Puro (32 page)

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Authors: Julianna Baggott

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Ingership coge una ostra, la inclina igual que una tacita de té y se lo traga todo. A continuación mira a Pressia como animándola a comer… o ¿es una prueba?

—Una auténtica exquisitez —dice Ingership.

Pressia coge una ostra del plato y siente el borde grueso de la concha en sus dedos y luego en su labio inferior. La inclina y la ostra se le desliza hasta la garganta y, sin más, hacia abajo. Se ha ido tan rápido que Pressia ni siquiera está segura de haberla saboreado. En la lengua se le queda solo un regusto a salmuera.

—Deliciosa, ¿verdad? —le pregunta Ingership, a lo que la chica sonríe y asiente. El hombre deja caer con fuerza la mano sobre la mesa, triunfante, y exclama—: Paladear por unos instantes el viejo mundo en la boca es el placer más satisfactorio que nos queda. —Se mete entonces la mano en la chaqueta y saca una fotografía pequeña del bolsillo interior—. ¿Sabes dónde estamos?

Es una fotografía del matrimonio, en un rincón de una habitación blanca. A su lado hay un hombre de la edad de Ingership vestido de la cabeza a los pies con un traje anticontaminación. Tras la ventanita que le cubre la cara se le ve sonreír. Ingership está estrechando el grueso guante del hombre y en la otra mano sostiene una placa. Con su cara medio demacrada, medio reluciente por el metal, esboza, al igual que su mujer, una sonrisa grotesca. Ambos van vestidos de blanco. ¿Habrán estado los Ingership en la Cúpula? ¿Así es la vida allí? ¿Trajes anticontaminación, caras detrás de ventanitas? A Pressia se le revuelve la barriga. ¿Es por la fotografía? ¿Habrá comido demasiado rápido?

Le devuelve la foto a Ingership y un principio de sudor le recorre la espalda. Le da un trago a la limonada: es lo más alucinante que ha probado en su vida, amargo y dulce a la vez. Se le arquea la lengua hasta el paladar. Le encanta.

—Una ceremonia de condecoración en la Cúpula —le explica Ingership, que se acerca la imagen para verla mejor—. En realidad es una antesala. Tuvimos que atravesar un buen número de cámaras acorazadas.

—¿Siempre llevan trajes como esos?

—¡Qué va! Viven en un mundo igual al que vivíamos pero seguro, controlado y… puro. —Se guarda la foto en el bolsillo interior de la chaqueta y le da una palmadita afectuosa—. Allí en la Cúpula la gente está teniendo hijos, a un ritmo moderado, pero los está teniendo. Quieren repoblar la Tierra un día. Y necesitarán gente para hacer pruebas, preparar, asegurar y…, aquí está la clave, Pressia Belze, es fundamental… defender.

—¿Defender?

—Defender —insiste Ingership—. Por eso estás aquí. —Mira hacia atrás para ver si la mujer sigue frotando las paredes. Así es. Ingership chasquea los dedos y rápidamente la joven coge su cubo y desaparece por el pasillo—. Resulta que un puro se ha escapado de la Cúpula. En realidad esperaban la fuga y se lo pusieron fácil para que saliese; no quieren retener a nadie contra su voluntad. Pero ya que desea estar fuera, al menos prefieren tenerlo bien vigilado, con sus implantes acústicos para oírlo por si acaso necesita ayuda, implantes oculares para poder ver lo que él ve y, si está en peligro, llevarlo de vuelta a casa.

Pressia recuerda la primera vez que vio a Perdiz: la cara pálida, el cuerpo alto y delgado, el pelo rapado, justo como lo habían descrito los rumores. Sabe que Ingership ya ha terminado su explicación, aunque no tiene claro por qué.

—¿Quién es ese puro? —pregunta Pressia, que quiere averiguar hasta dónde sabe Ingership, o al menos hasta dónde está dispuesto a contarle a ella—. ¿Por qué se toman tantas molestias?

