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Authors: Joseph Heath y Andrew Potter

Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (23 page)

Las personas que detestan la sociedad de masas se ven obligadas a tomar medidas cada vez más drásticas para dar el esquinazo al «sistema». En primer lugar, como ya hemos mencionado, es inútil reducir el consumo propio si no se reducen también los ingresos personales. Todo lo que ganamos lo ahorramos o gastamos, y todo lo ahorrado «caerá» tarde o temprano, en forma de compras propias o inversiones ajenas. Alterar las costumbres de consumo servirá para disminuir la cantidad consumida sólo si nos permite reducir nuestros ingresos.

Una de las grandes partidarias de este «autocontrol» de consumo y sueldo es Juliet Schor, que en
La excesiva jornada laboral en Estados Unidos: la inesperada disminución del tiempo de ocio
hace un retrato del prototipo de compradora disciplinada. Una fotografía nos muestra una mujer joven cargada con bolsas de la compra cubiertas de flechas que indican los puntos en los que centra su lucha contra el consumismo. Al repasarlos, observamos lo difícil que es la cruzada que ha emprendido. A continuación ofrecemos un posible modelo de este comportamiento:

• «Comprar alimentos orgánicos». ¿Sirve esto para combatir el consumismo? Nuestra compradora autocontrolada tendrá que ganar mucho más dinero si pretende pagar un precio dos o tres veces más alto por cada producto. La comida orgánica es lo último que ha salido al mercado en la categoría de artículos «de primera calidad». Tiene un proceso de producción laborioso, como sucede con el pan artesanal, el café de calidad y las alfombras hechas a mano. Todos los supermercados estadounidenses se están beneficiando de esta moda. La alimentación orgánica ha contribuido a restablecer una estructura social arcaica, en la que los ricos ya no comen lo mismo que los pobres.

• «Llevar encima
The Time Dollar
,
[26]
un libro que defiende la economía del trueque». Pensar que una economía de trueque local pueda ser menos «consumista» que la economía monetaria nacional es absurdo. Todos los bienes se intercambian por otros bienes. La única ventaja del trueque es que permite librarse de los impuestos, cosa que no deberían defender precisamente las personas de izquierdas.

• «Abandonar el gimnasio y sustituirlo por un paseo a última hora del día con el cónyuge o equivalente». Por eso las tiendas de productos de ocio han vendido enormes cantidades de botas especiales para andar, a precios carísimos, en vez de las típicas zapatillas de deporte más baratas, pero menos «campestres». Las personas que eran socias de un gimnasio han creado pequeñas agrupaciones en las que se comparte el equipo de entrenamiento gimnástico. Los entusiastas del ejercicio al aire libre, que son grandes individualistas, inevitablemente se compran su propio material. Por eso ha aumentado tanto la demanda de productos para practicar el ocio al aire libre. Practicar actividades «virtuosas» es una de las técnicas psicológicas que emplean los consumidores para permitirse el lujo de gastar más de la cuenta.

• «Vivir el presente». Esto suena muy bien, pero ¿de qué sirve? ¿Los que viven el presente no serán precisamente los más dados a comprar cosas por impulso, cosas que realmente no necesitan? ¿Vivir el presente no consiste en gastarlo todo sin pensar en el futuro?

• «Arreglar las cosas en vez de volver a comprarlas» (por eso la mujer de la foto lleva un martillo). Genial. Lo malo de la filosofía del «hágalo usted mismo» es que se necesita una caja de herramientas. Y libros que expliquen cómo se hace. Y acudir a cursos para aprender los métodos. Esto es precisamente lo que ofrece la empresa Home Depot, entre otras.

• «Hacerse la ropa en casa, esquilando ovejas para fabricar la lana». Esto, obviamente, es una broma. Pero después de soltar una carcajada, pensamos que de todos los elementos de la lista, éste es el único que podría realmente contribuir a reducir el consumismo. Y si vivir como los miembros de una comunidad Amish es lo único que se puede hacer para evitar el consumismo, entonces habría que plantearse qué tiene de malo el consumismo.

Todos estos consejos sobre la contención se basan en la noción contracultural de que cambiar la sociedad consiste, en última instancia, en transformar nuestra conciencia. Como resultado, esto produce una serie de estrategias altamente individualizadas. En Estados Unidos, el número medio de horas laborales ha ido aumentando constantemente durante las últimas décadas. Y, dadas las cifras de personas que afirman no poder compaginar el trabajo con la familia, no hay duda de que este exceso parece involuntario. En gran parte se debe a la estructura competitiva del lugar de trabajo. Si todos los demás trabajan sesenta horas semanales, una persona que se marcha puntualmente a las cinco para ver a sus hijos tiene unas posibilidades de ascenso mínimas. Schor tiene toda la razón cuando dice que los estadounidenses trabajan demasiado, pero existen remedios sencillos y «superficiales» para este problema. Uno de ellos consiste en restringir legalmente la semana laboral, en imponer vacaciones obligatorias y en prolongar la baja materna y paterna bien retribuida (en Norteamérica ya existe el «viernes informal», un día en que el trabajador puede optar por no llevar traje ni corbata, para crear un ambiente más próximo al fin de semana; en Francia han hallado una solución mucho mejor: lo llaman «no trabajar los viernes»). Estos cambios institucionales serían mucho más útiles para combatir el consumismo que cualquiera de las estrategias de autocontrol recomendadas por Schor.

