Puerto humano (30 page)

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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Esa persona o personas son toleradas justamente por eso. Como alguien con quien compararse o como público. Normalmente se trata de una historia lamentable. Si la pandilla es la corte, esa persona se convierte en su bufón. En ocasiones se le tiran al bufón unas migas de amabilidad o de agasajo a cambio de que toque los cascabeles o diga alguna tontería que luego se pueda citar. Eso, en todo caso.

Esa es la función del bufón. Es triste pero puede funcionar relativamente bien si la persona marginada es consciente de sus limitaciones. Es en el momento en el que trata de rebasar esas limitaciones cuando sobreviene la tragedia y todo se va al garete.

Pues bien, Henrik y Björn eran dos.

A diferencia del resto, sus padres residían todo el año en la isla. El padre de Björn era carpintero y se dedicaba a la construcción de muelles, su madre trabajaba en una residencia de ancianos. Henrik vivía solo con su madre y no se sabía muy bien a qué se dedicaba ella.

Lo normal era que los hijos de los veraneantes y los hijos de los isleños fueran tribus separadas que vivían en distintos campamentos, pero en este caso había un intermediario: Anders. Su madre llegó a la isla de vacaciones, se encontró con el padre de Anders y se vino a vivir a Domarö cuando estaba embarazada de Anders. La relación duró poco más de un año y después su madre volvió a coger el ferry de vuelta a la ciudad y se llevó a su hijo.

Anders venía a la isla para ver a su padre durante las vacaciones y algunos fines de de semana, y por eso tenía un pie en cada tribu. Contaba con sus amigos de verano en Kattudden, pero en invierno jugaba a veces con Henrik y con Björn, los únicos chicos de su edad que había entonces en el pueblo.

Jugaban con los trineos tirándose por la cuesta que bajaba hasta el muelle de carga, jugaban con cajas abandonadas y se llamaban unos a otros «idiota».

—¿Vamos a hacer algo, idiota?

—Sí, idiota, podríamos hacerlo. ¿Dónde está el otro idiota?

Después de unos años, Henrik y Björn, a través de Anders, se acercaron a la pandilla de los veraneantes y llegaron a formar parte de ella, en cierto modo. Eso sí, dejaron de llamarse idiotas el uno al otro cuando los otros podían oírles.

Hubo un verano, solo uno, en el que Henrik y Björn se convirtieron en miembros de pleno derecho en la pandilla. En 1983, cuando Henrik tenía trece años y Björn doce, aquel verano fueron bien recibidos y apreciados en todo momento. La razón de su popularidad era puramente mecánica: a Henrik le habían regalado un motocarro.

Como en Domarö no había coches, los niños podían ir con las bicicletas a sus anchas tan pronto como aprendían a montar, y se pasaban del día yendo en bicicleta de una casa a otra, por los senderos del bosque, entre el puerto y Kattudden. En el verano de 1983 las bicicletas, de pronto, les parecieron un poco infantiles: había cosas más atrevidas.

Aunque Henrik no tenía aún edad para llevar una moto, su padre, de todos modos, le había dejado quedarse con el viejo, pero bien renovado, motocarro por la misma razón que se permitía a los niños de seis años ir a cualquier sitio en bicicleta: si ocurría algún accidente era porque uno chocaba contra algo, no porque fuera atropellado. Y el motocarro no iba rápido. A treinta y cinco, máximo, cuesta abajo y con el sol y el viento de espaldas.

En la pandilla la mayoría tenía trece años, y al lado de sus oxidadas bicicletas-solo-para-el-veraneo el motocarro parecía un Lamborghini. Aquello tenía marcha y era guay y daba estatus, y como Henrik y Björn eran inseparables, también Björn se benefició del auge de popularidad de Henrik.

Aquel verano, y solo aquel verano, Henrik manejó con habilidad los deseos, decepciones y delicadas intrigas que siempre hay en todos los grupos. Se volvió audaz con su nuevo estatus y de pronto todo lo hacía bien. No cedió ante las exigencias de Joel para que le dejara conducir la moto delante de los demás. Aunque sí dejaba a Joel probar a solas, lo cual daba puntos a Henrik sin la pérdida de estatus que hubiera significado dejar que Joel ocupara su puesto delante de todos.

Sin embargo, se las arreglaba para llevar a Elin en su moto cuando sabía que podía verlo mucha gente, puesto que la combinación moto propia-Elin rozaba lo insuperable. Las hormonas se agitaban y Elin había empezado a tener pecho. Cuando Henrik daba la vuelta delante de la tienda con Elin en el carro y sus pechos se movían con los baches del camino, Henrik era el rey. Ese verano.

Pero normalmente se podía ver a Henrik y a Björn dando vueltas con la moto por caminos pequeños, bajando a la playa, o por el bosque. Como Anders era el único de la pandilla, además de Henrik y de Björn, que vivía en el casco viejo, a veces le llevaban en el carro de la moto después de pasar la tarde en casa de Martin o de Elin.

—Sube, idiota.