—Así piensa una oficial, muy bien, Pressia. Así me gusta. Pues resulta que es el hijo de alguien bastante importante. Y se ha escapado un poco antes de lo que esperaba la Cúpula, antes de poder anestesiarlo y equiparlo por su propia seguridad.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué querría nadie irse de la Cúpula?

—Es la primera vez que ocurre. Pero este puro, Ripkard Crick Willux, también conocido como Perdiz, tiene una buena razón: está buscando a su madre.

—¿Su madre es una superviviente?

—Sí, una miserable, eso me temo. Una pecadora como to dos nosotros. —Ingership sorbe otra ostra—. Eso es lo raro del asunto. La Cúpula tiene nueva información de cómo sobrevivió y cree que vive en una madriguera, una guarida pequeña pero sofisticada. La Cúpula piensa que está allí contra su voluntad, que la tienen prisionera. Sus fuerzas están intentando localizarla con sus modernas herramientas de inspección subterránea. Quieren sacarla de esa madriguera antes de volarla por los aires. Tampoco queremos que en el proceso el puro salga dañado, y como no está debidamente equipado necesitamos que alguien lo acompañe para guiarlo, protegerlo y defenderlo.

—¿Yo?

—Sí, tú. La Cúpula quiere que encuentres al puro y no te apartes de él en ningún momento.

—¿Por qué yo?

—Eso no lo sé. Estoy autorizado a saber casi todo, pero no todo. ¿Tienes información sobre este chico? ¿Alguna relación?

Pressia siente otro calambre en la barriga. No está segura de si debe mentir o no. Se da cuenta de que quizá su cara ya la ha traicionado; se le da fatal mentir.

—No lo creo.

—Vaya, qué decepción

¿Decepción de que no tenga ninguna relación con el puro o de que esté reteniendo información? Pressia no sabe a qué se refiere.

—Pero ¿crees que su madre está viva de verdad? —A Pressia le embarga la ilusión: tal vez pueda salvar a la madre de Perdiz. Al final va a resultar que el chico tenía razón.

—Vivita y coleando, creemos.

—¿Quiénes creéis? Hablas en plural.

—Me refiero a la Cúpula, claro está. Nosotros. Y ese plural puede incluirte a ti también, Pressia. —Tamborilea con los dedos sobre la mesa—. Pero antes tendremos que prepararte, claro. Ya tenemos aquí el material necesario y, por supuesto, lo haremos de forma civilizada. Mi mujer está disponiendo el éter. —Se inclina hacia Pressia—. ¿Lo hueles?

Pressia olisquea el aire y nota un dulzor mareante. Asiente con un leve cabeceo, porque de repente siente demasiadas náuseas para añadir mucho más. Le entra calor por la barriga y el pecho, una calentura que se le pasa a brazos y piernas. ¿Éter?

—Hay algo que no va bien —dice, mareada ya. No puede evitar pensar en el niño del bosque. Aunque no tiene mucho sentido, se pregunta si se merece eso por haberlo dejado morir. ¿Es esto lo que les pasa a los que presencian un asesinato y no hacen nada?

—¿Lo sientes? —le pregunta Ingership—. ¿Notas cómo te recorre el cuerpo?

Pressia mira a Ingership, que tiene la cara colorada.

—Quería que disfrutases este placer antes de que empezase tu misión real. Es un detalle, una ofrenda.

¿Está la mujer de Ingership preparando el éter para dormir a Pressia? Tiene la extraña tarjeta en el bolsillo… blanca con una raya de sangre fresca.

—La comida —murmura sin fuerzas Pressia, sin saber a qué se refiere con la ofrenda.

—No nos queda mucho tiempo. Yo también lo noto. —Se frota los brazos, en un movimiento brusco y rápido—. Una foto más.

