Rama Revelada (64 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Mientras avanzaban juntas por el corredor, se les acercó otra octoaraña médica, la que Benjy había bautizado Monedita debido a la marca redonda, que se parecía a una moneda de Nuevo Edén, situada justo a la derecha de su hendedura. Monedita le describió a Doctora Azul las terribles escenas que había presenciado, esa mañana temprano, en el Dominio Alternativo. Nicole pudo entender la mayor parte de lo que Monedita decía, no sólo porque la octoaraña repitió varias veces lo que decía, sino porque en el idioma de color en el que conversaban, Monedita usaba oraciones muy sencillas.

Monedita le informó a Doctora Azul que se necesitaban con desesperación personal médico y abastecimientos en forma inmediata, para ayudar a los heridos del Dominio Alternativo. Doctora Azul trató de explicarle a Monedita que ni siquiera había disponibles suficientes miembros del personal como para atender a todos los pacientes internados.

—Esta mañana yo podría ir con Monedita durante algunas horas —sugirió Nicole—, si eso puede ser de alguna ayuda. —Doctora Azul contempló a su amiga humana.

—¿Estás segura de que puedes hacerlo, Nicole? —se interesó—. Tengo entendido que ahí afuera las cosas están bastante horrorosas.

—Estuve volviéndome más fuerte cada día —contestó Nicole—, y quiero estar allí donde se me necesite más.

Doctora Azul le dijo a Monedita que Nicole podría ayudarla en el Dominio Alternativo durante un máximo de un tert, siempre y cuando Monedita misma aceptara la responsabilidad de escoltar a Nicole de regreso al hospital. Monedita estuvo de acuerdo y le agradeció a Nicole que se hubiera ofrecido como voluntaria para ayudar.

Poco después de abordar el transporte, Monedita le explicó a Nicole lo que estaba sucediendo en el Dominio Alternativo.

—A los heridos se los lleva a cualquier edificio que todavía esté intacto, donde se los examina, se los atiende con medicamentos de emergencia si es necesario, y se organiza su traslado al hospital… La situación estuvo empeorando día tras día. Muchos de los alternativos ya abandonaron toda esperanza.

El resto del trayecto en el transporte fue igualmente desalentador. Bajo la luz de las pocas luciérnagas dispersas, Nicole pudo ver destrucción por todas partes. Para abrir el portón del sur, los guardias tuvieron que empujar a un lado a cerca de treinta alternativos, algunos de ellos heridos, que clamaban por entrar en la ciudad. Después que el transporte traspuso el portón, la devastación que los rodeaba aumentó. El teatro en el que Nicole y sus amigos habían asistido a la representación de moralidad, estaba reducido a escombros; de más de la mitad de las estructuras cercanas al Barrio de las Artes no quedaba piedra sobre piedra. Nicole empezó a sentirse mal.
No tenía idea de que la situación fuera tan terrible
, pensaba. De pronto, una bomba estalló en la parte superior del transporte.

Nicole fue arrojada del coche hacia la calle. Aturdida, se esforzó Por Ponerse otra vez de pie. El transporte estaba dividido en dos partes retorcidas; Monedita y la otra octoaraña médica estaban sepultadas en los escombros. Durante varios minutos, Nicole trató de llegar hasta Monedita pero, al cabo de un rato, se dio cuenta de que todo era inútil. Otra bomba estalló en las proximidades. Nicole aferró su pequeño maletín médico, arrojado a la calle junto a ella, y, con paso vacilante, avanzó por una callejuela lateral en busca de un refugio.

Una solitaria octoaraña yacía inmóvil en medio de la callejuela. Nicole se inclinó y del maletín extrajo la linterna. No se notaba actividad en la lente de la octoaraña. La volvió de costado, e inmediatamente vio la herida en la parte de atrás de la cabeza. Gran cantidad de una materia blanca, ondulada, había manado de la herida y formaba una mancha en la calle. Nicole se estremeció y casi tuvo una arcada. Echó un rápido vistazo en derredor, en busca de algo para tapar la octoaraña muerta. Una bomba le acertó a un edificio que estaba a no más de doscientos metros. Entonces se puso de pie y siguió caminando.

Encontró un pequeño tinglado en el lado derecho de la callejuela, pero ya estaba ocupado por cinco o seis de los animalitos parecidos a salchichas polacas. La ahuyentaron, uno de ellos la persiguió, tratando de morderle los talones, durante veinte o veinticinco metros. Al fin, desistió y Nicole se detuvo para recuperar el aliento. Pasó algunos minutos autoexaminándose y, para gran asombro suyo, descubrió que no tenía lesiones de importancia, sino sólo algunas magulladuras aisladas.

Hubo una interrupción en el bombardeo. El Dominio Alternativo estaba espectralmente silencioso. Adelante de Nicole, a unos doscientos metros a lo largo de la calle, una luciérnaga revoloteaba sobre un edificio que parecía no haber sido dañado. Nicole vio dos octoarañas, una de las cuales estaba evidentemente herida, ingresar en el edificio.

