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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Refugio del viento (12 page)

Y quizá sea cierto, pensó Maris más tarde, cuando se ató las alas y saltó al viento, con Dorrel a un lado y Garth al otro. Pero haber cambiado el mundo no parecía tan importante ni tan auténtico como el viento en el pelo y la familiar tensión en los músculos cuando se elevaba, cabalgando en sus amadas corrientes, que había creído perdidas para siempre. Volvía a tener alas, volvía a tener el cielo. Ahora era ella misma, ahora era feliz.

Segunda Parte
Un-Ala

Lo más extraño de morir era lo fácil que resultaba, lo tranquilo y lo bello.

El aire quieto rodeó a Maris sin previo aviso. Un instante antes, la tormenta rugía a su alrededor. La lluvia le azotaba los ojos y le corría por las mejillas, repiqueteando contra el metal plateado de las alas. Los vientos eran potentes, la zarandeaban de aquí para allá, la empujaban con desprecio, como si ella fuera una chiquilla novata en el aire. Bajo los montantes de las alas, los brazos le dolían por el esfuerzo. Nubes negras oscurecían el horizonte, y el mar bajo ella era turbulento y rabioso. No había tierra alguna a la vista. Maris maldijo, sufrió y voló.

Entonces la envolvió la paz, la calma, la muerte.

Los vientos se detuvieron y la lluvia cesó. Las salvajes olas del mar desaparecieron. Incluso las nubes parecieron retroceder, hasta quedar infinitamente lejos. Se hizo el silencio, una nada aterradora, como si el tiempo se hubiera detenido para recuperar el aliento.

En el aire quieto, con las alas extendidas, Maris empezó a descender.

Fue un descenso gradual, algo hermoso, elegante, e inevitable. Sin una brisa que la empujara o la elevara, sólo podía planear hacia adelante y hacia abajo. No fue una caída. Pareció durar eternamente. Mucho más allá, alcanzó a ver el punto donde chocaría contra el agua.

Por un breve instante, sus instintos de alada la impulsaron a luchar. Intentó girar hacia un lado, hacia el otro, intentó virar por avante, buscó en vano una corriente ascendente, un viento cualquiera en el cielo quieto. Agitó las alas, de seis metros de envergadura, y un repentino rayo de sol arrancó destellos del metal plateado. Pero siguió descendiendo.

Entonces se serenó, quedó tan tranquila como el aire, con una calma interior tan impresionante como la del mar que se extendía bajo ella. Sintió la profunda paz de la rendición, el alivio de ver concluida su larga batalla contra los vientos. Pensó que siempre había estado a su merced, que nunca los había controlado. Eran violentos, y ella débil. Y estúpida por haber soñado lo contrario. Miró hacia arriba, preguntándose si vería a los alados fantasmas que, según las leyendas, poblaban el aire quieto.

Barrió el agua en primer lugar con las puntas de las botas, y luego su cuerpo se estrelló contra el suave espejo gris del océano. El impacto del agua fría la marchitó como una llamarada, y se hundió…

… Y se despertó, empapada en sudor, sin aliento.

El silencio le latió en los oídos. El sudor se le secó al contacto con el aire frío, y se incorporó, desorientada, a ciegas. Al otro lado de la habitación había una delgada línea de brasas, pero en el
Nido de Águilas
estarían al otro lado de la cama, y en su casa mucho más cerca. El aire olía a lodo y a musgo marino.

Fue el olor lo que le dio la pista. Estaba en la academia, pensó aliviada, en Alas de Madera; de repente, todas las sombras se disolvieron para dar paso al familiar entorno. Poco a poco, se fue relajando, y ahora Maris estaba completamente despierta. Se puso una camisa de gruesa lana y avanzó cautelosamente por la oscura habitación hacia la chimenea, para encender una vela con los rescoldos.

A la luz de la vela, vio una pequeña jarra de piedra junto a la cama baja, y sonrió. Exactamente lo que necesitaba para acabar con las pesadillas.

