Rama Revelada (63 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

—¡Huyyy! —comentó sin la menor inhibición—. ¡Esta es
merca
de la buena!

—Pensé que te gustaría —dijo Nakamura. Con aire indolente, arrojó la envoltura del caramelo en el pequeño cesto para papeles que había al lado de la mesa.

Estará ahí, en alguna parte
, Katie oyó la voz de Franz dentro de su cabeza. «En algún sitio que pase inadvertido. Mira en los cestos para papeles. Mira detrás de las cortinas».

El dictador de Nuevo Edén le estaba sonriendo desde el otro lado de la mesa.

—¿Había algo más que quisieras decirme? —preguntó.

Katie tomó una profunda bocanada de aire mientras sonreía.

—Nada más que esto —dijo, y se estiró hacia adelante, apoyó los codos sobre la mesa y lo besó en los labios. Instantes después, sintió las rudas manos de la policía en los hombros—. Esta es una pequeña muestra de mi agradecimiento por el kokomo.

Katie no se había equivocado al juzgarlo. La lujuria que se leía en los ojos de Nakamura era inconfundible. Con un rápido ademán, el tirano ordenó a Bangorn que se fuera.

—Puedes dejarnos ahora —le dijo, mientras se levantaba de su asiento—. Ven acá, Katie. Dame un beso de verdad.

Katie revisó el pequeño cesto para papeles, mientras bailaba en torno de la mesa. No había más que envolturas de caramelos.
Pero claro
, pensó,
eso sería demasiado obvio… Ahora debo hacer las cosas bien
. Incitó a Nakamura, primero con un solo beso y, después, con otro. Su lengua hizo cosquillas en los labios y la lengua del hombre. Después se apartó de él con rapidez, sin dejar de reír. Nakamura empezó a seguirla.

—No —dijo Katie, retrocediendo de espaldas hacia la puerta—, aún no… apenas estamos empezando.

Nakamura se quedó quieto y sonrió.

—Había olvidado lo talentosa que eres —declaró—. Esas chicas son afortunadas al tenerte como tutora.

—Se necesita un hombre excepcional para hacer que aflore lo mejor que hay en mí —dijo Katie, cerrando la puerta con cerrojo. Su mirada recorrió velozmente la oficina y se posó en otro pequeño cesto para papeles, que estaba más alejado, en el rincón opuesto.

Ese sería el sitio perfecto
, se dijo, agitada.

—¿Vas a quedarte parado ahí, Toshio? —lo desafió entonces—. ¿O vas a conseguirme un trago?

—Claro que sí —asintió Nakamura, yendo hacia el armario de licores, tallado a mano, situado debajo de la única ventana—. Whisky solo, ¿no era así?

—Tu memoria es fenomenal —aprobó Katie.

—Te recuerdo muy bien —declaró Nakamura, mientras preparaba dos tragos—. ¿Cómo podría olvidar todos esos juegos, especialmente la princesa y el esclavo, que era mi favorito? Nos divertimos tanto con eso durante un tiempo…

Hasta que insististe en traer otras mujeres. Y regadas de orina… y cosas aún más repugnantes
, pensó Katie.
Dejaste bien en claro que yo sola no era suficiente
.

—Muchacho —ladró de repente, con tono imperativo—, estoy sedienta… ¿Dónde está mi trago?

Un rápido gesto de desagrado cruzó el rostro de Nakamura, antes de que se iluminara con una amplia sonrisa.

—Sí, Su Alteza —dijo llevándole una bebida, con la cabeza muy inclinada hacia abajo. Hizo una reverencia—. ¿Hay algo más, Su Alteza? —preguntó con tono servil.

—Sí —respondió Katie, tomando la bebida con la mano izquierda y hurgando agresivamente con la derecha por debajo del quimono de Nakamura. Lo miró cerrar los ojos. Al tiempo que seguía excitándolo, lo besó con intensidad.

