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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Refugio del viento (9 page)

—Te has hecho daño. —Vertió en un plato agua caliente de la tetera, cogió un paño limpio y se arrodilló ante ella. El fino tejido limpiando la sangre seca era tan suave como una lengua—. Ah, no es tan malo como parecía —murmuró mientras la limpiaba—. Sólo las rodillas, unos arañazos superficiales. Mal aterrizaje, cariño.

La proximidad de Dorrel y el toque suave de sus manos la hicieron estremecer, y de pronto la tensión, el miedo y la debilidad desaparecieron. Una de las manos del joven se deslizó hasta el muslo y no se movió.

—Dorr —dijo suavemente, casi demasiado paralizada para hablar por el momento.

Él levantó la vista, sus ojos se encontraron, y por fin Maris volvió a él.

—Funcionará —aseguró Dorrel—. Tienen que darse cuenta, no pueden negártelo.

Estaban sentados, desayunando. Mientras Dorrel preparaba té y huevos, Maris le había explicado su plan con todo detalle.

Ahora ella sonreía mientras se servía más huevos. Se sentía feliz y esperanzada.

—¿A quién avisarás primero sobre la convocatoria del Consejo?

—Creo que a Garth —decidió Dorrel rápidamente—. Iré a su casa, luego nos dividiremos para llevar el mensaje a las islas más cercanas y que se divulgue desde ellas. Habrá otros que quieran ayudar. Ojalá pudieras venir tú también —dijo con una mirada cariñosa—. Sería bonito volar juntos de nuevo.

—Tendremos mucho tiempo para hacerlo, Dorrel. Si…

Sí, sí, tendremos muchas ocasiones de volar juntos, pero… Esta mañana sería especialmente bonito. Sería bonito.

Sí. Sería bonito.

Maris siguió sonriendo y, al final, él tuvo que sonreír a su vez. Estaba tendiendo la mano sobre la mesa para tomar la de la joven, o acariciarle el rostro cuando un repentino golpe en la puerta, fuerte y autoritario, les paralizó.

Dorrel se levantó para abrir. En la silla, Maris resultaba perfectamente visible desde la puerta, pero era inútil intentar esconderse, y no había una segunda salida.

Era Helmer, con las alas plegadas atadas a la espalda. Miró directamente a Dorrel, sin pasar.

—Corm se ampara en el derecho de todo alado a convocar el Consejo —dijo con voz inexpresiva, forzada y excesivamente formal—. Para hablar sobre la ex alada Maris de Amberly Menor, que ha robado las alas de otro.

—¿Cómo? —Maris se levantó rápidamente—. ¿Qué Corm ha convocado el Consejo, Helmer? ¿Por qué?

Dorrel volvió la cabeza para mirarla y luego se dirigió a Helmer que, aunque parecía incómodo, estaba ignorando abiertamente a Maris.

—¿Por qué, Helmer? —preguntó con más tranquilidad que la joven.

—Ya te lo he dicho. Y no tengo tiempo para quedarme aquí moviendo el viento con la boca. Hay que informar a otros alados, y es mal día para volar.

—Espérame —decidió Dorrel—. Dame algunos nombres y algunas islas a las que ir, te facilitaré el trabajo.

Las comisuras de la boca de Helmer se tensaron.

—Pensé que no querías ir en esta misión, y menos por estas razones. No iba a pedirte ayuda, pero ya que te ofreces…

Helmer instruyó rápidamente a Dorrel mientras el joven se ponía de inmediato las alas. Maris caminó por la habitación, otra vez cansada, sorprendida y confusa. Evidentemente, Helmer estaba decidido a ignorarla, y para ahorrarle y ahorrarse un mal trago, no volvió a hacerle preguntas.

Dorrel la besó y la abrazó fuertemente antes de salir.

—Da de comer a Anitra, e intenta no preocuparte. Espero estar de vuelta para cuando anochezca.

Cuando los alados se fueron, la casa le pareció sofocante. Y salir no arreglaba nada, según descubrió Maris cuando se apoyó en la puerta. Helmer tenía razón, era mal día para volar. Era uno de esos días que hacen pensar en el aire quieto. Se estremeció repentinamente, temiendo por Dorrel. Pero era demasiado hábil y demasiado inteligente para que se preocupase por él, pensó Maris intentando recuperar la seguridad. Y, si se quedaba todo el día sentada, pensando en el peligro que corría el joven, se volvería loca. Ya era suficientemente frustrante tener que esperar allí, sin el cielo. Levantó la vista hacia las brillantes nubes. Si el Consejo la condenaba a ser una atada a la tierra por el resto de su vida…

Pero ya habría tiempo de apenarse en el futuro, así que decidió no pensar en ello. Volvió a entrar en la casa.

Anitra, un ave nocturna, estaba dormida tras las cortinas. La casa estaba tranquila y muy vacía. Por un momento, deseó que Dorrel estuviera allí para calmarla, compartiendo sus ideas, especulando con ella sobre las razones de Corm para convocar el Consejo. Sola, las ideas no dejaban de darle vueltas en la cabeza, como pájaros en una trampa.