A mediados de agosto, con unos días de diferencia, se separaron todos. Henrik y Björn se quedaron, mientras el resto de la pandilla desapareció de vuelta a Estocolmo o a Uppsala. Cuando Anders volvió a Domarö durante una semana de las vacaciones de Navidad, la bahía frente a la casa de su padre estaba helada; Henrik, Björn y él se divirtieron deslizándose en el hielo detrás de la moto con los patines.

El verano siguiente algo había cambiado. Cuando Henrik trató de impresionar a los demás conduciendo sobre tres ruedas a lo largo de todo el camino del bosque nadie le prestó especial atención. Algunos habían conducido motos en la ciudad, motos trucadas y más modernas; y, después de todo, un motocarro, pues, la verdad, era bastante... paleto.

Henrik y Björn cayeron de la cima de la popularidad, y la caída fue grande. Quizá como una reacción al protagonismo artificial del que habían gozado el verano anterior, ahora se les ponía en entredicho y se convirtieron prácticamente en el hazmerreír de todos. Se vestían y se peinaban mal, hablaban raro y no sabían nada de música. Fue durante aquel verano cuando a alguien se le ocurrió lo de H y B. Hubba y Bubba.
Big bubbles, no troubles
.

Tanto Martin como Joel se habían dejado crecer el pelo aquel invierno. Anders, como siempre en el medio, tenía el cabello un poco largo igual que Johan. Hubba y Bubba lo llevaban corto y todos entendieron que era para no se les pegaran las escamas del pescado. O, las boñigas, ya puestos.

Tanto Malin como Elin llevaban el cabello despeinado con mucha laca, como Madonna, y Cecilia y Frida, que tenían un año menos, aunque no llegaban tan lejos ni se ponían tanto maquillaje, también habían empezado a preocuparse por su aspecto.

Joel tenía una camiseta en la que ponía: «Frankie says RELAX», y por medio de su padre, que había estado en Londres en un viaje de negocios, había conseguido el
single
«Two Tribes», antes de que nadie lo hubiera oído siquiera en
Tracks
, un programa de música de la radio sueca. Henrik y Björn no sabían quiénes eran Frankie Goes to Hollywood, pero como Joel los llamaba siempre «Frankie», pues sacaron una conclusión equivocada.

Una tarde en casa de Elin, Joel estaba tirándose el moco de lo increíblemente guay que era el vídeo de «Two Tribes», en el que Reagan y ese tío ruso, como se llamara, se golpeaban hasta que sangraban. Joel había estado un par de días en casa en la capital y había visto el canal de televisión vía satélite Music Box y disponía de las noticias más recientes.

«Two Tribes» atronaba al fondo en el estéreo y Björn, sentado, seguía el ritmo con la cabeza. Cuando hubo una pausa en el monólogo de Joel, y dijo Björn:

—Sí, este tío es bueno, bueno de verdad.

Igual que una golondrina descubre un pececillo plateado en el agua y se zambulle, Joel cazó al vuelo el comentario de Björn y preguntó:

—¿Quién?

Björn asintió con la cabeza señalando al estéreo:

—Él.

—¿Quién, Holly Johnson, o quién?

Björn se dio cuenta de que se había metido en camisas de once varas y le echó una ojeada a Henrik, quien tampoco podía ayudarle. Luego dijo algo inseguro:

—Frankie, claro.

Aquella se convirtió en una frase frecuentemente repetida. Cada vez que uno de la pandilla preguntaba quién era alguien, siempre se podía responder:

—Frankie, claro.

Aquel hecho fue sintomático. Otras tantas situaciones parecidas pusieron de manifiesto que si bien Henrik y Björn eran unos buenos chicos, en el fondo, no dejaban de ser unos paletos y no se podía contar con ellos.

Cuando Martin trepó hasta la torre de la campana de avisos fue una proeza. Cuando Henrik hizo lo mismo una semana después nadie le dio importancia, pese a que él trepó más alto que Martin, tan alto que llegó a tocar la campana con los nudillos y fue un milagro que no se cayera de la torre. Pero lo que hacen los bufones carece de importancia.

Pero ni siquiera Anders se preocupó por la situación de Henrik y Björn. Aquel fue el verano en el que Anders y Cecilia subieron al bloque de piedra una tarde, y él tenía otras cosas en las que pensar. Él también tenía el canal Music Box en la casa de la capital y leía a veces la revista
Okej
, así que podía seguir el tema y evitar las peores meteduras de pata, e incluso, a veces, podía defender alguna opinión:

—No entiendo para qué
tiene
George Michael a ese Andrew Ridgeley. Tienen que estar liados.

Pero a Anders quienes le gustaban eran Depeche Mode, y en eso era el único.

Una tarde antes de que terminaran las vacaciones, él y Cecilia estuvieron solos en casa de Anders, y entonces él lo hizo: le puso el disco «Somebody». Anders se quitó un peso de encima, a Cecilia le gustó muchísimo y quiso escucharlo otra vez. Luego se achucharon. Un poco.

