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Authors: Gesualdo Bufalino

Qui Pro Quo (3 page)

¿Puedo confiaras que, al contemplarme en el espejo antes de salir, por una vez me gusté? Vestía una gasa india floreada; calzaba babuchas doradas, compradas en un saldo de primavera, ahora que ya no se llevan; un relleno de tela me simulaba en el pecho dos prometedoras prominencias; una línea de lápiz me marcaba los labios, lo justo y suficiente para disimular su insípida delgadez ...

¿Puedo confiaras que, al contemplarme en el espejo antes de salir, por una vez me gusté?

( Morris Hirshfiel- Muchacha frente al espejo)


Allò
—exclamé, como suele decirse en las películas.

—Te oigo mal —dijo la voz del amo—. Acércate a la centralita.

Obedecí, retirándome a la esquina de la habitación.

—Uno, dos, tres, prueba —dije.

Me divertía jugar así a presentadora, pero él me interrumpió enseguida.

—Así está mejor. Pero ahora baja inmediatamente al bosque, necesito verte.

Después de una mirada de control suplementaria, satisfecha de mí misma, me apresuré hacia el bosquejardín, cuyo calvero marginal había elegido el editor para refugio propio y llamaba, modestamente «el despacho», mientras que para todos nosotros era «la sala del trono", por el imponente sillón, adosado a la pared de la rotonda, donde se sentaba a pontificar.

En el camino (¿cómo se había levantado tan temprano?) descubrí delante de mí a Ghigo Maymone. Ay, me dije, resignada a sufrir sus ácidas intemperancias. Tenía Ghigo, en efecto (me repito), una malignidad natural y disfrutaba convirtiéndose en perseguidor de los menos reactivos. De Amos, por ejemplo, cuyas obritas, tan fluidas en el viento, tildaba de insultos y desmentidos a la estabilidad de lo creado, acalorándose con tan pretencioso razonamiento, aunque no lo suficiente como para alterar las presunciones del escultor. Mejor resultado alcanzaba con don Giuliano, que era su blanco predilecto, y al que comparaba gustosamente con los soldados del Sepulcro, soñolientos guardianes de una jaula ahora vacía ...

En esas ocasiones asomaba un rubor a los pómulos del supuesto prelado, mientras a su lado Lietta se enfadaba abiertamente. Todo sirve para alimentar las diversiones del señor Ghigo ... Menos descifrable su relación con el cuñado, socio y señor de la casa. Un
badmen's agreement,
según su propia definición, o sea un acuerdo de canallas, donde se trataba, entre los dos, de chantajes cruzados que se anulaban recíprocamente; y de descubiertos bancarios, dobles contabilidades, hipotecas urgentes con forma de demonios, dispuestas a introducirse a través de una rendija de la pared ... Todo ello mediante señales imperceptibles, y quiero decir frases abreviadas, alusiones en clave, circunloquios y girándulas de palabras que a veces me sorprendía siguiendo como fascinada por los retorcimientos de un sublime arabesco.

Así las cosas, al alcanzado y adelantado experimenté una cierta aprensión, sin esperar sin duda que mi titubeante «Buenos días» viniera seguido por un inofensivo «Nosdías, Esther» (Esther, fijaos, no Agatina) que me desilusionó tanto como me tranquilizó.

Más solícitamente, volé entonces a la cita con mi majestuoso hechicero, y me preguntaba mientras tanto —un pensamiento tira del otro— cómo no me había enamorado de él hasta aquel momento. Visto que en él me parecía que sobresalían las cualidades que más aprecio en un hombre: magnanimidad, capacidad teatral, ironía ... Con el condimento agridulce de una gotita de presunción ...

—Deja el cuaderno —me dijo así que me vio-o. No tengo nada que dictarte, esta mañana cerramos la tienda. Esta mañana todos van en barca y por una vez también quiero ir yo ...

Bueno, convocarme con tanta prisa para decirme eso ... y en persona, además ... ¿No le bastaba el teléfono?

Le miré de reojo. Me pareció, en la palidez del primer sol, más demacrado, más desnudo. Hasta la voz se le rompía en tonos de présaga melancolía.

—También quería avisarte —dijo, tras una pausa-o. Aquí no tardarán en ocurrir cosas graves. Me gustaría que tú permanecieras al margen de ellas, que no tuvieras que sufridas ... Mira, por si acaso, toma un talón. Es tu sueldo de doce meses como extra... A modo de compensación ...

—¿Por qué? —balbuceé confusa—, ¿por qué?

—Digamos que a modo de compensación por tu lealtad presente y futura —contestó evasivamente, y sonrió. Después se levantó del trono, se me acercó, se inclinó sobre mi oído, aunque no hubiera alrededor ni un alma y, antes de irse, susurró—: Búscate un hombre. Está mal estar solo. Yo, para no estar solo, me he visto obligado a desdoblarme y a soportar entre mis dos mitades una eterna guerra civil...