Sobre el armario de Dorrel había un juego de geechi. Maris lo bajó y colocó los suaves guijarros blancos y negros en una sencilla posición de apertura, una con la que su mente se sentía a gusto. Empezó a moverlos, jugando con los dos colores, configurando nuevas distribuciones de las piedras sin pensar, cada una sugerida por la anterior, tan inevitable como un desafío. Entretanto, pensó.

Corm es un hombre orgulloso, y he herido su orgullo. Tiene reputación de ser uno de los mejores alados, y yo, la hija de un pescador, le he robado las alas y le he vencido en una carrera. Para limpiar su orgullo tiene que humillarme públicamente, de manera ostentosa. No le basta con recuperar las alas. No, todo el mundo, todos los alados deben estar presentes para ver cómo me humilla y me declara fuera de la ley.

Maris suspiró. Era eso. Este Consejo tenía por misión declarar fuera de la ley a la alada atada a la tierra que robó unas alas. Oh, sí, se escribirían canciones sobre el tema. Pero quizá no importara. Aunque Corm le hubiera tomado la delantera, el Consejo podía volverse contra él. Ella, la acusada, tendría derecho a hablar, a defenderse, a atacar aquella tradición sin sentido. Y Maris supo que tendría las mismas oportunidades en el Consejo de Corm que en el que hubiera convocado Dorrel. Sólo que ahora era consciente de la magnitud de la rabia de Corm.

Bajó la vista hacia el tablero de geechi. Los guijarros blancos y negros estaban distribuidos en el centro del tablero, enfrentados. Los dos ejércitos habían adoptado formaciones de ataque: evidentemente, aquélla no sería una partida de esperas. Las capturas empezarían con el próximo movimiento.

Maris sonrió y barrió los guijarros de la mesa.

El Consejo tardó todo un mes en reunirse. Dorrel transmitió la llamada a cuatro alados el primer día. Cada uno de ellos contactó con otros, que a su vez contactaron con otros, y así la noticia recorrió las dispersas islas que poblaban los mares de Windhaven. Se envió un mensajero especial a las Islas Exteriores y otro a la desolada Artellia, la gran isla helada del norte. Pronto todos estuvieron al tanto, y fueron llegando de uno en uno a la reunión.

Se celebraría en Amberly Mayor. Por derecho, el Consejo debía tener lugar en Amberly Menor, donde vivían tanto Corm como Maris, pero en la pequeña isla no había ningún edificio capaz de albergar a la multitud que se reuniría, mientras que en Amberly Mayor, sí: una enorme sala húmeda que rara vez se usaba.

Allí se dirigieron los alados de Windhaven. No todos, claro, porque siempre había emergencias, algunos todavía no habían recibido el mensaje y otros estaban ilocalizables, en largos y peligrosos vuelos. Pero acudió la mayoría, la inmensa mayoría, y con eso bastaba. Nadie había visto jamás una reunión como aquélla. Incluso las competiciones anuales en el
Nido de Águilas
eran pequeñas comparadas con esto, simples concursos locales entre el Archipiélago Oriental y el Occidental.

Todo estaba inmerso en un ambiente festivo. Los primeros en llegar se pasaban las noches bebiendo, para regocijo de los comerciantes de vinos, y también intercambiaban historias, canciones y cotillees interminables sobre el Consejo y sus posibles resultados. Barrion y otros bardos los entretenían por las noches, y de día jugaban y echaban carreras en el aire. Los últimos en llegar fueron calurosamente recibidos. Maris, que había volado desde Laus después de obtener un permiso especial para utilizar las alas una vez más, se moría por unirse a ellos. Allí estaban todos sus amigos, y Corm, junto con todas las alas del Occidental. También acudieron los Orientales, muchos de ellos vestidos con pieles y metal, que le recordaban inevitablemente cómo vestía Cuervo, hacía tanto tiempo. Había tres pálidos artellianos, cada uno de los cuales llevaba un aro de plata en torno a la frente, aristócratas de una tierra fría y oscura donde los alados eran tanto reyes como mensajeros. Se unieron, hermanos e iguales, a los alados uniformados de rojo del Gran Shotan, a los veinte representantes de las Islas Exteriores y al escuadrón de bronceados sacerdotes alados procedentes del Archipiélago Sur, que servían al Dios del Cielo al tiempo que a sus Señores de la Tierra. Verles, conocerles, caminar entre ellos, entre la amplitud y diversidad de las culturas de Windhaven, conmovió a Maris más que nada en su vida. Aunque por poco tiempo, ella había volado. Había sido uno de los pocos privilegiados. Pero existían tantos lugares que aún no conocía… Si pudiera tener sus alas otra vez…

Por fin llegaron todos aquellos a los que se esperaba. El Consejo se celebraría al anochecer. Aquella tarde no habría aglomeraciones en las tabernas de Ciudad Amber.

—Tienes una oportunidad —dijo Barrion a Maris en los escalones de la sala antes de la reunión. Coll y Dorrel también estaban con ella—. La mayoría de los alados están de buen humor, después de unas semanas de vino y canciones. Los veo todas las noches, canto, hablo con ellos y sé una cosa: te escucharán. —Les ofreció una de sus astutas sonrisas—. No es una cosa muy corriente en los alados.

