. Uno cree que es algo que no va a comenzar jamás. Y de repente, en medio de un asunto piojoso como esa coordinación de dos bandas de guerrillas de mala muerte, para volar un puente en condiciones imposibles, con objeto de hacer abortar una contraofensiva que probablemente había empezado ya, se encuentra uno con una mujer como María. Claro, siempre ocurre así. Acabas por dar con ello demasiado tarde; eso es todo. Y luego, una mujer como aquella Pilar te mete literalmente a la muchacha en tu cama, y ¿qué es lo que pasa? Sí, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué pasa? Dime qué pasa, haz el favor. Sí, dímelo. Pues eso es lo que pasa. Eso es justamente lo que pasa. No te engañes a ti mismo cuando piensas que Pilar ha empujado a esta muchacha a tu saco de dormir, y trates de negarlo todo y de estropearlo todo. Estabas perdido desde el momento en que viste a María, En cuanto ella abrió la boca y te habló, quedaste flechado, y lo sabes. Y ya que te ha llegado lo que nunca creíste que te podría llegar, porque no creías que existiera, no hay motivos para que trates de negarlo, ya que sabes que es una cosa real y que está contigo desde el instante en que ella salió de la cueva, llevando la cacerola de hierro. Te flechó entonces, y lo sabes, de manera que ¿por qué mentir? Te sentiste extraño interiormente cada vez que la mirabas y cada vez que ella te miraba a ti. Entonces ¿por qué no reconocerlo? Bueno, está bien; lo reconozco. En cuanto a Pilar, que te la ha puesto en los brazos, todo lo que ha hecho ha sido conducirse como una mujer inteligente. Hasta entonces había cuidado muy bien de la muchacha, y por eso vio rápidamente, en el momento en que la chica volvió a entrar en la cueva con la comida, lo que había sucedido.

»Lo único que hizo ella fue facilitar las cosas. Hizo las cosas más fáciles para que sucediera lo que sucedió anoche y esta tarde. La condenada es mucho más civilizada que tú, conoce el valor del tiempo. Sí —se dijo—, creo que debimos admitir que tiene una idea muy clara del valor del tiempo. Aceptó la derrota porque no quería que otros perdiesen lo que ella tuvo que perder. Después de eso, la idea de reconocer que lo había perdido todo resultó demasiado dura de encajar. Y sabiendo todo eso, afrontó la situación allá arriba, en el monte, y sospecho que nosotros no hemos hecho nada porque las cosas fueran más fáciles para ella. Bueno eso es lo que pasa y lo que te ha pasado, y harías muy bien en reconocerlo, y ya no tendrás dos noches enteras para pasarlas con ella. No tendrás una vida por delante ni una vida en común ni todo eso que la gente considera normal que se tenga; no tendrás nada de eso. Una noche, que ya ha pasado un momento, esta tarde, y una noche que está por venir; que quizá llegue. Eso es todo, señor.

»No tendrás nada de eso, ni felicidad, ni placer, ni niños, ni casa, ni cuarto de baño, ni pijama limpio, ni periódico por la mañana, ni despertarse juntos, ni despertar y saber que ella está allí y que uno no está solo. No. Nada de eso. Pero ya que es eso todo lo que la vida nos concede, entre todas las cosas que uno hubiese querido tener, ¿por qué no había de ser posible pasar siquiera una noche en una buena cama, con sábanas limpias?

»Pero pides lo imposible. Pides la misma imposibilidad. Por lo tanto, si quieres a esa muchacha, como dices, lo mejor que puedes hacer es quererla mucho y ganar en intensidad lo que pierdes en duración y continuidad. ¿Lo comprendes? En otros tiempos, la gente consagraba a esto toda una vida. Y ahora que tú lo has encontrado, si tienes dos noches para ello, te pones a preguntarte de dónde te viene tanta suerte. Dos noches. Dos noches para querer, honrar y estimar. Para lo mejor y para lo peor. En la enfermedad y en la muerte. No, no es así: en la enfermedad y en la salud. Hasta que la muerte nos separe. Dos noches. Es más de lo que podía esperarse. Más de lo que podía esperarse, y deja ahora de pensar en esas cosas. Deja de pensar ahora mismo. No es bueno. No hagas nada que no sea bueno para ti. Y esto no es bueno, con seguridad.»

Era de eso de lo que Golz hablaba. Cuanto más tiempo pasaba, más inteligente le parecía Golz. De modo que era a eso a lo que se refería cuando hablaba de la compensación de un servicio irregular. Golz había conocido todo aquello. ¿Y era la precipitación, la falta de tiempo y las circunstancias espacialísimas lo que provocaba todo aquello? ¿Era algo que le sucedía a todo el mundo en circunstancias parecidas? ¿Y creía él que era algo especial porque le sucedía a él? Golz había dormido acá y allá, precipitadamente, cuando mandaba la caballería irregular del Ejército Rojo, y la combinación de aquellas circunstancias y todo lo demás, ¿le hizo encontrar en las mujeres todo lo que encontraba él en María?

