Nada trágico había ocurrido y de momento se pudo pensar que era falsa la negra profecía, desmentida por la realidad. Sólo faltaba un detalle, un insignificante detalle: cumplir la regla que ordenaba que los dos caballeros, echadas las armas, volviesen al punto de partida. Pero Montgomery, desarmado, no dejó la esquirla o pedazo que sostenía aún en su mano, sino que, al contrario, lo cogió con más fuerza y, al pasar junto al Soberano, con aquel tronco muñonero fue a chocar contra la visera del Rey -la jaula de oro de la que había hablado Nostradamus-, la levantó en parte y, habiendo hallado expedito el camino, fue a clavarse en el ojo saliendo trágicamente por el oído.
Enrique permaneció inconsciente durante cuatro días, y al cabo de once murió en medio de terribles dolores.
La profecía de Nostradamus se había cumplido punto por punto y el propio Rey moribundo la recordó, añadiendo que nadie podía hurtarse a su propio estino.
Tras la muerte de su esposo, Catalina de Médicis vio realizada la segunda profecía que Nostradamus le había hecho, cuando su hijo Francisco II ciñó la corona de Rey de Francia.
El mago de Salon más de una vez había escrutado los abismos de las estrellas para sondear el destino de los hijos de Catalina y responder a los insistentes ruegos de la ambiciosa Reina.
Por lo que cuentan las crónicas de aquella época, la profecía que él hizo a propósito del destino de los príncipes fue una de las más famosas sesiones mágicas que recuerda la historia.
A altas horas de la noche, en el salón hexagonal de la torre del castillo de Chaumont, el mago de Salon invocó la presencia del Angel de la Muerte.
Acudió puntualmente el fatal personaje y rompió con su presencia los halos o círculos que sucesivamente, por orden de edad, hicieron durante la célebre sesión las sombras de los hijos de Catalina, ataviados con las insignias reales.
Cada halo correspondía a un año de reinado y la marcha espectral se interrumpía en la fecha fijada por Anael, el Angel de la Muerte.
El mago respondió a la Soberana (que le pedía cuentas de lo que él veía) que los votos y deseos de ella serían absolutamente cumplidos, porque todos sus hijos -sus tres hijos- ocuparían el trono de Francia.
Lo que él se calló fue este detalle: que los tres hermanos se sucederían en el trono en un pequeño espacio de tiempo, relativamente breve, y ello porque una temprana muerte los arrebataría en la flor de su edad, uno tras otro, como así sucedió.
Transcurrido sólo un año de reinado, Francisco Il murió después de una breve dolencia, tal como había vaticinado el vidente en una de sus cuartetas. La Corte experimentó un nuevo estremecimiento de horror y se difundió el pánico entre los dignatarios que veían en el gran amigo de la Soberana un infalible vaticinador de desventuras.
Carlos IX
sucedió a su hermano Francisco en el trono de Francia; era aún un niño y su madre fue regente hasta la mayoría de edad del Rey; pero habiendo muerto también el segundo hijo de Catalina, tal vez de remordimiento por no haber sabido oponerse a la terrible matanza de la noche de San Bartolomé, ocupó el trono su hermano
Enrique III,
que volvió a la patria desde las lejanas tierras de Polonia, donde había aceptado ceñir la corona de Segismundo.
Pero murió también este Rey, asesinado por un fanático, Jaime Clement, y Nostradamus hizo también para él un presagio, el que está señalado con el número 58 y referido al año 1561, mientras que en realidad el regicidio tuvo lugar en 1589: «El rey-rey no es ya (causa) la perniciosidad del Duce».
Y un comentarista del vidente destaca que el doble substantivo empleado para Enrique III recuerda su doble corona, la de Polonia y la de Francia, y el nombre del Duce ha de entenderse como sinónimo del apellido del asesino Clement.
Desde la muerte de Nostradamus hasta nuestros días, la historia se ha encargado de registrar una serie de hechos importantísimos para todos los países europeos. Si, por ejemplo, nos limitamos a las vicisitudes por las que ha pasado Francia, vemos que esta grande y poderosa nación, que desde hace muchos siglos ha cumplido la misión de guía, no sólo ha marcado con una impronta personalísima todos sus actos civiles, políticos o sociales, sino que con dos epopeyas trágicamente señeras ha cambiado, probablemente, el curso de la historia imprimiendo primero a Europa y después al mundo entero un giro que no dudaríamos en llamar «determinante». Nos referimos a la Revolución de 1789 y al advenimiento de Napoleón Bonaparte.