Esta vez se mete la mano en el bolsillo de fuera de la chaqueta, por encima de la cadera. Le pasa una fotografía a Pressia deslizándola por la mesa. La chica tiene que guiñar los ojos para enfocar bien. Es el abuelo, tumbado en una cama con una manta blanca y un extraño aparato de respiración en la nariz; se ve el ventilador de la garganta, un pequeño borrón de movimiento a la sombra de la mandíbula. Está sonriendo a la cámara, despide paz y parece más joven de lo que Pressia lo haya visto nunca, que ella recuerde.

—Están cuidando de él.

—¿Dónde está?

—¡En la Cúpula, dónde si no!

—¿En la Cúpula?

¿Será posible? Ve un ramo de flores en un jarrón junto a la cama. ¿Flores reales? ¿Con olor? Se siente aliviada. El abuelo está respirando; el ventilador de su garganta mueve aire limpio.

—Pero, por supuesto, es una póliza de seguro para garantizar que te motiva tu misión. ¿Lo entiendes?

—Abuelo —dice Pressia. Si no hace lo que le ordenen, lo matarán. Se pasa la mano por el puño de cabeza de muñeca escondido bajo la mesa y siente una nueva oleada de náuseas. Piensa en su casa, en
Freedle
. Si el abuelo ya no está allí, ¿qué habrá sido de
Freedle
?

—Pero te protegerán en tu misión. Las Fuerzas Especiales acudirán siempre que las necesites. Invisibles pero a tu lado.

—¿Fuerzas Especiales?

—Sí, ya las has visto, ¿no? Ya han informado a la Cúpula de que Il Capitano y tú las habéis visto. Increíbles, unos especímenes increíbles. Más animales que humanos pero perfectamente controlados.

—Esas criaturas sobrehumanas en el bosque…, ¿son de la Cúpula? Fuerzas Especiales…

Lo que ha comido eran las antigüedades con las que ha estado jugueteando Ingership. Ahora Pressia sabe a qué se refería con que no estaban «del todo perfeccionadas, pero casi». «Pero casi.» La han envenenado.

Pressia desliza la mano bajo el borde del plato y agarra el cuchillo. Tiene que salir de allí. Se levanta ocultando el cuchillo tras el muslo. Por un momento todo le da vueltas y se mece. Intenta distinguir las letras de su nombre en el sobre amarillo, que debe de contener sus órdenes.

—¡Querida! —llama Ingership a su esposa—. ¡Estamos notando los efectos! Nuestra invitada…

A Pressia se le revuelve el estómago. Mira a su alrededor y luego a Ingership. La tez real de su cara está hundida. Aparece entonces la mujer, resplandeciente en su segunda piel salvo por la boca, que está cubierta con una mascarilla verde. Lleva unos guantes verde claro de látex sobre las manos ya enfundadas en media. Y en ese momento Pressia siente que el suelo se mueve bajo sus pies.

Cuando Ingership se le acerca, la chica saca el cuchillo y lo apunta contra la barriga del hombre.

—Dejadme salir. —Quizá pueda herirle lo suficiente para darle tiempo a llegar a la puerta.

—¡Este comportamiento es de lo más descortés, Pressia! ¡Qué falta de educación!

Al intentar embestirlo Pressia pierde el equilibrio y, cuando el otro intenta agarrarla, le corta en el brazo. La sangre brota rápidamente, una mancha roja en la camisa.

La chica echa a correr hacia la puerta y tira el cuchillo para poder agarrar el pomo con la mano buena, pero solo se produce un chasquido, no gira. Tiene náuseas y se siente mareada. Hinca las rodillas en el suelo, vomita y luego se echa sobre un costado y se lleva la muñeca al pecho. Ingership aparece sobre la cabeza de Pressia, que no puede sino quedarse mirándole fijamente la cara, iluminada por el vidrio cortado del arreglo lumínico que cuelga del techo a las espaldas de Ingership. ¿Cómo se llamaban esas lámparas? ¿Cómo era?

—Te he invitado a probar toda la comida, pero no te he prometido que pudieses quedártela. ¡No me digas que no ha merecido la pena! ¡Dime!