Dorrel asintió.

—Garth y yo hemos hablado con muchos. Hay bastantes que simpatizan contigo, sobre todo los jóvenes. Los mayores tienden más a estar del lado de Corm, del lado de la tradición, pero ellos tampoco se han decidido definitivamente.

Maris sacudió la cabeza.

—Hay más alados mayores que jóvenes, Dorr.

Barrion le puso una mano paternal en el hombro.

—Entonces, tendrás que ganártelos también a ellos. Después de todo lo que te he visto hacer, apuesto a que te resultará sencillo.

El bardo sonrió.

Los delegados ya estaban sentados dentro, y Maris oyó en la puerta que había tras ella cómo el Señor de Amberly Mayor hacía sonar los tambores ceremoniales que señalaban el principio del Consejo.

—Tenemos que entrar —dijo.

Barrion asintió. No era un alado, y por tanto le estaba vedada la entrada a la reunión. Dio a Maris una palmada en el hombro para desearle suerte, luego tomó su guitarra y bajó lentamente los escalones. Maris, Coll y Dorrel entraron rápidamente.

La sala era un inmenso cuenco de piedra rodeado de antorchas. En el centro se había preparado una mesa larga. Los alados se sentaban alrededor de ella en semicírculo, en los duros peldaños de piedra que formaban el embudo del foro, grada tras grada, hasta llegar a donde la pared se unía con el techo. Jamis el Mayor, con el fino rostro marcado por la edad, se sentaba al centro de la larga mesa. Aunque ya llevaba varios años atado a la tierra, todavía se le apreciaba mucho por su experiencia y personalidad. Había venido en barco para presidir el Consejo. A sus dos lados se sentaban los dos únicos no alados que podían asistir al Consejo: el Señor de Amberly Mayor y el corpulento gobernador de Amberly Menor. Corm ocupaba el cuarto asiento, en el extremo derecho de la mesa. A la izquierda había una quinta silla, vacía.

Maris se dirigió hacia allí, su sitio. Dorrel y Coll se sentaron en las gradas. Los tambores sonaron de nuevo, pidiendo silencio. Maris se sentó y miró a su alrededor mientras los asistentes callaban.

Coll encontró un sitio en la parte de arriba, entre los jóvenes sin alas. Muchos de ellos habían venido en bote desde las islas cercanas para ver cómo se hacía la historia. Pero, al igual que Coll, no tomarían parte en la decisión. Ahora ignoraban al joven aspirante a bardo, como era de esperar. Unos niños ansiosos de cielo no podían comprender que otro cediera sus alas voluntariamente. Coll parecía fuera de lugar y solo, como Maris.

Los tambores callaron. Jamis el Mayor se levantó, y su voz profunda resonó por toda la sala.

—Éste es el primer Consejo de alados al que asistimos —dijo—. La mayoría de vosotros estáis al corriente de las circunstancias por las que se ha convocado. Las reglas serán sencillas. Puesto que es el convocante, Corm hablará en primer lugar. Luego Maris, a la que se acusa, tendrá ocasión de responderle. Después, cualquier alado o ex alado presente podrá tomar la palabra. Sólo os pido que habléis en voz alta y que os identifiquéis al empezar. La mayoría de los presentes no nos conocemos.

Se sentó.

Corm se levantó de la silla y rompió el silencio.

—He convocado este Consejo por el derecho de todo alado a hacerlo —empezó con voz segura y resonante—. Se ha cometido un crimen cuya naturaleza y consecuencias son tales que a todos nos corresponde juzgarlo. Los alados deben actuar como uno solo. La decisión que tomemos decidirá nuestro futuro, como sucedió con las decisiones de los anteriores Consejos. Imaginad lo que sería el mundo ahora si nuestros padres hubieran decidido llevar la guerra al aire. No existiría la sociedad de los alados, estaríamos divididos en luchas y rivalidades regionales, en vez de mantenernos al margen de las disputas de la tierra.

Siguió así, trazando un cuadro de desolación que habría tenido lugar si el anterior Consejo hubiera tomado la decisión errónea. Maris pensó que era un buen orador. Tenía el don de hablar, como Barrion el de cantar. Tuvo que sacudirse el hechizo que estaba creando Corm, y se preguntó si podría estar a la altura para replicarle.

—El problema que se nos presenta hoy en este Consejo es igualmente grave —siguió el alado—. Y vuestra decisión no afectará a una sola persona, por la que quizá sintáis simpatía, sino a todos nuestros hijos, a las generaciones venideras. Recordadlo mientras escucháis los argumentos que se expondrán esta noche.

Miró a su alrededor, y aunque los ojos ardientes de Corm no se posaron en ella, Maris se sintió intimidada.

—Maris de Amberly Menor ha robado unas alas —dijo—. Creo que todos conocéis la historia. —Pero, de todos modos, Corm la contó, desde el nacimiento de la joven hasta la escena de la playa—… Y ya se había encontrado a un nuevo portador. Pero antes de que Devin de Gavora llegara para tomar posesión de sus alas, Maris las robó y huyó.

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