Se alejó de repente. Mientras él la contemplaba, Katie se quitaba lentamente su
yukata
. Nakamura avanzó. Katie lanzó los brazos hacia adelante.

—Ahora, muchacho —ordenó—, apaga esas luces y tiéndete en la estera, de espaldas, al lado de la mesa.

Nakamura cumplió obedientemente. Katie fue hacia donde él estaba acostado.

—Ahora —dijo Katie, con tono más delicado—, recuerdas lo que tu Princesa necesita, ¿no? Lentamente, muy lentamente, sin la menor Prisa. —Katie bajó las manos y lo acarició—. Pues sí creo que Musashi está casi a punto…

Besó a Nakamura, acariciándole la cara y el cuello con los dedos.

Ahora, cierra los ojos —le susurró al oído— y cuenta hasta diez, con mucha lentitud.


Ichi, ni, san
—dijo él, jadeante.

Con asombrosa celeridad, Katie se lanzó al otro lado de la habitación, en pos del otro cesto. Hizo a un lado algunos papeles y encontró la pistola.

—…
shi, go, rioku

Con el corazón martillándole furiosamente, Katie levantó el arma, se volvió y se dirigió de vuelta junto a Nakamura.

—…
shichi, jachi, kiu

—Esto es por lo que le hiciste a mi padre —dijo Katie, encajándole el cañón del arma en la frente. Apretó el gatillo en el preciso instante en que el atónito Nakamura abría los ojos.

—Y esto es por lo que me hiciste a mí —continuó, disparándole tres balas contra los genitales en rápida sucesión.

Los guardias derribaron la puerta en cuestión de segundos, pero Katie fue demasiado rápida.

—Y esto, Katie Wakefield —terminó en voz alta, metiéndose el arma en la boca—, es por lo que te hiciste a ti misma.

Ellie despertó cuando oyó las llaves raspando la cerradura de su celda. Se frotó los ojos.

—¿Eres tú, Robert? —preguntó.

—Sí, Ellie —respondió él, entrando en la celda al mismo tiempo que ella se incorporaba. La rodeó con los brazos y la apretó con apasionamiento.

—¡Estoy tan contento de verte! —declaró—. Vine no bien Hans me contó que los guardias habían abandonado la comisaría.

Besó a su perpleja esposa.

—Lo lamento terriblemente, Ellie —confesó—. Yo estaba muy, muy equivocado.

A Ellie le demoró unos segundos ubicarse.

—¿Que
abandonaron
la comisaría? —repitió—. ¿Por qué, Robert? ¿Qué pasa?

—Un completo y total caos —informó, deprimido. Se lo veía irremediablemente derrotado.

—¿Qué quieres decir, Robert? —preguntó Ellie, súbitamente asustada—. Nikki está bien, ¿no?

—Está muy bien, Ellie… Pero la gente está muriendo a carradas… y no sabemos por qué… Ed Stafford se desplomó hace una hora y murió antes que yo pudiera examinarlo siquiera… Es una especie de monstruosa peste.

Las octoarañas
, pensó Ellie de inmediato,
finalmente devolvieron el golpe
. Sostuvo a su marido contra su pecho, mientras él sollozaba. Después de varios segundos, Robert se apartó.

—Lo siento, Ellie… Hubo tanta baraúnda… ¿Tú estás bien?

—Estoy muy bien, Robert… Nadie me interrogó ni torturó desde hace varios días… pero, ¿dónde está Nikki?

—Está con Brian Walsh en nuestra casa. ¿Recuerdas a Brian, el amigo con el que Richard mantenía contacto a través de la computadora? Estuvo ayudándome a cuidar de Nikki desde que te fuiste… Pobre tipo, encontró a los padres muertos anteayer, cuando despertó.

Ellie salió de la comisaría con Robert, que hablaba sin parar divagando de un tema a otro; pero de su cháchara casi incoherente, Ellie consiguió comprender algunas cosas. Según él, en Nuevo Edén se habían producido más de trescientas muertes inexplicables tan sólo en los dos días pasados. Y no se vislumbraba la terminación de todo eso.

