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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (31 page)

Pero la cita era de la canción «I Want the One I Can’t Have», y ahí estaba el problema. Podía haber funcionado tener a Henrik y a Björn como un par tipos raros pegados al grupo si ellos hubieran sabido cuál era su sitio. Si no hubieran pretendido lo que no podían conseguir.

Verano de 1986. Olof Palme había muerto y las matas de arándanos del sur de Domarö que absorbían el agua de las nubes llegadas del este se observaban con desconfianza
[9]
. Sonny Crockett, de
Miami Vice
, era el icono de la moda y todo eran tonos pastel por un lado y
Black Celebration
por el otro. Sí, Anders seguía siendo fiel a Depeche Mode, aunque
Tracks
estaba destrozando totalmente «A Question of Lust» poniéndola todo el tiempo.

Henrik y Björn lo tachaban casi todo de idioteces. Lo único que les cayó en gracia fue
Yo, Claudio
, que era una antigua producción, de la BBC, además. De Inglaterra, de Londres. Björn imitaba muy bien al césar tartamudo, pero, lamentablemente, era como echar margaritas a los cerdos, porque nadie, excepto él y Henrik, quería ver a «un montón de viejos, vestidos con una sábana y hablando raro».

Bueno, suficiente. Algunos recordarán cómo eran las cosas, para todos los demás bastará con estas pinceladas color pastel sobre fondo negro. Verano de 1986. Terror y dientes blancos, apocalipsis y aeróbic. Basta.

Para la pandilla, aquel fue el verano en el que empezaron a beber alcohol. La cosa ya se había iniciado justamente un año antes con pequeños saqueos en las botellas de los padres. Pero en el verano de 1986 comenzaron los viajes a Åland.

Martin era alto y fuerte. Además, había empezado a crecerle una barba bastante decente que ya se encargaba él de no afeitar durante unos días antes de coger el barco de Joel y hacer dos viajes para llevar a todo el grupo hasta el puerto de Kapellskär, donde se cogía el ferry. Martin compraba en las tiendas libres de impuestos y después tonteaban todos por las calles de Mariehamn bebiendo todo lo que podían.

Ocurrió alguna vez que Henrik y Björn se quedaron sin bebida cuando había que racionar el alcohol, y durante el tercer viaje de aquel verano, a principios de agosto, ellos se ocuparon personalmente del asunto. Estuvieron más callados que de costumbre durante el trayecto, entraron en una tienda libre de impuestos solo para comprar algunas golosinas.

El motivo de su secretismo lo descubrieron cuando bajaron del ferry en Kapellskär y ya estaban fuera de peligro. Entonces se abrieron las cazadoras. En la cinturilla de los pantalones y en los bolsillos se habían metido doce botellas de Bacardi de medio litro. A todos les pareció que estaban completamente locos y fueron premiados con palmaditas en la espalda y sitio en el barco de Joel en el primer viaje de vuelta a casa.

Les solían quedar uno o dos litros después del viaje a Mariestad. Ahora, de repente, tenían una bodega que para colmo les había salido gratis. Decidieron esconder las botellas debajo de la vieja caseta de pescadores que había en el islote de Kattholmen. En toda aquella movida estuvieron presentes lógicamente Henrik y Björn, que eran los héroes del día.

Al día siguiente ya se había olvidado, y sus comentarios incoherentes y actitudes extrañas —una mezcla de sumisión y arrogancia que podía sacarle a uno de quicio— volvieron a ser objeto de la acostumbrada burla. Pero eran ellos quienes habían mangado las botellas, eso había que aceptarlo.

Cuando llegó el momento de celebrar la última fiesta del verano, contaron con ellos desde el primer momento. Lo que solía pasar otras veces era que organizaban una fiesta y Henrik y Björn aparecían por allí sin que nadie les hubiera invitado, después se sentaban en un rincón y hacían comentarios de los que solo se reían ellos mismos, mientras que la mayoría se carcajeaba de las pullas dirigidas contra Henrik y Björn.

Pero, bueno, de esa manera cumplían con su papel particular. Contribuían a la consolidación del grupo y a la forma de hablar del grupo quedándose fuera y hablando de otra manera. No lo habría reconocido ninguno o quizá ni siquiera eran conscientes de ello, pero para tener una buena fiesta, con el ambiente apropiado, era necesario que Henrik y Björn estuvieran allí sentados como dos ceros a la izquierda.

Llegó la tarde. Se desplazaron hasta Kattholmen con salchichas y carbón para la barbacoa, bolsas de patatas fritas y refrescos para los cubatas. Todos estaban allí: Joel y Martin, Elin y Malin, Anders y Cecilia. Frida no tenía permiso de su madre, pero también estaba presente. Samuel, que vivía en Nåten y jugaba en el mismo equipo de fútbol que Joel, llegó en su propio barco. Fue hasta Karolina, que solo solía pasar un par de semanas al año en Domarö. Y, claro, Henrik y Björn, los proveedores de la tarde.