Por lo que concierne a
la Revolución Francesa,
lo que de ella dice Nostradamus es bastante incompleto, si bien hay algunas cuartetas con claras referencias a la grave convulsión social, política y religiosa que en ella tuvo su origen. En pocos versos cita expresamente el nombre del lugar, Varennes, donde el Rey Luis XVI fue detenido cuando intentaba huir, disfrazado, para eludir la guardia revolucionaria que buscaba capturarlo. Es más, el vidente da, con ligerísimas variantes, el nombre de la persona que lo reconoció y denunció a los revolucionarios. Y nos parece que estos detalles no pueden atribuirse a puras y simples coincidencias (Centuria IX, cuarteta XX).
Probablemente la más grave dificultad que encuentra un observador para descifrar estos versos se debe esencialmente a la complejidad del lenguaje utilizado por Nostradamus para describir un acontecimiento que debía modificar profundamente el rostro de Francia y alterar, con tan graves repercusiones, el orden establecido en todo el mundo.
Hombre de su tiempo, adicto a la Corona y profundamente respetuoso para con la autoridad y la persona del Rey (recordemos que fue médico cortesano, consejero y astrólogo muy apreciado en la Corte de Francia), Nostradamus no se atrevía a predecir claramente a la monarquía (que le distinguía con su benevolencia y que probablemente estaba dispuesta a protegerlo contra cualquier eventual acción contra él por el terrible Tribunal de la Inquisición), el trágico acontecimiento después del cual la Corona sería sustituda por la República y el propio Rey ignominiosamente guillotinado.
Cuando se refiere a
Napoleón,
por el contrario, Nostradamus es sorprendentemente claro y sumamente inteligente; de él predice el lugar del nacimiento, la duración y los principales hechos de su reinado a incluso la naturaleza de su amor por María Luisa (Centuria I, cuarteta LX).
El vidente no habría podido hablar más claro. Ningún otro emperador nació cerca de Italia; Napoleón costó muy caro al Imperio erigido por él mismo para su prestigio personal y para su propia gloria, la hecatombe de muertos directa o indirectamente provocada por el corso, justifica el título de «carnicero» que Nostradamus le da en sus cuartetas. Y es ésta, asimismo, la opinión de muchos.
Aunque separadas una de otra por un espacio bastante largo que ocupan otras cuartetas, las dos citadas están perfectamente encadenadas y se complementan entre sí de tal modo que no es posible desconocer el nexo que las une.
La decimotercera cuarteta de la Centuria VII que, con maravillosa precisión, dice exactamente el número de años que Napoleón detentó el poder.
También aquí es muy fácil interpretar los versos: la ciudad marítima y tributaria es, evidentemente, Ajaccio, lugar donde nació Napoleón Bonaparte. La ciudad se levanta junto al mar, en el golfo de su nombre, en la isla de Córcega; y podía ser considerada como tributaria del gobierno central francés porque recientemente había sido adquirida por la Corona y anexionada a Francia, más o menos cuando nació en ella el joven jefe.
La explicación no deja lugar a dudas; y de un cuidadoso examen de todas las palabras se desprende la absoluta certeza -sin temor a errar- de que se trata de la capital de Córcega.
Por lo que respecta al segundo verso, puede parecernos un tanto sibilino y enigmático, pero basta un momento de reflexión para descartar cualquier clase de duda. La
testa rapada
en Francia, a principios del siglo pasado, fue un exclusivo atributo de Napoleón, que nunca quiso llevar peluca, a diferencia hasta aquel entonces de los personajes reales, sistemáticamente representados por pintores y retratistas con largas melenas ensortijadas.
Este particular detalle podría causar alguna extrañeza a los hombres de hoy, pero en los días aquellos en los que Napoleón empezó a imponer su autoridad y su prestigio, causó un efecto extraordinario entre las tropas y entre la población que le estaba sujeta. Sus propios soldados se complacían en llamarle familiarmente
le petit tondu,
literalmente
«el pequeño pelón».
Esta frase despierta con suma facilidad en nuestra mente la característica figura de Napoleón.
El tercer verso, por el contrario, es muy oscuro y sólo se pueden aventurar, para intentar explicarlo, algunas hipótesis, como aquella que dice que cuando accedió Bonaparte al poder estaba aún muy fresco el recuerdo de los hombres del Directorio que habían aterrorizado a la Francia revolucionaria, comportándose como «sórdidos» exponentes de un poder dictatorial que hubo de someterse, de buen o mal talante, al Primer Cónsul.
Referente al último verso, hemos de decir que contiene, al menos, dos datos incontrovertibles: el número «catorce» y la palabra «tiranía». La cifra indica con claridad la duración del reino, o mejor del poder, que detentó Napoleón: desde el 9 de noviembre de 1799 al 23 de junio de 1815. Son exactamente 14 años, siete meses y catorce días, que se reducen a algo menos de catorce años, si restamos de ellos los once meses que Napoleón estuvo desterrado en la isla de Elba. La palabra «tiranía» ha sido empleada por Nostradamus para destacar el carácter del régimen imperial instaurado por Napoleon, para quien los parlamentos y las asambeas no tenían absolutamente ningún valor.