¡Vaya frase, caramba! Una de esas frases de efecto que, antes de una cena importante, él solía anotar con lápiz en el puño de la camisa ... Extraño que la malgastara con una humilde secretaria. Y junto con tanta cháchara equívoca ...

Era para quedarse de una pieza y así me quedé largo rato sobre la piedra que había elegido de asiento para tal ocasión. Un desafortunado asiento, que en ocasiones anteriores no había visto; y ojalá tampoco lo hubiera hecho esta vez, ya que conservaba huellas de la humedad nocturna y estaba embadurnada de pajitas pegajosas. De ahí una femenina desolación cuando más adelante, al cambiarme para el embarco previsto, yo que no soy exactamente una calipigia, descubrí que se me habían pegado unas cuantas en las nalgas, como una siembra de confeti de carnaval. En pocas palabras, llegué la última al embarcadero, donde una comitiva enfurruñada estaba a punto de zarpar sin mí...

El mar y el sol se encargaron de reconciliarnos. La lancha se mecía con el vaivén de una cuna sobre una superficie de bellísimas olas, en un resplandor de sol feliz y nosotros lo acogíamos en los párpados entornados, cada cual ahí donde la languidez le había atrapado, con un brazo colgando por la borda que descomponía las fluidas madejas del agua. Habríamos seguido así hasta la hora de desembarcar si Lidia Orioli, con su eterna petulancia, no hubiera roto el silencio, sentenciando
a gogo
sobre el último Mystfest y la naturaleza del enigma criminal. El resultado fue que Aquila, de debajo del sombrero mexicano que le salvaba de los rayos, se desperezó para silenciarla con una improvisación de las suyas, a la que me asomé sin mover un músculo, atenta a esfumarme en mi rinconcito. Me enloquecen los discursos que no imitan la flecha sino la espiral y la madeja: viajes que sólo arriban al corazón inútil de un laberinto.

No fue diferente esta vez, si bien al final una sorpresa, como no tardará en verse, lo volvió todo cabeza abajo.

—Yo soy editor —empezó el editor—, y no me divierte entrometerme en materias de especialistas, pero creo en la inmortalidad de los géneros literarios. Demasiadas veces los he visto, expulsados por la puerta a escobazos, reaparecer por la ventana ... Creo también, sin embargo, que todos se pueden reducir a un único esquema y tronco que es el género del misterio.

—¿Todos? —dudó cortésmente Dafne Duval.

—Todos, sí —replicó Medardo—. En mi opinión, no existe peripecia, imaginaria o real, que no se pueda declinar de acuerdo con ese único paradigma. —¿Hasta el cuento de la Cenicienta? —insistió Dafne, estirándose sobre los flacos miembros el dos piezas-o. ¿Hasta la guerra de las Dos Rosas?

—¿Hasta mi vida? —se metió en voz baja Lietta.

—SÍ, sí —insistió el editor-o. Con tal que se descubra el punto exacto de la sutura. La realidad es que el hombre desde la era de las cavernas se ha descubierto siempre en la resolución de todas sus prácticas de supervivencia, del coito a la caza, actor de una obra en tres actos, de los cuales el primero incluye el malestar, el segundo una batalla, el último una satisfacción. La misma dialéctica de oscuridad, tensión y luz que me parece intrínseca a la novela policíaca ...

En ese momento una gaviota nos robó los ojos, se posó sobre el pañol, nos graznó una invitación. Desilusionada por la falta de acogida, alzó el vuelo.

—Visto así, también la tragedia griega —intervino Lidia Orioli —describe al principio una crisis y al final una pacificación.

—Como Empédocles en su Esfera ... —dije tímidamente, pero Ghigo me interrumpió y, con una sonrisa hasta las encías, intervino:

—También yo en mi pequeñez, cuando por la mañana me peleo con los lazos de los zapatos y los nudos de las corbatas, también yo aspiro a que el contencioso se resuelva con un
happy end ...

—Lazos, nudos ... —rió detrás de él Belmondo—. Habla más bien de los cuerpo a cuerpo con los alguaciles ...

Pero el editor:

—Llevas el agua a mi molino. Y me complace que también tú tengas que debatirte con mil insatisfacciones ansiosas de satisfacerse. Como el hambre que nace de un estado de excesivo vacío; como el celo que nace de un estado de excesiva plenitud ...

Le correspondió intervenir a Amos:

—Pero ¿en el fondo es eso tan cierto? —dudó ¿Es tan cierto que todo en la naturaleza se esfuerza en convertir la guerra en paz, en pasar de lo diferente a lo igual? ¿O no es más cierto lo contrario? El principio de la entropía ...