Se sentó en la cama con las piernas cruzadas y tomó un sorbo del frío vino especiado, mientras contemplaba la danza de la llama de la vela. El sueño la intranquilizaba. Como todos los alados, Maris temía el aire quieto, pero hasta entonces no le había provocado pesadillas. Y la paz que sintió, la sensación de rendición, de aceptación… Eso era lo peor. Soy una alada, pensó. Y ese sueño es impropio de un verdadero alado.

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo Maris, dejando a un lado la jarra de vino.

Allí estaba S'Rella, una jovencita menuda y morena con el pelo muy corto, al estilo del Archipiélago del Sur.

—El desayuno está preparado, Maris —dijo con el suave acento que delataba su origen—. Pero Sena quiere verte antes. Está en su habitación.

—Gracias —sonrió Maris.

Le gustaba S'Rella, quizá la mejor de entre todos los alumnos de Alas de Madera. La isla del Archipiélago del Sur donde nació estaba a todo un mundo de distancia de la Amberly Menor natal de Maris. Pero, a pesar de las diferencias, se sentía identificada con la jovencita. S'Rella era menuda, pero decidida, con una energía que no correspondía a su talla. Hasta ahora, en el cielo, le faltaba elegancia. Pero era lo suficientemente tenaz como para confiar en una rápida mejoría. Maris ya llevaba diez días trabajando con la bandada de futuros alados de Sena, y consideraba a S'Rella una de los tres o cuatro más prometedores.

—¿Quieres que te espere para mostrarte el camino? —preguntó la chica cuando Maris saltó de la cama para lavarse en la vasija de agua que tenía al otro lado de la habitación.

—No —dijo Maris—, ve a desayunar. Me las arreglaré para encontrar yo sola a Sena.

Sonrió para suavizar la negativa, y S'Rella le devolvió la sonrisa, no sin algo de timidez, antes de marcharse.

Pocos minutos más tarde, Maris se lo estaba pensando mejor mientras recorría el estrecho y oscuro pasillo, en busca del pequeño cuarto de Sena. La academia Alas de Madera era una estructura antigua, una enorme roca atravesada por túneles y cuevas, algunas naturales, otras excavadas por manos humanas. Las cavernas inferiores estaban siempre inundadas, e incluso en las superiores, en la parte habitada, muchas de las habitaciones y todos los pasillos carecían de ventanas, nunca recibían la luz del sol ni la de las estrellas. El olor a mar lo impregnaba todo. En los viejos tiempos fue una fortaleza, se construyó durante la terrible revolución de Colmillo de Mar contra Gran Shotan. Luego quedó desocupada hasta que el Señor de Colmillo de Mar se la ofreció a los alados para instalar su academia de entrenamiento. Desde entonces habían transcurrido siete años, y Sena y sus discípulos habían arreglado la mayor parte, pero todavía era muy fácil equivocarse de camino y perderse en las partes deshabitadas.

El tiempo transcurría sin dejar rastro por los pasillos de Alas de Madera. Las antorchas se consumían en los huecos de la piedra, se agotaba el aceite de las lámparas, y podían pasar días sin que nadie se diera cuenta. Maris atravesó cautelosamente un oscuro tramo de pasillo, nerviosa y un poco oprimida por el peso de la fortaleza sobre ella. No le gustaba estar bajo tierra, encerrada. Iba contra todos sus instintos de alada.

Aliviada, Maris vio el tenue resplandor de una luz más adelante. Tras un último recodo, volvió a encontrarse en terreno familiar. Si no había perdido todo el sentido de la orientación, la habitación de Sena debía de ser la primera a la izquierda.

—Maris. —Sena levantó la vista y sonrió. Estaba sentada en una mecedora, tallando un trozo de madera suave con un cuchillo de hueso, pero lo dejó a un lado e hizo señal a Maris de que entrase—. Estaba a punto de llamar a S'Rella otra vez para enviarla a buscarte. ¿Te has perdido en nuestro laberinto?