Ese debe de ser uno de los hospitales temporales
, se dijo, y empezó a caminar en esa dirección.

Segundos después percibió un sonido peculiar, apenas audible. Al principio, el sonido no produjo impresión alguna en su mente, pero la segunda vez que oyó el llanto se detuvo abruptamente en la calle. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Ese fue el llanto de un bebé
, pensó, aún completamente inmóvil. Nada oyó durante varios segundos.
¿Pude haberlo imaginado?
, se preguntó.

Forzó la vista y miró hacia la semioscuridad que tenía a su derecha, en lo que imaginaba que había sido la dirección de donde venía el llanto. Pudo discernir una valla de alambre, caída en la mayor parte de su longitud, que se extendía unos cuarenta metros por una callejuela transversal. Volvió a echar un vistazo al edificio próximo.

Seguramente las octoarañas me necesitan ahí dentro
, pensó.

¿Pero cómo puedo no…?
El llanto resonó en la noche, con más claridad esta vez, subiendo y bajando como el típico gemido de un bebé humano desesperado.

Caminó con premura hacia la valla derribada. En el suelo, delante de la verja, había un cartel roto escrito en idioma cromático. Nicole se agachó y levantó el trozo de cartel. Cuando reconoció los colores octoarácnidos que indicaban “zoológico”, se le aceleró el corazón.
Richard oyó el llanto cuando estaba en el zoológico
, recordó.

Hubo una explosión a cerca de un kilómetro, hacia la izquierda, y después, otra, mucho más cercana. Los helicópteros habían regresado para hacer otra pasada. El gemido del bebé se hizo continuo. Nicole trató de seguir caminando en la dirección del llanto, pero su avance era lento. Resultaba difícil aislar el gemido por entre el ruido de las explosiones.

Una bomba estalló delante de ella, a menos de cien metros. En el silencio posterior, no oyó nada.
¡Oh, no!
, gritó su corazón,
No ahora, no cuando estoy tan cerca
. Hubo otra explosión en la distancia, a la que siguió otro período de silencio.
Pudo haber sido alguna otra clase de animal
, recordó haberle dicho a Richard.
En alguna parte del universo podría existir un ser que emita sonidos como los de un bebé humano
.

Todo lo que podía oír era el sonido de su propia respiración.
¿Qué debo hacer ahora
, se preguntó,
suspender la búsqueda y conservar la esperanza de que, de alguna manera… o dar la vuelta y regresar…?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la reanudación del penetrante gemido. Nicole caminó lo más rápido que pudo.
No
, se decía, con su corazón de madre desgarrado por el desesperado llanto,
es inconfundible. No puede haber otro sonido como ese
. Una verja derribada se extendía a lo largo de la acera derecha de la estrecha callejuela. Nicole cruzó la verja. En las sombras que tenía delante distinguió cierto movimiento.

El bebé que lloraba estaba sentado en el suelo, al lado de la forma inerte de un ser humano adulto, su madre presuntamente. La mujer yacía boca abajo en el polvo. Tenía la mitad inferior de su cuerpo cubierta de sangre. Después de comprobar con rapidez que estaba muerta, Nicole extendió los brazos con sumo cuidado y levantó el bebé de cabello negro. Asombrado, el bebé luchó contra Nicole y quebró la noche con un poderoso berrido. Ella se puso al niño contra el hombro y lo palmeó suavemente en la espalda.

—Ya está, ya está —dijo, mientras el bebé seguía dando alaridos—, todo va a estar bien.

En la escasa iluminación, Nicole pudo ver que la extraña ropa del bebé, que era una niña, que se componía de dos capas de pesados costales en las que se habían practicado agujeros en los sitios adecuados, estaba manchada con sangre. A pesar de sus protestas y sacudidas de brazos y piernas, Nicole la sometió a un examen rápido. Con la salvedad de una herida superficial en la pierna, y de la suciedad que le cubría todo el cuerpo, la niñita aparentaba estar muy bien. Nicole estimó que tendría alrededor de un año.

Siempre con la misma delicadeza, la tendió sobre una pequeña tela limpia que sacó del maletín. Mientras la limpiaba, la sentía estremecerse y retroceder cada vez que una bomba estallaba en las proximidades. Trató de calmarla cantándole la “Canción de cuna” de Brahms. En una ocasión, mientras le vendaba la herida de la pierna, la niña temporalmente dejó de llorar y contempló a Nicole con sus ojos enormes y sorprendentemente azules. No protestó ni siquiera cuando Nicole tomó un apósito de limpieza empapado y le empezó a quitar la suciedad de la piel. Poco después, empero, cuando Nicole estaba limpiando debajo de las batitas hechas con trapo de costal y descubrió, para su asombro, un collarcito de cuerda apoyado contra el diminuto pecho de la bebé, ésta empezó a aullar de nuevo.

