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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Refugio del viento (19 page)

Era como si el mismo cielo favoreciera a Val aquella tarde, pensó Maris, resentida, mientras maniobraba para girar. Los vientos jugaban con ella y la hacían trastabillar, soplando a ráfagas impredecibles cada vez que intentaba cabalgar sobre ellos. Pero, en cambio, permitían que Val volase libremente. El joven casi parecía ignorar la peligrosa incertidumbre de las corrientes, arreglándoselas para encontrar, en medio del cambio constante, un viento seguro y fluido sobre el que planear.

Maris supo entonces que había perdido la carrera. Val estaba a mucha más altura que ella, a sabiendas de que muchas veces la velocidad acompaña a la altitud. Tardaría demasiado en llegar a su nivel, y eso si encontraba los vientos adecuados. Intentó acortar la distancia que les separaba, pero la lucha con las ráfagas encontradas la agotó, y la certeza de que era demasiado tarde restó tenacidad a sus esfuerzos. Val perdió cierto tiempo bajando para aterrizar, pero aún así pasó por encima del risco por segunda y última vez con dos alas de ventaja sobre ella. Evidentemente, había ganado.

Maris estaba demasiado agotada por el vuelo para sonreírle cuando los dos descendieron en la suave arena de la playa de aterrizaje, y demasiado deprimida para fingir que no le importaba. En silencio, se quitó las alas tan de prisa como le fue posible, aunque los dedos entumecidos resbalaban a menudo sobre las correas. Por fin, sin haber intercambiado todavía una palabra entre los dos, Maris se echó las alas al hombro y se encaminó hacia la fortaleza.

Val le cortó el paso.

—No se lo diré a nadie —prometió.

La mente se le nubló, y Maris sintió un cálido ramalazo de humillación que le enrojeció las mejillas.

—¡No me importa lo que digas, ni a quién se lo digas!

—¿No?

La ligera sonrisa de Val se burló de ella, le hizo comprender lo vacías que eran sus palabras. Evidentemente, sí le importaba.

—¡No ha sido una carrera justa! —le espetó.

Al momento, se arrepintió de la débil e infantil queja.

—No —convino Val. Su voz era tan inexpresiva que Maris no supo si ocultaba un matiz de ironía—. Te has pasado el día volando, y yo estaba descansado. En igualdad de condiciones, no te habría vencido. Los dos lo sabemos.

—No es la primera vez que pierdo —dijo Maris, intentando por todos los medios recuperar el control sobre sus emociones—. No me importa.

—Ya veo —respondió Val—. Bien.

Volvió a sonreír.

Maris se encogió de hombros, irritada. Las alas le arañaban en la espalda.

—Estoy muy cansada. Por favor, discúlpame.

—Desde luego.

Val se apartó a un lado y Maris pasó ante él. Caminó por la arena con las rodillas temblándole y empezó a subir por los gastados escalones cubiertos de musgo que llevaban a la entrada de la fortaleza. Pero, al llegar a la cima, una especie de impulso la hizo titubear y darse la vuelta antes de entrar.

Val no la había seguido. Seguía de pie en la arena, una esbelta figura solitaria a la luz del sol poniente, con las alas plegadas colgadas de un hombro. Miraba hacia el mar, donde un solitario milano describía círculos contra las nubes del atardecer.

Maris sintió un escalofrío y entró.

La competición anual era una fiesta de tres días. En otros tiempos, sólo había concursos y bebida, nadie se jugaba nada excepto el orgullo.

No era un acontecimiento tan multitudinario, y se celebraba por tradición en el
Nido de Águilas
. Pero desde que se instituyera el sistema de desafíos, hacía siete años, la participación de alados creció notablemente, y se hizo necesario trasladar la competición a las islas.

Los Señores de la Tierra luchaban por el privilegio de albergar a los alados, cediendo instalaciones y dándoles facilidades. También era una fiesta para su pueblo, y atraía a multitud de visitantes de otras islas, con los bolsillos llenos de metal. Los atados a la tierra no tenían muchos espectáculos como aquél, y los alados seguían siendo románticos personajes legendarios para la mayoría de ellos.

Aquel año la competición se iba a celebrar en Skulny, una isla de tamaño mediano al Noreste de Pequeña Shotan. La Señora de Colmillo de Mar había fletado un barco para Sena y los Alas de Madera, y un corredor les llevó el aviso de que ya estaba esperándoles en el único puerto de la pequeña isla. Saldrían con la marea de la tarde.

—Salir en la oscuridad —gruñó Sena cuando se sentó junto a Maris para desayunar—, es buscar problemas.

Kerr levantó la vista del plato de gachas.

—Pero es que hay que aprovechar la marea —indicó rápidamente—. Por eso salimos al atardecer.

Sena le miró con el ojo sano, irritada.

—¿Sabes mucho de navegación?

—Sí, señora. Mi hermano Rae es el capitán de un barco mercante, uno grande de tres mástiles, y mi otro hermano también es marinero, aunque sólo trabaja para uno de los barcos que hacen la travesía entre las islas cercanas. Creía que… Bueno, antes de venir a Alas de Madera, creía que yo también sería marinero. Es lo más parecido a volar que existe.

