Rama Revelada (59 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Para la alocución, Nakamura había encargado a sus sastres que le hicieran una nueva vestimenta completa de shogun
[10]
, incluidos sable y daga ornamentados. Iba a aparecer con indumentaria marcial japonesa, dijo a sus asistentes, para hacer hincapié en su papel de “principal guerrero y protector” de los colonos. El día de la trasmisión, los asistentes lo ayudaron a ponerse dos corsés tremendamente apretados, de modo que Nakamura proyectara la apariencia “poderosa y amenazadora” del guerrero.

El señor Nakamura habló de pie, mirando con fijeza hacia la cámara. Su gesto ceñudo no varió durante todo el discurso.

—Todos nos hemos sacrificado en estos últimos meses —empezó—, para brindar apoyo a nuestros valerosos soldados, que están dando batalla, al sur del Mar Cilíndrico, contra un enemigo alienígena infame y despiadado. Nuestros servicios de inteligencia nos informan ahora que estas octoarañas, que a ustedes les fueron descriptas en detalle por el doctor Robert Turner después de su denodada fuga, están planeando un ataque de gran envergadura contra Nuevo Edén en un futuro muy próximo. En este momento crítico de nuestra historia tenemos que redoblar nuestra firmeza y permanecer unidos contra el agresor alienígena.

—Los generales que tenemos en el frente recomendaron que penetremos más allá del bosque barrera que protege la mayor parte de los dominios alienígenas, e interceptemos el paso de sus abastecimientos y material de guerra antes que puedan lanzar su ataque. Nuestros ingenieros, que están trabajando día y noche en pro de la supervivencia de la colonia, introdujeron modificaciones en nuestra flota de helicópteros, lo que permitirá que esta intercepción tenga lugar. Atacaremos pronto. Convenceremos a los alienígenas de que no nos pueden atacar con impunidad.

—Mientras tanto, nuestros guerreros terminaron de afianzar toda la zona de Rama comprendida entre el Mar Cilíndrico y el bosque barrera. Durante las furiosas batallas destruimos muchos centenares de enemigos, así como instalaciones para suministro de agua y electricidad. Nuestras bajas fueron modestas, debido, primordialmente, a nuestros excelentes planes de batalla y al heroísmo de nuestras tropas. Pero no debemos tener exceso de confianza. Por el contrario, tenemos todos los motivos para estar convencidos de que todavía no nos hemos trabado en combate con la división de élite Regimiento de la Muerte, de la que el doctor Turner oyó hablar mientras estuvo prisionero. Es este Regimiento de la Muerte, estamos seguros, el que habrá de estar en la vanguardia alienígena si no nos movemos con rapidez para evitar un ataque contra Nuevo Edén. Recuerden, el tiempo es nuestro enemigo. Debemos golpear ahora y demolerles la capacidad bélica.

—Hay otro breve asunto que querría informar esta noche. Hace poco, el traidor Richard Wakefield y un compañero octoaraña se rindieron a nuestras tropas en el sur. Dicen que representan al comando militar alienígena y que se adelantaron para hablar de paz. Sospecho que aquí hay una estratagema, una especie de caballo de Troya, pero es mi deber, en mi condición de adalid de ustedes, llevar a cabo una audiencia en el curso de los días venideros. Estén seguros de que no voy a sacrificar nuestra seguridad. Informaré sobre el resultado de esta audiencia muy poco después de que se la haya cumplido.

—Pero, Robert —dijo Ellie—, tú sabes que mucho de lo que está diciendo
es mentira
… No existe un Regimiento de la Muerte y las octoarañas no opusieron resistencia alguna. ¿Cómo puedes estar sin decir algo? ¿Cómo puedes permitirle que te atribuya afirmaciones que nunca hiciste?

—Todo es política, Ellie —contestó Robert—. Todos saben eso. Nadie cree realmente que…

—Pero eso es aun peor. ¿No ves lo que está ocurriendo?

Robert empezó a salir de la casa.

—¿A dónde vas ahora? —preguntó Ellie.

—De vuelta al hospital. Tengo recorridos para hacer.

Ellie no podía dar crédito a sus oídos. Se quedó inmóvil unos segundos, mirando con fijeza a su marido. Entonces, estalló.

—¡
Esa
es tu reacción! —gritó—. Negocios, como siempre. Un demente anuncia un plan que, con toda probabilidad, va a redundar en la muerte de todos nosotros, y para ti no es más que
negocios, como siempre…
Robert, ¿quién eres tú? ¿No hay algo que te importe?

Robert avanzó hacia ella, iracundo.

—¡No empieces de vuelta con esa actitud de “yo soy más santa que tú”! No siempre tienes la razón, Ellie, y no sabes con certeza que nos vayan a matar a todos. A lo mejor, el plan de Nakamura funciona…

—Sabes que te quieres engañar, Robert. Miras para otro lado y te dices que, mientras tu mundito no resulte afectado, a lo mejor todo está bien… Estás equivocado, Robert. Equivocado a muerte. Y si no haces algo al respecto, yo lo haré.