¡Síntesis admirable de la vida de Napoleón la que nos ofrece Nostradamus en sus cuartetas! Y no hay duda de que su vaticinio se cumplió en todos y en cada uno de los detalles.
Desde que terminó la primera guerra mundial hasta que estalló la segunda, o sea, desde 1917-18 hasta 1939, los principales acontecimientos que caracterizan este período (período de tanta importancia para nosotros que puede aseverarse que vivimos todavia hoy sus consecuencas) fueron descritos por Nostradamus con absoluta precisión y, a menudo, con particularidades y detalles que excluyen cualquier posibilidad de error en la interpretación de cuanto nos legó el gran vidente.
Dice la cuarteta sesenta y tres de la I Centuria:
Los azotes pasados disminuido el mundo,
Largo tiempo la paz, tierras deshabitadas,
Hermana caminará por cielo, tierra, mar y onda,
Después de nuevo las guerras suscitadas.
Cuando los azotes de la primera guerra mundial terminen, el número de habitantes del mundo habrá disminuido: tal es el significado del primer verso; y reparemos que el profeta habla de azotes en plural, por lo cual podemos pensar que se refiere no sólo a la guerra ue estalló en Europa, sino también a la revolución rusa y a la terrible y violenta epidemia que se declaró en España y se extendió por otras naciones europeas, causando entre la población incontables víctimas. En cuanto a las tierras deshabitadas, no es preciso esforzarse demasiado para entender que son las tierras que con el paso de la guerra quedaron estériles y desoladas, como fueron, por ejemplo, muchas regiones de Franca, de Rusia y de Polonia, calcinadas por completo.
En este punto especifica Nostradamus que durante el período de paz que seguirá a tanta desventura, una «hermana» irá por el cielo, tierra y onda.
A quién se refiere el apelativo «hermana» consta claramente en otra cuarteta, la cuarta de la IV Centuria:
El impotente Principe enojado, lamentos y querellas
De rapiñas y saqueos por galos y por líbicos:
Grande es por tierra, en mar infinitas velas.
Hermana Italia será echando a los célticos.
Se describe aquí, en una rápida visión, el período de la historia italiana que va aproximadamente desde 1860 a 1870, y que culminó con la
ocupación de Roma,
que estaba defendida por los zuavos, franceses o libios. El impotente Príncipe es Francisco II de Borbón, el «Grande» por la tierra es Napoleón III y las infinitas velas son las flotas borbónicas, francesa a inglesa, como asimismo la italiana y la austríaca, que surcaron, durante aquellos años, el Mediterráneo. «Hermana Italia» es, pues, la frase escogida para indicar que se trata de esta nación; y he aquí ue por aquel entonces Italia irá or cielo, por mar, por tierra y sore la onda, que en este caso es el éter, dominado por la prodigiosa invención de la radio.
Y luego, otra vez, las guerras que vendrán a turbar el equilibrio de Europa tan difícilmente conseguido y tan precariamente consolidado. Por otra parte, el Oriente de Europa habrá conocido, durante aquellos mismos años, una convulsión apocalíptica:
Al gran Imperio llegará otro muy distinto
Bondad distante más de felicidad:
Regido por uno salido no lejos de la plebe,
Corromper reinos gran infelicidad.
(CENTURIA VI, CUARTETA LXVII)
¿Qué otra nación fuera de Rusia estaba entonces regida por la forma imperial? Este gran imperio estará regido, pues, por un jefe bien distinto, ya por censo, ya por sangre, casi plebeyo que se comportará tan cruelmente como aquel a quien ha derribado y se seguirá de ahí una gran tragedia para todas aquellas naciones que, siguiendo las huellas de este gran imperio, se corromperán por la nueva doctrina.
Es extraordinariamente interesante proseguir el examen de las cuartetas que se refieren también a este acontecimiento:
Los dos malignos de Escorpión conjuntos,
El gran Señor asesinado dentro de la sala:
Peste a la Iglesia por el nuevo Rey agregado,
La Europa baja y la septentrional.
(CENTURIA I, CUARTETA LII)
Recordemos la historia: el 15 de marzo de 1917 abdicaba el Zar Nicolás II y luego era detenido y deportado con toda su familia a Ekaterinenburg, en Siberia; allí fue asesinado el 16 de julio de 1918, en la sala del pabellón, corriendo también la misma suerte todos sus allegados.
Ahora bien, la cuarteta dice que el asesinato se cometerá bajo la enseña de los dos malignos unidos por Escorpión, es decir, de Saturno y de Marte, cuyos símbolos son la hoz y el martillo, enlazados para formar la figura de Escorpión que, a su vez, simboliza el error que emponzoña a los pueblos con doctrina y métodos insidiosos y fraudulentos.