—Casi —respondió Maris sacudiendo la cabeza—. Tendría que haberme acordado de llevar una luz. Soy capaz de ir de mi habitación a la cocina, o a la sala de estar, o fuera. Pero, aparte de eso, la cosa empieza a ser menos segura.

Sena se echó a reír, pero era sólo una carcajada educada para enmascarar un estado de ánimo que estaba muy lejos de ser alegre. La maestra era una antigua alada. Tenía tres veces la edad de Maris, y quedó atada a la tierra diez años antes, en la clase de accidente que solía ser demasiado corriente entre los alados. Por lo general, el vigor y el entusiasmo de la mujer ocultaban su edad, pero esta mañana parecía vieja y cansada. El ojo inútil, como un trozo de lechoso cristal marino, hacía más pesado el lado izquierdo de su rostro. Parecía temblar bajo la carga.

—¿Por qué has enviado a S'Rella a buscarme? —preguntó Maris—. ¿Hay noticias?

—Hay noticias —asintió Sena—. Y no son buenas. Pensé que sería mejor no comentarlo durante el desayuno hasta después de haberlo discutido contigo.

—¿Sí?

—En el Archipiélago Oriental han cerrado Hogar del Aire —dijo Sena.

Maris suspiró y se recostó en la silla. De pronto, ella también se sentía cansada. La noticia no era una gran sorpresa, pero sí algo descorazonador.

—¿Por qué ahora? —preguntó—. Hablé con Nord hace tres meses, cuando me enviaron con un mensaje a Lejana Hunderlin. Él creía que la academia seguiría abierta, al menos hasta la próxima competición. Incluso me dijo que tenía varios alumnos prometedores.

—Hubo una muerte. Uno de esos prometedores alumnos, una chica, hizo una tontería y rozó el acantilado con un ala. Nord no pudo hacer más que contemplar impotente como se estrellaba contra las rocas. Peor aún, los padres de la alumna también estaban allí. Gente rica, poderosa, unos comerciantes de Cheslin que poseen más de una docena de barcos. La alumna estaba haciendo una exhibición para ellos. Por supuesto, los padres acudieron al Señor de la Tierra para pedir justicia. Acusaban a Nord de negligencia.

—¿Y es verdad?

Sena se encogió de hombros.

—Era un alado mediocre cuando tenía alas, y no creo que, como maestro, fuera mucho mejor. Siempre buscaba impresionar. Y tenía una tendencia excesiva a sobreestimar a sus alumnos. El año pasado avaló a nueve para los desafíos. Todos fallaron, algunos ni siquiera debieron intentarlo. Yo sólo avalé a tres. Según me han dicho, esa chica que murió sólo llevaba un año en Hogar del Aire. ¡Un año, Maris! Quizá tuviera talento, pero es muy propio de Nord dejarla ir demasiado lejos, demasiado pronto. Bueno, ahora es demasiado tarde. Ya sabes que, según algunos Señores de la Tierra, las academias no son más que un gasto, un gasto inútil. Sólo necesitaban una excusa. Despidieron a Nord y cerraron la escuela. Fin. Y ahora, todos los niños del Archipiélago Oriental tendrán que renunciar a sus sueños, resignarse a su lugar en la vida.

La voz de la anciana era amarga.

—Entonces, sólo quedamos nosotros —murmuró Maris.

—Somos los últimos —asintió Sena—. ¿Y por cuánto tiempo? La Señora de la Tierra me envió anoche un corredor. Fui, cojeando, a recibir sus buenas noticias, y luego hablamos. No está satisfecha con nosotros, Maris. Dice que ya lleva siete años dándonos comida, alojamiento y monedas de hierro, pero que no ha recibido a ningún alado a cambio. Se impacienta.

