Authors: Gesualdo Bufalino
—¡Viva Agatha Sotheby, muera Agatha Christie!
Un hálito de valor me empujó inmediatamente después a seguido, y le alcancé.
—Agatha Sotheby ha escrito una novela —confesé de golpe, y la saqué del bolso, donde acababa de meter lo que él me había entregado, se la dejé en las manos y escapé.
Al quedarme sola, volví a mi vagabundeo. Me sentía aliviada. Aquel manuscrito constantemente metido a presión en medio de dos paquetes de Tampax y paseado como una muestra en el muestrario de un vendedor a domicilio ... Bueno, no veía la hora de liberarme de él. Lástima que la editorial cerrara; lástima no haberme atrevido antes ...
De todos modos me sentía satisfecha; aunque con un moscardón en la cabeza, que zumbaba, zumbaba ... Como si acabara de ver o entrever algo donde no habría debido estar, como no habría debido ser ... Me provocaba una preocupación, una confusa turbulencia: un simulacro de verdad que me tanteaba la mente con las manos, buscando en ella una rendija ...
Me paré a tomar nota, para futura memoria, de la simple sensación, sin indicarla con otro signo que un interrogante. Confiada, además, en que acabaría por dar con ella; que sabría arrancarle, como un sabueso de novela, la dirección para resolver la incógnita del rompecabezas.
Pensando en ello, me había sentado en el pretil de un puentecillo, entre dos colinas, y durante un rato no tuve ganas de levantarme. Había una gran paz, una gran luz. Una sola nube desgarrada en el cenit, a cuyos bordes se agarraba el sol como a una bandada de palomas en fuga. Por segunda vez en pocas horas me pregunté por qué no me había enamorado de Medardo, repasé en la mente sus muchos oropeles seductores: aquellos aires de monarca destronado, la grandilocuencia sarcástica, el amor por la broma y la sorpresa, las obscenidades que hacían chillar golosamente a las más avezadas taquígrafas cuando se las dictaba ... Volví a ver el azul celeste opaco de sus pupilas, el laberinto de arrugas en el dorso de la mano, en el que leía una historia de caricias antiguas, de contactos difuntos, perdidos en el tiempo, dentro de la ceniza consumible de los años ... y aquella manera de caminar, rígida, caballeresca, que sin escandalizarme había descubierto en cierta ocasión que se debía a una faja del doctor Gibaud ...
Reí a solas, ruidosamente. Pero me sentía como el boliche central cuando la bola adversaria llega lentísima hasta él y con un superviviente aliento de fuerza, antes de detenerse, lo derriba; y yace, como un . muerto entre cuatro velones, entre los cuatro inútiles centinelas de su violada majestad...
La cena, que según la costumbre Medardo quiso servida para todos en el interior del quiosco, se desarrolló al principio de acuerdo con las reglas del convite: bla bla bla sobre la calidad cotidiana de la arena y del agua, sobre las bebidas, sobre las comidas, sobre los aceites bronceadores, sobre los sueños de la noche anterior... Una censura parecía haber recubierto de común acuerdo la intención del editor (si intención era y no broma) de demoler la compañía. Nadie hizo la menor alusión, como si la noticia, grabada momentáneamente en una cinta, hubiera sido desmemorizada por un sucesivo flujo de imágenes y sonidos. Paz, pues, y bienestar, a lo largo de los tres lados de la mesa. Después bastó una nadería y la pólvora prendió, estalló una minúscula guerra mundial.
La inició el chico Orioli, arrojando un poco de salsa sobre el
clergyman
veraniego de Nistico. Provocó risas insulsas e insulsos comentarios de Ghigo: que una mancha de grasa era al fin y al cabo la medalla más adecuada en un uniforme abusivo; y que cuando un militar deserta y sigue vistiendo de militar, peor para él...
—Semel abbas, semper abbas
—protestó convencionalmente Giuliano, dejándome en la incertidumbre de si, pese a los propósitos nupciales, su laicización se había producido realmente ...
No era asunto mío, a decir verdad, sino de ella, la señorita Overdose, y no me dio tiempo a emocionarme, algo muy diferente se incubaba y tomó forma de repente en el estallido de un bofetón que nos hizo levantar a todos a un tiempo la cabeza del plato. No podía haber dudas respecto a la identidad del golpeado, si no mentía la mejilla diestra del abogado Belmondo, ardiente todavía con un púrpura que no era efecto del sol.
—¡Pero señora Garro! —exclamó, como quien riñe blandamente a una chiquilla torpe, después retornó en la mano la cuchara y volvió impasible a hundida en el pudín de crema.