*

Veamos el caso de Michelle Rose, una madre estadounidense de cuarenta y un años que vive en Vermont y ha sufrido una serie de tragedias personales que incluyen un fracaso matrimonial y una situación de maltrato. Pero ahora las cosas han cambiado. Rose ha conseguido recomponer su vida. El momento crucial fue cuando perdió todo lo que tenía en un fuego que redujo su casa a escombros. Esta fue la llamada de atención que le hacia falta. Fue cuando descubrió (según la revista
Real Simple
) que para vivir «sólo necesitaba lo que la tierra pudiera darle».

Esto parece el comienzo de una edificante historia sobre una mujer que aprendió a trascender los valores materialistas y huir del salvaje consumismo que domina nuestra cultura. Una foto a doble página muestra a Michelle trabajando en su jardín: «Con mucho cuidado, mete las plantas en sus agujeros y lentamente los rodea de tierra. Sus movimientos son tiernos, casi maternales. Aquí, entre el barro, se siente ella misma».

Sin embargo, al ir avanzando la historia se complica. Resulta que el «barro» del norte del estado de Vermont no es todo lo bueno que Rose esperaba. Su pequeño jardín, al que acude para relajarse de sus preocupaciones, está nada menos que en Kauai, «una de las islas menos pobladas y más frondosas de Hawaii». Para llegar hasta allí, Rose tiene que ir en coche a Burlington, en avión a Chicago, coger otro par de aviones más y hacer un trayecto final de una hora hasta llegar a su terreno. Varias veces al año acude a «limpiar y preparar sus cuatro hectáreas de tierra para el té, el sándalo y el bambú que ha empezado a cultivar». Cuando sus hijos acaben el instituto, tiene pensado «simplificar su vida», es decir, mudarse a vivir en la isla.

Así es el nuevo consumismo. En un momento dado se puso de moda irse al norte de Vermont para huir de todo. Y, claro, el norte de Vermont está abarrotado de gente. Entonces, ¿qué es lo siguiente? Una isla perdida en mitad del Pacífico. Por supuesto, ese tipo de islas son escasas. Pero, de momento, Rose ha logrado adelantarse a las masas. El artículo nos lo explica: «Al contrario que los turistas de multipropiedad que vienen a la isla a tomar cócteles Mai Tai e ir a fiestas
luau
, a Michele lo que le atrae es el barro». Por si a alguien no le ha quedado claro, Michelle aporta más datos. «Casi todos los que vienen de vacaciones van al sur de la isla», nos dice, donde hace un clima más soleado. Además, su parcela está en plena selva tropical. «Nos gusta el aire húmedo», explica. Claro que sí. Rose no va al otro lado de la isla por la peculiar sensación de superioridad moral que le produce aislarse de los turistas. Lo hace exclusivamente por la
humedad
.

¿Y la idea de plantar té? Eso tampoco es capitalismo auténtico. «En cuatro hectáreas se pueden obtener varias toneladas de té… Para la empresa Lipton no será mucho, pero para un negocio local de infusiones orgánicas, supone una cantidad considerable». Además, el proyecto no es que sea precisamente barato. Resulta que Michelle tiene un empleado a tiempo completo, dedicado a cuidarle el «barro» cuando ella no está. También ha contratado los servicios de un constructor para que le haga tres edificios de «cedro veteado con madera de teca», uno de los cuales va a destinar al té orgánico que pretende cultivar. El estilo es una mezcla de «primitivo y elegante». Pero ¿cómo demonios va a pagar todo eso? Resulta que ha recibido un buen pellizco de dinero al divorciarse. Y su marido, que es arquitecto y catedrático (nos informan en un apartado adicional), ha diseñado amorosamente los futuros edificios. ¿No es maravilloso lo que puede aprender uno cuando pierde todos sus bienes materiales en un incendio?