—¿Y qué vas a hacer? —replicó Robert, alzando el tono—. ¿Decirle al mundo que tu marido es un
mentiroso
? ¿Tratar de convencerlos a todos de que esas viscosas octoarañas son pacíficas? Nadie te va a creer, Ellie… Y te diré algo más, en el preciso instante en que abras la boca, te arrestarán y juzgarán por traición. Te matarán, Ellie, tal como lo van a hacer con tu padre… ¿Es eso lo que deseas? ¿No volver a ver jamás a tu hija?

Ellie reconoció la mezcla de dolor e ira en la mirada de Robert.
No lo conozco
, fue el pensamiento que centelleó en su mente, seguido por
¿Cómo puede ser éste el mismo hombre que pasa miles de horas sin retribución alguna, cuidando de pacientes con enfermedades terminales? No existe la menor lógica
.

Ellie optó por no decir nada más.

—Me voy ahora —dijo Robert por fin—. Volveré cerca de medianoche.

Ellie fue hacia la parte de atrás de la casa y abrió la puerta de Nikki. Por suerte, la niña había estado durmiendo durante toda la reyerta. Ellie se sentía profundamente impresionada cuando volvió a la sala de estar. Deseaba, más que nunca, haber permanecido en la Ciudad Esmeralda, pero no lo había hecho, así que, ¿qué iba a hacer ahora?

Sería tan sencillo si no tuviera que pensar en Nikki
, se dijo. Meneó la cabeza con lentitud, hacia atrás y hacia adelante, y, por último, se permitió verter las lágrimas que había estado conteniendo.

—Así que, ¿cómo estoy? —preguntó Katie, haciendo una pirueta delante de Franz.

—Hermosa, cautivadora —contestó él—. Mejor de lo que nunca te vi.

Katie llevaba un sencillo vestido negro ajustado sobre su delgada silueta. Una banda blanca corría a ambos costados. Un escote profundo realzaba el collar de diamantes y oro, pero no era tan profundo como para resultar inadecuado.

Katie le echó un vistazo a su reloj.

—Bien —dijo—. Por una vez estoy lista temprano. —Cruzó la habitación hasta la mesa, y encendió un cigarrillo.

El uniforme de Franz estaba recién planchado y sus zapatos, perfectamente lustrados.

—Entonces, creo que tenemos tiempo —dijo éste, siguiéndola hasta el canapé—, para mi sorpresa. —Le entregó una cajita de terciopelo.

—¿Qué es esto? —preguntó Katie.

—Ábrelo.

En el interior había un anillo con un diamante, un solitario.

—Katie —dijo Franz desmañadamente—, ¿quieres casarte conmigo?

Katie le lanzó una rápida mirada, y después desvió la vista hacia otro lado. Inhaló con lentitud de su cigarrillo y lanzó el humo hacia arriba.

—Me siento halagada, Franz —contestó, parándose y besándolo en la mejilla—. De veras que lo estoy… pero no marcharía. —Cerró el estuche y le devolvió el anillo.

—¿Por qué no? ¿No me amas?

—Sí te amo… creo… si es que soy capaz de sentir una emoción así… Pero, Franz, ya pasamos por esto antes. Sencillamente no soy la clase de mujer con la que debas casarte.

—¿Por qué no dejas que yo decida eso, Katie? ¿Cómo sabes qué “clase de mujer” necesito?

—Mira, Franz —dijo Katie, algo agitada—, mejor no hablemos de eso ahora… Como dije, me siento muy halagada… pero estoy nerviosa por este proceso contra mi padre, y ya sabes que no atino a manejar bien mucha mierda al mismo tiempo…

—Siempre tienes algún motivo para no querer hablar de eso —protestó Franz, con enojo—. Si me amas, creo que merezco más explicaciones. Y ahora…

Los ojos de Katie centellearon.

—¡Usted quiere una explicación
ahora
, capitán Bauer…! Muy bien, le voy a dar una… Sígame, por favor… —Katie lo condujo a su cuarto de vestir—. Ahora quédate ahí, Franz, y mira con mucha atención.

Katie buscó en la cómoda. Sacó una jeringa y un trozo de tubo plástico negro, apoyó la pierna derecha sobre la banqueta del tocador y se alzó el borde inferior del vestido, exponiendo las laceraciones que tenía en el muslo. Instintivamente, Franz giró la cara hacia un costado.

—No —dijo Katie, tomándole la cara con la mano libre y volviéndosela para que la mirase—. No puedes mirar para otro lado, Franz… Tienes que verme tal como soy.

Se bajó la media y colocó el tubo, atándoselo. Katie alzó la vista, para asegurarse de que Franz todavía estaba mirando. En los ojos de ella se leía el dolor.

—¿No te das cuenta, Franz? No puedo casarme contigo porque ya estoy casada… con esta medicina mágica que nunca me decepciona… ¿No lo entiendes…? No existe manera de que puedas competir alguna vez con el kokomo.

Katie se hundió la aguja en una vena y esperó varios segundos hasta que llegara la acometida de la droga.