Sena se estremeció.

—Como volar sin control, como volar con un peso que te arrastra hacia el mar, como volar a ciegas. Sí, eso es navegar.

La mujer había hablado en voz alta, y una risa contenida se extendió por la sala. Kerr enrojeció y se concentró en el desayuno que tenía delante.

Maris miró a Sena con simpatía, intentando no reírse para no avergonzar más a Kerr. Aunque llevaba muchos años en tierra, Sena aún sentía el miedo casi supersticioso de los alados a viajar por mar.

¿Cuánto durará? —preguntó Maris.

Si los vientos lo permiten, tres días, incluyendo la parada en Ciudad Tormenta. ¿Qué importa? O llegamos, o nos ahogaremos. —La maestra miró a Maris—. ¿Vas a volar hoy a Skulny?

—Sí.

Bien. —Sena tendió la mano para tomar a Maris por el brazo—. No es necesario que nos ahoguemos todos. Tenemos dos pares de alas que nos harán falta en la competición. Sería una locura llevarlas en el bote con nosotros…

Barco —la interrumpió Kerr.

Sena le miró.

—Bote o barco, sería una locura. Es mejor que las utilicemos. ¿Querrás llevar a dos de los estudiantes contigo? Les vendrá bien practicar durante un vuelo largo.

Maris bajó la vista hacia la mesa, y se dio cuenta de que todo el mundo se había quedado inmóvil. Las cucharas no se elevaban, las mandíbulas no se movían, todos esperaban la respuesta.

—Buena idea —sonrió—. Me llevaré a S'Rella y a…

Titubeó, sin saber a quién elegir.

Dos mesas más allá, Val dejó caer la cuchara y se levantó.

—Yo iré —dijo.

Los ojos de Maris se encontraron con los del joven a través de la habitación.

—S'Rella y Sher, o Leya —respondió, testaruda—. Son los que más necesitan esa clase de ejercicio.

—Entonces, me quedaré con Val —dijo S'Rella tranquilamente.

—Pues yo prefiero ir con Leya —añadió Sher.

—Irán S'Rella y Val —zanjó Sena, enfadada—. Y no se hable más. Si el resto de nosotros morimos en el mar, ellos son los que tienen más posibilidades de convertirse en alados y honrar nuestro recuerdo. —Apartó a un lado el plato de gachas y se levantó del banco—. Ahora tengo que ir a ver a nuestra benefactora, la Señora de la Tierra, y ser obsequiosa con ella un rato. Os veré antes de que salgáis para Skulny.

Maris apenas la oyó, Val y ella seguían mirándose fijamente. El joven le dedicó una fina sonrisa antes de darse la vuelta y salir, detrás de Sena. S'Rella le siguió poco después.

De pronto, la alada se dio cuenta de que Kerr le estaba hablando. Intentó prestarle atención, y le sonrió.

—Perdona, no te he oído.

—No es tan peligroso —repitió sosegadamente—. De aquí a Skulny, el viaje por mar es sencillo. Sólo hay unas pocas millas de océano abierto, cuando el barco pasa de Pequeña Shotan a Skulny. Casi siempre estaremos cerca de las playas de las Shotan, sin perder de vista la tierra firme. Y los barcos no son tan frágiles como cree. Entiendo de barcos.

—Estoy segura, Kerr —dijo Maris—. Pero Sena piensa como una alada. Después de la libertad de tener tus propias alas, resulta duro viajar por mar y poner tu vida en manos de los que manejan las velas y el timón.

Kerr frunció los labios.

—Creo que entiendo —dijo, no demasiado convencido—. Pero si todos los alados piensan así, no saben nada. No es tan peligroso como cree.

Satisfecho, volvió a concentrarse en el desayuno.

Mientras comía, Maris estaba cada vez más pensativa. Pensó con cierta intranquilidad que Kerr tenía razón. Los alados tenían a veces puntos de vista muy limitados, lo juzgaban todo según su propia perspectiva. Pero la idea de que el desprecio de Val hacia ellos tuviera su parte de razón la molestaba más de lo que quería admitir.

Luego fue en busca de S'Rella y Val. No estaban en sus habitaciones, ni en ninguno de los lugares habituales, y nadie sabía dónde habían ido tras marcharse de la sala de estar. Maris recorrió los fríos y húmedos pasillos hasta que se perdió, y empezó a elegir los caminos que escogía según si estaban iluminados o no.

Ya empezaba a considerar la posibilidad de gritar pidiendo ayuda, se reía de sí misma por sentirse tan impotente encerrada entre paredes, cuando oyó a lo lejos el sonido de voces. Apresuró el paso. Los encontró tras girar una vez más a la derecha. Estaban juntos, sentados muy cerca, contemplando el mar a través de una ventana. Se inclinaban el uno hacia el otro de una manera que hablaba de intimidad, y Maris se sintió disgustada.

—Os he estado buscando —les dijo bruscamente.

S'Rella dio media vuelta y se levantó.