—¡Bien! ¡Muy bien! —aplaudió Lietta a la madre, mientras ésta se soplaba en la mano para mitigar el ardor. Aquel ,,¡Muy bien!» fue el golpe de un gong, las hostilidades estallaron por doquier en duelos individuales, en contiendas múltiples y simultáneas, en asaltos de cada uno contra todos, con alianzas efímeras, cambios imprevistos, insultos a gritos alternados con perfidias susurradas sonriendo al oído. Una barahúnda que al principio me divirtió, después me intimidó, finalmente me asustó, hasta tal punto parecía que las voces restallaran como fustas, desvelando a cada golpe densas tramas de rencores antiguos. Casi ya no me orientaba a la hora de catalogadas, atónita, además, por la hipocresía colectiva que hasta entonces me los había ocultado; pero más atónita aún de que nadie se molestara por mi presencia indiscreta.
Sólo parecían felices, en el tumulto, los dos artistas, que habían comido más deprisa que los demás y ahora fumaban con largas bocanadas, observando desde su palco la escena con la seráfica benevolencia de dos poseedores de entradas gratis.
Por su parte, no se sabía hasta qué punto partícipe, Medardo parecía esperar su turno. Finalmente reprendió con el dedo a Belmondo:
—Demasiado celo, abogado. Vale en diplomacia, pero especialmente en el amor.
«¿Qué celo?", me pregunté. Evidentemente aquí todos se expresaban con enigmas que no entendía. Menos aún entendí después la intervención de Lidia Orioli, espectacular.
—¡Tú, lárgate! —gritó primero al hijo, y, cogiéndolo por los hombros, lo empujó hacia fuera. Después, volviendo atrás, lívida, saltó casi sobre los ojos del editor—: ¡Juega, sigue jugando! —gritaba-o ¡Bestia pusilánime, bestia sin corazón!
A lo que Cipriana se levantó a su vez con un vaso de granizado en la mano, la alcanzó a pasos lentos y se lo derramó por entero en el escote. Tuvo que separarlas, musculoso y velludo bajo su aspecto de seminarista, don Giuliano Nisticò ...
¿Qué era aquello? ¿Una película cómica? ¿Los ensayos de una pantomima?
Y más aún cuando, a la llegada del negus con la bandeja del café, todos se recompusieron, y después sin más batalla se disolvieron, en grupos de dos o tres, cada uno por su lado.
Fui de los primeros en irme. Marisabidilla como era, o me acusan de ser, me asombraba tener que sentirme como un perro atado a un carro, el cual entre un pedazo y otro de rueda capta del paisaje sólo retazos fugaces ... Así que no veía la hora de tumbarme en la cama para reflexionar. Ni reflexionar me bastó: saqué del baúl mi diario, cuya llavecita de plata llevaba colgada del cuello y al que pretendía, negro sobre blanco, confiar el secreto de mis opiniones, deducciones, hipótesis y fantasías.
Las hostilidades estallaron por doquier en duelos individuales ...
(
Jean de Gormont.: Duelo entre dos aprendices de orfebres)
Es decir:
que el anuncio de Medardo respecto a la editorial había tenido el mismo efecto de una explosión en un pantano, dejando al desnudo culebras y sapos varios ...que, en especial, habían salido a la luz dos líos, evidentes para todos menos para mí, ocurridos hacía tiempo si es que no seguían ocurriendo, entre Apollonio y Cipriana, entre Medardo y Lidia ...
que la quinta excluida, Matilde (o señora Garro,
as you like it),
pese a las glaciales apariencias, era criatura eléctrica, poco propensa a frenarse; incluso a costa de un escándalo (de ahí el bofetón, al descubrir —supuse-a.lgún enredo de piernas adúlteras debajo de la mesa) ... que Lietta era, incluso con sus modales goliardescos, solidaria con su madre; y con ella el santón Giuliano, naturalmente ...
que Aquila, mientras por cálculo, puntillo o cinismo se limitaba a devolver infidelidad por infidelidad, no era a fin de cuentas del todo insensible al «celo» amoroso de Belmondo por Cipriana ...
que Cipriana, muy liberal consigo misma, no toleraba que el marido lo fuera otro tanto y lo pretendía de su propiedad ...
que Lidia Orioli, por su parte, mientras instigaba a éste a que rompiera con su mujer, se indignaba por su resistencia evidente ... que el hijito de ella, llamárase Giacomo o Gianni, bueno, ¿no se parecía un poco a Medardo?
que ... que ... que ...
Estaba cansada, me metí en los oídos dos bolitas de cera rosa y me dormí con el boli entre los dedos.