—Podrías estar bien durante unas semanas, meses inclusive —continuó, hablando con más rapidez—, pero más tarde o más temprano me resultarías insuficiente… y otra vez te cambiaría, en mi corazón, por mi viejo y confiable amigo.

Se enjugó las dos gotas de sangre con un pañuelo de papel y puso la jeringa en la pileta. Franz estaba perturbado.

—¡Arriba ese ánimo! —lo consoló Katie, palmeándolo levemente en la mejilla—. No perdiste tu compañerita de cama… Voy a seguir estando aquí para hacer cualquier cosa retorcida que se nos pueda ocurrir…

Franz dio media vuelta y volvió a ponerse la cajita de terciopelo en uno de los bolsillos del uniforme. Katie fue hacia la mesa y dio una Profunda pitada final al cigarrillo que se consumía en el cenicero.

—Y ahora, capitán Bauer —dijo—, tenemos una audiencia a la que asistir.

La audiencia se efectuó en el salón de baile del piso principal del palacio de Nakamura. Alrededor de sesenta asientos en cuatro hileras estaban dispuestos a lo largo de las paredes, para los “invitados especiales”. Nakamura llevaba la misma indumentaria japonesa con la que había aparecido en televisión dos días atrás y se sentó en un gran sillón recamado sobre un estrado, en uno de los extremos del salón. Dos guardaespaldas, también vestidos con ropa de samurai, estaban a su lado. El salón de baile estaba decorado por completo según el estilo japonés del siglo XVI, lo que aumentaba la imagen que Nakamura trataba de crearse, la del todopoderoso
shogun
de Nuevo Edén.

Richard y Archie, a quienes sólo cuatro horas antes de que se fueran del sótano se les dijo que iba a tener lugar la audiencia, fueron conducidos por tres policías y se les dieron instrucciones de sentarse en pequeños cojines que había en el piso, a veinte metros de Nakamura. Katie, que observó que su padre parecía estar muy cansado y muy viejo, resistió el impulso de ir corriendo y hablarle.

Un funcionario anunció que la audiencia comenzaba y recordó a todos los espectadores que no podrían hablar en absoluto ni interferir en modo alguno con los procedimientos. No bien se hubo completado el anuncio, Nakamura se puso de pie y, contoneándose con jactancia, descendió los dos anchos escalones que conectaban su sillón con el estrado.

—El gobierno de Nuevo Edén convocó esta audiencia —manifestó con aspereza, caminando de un lado al otro— para establecer si el representante del enemigo alienígena está preparado para, en nombre de su especie, aceptar la rendición incondicional que exigimos como requisito previo necesario para cesar las hostilidades entre nosotros. Si el ex ciudadano Wakefield, que tiene la capacidad de comunicarse con el alienígena, logró convencer a éste sobre la cordura de aceptar nuestras demandas, incluyendo entre ellas que abandonen todas sus armas de guerra y se preparen para nuestra ocupación y administración de todas las tierras alienígenas, entonces estamos dispuestos a ser misericordiosos. Como recompensa por sus servicios para poner fin a este terrible conflicto, aceptaríamos de buen grado conmutar la sentencia de muerte del señor Wakefield por la de reclusión por tiempo indeterminado.

—Si, no obstante —ahora Nakamura alzó la voz—, este traidor convicto y su cómplice alienígena se rindieron a nuestras victoriosas tropas como parte de algún pérfido complot para socavar nuestra voluntad colectiva de castigar a los alienígenas por sus agresivos ataques contra nosotros, entonces usaremos a estos dos como ejemplos, para enviar un mensaje completamente claro a nuestro enemigo. Queremos que los líderes alienígenas sepan que la ciudadanía de Nuevo Edén está absolutamente resuelta a oponerse a sus designios expansionistas.

Hasta ese momento, Nakamura había estado perorando para todos los asistentes. Ahora se volvió para mirar directamente a los dos prisioneros, aislados en medio del piso del salón de baile.

—Señor Wakefield —dijo—, ¿el alienígena que está al lado de usted tiene autoridad para hablar en nombre de su especie?

Richard se puso de pie.

—Por lo que yo sé, sí —respondió.

—¿Y está el alienígena dispuesto a ratificar el documento de rendición incondicional que se les exhibió?

—Sólo recibimos el documento hace unas horas, y todavía no tuvimos tiempo de hablar sobre su contenido. Le expliqué los puntos más importantes a Archie, pero todavía no sé…

—¡Le están dando largas al asunto! —tronó Nakamura, dirigiéndose al público presente y blandiendo un papel—. Esta sola hoja contiene todos los términos de la rendición. —Se volvió otra vez para mirar a Richard y Archie—. La pregunta reclama nada más que una sencilla respuesta. ¿Es “sí” o “no”?

Bandas de color se desplazaron alrededor de la cabeza de Archie y hubo un murmullo entre el público. Richard miró a Archie, le susurró una pregunta y, después, interpretó la respuesta. Luego miró a Nakamura.

—La octoaraña quiere saber con exactitud —dijo— qué ocurre si se ratifica el documento. Cuáles serán los acontecimientos que tendrán lugar después, y en qué orden. Nada de esto se explica con claridad en el documento.

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