Dafne le contradijo:

—Por favor, no compliquemos las cosas, ¿qué tiene que ver esto con la novela policíaca?

Medardo no era de los que daban su brazo a torcer. —Yo me refiero a lo que veo y entiendo. La creación es una ecuación con millones de incógnitas, que nosotros jugamos a resolver, antes de que un borrador, pasando por encima de nosotros, la borre. Entre ellas está la muerte, la incógnita madre, la que más desconcierta de todas. En especial una muerte inducida, de la que se ignore el autor ... Pues bien, ¿no es acaso el primero de nuestros instintos quererla sustraer a la arbitrariedad del misterio para devolverla a la colmena de las lógicas familiares y readmitirla así en nuestro cosmos?

Lo pensó un instante.

—De manera provisional, claro. La razón siempre vence las escaramuzas, pero jamás gana una batalla importante.

En ese momento yo aplaudí ingenuamente. Pero Lidia Orioli dijo:

—¿Me equivoco o, llevándolo a política, este momento dialéctico es lo que llaman Restauración? ¿Así que la literatura policíaca sería de derechas?

Medardo se encogió de hombros.

—La Revolución es la primera en soñar con cambiar el desequilibrio en un orden, convertir la injusticia en equidad. Más modestamente, la investigación policíaca, ni más ni menos que una práctica médica o religiosa, tiende a conjurar una angustia comprobándola; o, si es imposible, falsificándola ...

Hablaba al viento, ya nadie le hacía caso. Todos mirábamos a Lietta, que desde hacía unos cuantos minutos, para escapar del tedio de la mesa redonda, se había arrojado al agua y, como no conseguía seguimos, pedía a gritos que la izáramos a bordo. Al subir se tumbó, goteando y desnuda, a los pies de Nistico, el cual no sin torpeza la cubrió, quitándoselas de encima, con dos páginas del
Corriere;
después, para distraernos de la escena y de sí mismo, dijo:

—Medardo perora
pro domo sua;
donde
domus
significa editorial, especializada en novelas policíacas y necesitada de venderlas.

En respuesta, el editor se echó a reír, y no entendimos por qué, dejándolo luego de repente para limpiarse los labios y la nariz con el pañuelo, como si no se tratara de una risa sino de un estornudo.

—No
pro domo
sino en contra —gritó, y lanzaba en torno miradas de jovial alienado—. Y me explico: hoy la novela policíaca ya no cumple la misión entre cívica y terapéutica que antes la sustentaba. Hoy el detective ya no es la Larga Mano de Dios, la Pupila Solitaria en Su Frente. Hoy piensa pensamientos vaporosos, volátiles como tus esculturas, querido Amos; neuróticos como tus frailes, querido Giuliano. Con el agravante de que no desdeña, si es preciso, dar palizas. Además camina demasiado, le sudan los pies ...

—Vaya, lo de siempre. No soporta a Marlowe —me confió, dándome un codazo, Lidia Orioli, no tan bajo como para que no la oyeran todos.

Sintiéndonos solidarios, me atreví: —Protesto, protesto. Puede que quiera ...

Pero Aquila:

—Me refiero a Marlowe, sÍ, aunque con ello no quisiera dar la razón a la peor de las dos Agathas ...

Me miró con repentina sonrisa, para añadir:

—Marlowe es un desgraciado camorrista; Poirot y Sherlock, dos charlatanes.

Con ninguno de los tres me gustaría encontrarme en un ascensor, una noche de
black-o.ut.
Mis héroes son Zadig, Dupin, Rouletabille... Es verdad que veo a la Christie con malos ojos desde que una homónima casa de subastas me endilgó como estilo Regencia una
commode
del Segundo Impeno ...

—Mira cómo es —murmuró Lidia a mi lado, mientras yo entendía finalmente por qué en la redacción me llamaban Sotheby—. Vendería el alma a cambio de un juego de palabras. Por otra parte, jamás en la vida ha frecuentado anticuarios. Él sólo colecciona aguafuertes de Velly y temples de Guccione.

Ahora Medardo estaba lanzado.

—y no menciono, en las novelas de la vejez, ese artificio consistente en que siempre son muchísimos los que desean la muerte de uno, combinación muy rara en la realidad; de la misma manera que es raro, por no decir imposible, que todos los imputados recuerden la utilización de su tiempo en la hora crucial del delito sin un segundo de error, mientras ni yo ni vosotros sabríamos decir, por ejemplo, la duración de la cena de anoche ni cuál fue el menú ... Alegando además los más ridículos pretextos para justificar tanta memoria: acababa de oírse el pitido del tren nocturno de Brighton ... , daban por la tele la famosa telenovela de las nueve y veintidós ... , el lechero llamó en aquel instante, y, ya se sabe, es más puntual que el cañón del mediodía ... ¡Puah!

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