Sacaron el Bacardi y lo mezclaron con cola en vasos de plástico, prendieron el fuego fuera de la caseta. Henrik y Björn trajeron una especie de salchichas especiales sin carne de color gris claro y que parecían penes, y alguien se lo soltó, a pesar del Bacardi.

A Anders, cosa poco habitual, le dejaron poner Depeche en el radiocasete. «A Question of Lust» había allanado el camino. Pero cuando habían caído un par de botellas ya no podían seguir escuchando aquella música tan triste y, a petición de las chicas, la cambiaron y pusieron... Wham!

El fuego se apagó y la celebración continuó dentro de la caseta. Antes de la fiesta allí solo había una mesa, dos sillas y una litera donde podían pasar la noche los pescadores. Habían completado el mobiliario con unas sillas viejas y una alfombra de estameña en el suelo. La caseta era pequeña para todos, pero Anders y Cecilia hicieron su aportación subiéndose a la cama de arriba, tumbándose sobre el maloliente colchón de cerda y achuchándose un poco.

Habían tenido que aguantar bastante el verano anterior, después de que Malin les sorprendiera besándose, pero eso ya estaba superado. Anders y Cecilia eran pareja y no había mucho que decir al respecto, aunque era raro que siguieran juntos tanto tiempo. Se habían acostado juntos por primera vez en invierno y habían seguido haciéndolo durante la primavera, así que cuando se tumbaron en el colchón no estaban en la situación desesperada del principio. Ahora podían tomárselo con calma y detenerse en los labios y en las puntas de los dedos del otro.

Debajo de ellos el ambiente estaba cada vez más exaltado. Habían sacado una baraja y pensaban jugar al póquer de prendas. Karolina se retiró inmediatamente y no se escuchó ni siquiera una protesta de cortesía. Estaba gorda y no era especialmente guapa. Por desgracia, no tenía medio de transporte propio para volver a casa, así que tuvo que acurrucarse en la cama de abajo y hacerse la indiferente lo mejor que pudo.

Lo divertido del juego dependía de Elin y de Malin, que eran las guapas. Frida era mona, pero no tenía un cuerpo del que presumir, ni con el que soñar. Además, ella no podía echarse atrás si las otras chicas aceptaban jugar.

Cuando Elin y Malin chocaron los cinco y dijeron: «¡Claro, no te jode!», Anders vio que Frida apartó la mirada y se azoró un poco. Pero se mordió los labios y se estiró. A lo mejor confiaba en poder jugar sin perder. Y perdería más si se echaba atrás.

Anders dio un trago de la botella de ron y cola ya mezclados y enterró la nariz en la nuca de Cecilia. Aquello no le daba buena espina y se alegró de que Cecilia y él quedaran excluidos del juego y se olvidaran de ellos.

En el radiocasete, Joey Tempest cantaba sobre la definitiva cuenta atrás mientras Martin repartía cartas. Se detuvo indeciso al llegar a Henrik. Este dijo:

—Quiero perder los pantalones ante el mundo. —Y Björn soltó unas risitas. Nadie más entendió dónde estaba la gracia, pero les dieron cartas.

Siguieron con las cartas y unas veces se ganaba y otras se perdía. Todas las prendas que se quitaban iban a un montón en el suelo. Después de unos veinte minutos, Anders debió de quedarse dormido, porque cuando volvió a mirar el montón de ropa había cambiado totalmente.

La puerta se cerró detrás de Joel, que acababa de entrar. Estaba completamente desnudo quitando un trozo de red rota que había estado buscando fuera y que cubría, a medias, su pene colgante.

En la mesa se oyeron abucheos y risas y Joel estiró los brazos y dio un par de pasos de baile; no parecía molesto con la situación. Hacía gimnasia con regularidad y aprovechó la ocasión para enseñar lo que tenía.

Hacía tanto calor dentro de la caseta que a Anders se le pegaba el pelo del sudor. Las velas y el alcohol que se quemaba en los cuerpos se comían el oxígeno. Se habían bebido otras dos botellas de medio litro y los cascos vacíos estaban ahora junto al montón de ropa. Ya se habían tomado por lo menos un litro más de alcohol de lo que solían beber, y Samuel ya se disponía a abrir otra botella.

Frida, que había salido bien parada y conservaba aún los pantalones y el sujetador, se dirigió a Joel protestando:

—Acepta que has perdido. Eso es trampa.

Joel se acercó a ella y se contoneó ante su cara.

—¿Qué dices? Esto es ropa, ¿no? Tócalo y verás.

Frida le dio un empujón y Joel estuvo a punto de caer de espaldas encima de Karolina, pero consiguió agarrarse al borde de la cama y se enderezó. Estaba muy bebido y le corría el sudor desde la cabeza a lo largo de la espalda. Joel pasó la mano por encima del suspensorio de red y dijo:

—Última oportunidad, ¿vale? Una última oportunidad, ¿vale? Después estoy en... bancarrota. ¿De acuerdo?

A Anders le daba vueltas la cabeza aunque no había bebido mucho, y sentía que le pesaba tres veces más de lo normal.

Deberían abrir la puerta.