Obviamente, aquí hay algo que falla. Para ser una persona poco materialista que ha optado por vivir de una manera «sencilla», Michele se está gastando una enorme cantidad de dinero. Su actitud se podría llamar «la paradoja del antimaterialismo». Durante los últimos cuarenta años, la filosofía antimaterialista ha sido uno de los mejores negocios del capitalismo consumista estadounidense. El fallo es que no todo el mundo tiene tiempo para ponerse a cultivar té orgánico. Lo normal es que la gente tenga que trabajar. Pero aunque no tengan tiempo ni dinero para vivir como Rose, sí pueden apoyar su filosofía y admirar su sentido estético. Basta con que compren su té orgánico. Sólo hay un fallo: la ideología que defiende la revista
Real Simple
tiene prestigio precisamente por que se opone al materialismo. Cultivar té, en vez de comprarlo más barato y fabricado en serie, nos hace mejores personas, más apegadas a la tierra. Pero «salirse» del mercado del té para producirlo por cuenta propia no destruye los cimientos del consumismo. Lo que hace es crear un mercado de té orgánico más caro y «cien por cien natural» destinado a quienes no tienen tiempo para cultivarlo. En otras palabras, en vez de reducir el consumismo competitivo, lo que hace es aumentarlo.

Por eso no hizo falta que los hippies se «vendieran al sistema» para convertirse en
yuppies
. Y el sistema tampoco «asimiló» su disensión, porque, en realidad, nunca habían disentido. Como han demostrado Michelle Rose y compañía, rechazar la filosofía materialista y la sociedad de masas no implica rechazar el capitalismo consumista. Quien realmente quiera «salirse del sistema» tendrá que hacer lo de Kaczynski y marcharse a vivir en mitad del monte (sin un Range Rover). Como los actos de resistencia simbólica que caracterizan la rebeldía contracultural no logran desestabilizar el «sistema», quien siga a rajatabla la lógica del pensamiento contracultural acabará por protagonizar formas de rebeldía cada vez más radicales. La rebeldía sólo resulta perjudicial si se convierte en genuinamente antisocial. Y en este caso el individuo en cuestión no es un rebelde, sino un pelmazo.

Segunda parte
6.
Uniformes y uniformidad

U
no de los elementos más atractivos del universo
Star Trek
es la ausencia absoluta de marcas comerciales. Huelga decir que los personajes de la serie casi siempre llevan uniforme. Además, ninguno de los objetos que aparece en la serie —los productos de alimentación, los aparatos tecnológicos y domésticos, los ordenadores, mecanismos
tricorder
[27]
, armas y demás— tiene una marca registrada, ni un logotipo ni nombre comercial. Es más, ninguno de estos objetos aparece con la profusión, variedad y especialización a que estamos acostumbrados en nuestro mundo. En casi todo lo demás, el universo de
Star Trek
es homogéneo. En este aspecto, difiere totalmente del resto de la ciencia-ficción actual. El futuro que nos ofrecen el cine (por ejemplo,
Blade Runner)y
la literatura (William Gibson y Neal Stephenson, entre otros), consiste en un capitalismo dominado por la tecnología de la comunicación, las grandes corporaciones, las franquicias y los artículos de consumo.

Sin embargo, los habitantes de
Star Trek
prácticamente ignoran el impacto de la tecnología de la información, los mercados y los bienes de consumo (tan importantes en el subgénero del ciberpunk). ¿Pensó el capitán Jean-Luc Picard que una batalla breve pero decisiva contra los Borg haría recuperar a los miembros de la Federación su confianza como consumidores? Con lo presumido que era James T. Kirk, ¿hablaba de moda alguna vez? Esta falta de interés por la cultura del consumo acerca a
Star Trek
a la ciencia-ficción de la década de 1950, cuyo futuro estaba dominado por la rivalidad militar entre los gobiernos y las ideologías, no por la competencia comercial de las grandes empresas y los consumidores entre sí.

En el futuro de
Star Trek
sí triunfan otros valores típicos estadounidenses, al menos dentro de la Federación. Como han señalado numerosos autores, cada etapa tiende a reflejar la realidad política imperante, de modo que los músculos militares y las consignas izquierdosas del capitán Kirk dieron paso al quisquilloso multiculturalismo de Picard y Janeway. Siempre existe la tentación de considerar esa ausencia de productos e ideas consumistas como un indicio de la mala calidad y la escasez de imaginación de los guionistas. Pero esa conclusión sería precipitada y simplista. También podría interpretarse como una alegoría política de un futuro maravilloso en el que los ciudadanos de la Federación han hallado el modo de ser individuos sin ser rebeldes, de llevar uniformes sin caer en una lúgubre uniformidad existencial.

Nuestra sociedad es exactamente lo contrario. Todos estamos, hasta rozar lo ridículo, obsesionados con la ropa que nos ponemos y, una vez más, la contracultura ha contribuido enormemente a crear esta fijación con nuestra apariencia. Hoy en día, numerosas publicaciones alternativas tienen pequeñas secciones de «estilo» con fotos del urbanita de turno sometido a un minucioso inventario de su ropa y accesorios, en donde se detalla la procedencia de cada objeto. El trasfondo competitivo de la moda alternativa es obvio. Se nos indica que tenemos que comprar la ropa en una tienda estrafalaria, o de una manera poco convencional, o por un precio excepcionalmente bajo. Cada prenda debe ser única y tener su propia historia. Conviene que el estilismo sea ecléctico, pero no vulgar.

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