Rama Revelada (60 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Nakamura hizo un breve silencio.

—Primero, todos los soldados alienígenas tienen que adelantarse con sus armas, y rendirse a nuestras tropas que están ahora en el sur. Segundo, el gobierno alienígena, o cualquiera que fuere su equivalente, tiene que suministramos el inventario completo de todo lo que exista en sus dominios. Tercero, tienen que anunciar a todos los miembros de su especie que vamos a ocupar su colonia y que todos los alienígenas van a cooperar en todo aspecto con nuestros soldados y ciudadanos.

Richard y Archie sostuvieron otra breve conversación.

—¿Qué les va a pasar a las octoarañas y a los demás animales que mantienen la sociedad octoarácnida? —preguntó Richard.

—Se les permitirá que reanuden su vida normal, con algunas restricciones, claro está. Nuestras leyes y nuestros ciudadanos constituirán el gobierno en ejercicio de las tierras ocupadas.

—¿Y entonces usted —preguntó Richard— introducirá una reforma, o un apéndice, en este documento de rendición, garantizando la vida y la seguridad de las octoarañas, así como de los demás animales, siempre y cuando no violen ley alguna de las que se promulguen para el territorio ocupado?

Los ojos de Nakamura se convirtieron en dos ranuras.

—Menos para aquellos alienígenas individuales a los que se halle responsables de la guerra de agresión que se lanzó contra nosotros, yo, personalmente, garantizo la seguridad de las octoarañas que obedezcan las leyes de ocupación… Pero éstos son detalles. No es preciso que se los redacte en el documento de rendición.

Esta vez, Richard y Archie se trabaron en una larga discusión. Desde el costado del salón, Katie miraba con atención el rostro de su padre. Al principio creyó que estaba en desacuerdo con la octoaraña, pero, ya más avanzada la conversación, Richard pareció deprimido, casi resignado. Daba la impresión de que estaba grabando algo en la memoria…

El largo intervalo en el procedimiento estaba irritando a Nakamura. Los invitados especiales estaban empezando a murmurar entre ellos. Finalmente, Nakamura volvió a hablar.

—Muy bien —señaló—. Ya tuvieron suficiente tiempo. ¿Cuál es su respuesta?

Alrededor de la cabeza de Archie seguían formándose bandas cromáticas. Al fin, los diseños cesaron y Richard dio un paso al frente en dirección de Nakamura. Vaciló un instante antes de hablar.

—Las octoarañas quieren paz —declaró con lentitud—, y les gustaría encontrar la manera de poner fin a este conflicto. Si no fueran una especie con sentido de la ética podrían acceder a ratificar este documento de rendición, tan sólo para ganar tiempo… pero las octoarañas no son así. Mi amigo alienígena, cuyo nombre es Archie, no celebraría un acuerdo para su especie a menos que estuviera seguro de que tanto el tratado es adecuado para su colonia, como de que sus congéneres iban a respetarlo.

Richard hizo una pausa.

—No necesitamos un discurso —dijo Nakamura con impaciencia—; limítese a responder la pregunta.

—Las octoarañas —continuó Richard en voz más baja— nos enviaron a Archie y a mí para gestionar una paz honorable, no para rendirnos incondicionalmente. Si Nuevo Edén no está dispuesto a negociar y a celebrar un acuerdo que respete la integridad del dominio octoarácnido, entonces ellas no tendrán otro remedio…
¡Por favor!
—gritó Richard ahora, mirando hacia atrás y hacia adelante a los invitados que estaban en ambos lados del salón—, entiendan que no pueden vencer si las octoarañas
verdaderamente
pelean. Hasta ahora no opusieron la menor resistencia. Ustedes deben convencer a sus gobernantes para que inicien discusiones
equilibradas


¡Sujeten a los prisioneros!
—ordenó Nakamura.

—… o todos ustedes perecerán. Las octoarañas están mucho más evolucionadas que nosotros. Créanme, lo sé, estuve viviendo con ellas durante más de…

Uno de los policías golpeó a Richard en la parte de atrás de la cabeza, y éste cayó al suelo, sangrando. Katie se levantó de un salto, pero Franz la retuvo con ambos brazos. Richard se tomaba el costado de la cabeza, mientras Archie y él eran conducidos fuera del salón.

Los dos amigos estaban en un pequeño calabozo de la comisaría de Hakone, no lejos del palacio de Nakamura.

—¿Está bien tu cabeza? —preguntó Archie con colores.

—Creo que sí, aunque todavía se está hinchando.

—Nos van a matar, ¿no? —dijo Archie después de un breve silencio.

—Probablemente —contestó Richard, con tono sombrío.

—Gracias por intentar —dijo Archie después de un breve silencio.

Richard se encogió de hombros.

—No sirvió de mucho… De todos modos, es a ti a quien se debe agradecer. Si no te hubieses ofrecido como voluntario, todavía estarías sano y salvo en la Ciudad Esmeralda.