Anders estuvo a punto de decirlo, pero no tuvo fuerzas. Se quedó mirando hacia abajo, hacia la mesa donde estaban los otros. Joel era el que más había perdido, pero también Henrik, Björn y Elin estaban a punto de ir a la quiebra. Henrik y Björn estaban en calzoncillos, y a pesar de que la entrepierna de Elin quedaba en la oscuridad debajo de la mesa, Anders se dio cuenta de que había sacrificado las bragas antes que el sujetador.

Por su respiración, Anders pudo darse cuenta de que Cecilia estaba dormida. Él le puso la mano en la cadera y apartó la mirada de los pelitos cortos que sobresalían entre las piernas cruzadas de Elin, intentando ser fiel hasta con el pensamiento.

Anders quería, pero los ojos eran débiles. Intentó fijar la mirada en las dos espinillas llenas de pus que Henrik tenía en la espalda, pero sus ojos no estaban por la labor y se fueron desplazando hacia la derecha, deslizándose alternativamente desde la zona sombreada entre los muslos de Elin y la película de sudor que le cubría la parte superior del pecho. Empezó a sentir un calentón en la base del pene, se dio media vuelta y se tumbó boca arriba, y se puso a mirar fijamente al techo que estaba a medio metro de sus narices.

Tengo que salir. Necesito aire
.

Se oía el ruido de las cartas cuando las repartían, las voces parecían confusas. Anders deseaba que perdiera Joel para que aquello terminara de una vez, para que pudieran salir todos a tomar aire fresco y volver a ser personas de nuevo.

Fue Henrik quien perdió. Anders oyó cómo se sacaba alguna prenda por la cabeza y cómo iba a parar al montón de ropa, que creció un poco más. Nadie le prestó especial atención. El desnudo de Henrik no era algo que despertara expectación, solo era una desgracia andante. Se volvieron a repartir las cartas. Karolina suspiró en la cama de abajo, así no era como ella se había imaginado la noche.

A Anders el sudor le escocía en los ojos y le desazonaba bajo la ropa. Deseaba que solo estuvieran allí Cecilia y él. Entonces él la habría despertado y le habría preguntado si quería acompañarle a bañarse bajo la luz de la luna. Pero, tal y como estaban las cosas, no podía hacer más que seguir tumbado mirando el techo, que empezaba a parecerle cada vez más la tapa de un ataúd. Y, a juzgar por el calor, acababan de introducirlo en el horno.

—¡Joder! —oyó que gritaba Elin desde abajo—. Yo también tengo un par de treses.

—Sí, pero mira esto... —dijo Martin, a quien parecía que le costaba hablar—. Mira esto, ¿eh...? ¿No ves que Frida tiene, que... su carta más alta es más alta que la tuya? Entonces, tiene una jugada más alta. Es una jugada más alta, entonces.

Se oyó un murmullo de asentimiento y Elin expresó otro par de sufridas protestas, pero luego se hizo un silencio expectante. Se oyó un ligero clic metálico y una prenda aterrizó encima del montón de ropa. Una silla se movió hacia atrás y Joel dijo:

—¿Adónde vas? Tienes que quedarte aquí sentada y...

—Vete a la mierda —dijo Elin—. Yo también puedo hacer lo mismo que tú.

Se oyeron pisadas de pies descalzos sobre el suelo de madera, algunos chicos silbaron y Anders siguió mirando fijamente el techo. Después sus ojos volvieron a tomar el mando y Anders miró de reojo hacia la puerta justo a tiempo de ver a Elin desaparecer por ella.

Alguien subió el volumen de la música y «Take On Me» de A-ha inundó la caseta, disipando un poco las sombras y haciendo el aire más respirable. O, quizá, fuera solo que la puerta al abrirse y cerrarse había dejado pasar un poco de oxígeno.

Todos los que estaban alrededor de la mesa cantaron el estribillo. Cecilia se despertó y se volvió somnolienta hacia Anders. Él le acarició la mejilla; un roce pegajoso piel contra piel. Cecilia parpadeó y se frotó los ojos.

—Qué calor hace.

Anders la rodeó con sus brazos y le preguntó:

—¿Salimos?

Cecilia se apretó contra él y dijo:

—Enseguida.

Anders vio por encima del hombro de Cecilia que Henrik se levantaba y se dirigía a la puerta. Luego los labios de Cecilia se adueñaron de los suyos y él se dejó caer en aquel calor pegajoso y suave.

Se besaron hasta que «Take On Me» se fue acabando con una mezcla de canción dulce y romántica y tambores metálicos. Hubo un momento de silencio y luego se oyó un grito. Venía de fuera y era Elin quien gritaba. Como un choque de adrenalina en un corazón parado, una sacudida recorrió la estancia. La piel pegada a otra piel se despegó y se oyó un estrépito de sillas que se retiraban o volcaban mientras sonaban las primeras notas de «I Should Be So Lucky».

Joel y Martin fueron los primeros en salir y el resto de los que estaban sentados a la mesa les siguieron con Björn a la cola. Cecilia se bajó de la litera y Anders le siguió después, pero estuvo a punto de aterrizar en la espalda de Karolina, que se levantaba quejándose como una vieja.

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