Cuando Anders volvió para las vacaciones de Navidad, Henrik y Björn habían cambiado. Se llevaban medio año, pero iban a la par, tanto en los cambios físicos como en los psíquicos, parecían una pareja de siameses. Los dos habían crecido, tenían espinillas y habían dejado atrás la inocencia simplona que les había caracterizado hasta entonces, se habían vuelto más callados, más reservados.

No obstante, pasaron algunos ratos juntos a lo largo de la semana, fueron en la moto sobre el hielo hasta el islote de Kattholmen y jugaron en el bosque a juegos que ellos mismos se inventaban. No hacía falta que dijeran que aquello
no
podían contárselo a nadie, eso estaba claro. Por medio de otro acuerdo tácito dejaron de llamarse idiotas. Aquel tiempo había pasado.

Anders compartió con ellos su nuevo descubrimiento: The Smiths. Le habían regalado un reproductor Freestyle por Navidad y en él sonaba
Hatful of Hollow
casi todo el tiempo. A Henrik le dejaban usar la cabaña de invitados que tenían en el jardín, y se sentaban allí a escuchar «Heaven Knows I’m Miserable Now» y «Still Ill». Cuando Anders iba a regresar a Estocolmo, Henrik le preguntó si no podría conseguirle una cinta. Anders le dio la que tenía porque él podía grabar otra cuando volviera a casa.

Cuando llegó el verano quedó claro que Henrik y Björn habían encontrado su música.
Meat Is Murder
había salido unos meses antes y a Anders le parecía un buen disco, pero no como
Hatful of Hollow
. Henrik y Björn pensaban diferente. Se sabían todas las letras del disco y los dos se habían hecho vegetarianos, posiblemente los primeros en la historia de Domarö.

No es necesario hacer un repaso de la música que se escuchaba aquel verano, basta con decir que The Smiths
no
estaban entre los favoritos. Si Henrik y Björn hubieran tenido un estatus más alto, tal vez toda la pandilla habría ido por ahí tarareando: «It’s death for no reason and death for no reason is murder», pero no era así. Echando la vista atrás... Henrik y Björn habían sido, desde luego, los más entusiastas del
hip
y de Londres, pero ¿de qué les sirvió? De nada. Eran paletos y estaban mal de la cabeza.

Intentaron que Anders se uniera a su secta particular, pero él se negó. En parte porque no era de los que se obsesionaban con la música y en parte porque se había declarado una enfermedad alrededor de Hubba y Bubba. Si uno pasaba mucho tiempo con ellos corría el riesgo de que lo consideraran como otro contagiado. Seguían aceptándolos cuando todo el grupo estaba reunido, pero nadie quería que le tuvieran por amigo suyo.

Si la pandilla estaba en la playa para asar unas salchichas y beber unas cervezas, Henrik y Björn no comían salchichas, puesto que toda carne era asesinato. Si «Forever Young» de Alphaville sonaba en el radiocasete portátil de Joel, ellos se burlaban de lo infantiles que eran las letras y de lo mal que cantaban en inglés, y lo comparaban con el más grande de los poetas vivos: Stephen Patrick Morrissey.

Y otras cosas por el estilo. Cultivaban su marginación y sabían que tenían un amigo en aquel hombre pálido de Manchester. Alguien que sabía lo que era crecer en un lugar en el que no pasaba nada y donde
«each household appliance is like a new science»
. Un amigo en el exilio.

Aquel invierno la visita de Anders a Domarö fue breve y evitó encontrarse con Henrik y Björn. Ellos le llamaron en la primavera cuando iban a hacer su viaje de peregrinación a Estocolmo para comprar
The Queen Is Dead
, y le preguntaron si podían quedarse a dormir en su casa, pero Anders les dijo que iba a ir a comer a casa de la madre de Cecilia. Y era verdad que estaba invitado, pero la semana siguiente.

El verano en el que todo saltó por los aires, el fervor de Henrik y Björn había empezado a adquirir proporciones insanas. Se vestían como Morrissey, los dos se habían cortado el pelo al estilo rockabilly y cuando se vio que Björn tenía mal la vista y necesitaba gafas, él se alegró porque eso le daba la oportunidad de comprarse una montura de plástico jaspeado parecida a las que te dan en la mili y aún más parecidas a... sí, justo a esas.

El estudio a fondo de las letras de The Smiths les hizo aprender más inglés del que sabía nadie en Domarö, y cuando Wilde, Keats y Yeats fueron mencionados en «Cemetery Gates», se llevaron en préstamo de la biblioteca de Norrtälje los relatos y poemas en inglés de aquellos autores y después dedicaron la grisácea primavera a descifrar, con la ayuda de diccionarios, aquellos tochos.

Se podían haber dado por contentos.

No trataron de adaptarse, puesto que sabían que era imposible, y miraban con desprecio mal disimulado a los que se ataban pulseras de cuero en las muñecas y escuchaban a grupos que llevaban «z» en el nombre. Salpicaban sus conversaciones con citas directamente sacadas de las canciones de los Smiths, traducidas al sueco, y
esta es la riqueza de los pobres
.

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