Richard fue hacia el lavabo que había en el rincón de la celda, para limpiar la tela que apretaba contra la herida de su cabeza.

—¿No me dijiste que la mayoría de los seres humanos cree en la vida después de la muerte? —le preguntó Archie, después que Richard volvió junto a él.

—Sí. Alguna gente cree que estamos reencarnados y que volvemos para vivir otra vez, ya sea como otro ser humano o, inclusive, como algún otro animal. Mucha otra cree que si se llevó una vida de bondad, hay una recompensa, una vida eterna en un sitio hermoso, desprovisto de tensiones, llamado Paraíso…

—Y tú, Richard —lo interrumpieron los colores de Archie—, personalmente, ¿en qué crees?

Richard sonrió y pensó durante varios segundos antes de responder.

—Siempre he creído que lo que sea que haya en nosotros que es único y define nuestra personalidad especial, individual, desaparece en el momento de la muerte. Oh, sí, claro, nuestros componentes químicos Pueden reciclarse y producir otros seres vivos, pero no hay verdadera continuidad, no en el sentido que algunos seres humanos llaman “alma”…

Rió.

—En este preciso momento, sin embargo, cuando mi mente lógica dice que no es posible que me quede mucho más tiempo de vida, una voz dentro de mí me suplica que adopte uno de esos cuentos de hadas Sobre la vida después de la muerte… Sería fácil, lo admito… Pero una conversión de último minuto de tal naturaleza no sería coherente con el modo en que viví todos estos años…

Richard caminó despacio hasta la parte delantera de la celda. Puso las manos sobre los barrotes y durante varios segundos se quedó con la mirada perdida en el corredor, sin decir palabra.

—¿Y qué piensan las octoarañas de lo que ocurre después de la muerte? —preguntó en voz baja, dándose vuelta para mirar de frente a su compañero de celda.

—Los Precursores nos enseñaron que cada vida es un intervalo finito, con un principio y un final. Cualquier ser individual, aun cuando es un milagro, no es tan importante en la arquitectura general de las cosas, Lo que importa, decían los Precursores, es la continuidad y la renovación. Desde el punto de vista de ellos, cada uno de nosotros es inmortal, no porque algo relacionado con un individuo específico viva para siempre, sino porque cada vida se convierte en un eslabón crítico, ya sea cultural o genéticamente, o ambas cosas, en la interminable cadena de la vida. Cuando los Precursores nos modificaron para que saliéramos de la ignorancia, nos enseñaron a no temer la muerte, sino a ir de buen grado a brindar apoyo para la renovación que habría de sobrevenir.

—¿Así que no experimentan ni pena ni miedo cuando se les acerca la muerte?

—Desde un punto de vista ideal, no —contestó Archie—. Esta es la manera aceptada en nuestra sociedad para enfrentar la muerte… Es mucho más fácil, empero, si, en el momento de la exterminación, un individuo está rodeado por amigos y por otros que representen la renovación que su muerte va a permitir.

Richard se acercó y pasó el brazo en tomo de Archie.

—Tú y yo sólo nos tenemos el uno al otro, amigo mío —dijo—, amén del conocimiento de que hemos tratado, juntos, de detener una guerra que probablemente terminará matando a miles de seres. No pueden existir muchas causas…

Se detuvo cuando oyó abrirse la puerta del bloque de celdas. El capitán de la policía local, junto con uno de sus hombres, se paró al costado, mientras cuatro biots, dos García y dos Lincoln, todos usando guantes, avanzaban por el pasillo hacia la celda de Richard y Archie. Ninguno de los biots habló. Uno de los García abrió la puerta y los cuatro se agolparon en la celda. Instantes después, las luces se apagaron, se oyó el sonido de un forcejeo durante varios segundos, Richard lanzó un alarido, y un cuerpo cayó contra los barrotes de la celda. Después, todo quedó en silencio.

—Ahora, Franz —dijo Katie, mientras abrían la puerta de la comisaría—, no tengas miedo de aplicar el rango, no es más que un capitán local. No te va a decir que no puedes ver a los prisioneros.

Entraron pocos segundos después que los dos funcionarios locales cerraran, detrás de los biots, la puerta que daba al bloque de celdas.

—Capitán Miyazawa —dijo Franz en su tono más oficial—, soy el capitán Franz Bauer, del cuartel central… He venido para visitar a los prisioneros.

—Tengo órdenes estrictas de la máxima autoridad, capitán Bauer —contestó el policía—, de no permitirle a
persona alguna
el acceso a ese bloque de celdas.

La sala quedó repentinamente sumida en la oscuridad.

—¿Qué pasa? —dijo Franz.

—Debe de habérsenos quemado un fusible —repuso el capitán Miyazawa—. Westermark, salga y revise los interruptores de circuito.

Franz y Katie oyeron un alarido. Después de lo que pareció una eternidad, oyeron abrirse la puerta del bloque de celdas y el sonido de pisadas. Tres biots salieron por la puerta de entrada de la comisaría, y las luces volvieron a encenderse con un parpadeo.