—Es extraño —murmuró él—, murió nada más que un niño… La mayor parte de las víctimas era gente mayor.

Frente a la comisaría de Beauvois, una mujer desesperada, de algo más de treinta años, reconoció a Robert y lo asió con fuerza.

—¡Debe venir conmigo, doctor, en seguida! —aulló, con voz chillona—. Mi marido está inconsciente… Estaba sentado ahí conmigo, almorzando, y empezó a quejarse de una jaqueca. Cuando volví de la cocina, estaba tendido en el piso… Temo que esté muerto.

—Ya ves… —murmuró Robert, volviéndose hacia su esposa.

—Ve con ella —dijo Ellie—, y después al hospital, si tienes que hacerlo… Yo iré a casa y cuidaré de Nikki. Te estaré esperando. —Se inclinó y lo besó; empezó a decirle algo sobre las octoarañas, pero decidió no hacerlo.

—¡Mami, mami! —gritó Nikki. Corrió por el vestíbulo y saltó hacia los brazos de su madre—. ¡Te extrañé, mamita!

—Y yo a ti, ángel mío. ¿Qué has estado haciendo?

—Estuve jugando con Brian. Es un hombre muy bueno. Lee para mí y me enseña todo sobre los números.

Brian Walsh, que tenía poco más de veinte años, apareció con un libro de cuentos infantiles.

—Hola, señora Turner —saludó—. No sé si me recuerda…

—Claro que sí, Brian. Y puedes llamarme Ellie, a secas… Verdaderamente quiero agradecerte por ayudar con Nikki…

—Me complace hacerlo, Ellie. Es una gran niña… Mantuvo mi mente alejada de muchos pensamientos dolorosos…

—Robert me contó lo de tus padres —interrumpió Ellie—. Lo lamento profundamente.

Brian meneó la cabeza.

—Fue tan extraño… ambos estaban perfectamente bien la noche anterior, cuando se fueron a dormir. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Parecían tan serenos…

Giró la cara y sacó un pañuelo para secarse los ojos.

—Varios de mis amigos dicen que esta peste, o lo que sea, fue ocasionada por las octoarañas. ¿Crees que podría ser que…?

—Posiblemente —convino Ellie—. Puede ser que las hayamos empujado más allá de su límite de tolerancia.

—¿Y ahora vamos a morir
todos
? —preguntó Brian.

—No lo sé. Verdaderamente, no lo sé.

Permanecieron en incómodo silencio durante varios segundos.

—Bueno, por lo menos tu hermana se deshizo de Nakamura —dijo Brian de repente.

Ellie estaba segura de no haber oído bien.

—¿De qué estás hablando, Brian?

—¿No te enteraste…? Hace cuatro días, Katie asesinó a Nakamura, y después se suicidó.

Ellie quedó pasmada. Permaneció mirando a Brian con fijeza, sin poder dar crédito a sus oídos.

—Ayer, papito me habló sobre la tía Katie —intervino Nikki—. Dijo que él quería ser quien me lo contara.

Ellie no podía articular palabra. La cabeza le daba vueltas. Logró despedirse de Brian y agradecerle otra vez. Después, se sentó en la otomana. Nikki se trepó hasta quedar junto a su madre y le puso la cabeza sobre el regazo. Estuvieron sentadas juntas en silencio, durante largo rato.

—¿Y cómo ha estado tu padre mientras estuve afuera? —preguntó Ellie al fin.

—En general, bien —contestó la niñita— salvo por la hinchazón.

—¿Qué hinchazón?

—En el hombro. Grande como mi puño. La vi cuando él se estaba afeitando, hace tres días. Papi dijo que debía de ser la picadura de una araña, o algo así.

10

—Benjy y yo nos vamos al hospital —anunció Nicole.

Los demás todavía estaban terminando el desayuno.

—Siéntate, Nicole, por favor —dijo Eponine—. Por lo menos, termina tu café.