Probablemente Golz conocía todo aquello también y deseaba hacerle notar que era preciso vivir toda una vida en las dos noches que a uno se le dan para vivir; cuando se vive como vivimos ahora hay que concentrar todas las cosas que tenían que haber sido en el corto espacio de tiempo de que uno puede disponer.

Como teoría, era buena. Pero no pensaba que María hubiera sido hecha por las circunstancias. A menos, claro, que no fuera una reacción de las condiciones de vida en que ella tuvo que vivir como le estaba sucediendo a él. Y ciertamente, las circunstancias en que él había tenido que vivir no fueron buenas. No, nada buenas.

Pues bien, si las cosas eran así, sencillamente, eran así como eran. Pero no había ley que le obligase a decir que le gustaba la cosa.

«Nunca hubiera creído que podía sentir lo que he sentido —pensó—. Ni que pudiera ocurrirme esto. Querría que me durase toda la vida. Ya lo tendrás, dijo su otro yo. Ya lo tendrás. Lo tienes ahora, y ese ahora es toda tu vida. No existe nada más que el momento presente. No existen ni el ayer ni el mañana. ¿A qué edad tienes que llegar para poder comprenderlo? No cuentas más que con dos días. Bueno, dos días es toda tu vida, y todo lo que pase estará en proporción. Esa es la manera de vivir toda una vida en dos días. Y si dejas de lamentarte y de pedir lo imposible, será una vida buena. Una vida buena no se mide con edades bíblicas. De manera que no te inquietes; acepta lo que se te da, haz tu trabajo y tendrás una larga vida muy dichosa. ¿Acaso no ha sido dichosa tu vida en estos últimos tiempos? Entonces, ¿de qué te quejas? Eso es lo que ocurre en esta clase de trabajos.»

Y la idea le gustó mucho. No es tanto por lo que se aprende sino por la gente que uno se encuentra. Y al llegar a este punto se sintió contento porque era otra vez capaz de bromear, y volvió a acordarse de la muchacha.

—Te quiero, conejito —dijo a la chica—. ¿Qué era lo que decías?

—Decía —contestó ella— que no tienes que preocuparte de tu trabajo, porque yo no quiero molestarte ni estorbarte. Si puedo hacer algo, me lo dices.

—No hay nada que hacer. Es una cosa muy sencilla.

—Pilar me enseñará todo lo que tengo que hacer para cuidar a un hombre, y eso será lo que yo haga —dijo María—; y mientras vaya aprendiendo, encontraré otras cosas yo sola que pueda hacer y tú me dirás lo demás.

—No hay nada que hacer.

—¡Sí, hombre! Claro que hay cosas que hacer. Tu saco de dormir por ejemplo hubiera debido sacudirlo esta mañana y airearlo, colgándolo al sol en alguna parte, y luego, antes que caiga el rocío, ponerlo a resguardo.

—Sigue, conejito.

—Tus calcetines habría que lavarlos y tenderlos a secar. Me ocuparé de que tengas siempre dos pares.

—¿Quemas?

—Si me enseñas cómo tengo que hacerlo, limpiaré y engrasaré tu pistola.

—Dame un beso —dijo Robert Jordan.

—No, estoy hablando en serio. ¿Me enseñarás a limpiar tu pistola? Pilar tiene trapos y aceite. Y hay una baqueta en la cueva que creo que irá bien.

—Desde luego que te enseñaré.

—Y además, puedes enseñarme a disparar, y así cualquiera de los dos puede matar al otro y suicidarse después, si uno de los dos cae herido y no queremos que nos hagan prisioneros.

—Muy interesante —dijo Robert Jordan—; ¿tienes muchas ideas de ese estilo?

—No muchas —dijo María—, pero ésta es una buena idea. Pilar me ha dado esto y me ha dicho cómo utilizarlo. —Abrió el bolsillo de pecho de la camisa y sacó un estuche de cuero como los de los peines de bolsillo; luego quitó una goma que lo cerraba por ambos lados y sacó una cuchilla de afeitar—. Llevo siempre esto conmigo. Pilar dice que hay que cortar por aquí, debajo de la oreja y seguir hasta aquí —dijo. Mostró la trayectoria con el dedo—. Dice que aquí hay una gran arteria y que, apoyando bien la hoja, no se puede fallar. Dice también que no hace daño y que basta con apretar fuerte detrás de la oreja y tirar para abajo. Dice que no es nada, pero que no hay nada que hacer una vez que se corta.

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