Nicole acurrucó a la sollozante bebé en sus brazos y se puso de pie.
Indudablemente tiene hambre
, pensó, buscando en derredor alguna clase de choza o refugio.
Debe de haber comida por aquí cerca
. Debajo de una roca profunda y sobresaliente, que evidentemente había sido un sector cerrado antes de que empezaran las incursiones, encontró una cacerola grande con agua, algunos objetos pequeños de propósito desconocido, una almohadilla para dormir y varios costales más de la clase con la que se había hecho la ropa, tanto de la mujer como de la bebé. Pero no había comida. Trató infructuosamente de hacer que la niña bebiera de la cacerola. Entonces, se le ocurrió otra idea.

Volvió hasta el cuerpo de la madre y comprobó que en sus pechos todavía quedaba buena leche. Era evidente que la mujer había muerto hacía poco. Le levantó el torso y, agachándose en el suelo, se colocó detrás de ella, apoyando el cuerpo de la madre contra el suyo, sostuvo a la bebé contra los pechos de la madre y la miró alimentarse.

La niña mamó con hambre. En medio de la succión, el estallido de una bomba iluminó las facciones de la muerta. Era la misma cara que Nicole había visto en la pintura de la Plaza de los Artistas.
Así que no lo imaginé
, pensó.

La bebé se durmió cuando terminó de mamar. Nicole la envolvió en uno de los otros costales y la posó suavemente sobre el suelo. Acto seguido, examinó concienzudamente a la muerta por primera vez. Por la magnitud de las heridas desgarrantes que tenía en el hipogastrio y el muslo derechos, Nicole dedujo que dos esquirlas grandes de una sola bomba habían alcanzado a la mujer que, como consecuencia, se desangró hasta morir. Mientras inspeccionaba la herida del muslo, Nicole palpó una extraña protuberancia en la nalga derecha. Llevada por la curiosidad, separó levemente del suelo el cuerpo de la mujer y pasó los dedos por encima y alrededor del bulto. Al tacto parecía como si debajo de la piel se hubiera implantado un objeto duro.

Tomó el maletín y después, con la tijera de punta fina, hizo una incisión exactamente en uno de los costados del bulto. Sacó un objeto que, bajo la luz mortecina, parecía ser de plata. Tenía el tamaño y la forma de un cigarrillo chico, de entre doce y quince centímetros de largo y unos dos de diámetro. Perpleja, hizo girar el objeto entre los dedos de la mano derecha, y trató de imaginar qué podría ser; era increíblemente suave, sin discontinuidades.
Probablemente es una especie de identificador para el zoológico
, estaba pensando, cuando una bomba estalló en las cercanías, despertando a la niña que dormía.

En dirección a la Ciudad Esmeralda, las bombas caían con intensidad cada vez mayor. Mientras Nicole reconfortaba a la bebé, pensaba en qué haría después. Una gran bola de fuego trepó velozmente por el cielo, cuando una de las bombas que cayeron produjo una explosión aún más grande en el suelo. Bajo la luz temporal, pudo ver que ella y la niña estaban en la cima de una pequeña colina, muy cerca de las afueras de la parte desarrollada del Dominio Alternativo. La Llanura Central empezaba a no más de cien metros hacia el oeste.

Nicole se irguió, con la niña cargada sobre el hombro. Estaba cerca del agotamiento.

—Iremos allá afuera, lejos de las bombas —le dijo en voz alta a la bebé, haciendo un ademán hacia la Llanura Central. Arrojó el objeto cilíndrico en el maletín y tomó un par de los costales limpios.

—Pueden ser útiles cuando haga frío —murmuró echándoselos al hombro.

Le tomó una hora, caminando dificultosamente con la bebé y los costales, para llegar hasta un sitio de la Llanura Central que consideró suficientemente alejado de las bombas. Se tendió de espaldas, la niña protegida en su pecho, y envolvió a las dos con los costales. Se durmió en cuestión de segundos.

La despertó el movimiento de la niña. En sus sueños había estado manteniendo una conversación con Katie, pero no podía recordar qué se habían dicho. Se sentó y cambió a la niña, usando una toalla limpia de su maletín. La bebé la contempló, curiosa, con sus grandes ojos celestes.

—Buenos días, niñita, quienquiera que seas —dijo alegremente. La niña sonrió por primera vez.

Ya no estaba completamente oscuro. En la lejanía, enjambres de luciérnagas iluminaban la Ciudad Esmeralda, y los vastos agujeros que había en la cúpula permitían que la luz refulgiera en la zona circundante de Rama.

La guerra debe de haber terminado
, pensó Nicole.
O, cuando menos, las incursiones. De lo contrario, no habría tanta luz en la ciudad
.

—Bueno, mi más reciente amiga —dijo, parándose y desperezándose, después de colocar cuidadosamente a la niña en uno de los costales limpios—, veamos qué aventuras nos depara el día de hoy.

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