—Gracias de todos modos —contestó Nicole—, pero le prometí a Doctora Azul que hoy iríamos temprano, hubo muchas bajas en la incursión de ayer.

—Pero estuviste trabajando con mucha intensidad, mamá —objetó Patrick—, y sin dormir, ni por asomo, lo suficiente.

—Permanecer ocupada ayuda —contestó Nicole—. De ese modo no tengo tiempo para pensar…

—Vamos, ma-má —dijo Benjy, entrando en la habitación y alcanzándole el abrigo. Mientras estaba parado al lado de su madre, Benjy sonrió y saludó con la mano en alto a los mellizos que, a diferencia de lo normal en ellos, estaban en silencio. Galileo hizo una extraña mueca, y tanto Benjy como Kepler rieron.

—Todavía no se permitió llorar la muerte de Katie —comentó Nai en voz baja un minuto después, no bien Nicole hubo partido—. Eso me preocupa, más tarde o más temprano…

—Tiene miedo, Nai —opinó Eponine—. Quizá de otro ataque cardíaco. Quizás hasta de su cordura… Nicole todavía está en la etapa de negación.

—Otra vez tú, francesita, con esa maldita psicología —terció Max—. No se preocupen por Nicole… Es más fuerte que cualquiera de nosotros. Llorará por Katie cuando esté lista.

—Mamá todavía no fue a la sala de proyección desde que tuvo el ataque cardíaco. Cuando Doctora Azul le contó sobre el asesinato y el posterior suicidio de Katie, di por descontado que mamá querría proyectar algunas de las videopelículas… para ver a Katie por última vez… o, por lo menos, para ver cómo le iban las cosas a Ellie…

—Lo mejor que tu hermana hizo jamás, Patrick —comentó Max—, fue matar a ese bastardo. No importa lo que cualquiera pueda decir de tu hermana, hay que reconocerle que tuvo coraje.

—Katie tenía muchas cualidades sobresalientes —sostuvo Patrick con tristeza—. Era brillante, podía ser encantadora… Ocurrió, simplemente, que también tenía ese otro lado.

Se produjo un breve silencio en torno de la mesa del desayuno. Eponine estaba a punto de decir algo, cuando hubo un destello de luz en la puerta de calle.

—Oh, oh —dijo, al tiempo que se incorporaba—. Voy a mudar a Marius a la casa de al lado. Las incursiones están comenzando otra vez.

Nai se volvió hacia Galileo y Kepler.

—Terminen rápido, chicos… regresamos a esa casa especial que el tío Max hizo para nosotros.

Galileo volvió a torcer el gesto.

—Otra vez, no —se quejó.

Nicole y Benjy apenas habían llegado al hospital, cuando las primeras bombas empezaron a caer a través de la deshilachada cúpula. Las intensas incursiones se producían diariamente. Más de la mitad del techo de la Ciudad Esmeralda había desaparecido. Prácticamente en todas las secciones de la ciudad habían caído bombas.

Doctora Azul los saludó y, de inmediato, envió a Benjy al sector de admisión de pacientes.

—Es terrible —informó a Nicole—. Más de doscientos muertos, y eso nada más que ayer.

—¿Qué está ocurriendo en Nuevo Edén? —preguntó Nicole—. Yo habría supuesto que, para estos momentos…

—Los microagentes están actuando con algo más de lentitud que la prevista —contestó Doctora Azul—, pero, finalmente, están ejerciendo su impacto. La Optimizadora Principal dice que las incursiones deberán de cesar dentro de un día o dos como máximo. Ella y su estado mayor están trazando planes para la fase siguiente…

—Seguramente los colonos no van a proseguir la guerra —dijo Nicole, forzándose a no pensar demasiado en lo que estaba ocurriendo en Nuevo Edén—, máxime estando Nakamura muerto.

—Opinamos que tenemos que estar preparados para cualquier contingencia —declaró Doctora Azul—, pero espero que tengas razón.

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