Como todos se habían acostado pronto aquella noche, a la mañana siguiente se levantaron pronto. Menos yo, que al contrario, a despecho de cualquier costumbre, seguía todavía debajo de las sábanas cuando sonó el timbre de Medardo. Miré el despertador: las ocho, tenía que apresurarme, aunque por la festividad del quince de agosto habría podido esperar una dispensa de las prácticas cotidianas. En efecto, si no exactamente una exoneración, Medardo me notificó un aplazamiento de la cita habitual:
—Estoy leyendo tu libro —exclamó su voz lejana, y yo me sonrojé-o. Nos veremos más tarde, a las once. Tú, mientras tanto, comienza a vigilar. La apuesta de las coartadas corre a partir de esta mañana.
Dios mío, casi me había olvidado ... «El Titanic se hunde y él baila», canturreé bajo la ducha ... Y sin embargo no rehuí el encargo, no exigía demasiado. Mi ventana representaba un observatorio privilegiado, desde el que se podían atisbar fácilmente las idas y venidas a lo largo de la escalera que llevaba al belvedere y al
solarium,
además de todas las llegadas y salidas de la playa. No por ello se me escapaba la fatuidad de un encargo semejante en el momento en el que todos nosotros estábamos embargados por emociones más decisivas: ¿cabía que Medardo no se diera cuenta de ello?
¿Suponía tal vez que a través de esa apuesta el malhumor colectivo podía deshincharse? Además ... ¿es realmente verosímil esta novedad del «Basta, se cierra»? ¿O no será más bien un embuste de los suyos para distraer a los apostantes del control de sus gestos e impedirles que los anoten, minuto por minuto, en una hojita ... ?
Semejante rectificación, que al poner en duda la bancarrota reabría perspectivas de publicación a mi libro, me dio alas y me entregué a la vigilancia con mucho mayor celo, armada con prismáticos, papel y pluma, vaso de limonada, paquete de cigarrillos con filtro ...
«Es un juego», me repetía mientras tanto, como para inducirme a ejecutarlo con plena conciencia, «pero no conozco otro más excitante.
Espiar sin ser espiado: ¡qué sensación da, de altiva invulnerabilidad! Y cómo entiendo la paciencia del fotógrafo al amparo de una pared, del mirón detrás de los listones de una persiana, del cazador metido en el follaje de un árbol.» Esto me decía, sin dejar de atender a mi ojo de buey detrás de las cortinas de la habitación.
¿Qué vi? Ahí vienen a continuación mis apuntes, tal como más tarde entregué debidamente al comisario Curro:
8.32 horas: Lietta inaugura el día. Se la ve asomar de su
cottage
en traje de presidiaria, metida en un camisón a rayas que la cubre hasta los talones y que barre la arena mejor que la cola de un traje de novia. Una vez llega al escollo del Mezzo, se sienta en él a mirar el mar durante no más de diez segundos; después, en un abrir y cerrar de ojos, se queda en cueros vivos, se zambulle en el agua, sale al cabo de un poco, se tumba boca abajo sobre el arenal desierto. Son las 8.47 cuando, al volver a buscarla con los prismáticos, después de haber encendido un cigarrillo, ya no la encuentro, debe de haberse refugiado a pincharse dentro de una barca, una de las tres amarradas en seco, allá abajo; o bien ha vuelto al mar, se ha alejado nadando hacia la punta del muelle (nada que da gusto verla).
8.48 horas: Sale la pareja Soddu-D.uval y se pone en marcha. Vestidos de pies a cabeza e inseparables, esta vez me hacen pensar en dos burgueses de paseo en las
Vacaciones de Monsieur Hulot.
Con la salvedad, además, de un aire circunspecto que supongo totalmente inocente, si me fijo en las láminas de papel Fabriano que llevan bajo el brazo y en los lápices Faber que les adornan las orejas, a la manera de los albañiles. Cruzados del
plein air,
de su salida traerán materia para futuras esculturas, grabados, pinturas: apuntes y esbozos de pecaminosa finura, grácil es sobre cada hoja como los hilos de telaraña que los campesinos llaman velos de la Virgen ...
8.57 horas: Aparece allá abajo Medardo en persona.
Mira en mi dirección y se comprende que no me ve, no puede verme, pero agita igualmente como saludo el sombrero, empuñando con la otra mano un manuscrito que reconozco. Después se desliza hacia el bosquecillo. No pasa un minuto sin que el teléfono vuelva a sonar.
—Buenos días de nuevo, queridísima. Te confirmo el medio asueto. Sigue sin embargo de guardia sin hacer nada. Yo mientras tanto navego en tu libro.
Nos hablamos dentro de veinte minutos.
Nos hablamos no después de veinte, sino después de treinta.
—Estoy en el cuarto capítulo —dice-o. Y por ahora no te adelanto nada, salvo que el título no me disgusta. Aunque sea un título
omnibus,
todos los libros policíacos podrían llamarse asÍ.