—Comprendo —respondió Maris.

Conocía a la Señora de Colmillo de Mar sólo por su reputación, pero con aquello bastaba. Colmillo de Mar estaba cerca de Gran Shotan, pero tenía una larga y salvaje tradición de independencia. Su actual gobernadora era un mujer orgullosa y ambiciosa, muy resentida por el hecho de que la isla jamás hubiera tenido un alado propio. Había luchado mucho para que la academia del Archipiélago Occidental se asentara en Colmillo de Mar, y al principio la apoyó generosamente. Y ahora esperaba resultados.

—No lo comprende —siguió Maris—, ningún atado a la tierra lo comprende de verdad. En las competiciones, los Alas de Madera tienen que enfrentarse a alados con años de experiencia o a hijos de alados que han sido educados para volar. Si te dieran un poco de tiempo…

—Tiempo, tiempo, tiempo —dijo Sena con un atisbo de ira en la voz—. Sí, es lo mismo que le dije a la Señora de la Tierra. Pero ella me respondió que siete años era tiempo más que suficiente. Tú eres una alada, Maris. Yo fui una alada. Las dos somos conscientes de las dificultades, de que hay que entrenar año tras año, de que hay que practicar hasta que los brazos te tiemblan de tanto forzarlos y las palmas de las manos te sangran de agarrarte a las alas. Los atados a la tierra no saben nada de eso. Hay demasiados que piensan que la lucha se ganó hace siete años. Creyeron que, a la semana siguiente, el cielo estaría lleno de pescadores, tejedoras y sopladores de vidrio, y se desanimaron cuando llegó la primera competición y los alados, o los hijos de los alados, derrotaron a todos los atados a la tierra que los desafiaron.

Al menos, entonces se preocupaban. Pero me temo que ahora se han resignado. En los siete años que han pasado desde el gran Consejo, en los siete años de existencia que llevan las academias, sólo un atado a la tierra llegó a ganar las alas. Y volvió a perderlas al año siguiente, en la siguiente competición. A veces pienso que la gente ya sólo viene a ver las competiciones para presenciar los desafíos de familia. Se habla de los desafíos de mis Alas de Madera como de una especie de interludio cómico, una breve actuación de los payasos para aligerar las pausas entre las auténticas carreras.

—Sena, Sena —la interrumpió Maris, preocupada. La anciana había volcado toda la pasión de su vida destrozada en los sueños de los jóvenes que acudían a Alas de Madera para pedir el cielo. Ahora estaba terriblemente apenada, y la voz le temblaba muy a su pesar—. Comprendo tu dolor —dijo Maris, tomando la mano de Sena—, pero no estamos tan mal como dices.

El ojo sano de la mujer se posó en Maris con escepticismo, y le apartó la mano.

—Sí —insistió—. Nadie te lo dirá a ti, por supuesto. A nadie le gusta ser portador de malas noticias, y todos saben lo que significan para ti las academias. Pero es verdad. —Maris intentó interrumpirla, pero Sena la obligó a callar con un movimiento de la mano—. No, ya basta, no quiero oír ni una palabra más sobre mi dolor. No te he llamado para que me consueles, ni para que llegáramos tarde a desayunar. Quería comunicarte las noticias en privado, antes de decírselas a los demás. Y también quería pedirte que volases a Gran Shotan.

—¿Hoy?

—Sí —respondió Sena—. Has hecho un buen trabajo con los chicos. Les viene muy bien tener a una auténtica alada entre ellos. Pero podremos prescindir de ti por un día. Sólo tardarás unas horas.

—Desde luego —aceptó Maris—. ¿De qué se trata?

El alado que comunicó las noticias sobre Hogar del Aire a la Señora de la Tierra traía también otro mensaje. Un mensaje privado para mí. Uno de los alumnos de Nord quiere seguir estudiando, y espera que le avale en la próxima competición. Pide permiso para viajar hasta aquí.

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