Ahora que se le ha caído la gorra militar, Pressia ve el extraño fruncido que tiene el hombre en el punto donde la piel se une al metal. Se mece con el brazo ensangrentado, se tambalea y por un momento Pressia teme que Ingership se le caiga encima y la aplaste. Sin embargo, va hacia su mujer y la agarra por la media de la parte de arriba del brazo.

—¡Llévame al cubo! Me quema, cariño. Lo noto ya por las extremidades. ¡Me quema una barbaridad! ¡Me quema!

Y entonces Pressia recuerda la palabra:

—Araña —dice. Una palabra bonita. ¿Cómo ha podido olvidarla? Cuando vuelva a ver al abuelo se la susurrará al oído: «Araña, araña, araña».

Il Capitano

Gorra

S
e ha hecho de noche en el tiempo que Il Capitano lleva echado sobre uno de los gruesos bordes curvados del depósito de agua roto. De vez en cuando oye la arena ondearse. Intenta disparar a los terrones pero no hay suficiente luz y son demasiado escurridizos. Por lo que se ve, los tiros los asustan y los mantienen a distancia.

Tiene hambre y frío, y se le han hinchado los pies de ir cargando con su hermano, que se ha dormido y pesa como un muerto. Cuando se pone a roncar, Il Capitano se echa hacia delante y luego con fuerza hacia atrás, aplastando a Helmud contra la recia carcasa del depósito de agua. El hermano pequeño suelta una bocanada de aire, emite un gemido y se pone a gimotear hasta que Il Capitano le manda que se calle.

¿Cuánto hace que se ha ido Pressia? No sabría decirlo, el reloj se ha quedado sin cuerda. Llamaría, pero el
walkie-talkie
no tiene línea.

Cuando Il Capitano divisa por fin el coche negro y la estela de polvo que va levantando a su paso, se siente más enfadado que aliviado. El vehículo serpentea lentamente por las esteranías, y ese ritmo tiene que deberse a algo. ¿Se estará moviendo el chófer de un lado para otro porque teme que le asalte algún terrón? Es difícil saberlo.

El coche se detiene por fin, cubierto de una capa de arena oscura y con las ruedas embarradas. ¿Acaso han estado en un sitio fértil? Il Capitano se levanta y por alguna razón Helmud se pone a sollozar de nuevo.

—Déjalo ya, Helmud —le pide Il Capitano sacudiendo a su hermano, al que le cruje el cuello con un chasquido. Pero no está muerto, el cuello suele hacerle ese sonido de vez en cuando.

El chófer no baja la ventanilla, de modo que Il Capitano se limita a abrir la puerta trasera. Ni rastro de Ingership, cosa que no le sorprende: sus visitas siempre son breves. Pressia está echada en la ventanilla del fondo, con las piernas cruzadas y una mano sobre los ojos. Bajo la tenue luz del techo parece consumida y magullada. Il Capitano se sube y cierra de un fuerte portazo. En el asiento de en medio hay un sobre amarillo con el nombre de Pressia; parece como si lo hubiesen retorcido y arrugado.

—Volvemos a la base, ¿no es eso? —le pregunta al chófer.

—Depende —le responde este—. Ahora solo recibo órdenes de Belze.

—¿Cómo? ¿De Belze?

—Eso ha dicho Ingership.

Con la de años que lleva Il Capitano trabajándoselo y ahora ¿llega Pressia Belze y toma el mando? ¿Por ir una vez a comer?

—¿Ingership te ha dicho que acates las órdenes de Pressia por encima de las mías? ¡Lo que hay que oír!

—¡Oír! —repite Helmud.

—Exacto, señor.

Il Capitano se inclina hacia el asiento delantero y baja el tono de su voz:

—Tiene una pinta horrible.

—Bueno, muerta no está —observa el chófer.

Il Capitano se echa hacia atrás y dice en voz baja:

—Pressia.

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