Katie corrió hacia la puerta.

—¡Mira, Franz! —aulló—. ¡Sangre, tienen sangre en la ropa! —Giró sobre sus talones, frenética—. ¡Tenernos que ver a mi padre!

Y pasó corriendo y dejando atrás a los tres policías en el corredor.

—¡Oh, Dios! —gritó, cuando se acercó a la celda y vio a su padre yaciendo en el piso, contra los barrotes. Había sangre por todas partes—. ¡Está muerto, Franz! —gimió—. ¡Papito está muerto!

8

Nicole ya había mirado la videocinta dos veces. A pesar de sus ojos hinchados y de un absoluto agotamiento emocional, preguntó si podía verla una vez más. Junto a ella, Doctora Azul le alcanzó un vaso con agua.

—¿Estás segura de querer verla? —le preguntó.

Nicole asintió con la cabeza.
Una vez más
, pensó,
no es mucho. Quiero que cada fotograma, no importa lo horrible que sea, se conserve para siempre en mi mente
.

—Por favor, empieza desde la audiencia —pidió—. Velocidad normal hasta que los biots entran en el bloque de celdas. En ese momento redúcela hasta un octavo.

Richard nunca quiso ser héroe
, pensaba, mientras la videocinta repetía la escena de la audiencia.
Ese no era su estilo, únicamente fue con Archie para que no fuera preciso que yo lo hiciera
. Dio un respingo cuando el guardia golpeó a Richard y éste se desplomó.
El plan estaba destinado al fracaso desde el comienzo
, se dijo, mientras los policías de Nuevo Edén sacaban a Richard y Archie del palacio de Nakamura.
Todas las octoarañas lo sabían. Yo lo sabía. ¿Por qué no hablé después de mi premonición?

Nicole le pidió a Doctora Azul que hiciera avanzar los fotogramas hasta llegar a los minutos finales.
Por lo menos, se tuvieron el uno al otro en el final
, pensó mientras Richard y Archie mantenían su última conversación.
Y Archie trató de protegerlo…
Los cuatro biots aparecieron en pantalla y la película disminuyó su velocidad. Nicole vio en los ojos de Richard cómo la sorpresa se trocaba en miedo, cuando los biots entraron en la celda.

En el momento en que las luces se apagaron, la calidad de la película cambió. Las imágenes infrarrojas tomadas por los cuadroides eran más parecidas a negativos fotográficos, donde se destacaban los niveles térmicos en cada fotograma. Los biots tenían aspecto fantasmagórico. En las imágenes infrarrojas, los ojos aparecían saltones.

En el momento en que la celda quedó a oscuras, uno de los García aferró a Richard por el cuello. Los otros tres se quitaron los guantes, dejando al descubierto dedos perforantes y aguzados, y manos afiladas como cuchillos. Cuatro de los poderosos tentáculos de Archie envolvieron al García que trataba de estrangular a Richard. Cuando el armazón del García se desintegró, y el biot se desplomó como un montón informe en el piso de la celda, los otros tres biots atacaron a Archie con furia. Richard trató de ayudarlo. Un Lincoln alcanzó el cuello de Archie con un salvaje golpe de la mano, y casi decapitó a la octoaraña. Richard lanzó un alarido cuando se sintió empapado por el fluido corporal interno de su amigo. Con Archie fuera de combate, los biots restantes atacaron a Richard, perforándole el cuerpo una vez y otra con estocadas de sus dedos. Cayó contra la parte delantera de la celda y se deslizó hacia el suelo. Su sangre y la de Archie, que tenían color diferente en la imagen infrarroja, corrían juntas y formaron un charco en el piso de la celda.

La película continuó, pero Nicole ya no miraba más. Ahora, por primera vez, entendió que su marido, Richard, el único amigo en verdad íntimo que tuvo jamás en su vida de adulta, realmente estaba muerto. En la pantalla, Franz guiaba a la sollozante Katie por el corredor y, después, el monitor quedó en blanco. Nicole no se movió. Estaba sentada absolutamente inmóvil, la mirada fija en el sitio donde las imágenes aparecían segundos atrás. No había lágrimas en sus ojos, su cuerpo no temblaba, parecía tener absoluto control de sí misma… y, sin embargo, no podía moverse.

Un nivel bajo de luz apareció en la sala de observación. Doctora Azul todavía estaba sentada al lado de Nicole.

—No creo —manifestó ésta con lentitud, sorprendida de que su voz tuviera un sonido tan lejano— que me haya dado cuenta las dos primeras veces… Quiero decir, debo de haber estado bajo conmoción… quizá todavía lo estoy… —No pudo continuar. Tenía problemas para respirar.

—Necesitas un sorbo de agua y un poco de descanso —dijo Doctora Azul.

A Richard lo asesinaron. Richard está muerto
.

—Sí, por favor —dijo con voz débil.

Nunca más volveré a verlo. Nunca más volveré a hablarle
.

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