—¿Qué pasa? —preguntó rápidamente.

—Vamos a ir volando a Skulny, ya sabes —dijo Maris—. ¿Podéis estar dispuestos para salir dentro de una hora? Empaquetad lo que queráis llevaros y entregádselo a Sena.

—Estaré preparada para salir en un minuto —respondió S'Rella. La sonrisa de la joven borró el enfado de Maris—. Muchas gracias por elegirme, Maris. No sabes cuánto significa para mí.

Con el rostro iluminado, se dirigió hacia la alada y la rodeó con los brazos.

Maris le devolvió el abrazo.

—Creo que sí —respondió—. Anda, ve a prepararte.

S'Rella se despidió brevemente de Val y se marchó. Maris la observó alejarse antes de volverse hacia el joven, y titubeó un instante.

Val seguía mirando el túnel por el que había desaparecido S'Rella, y había algo en su sonrisa… Maris comprendió que era una sonrisa auténtica. De eso se trataba. Sonreía con algo parecido al afecto, y aquello le daba una expresión más dulce, más humana, algo que nunca había visto en él.

Entonces, sus ojos se volvieron hacia Maris, y la sonrisa cambió sutilmente. Un leve fruncimiento en las comisuras de la boca, y ahora la sonrisa que dirigía a Maris estaba llena de desprecio y hostilidad.

—Todavía no te he dado las gracias por elegirme —se burló—. Me alegra mucho poder volar contigo.

—Val —replicó bruscamente Maris—, puede que no nos gustemos el uno al otro, pero vamos a hacer un largo vuelo juntos. Al menos, podrías tratar de ser educado. No te burles de mí. ¿Vas a hacer el equipaje?

—No he llegado a deshacerlo —replicó—. Le daré la bolsa a Sena, y llevaré el cuchillo. Es lo único que importa. No te preocupes, estaré preparado. —Titubeó—. Y, una vez en Skulny, no te molestaré. Cuando aterricemos me buscaré alojamiento. ¿Te parece justo?

—Val… —empezó Maris.

Pero ya se había dado la vuelta, y miraba por la pequeña ventana hacia el cielo nuboso, con rostro frío e impenetrable.

S'Rella llevó a los alumnos al risco para contemplar la partida de Maris, Val y S'Rella. Todos estaban muy animados, reían, bromeaban y peleaban unos con otros por el privilegio de ayudar a Maris y a S'Rella con las alas. Era una alegría contagiosa. El humor de la alada empezó a mejorar, y por primera vez se sintió propensa a competir.

—¡Dejadles en paz, dejadles en paz! —gritaba Sena entre carcajadas—. ¡No pueden volar con todos vosotros colgados de las alas!

—Ojalá pudieran —murmuró Kerr.

Se frotó la nariz, que el viento le había dejado de un color rojo brillante.

—Tendrás tu oportunidad —se defendió S'Rella.

—No te estamos echando la culpa —intervino rápidamente Leya.

—Eres la mejor de todos nosotros —añadió Sher.

—Ya basta —dijo Sena, rodeando a Leya con un brazo y a Sher con el otro—. Marchaos ya. Os despediremos desde aquí hasta que volvamos a vernos en Skulny.

Maris se volvió hacia S'Rella. La joven la observaba atentamente, con todo el cuerpo tenso, atenta a la menor señal de la alada. Maris recordó sus primeros vuelos, cuando todavía no se creía del todo que podía tener alas propias. Tomó a S'Rella por el hombro y habló cariñosamente con ella.

—Volaremos juntos y nos lo tomaremos con calma —dijo—. Las acrobacias son para la competición, por ahora nos concentraremos en un vuelo tranquilo. Ya sé que para ti es un vuelo largo, pero no te preocupes: tienes vitalidad más que suficiente para volar dos veces esa distancia. Sólo tienes que relajarte y confiar en ti misma. Estaré a tu lado para cuidarte, pero no me necesitarás.

—Gracias —respondió S'Rella—. Lo haré lo mejor posible.

Maris asintió e hizo una señal, y Damen y Liane se acercaron para desplegarle las alas, montante a montante, tensando el tejido plateado hasta que alcanzó sus seis metros de envergadura. Luego saltó desde el risco, rodeada por un coro de despedidas y buenos deseos, hacia la fría y firme corriente de viento que olía ligeramente a lluvia. Describió un círculo y observó el despegue de S'Rella, intentando juzgarlo como harían otros en la competición.

Desde luego, S'Rella había mejorado mucho en los últimos tiempos. Ya no se movía con torpeza, no titubeó en el risco, sino que se alejó limpiamente de la fortaleza y, tras calibrar correctamente los vientos, empezó a elevarse casi en seguida.

—¡No creo que tus alas sean de madera en absoluto! —le gritó Maris.

Luego las dos barrieron el cielo en círculos amplios, impacientes, esperando a Val.

A lo largo de todas las bromas y preparativos, el joven había permanecido apoyado en la puerta, con rostro inexpresivo. Ya tenía las alas puestas, se las había atado sin ayuda de nadie. Ahora caminaba tranquilamente entre los estudiantes y futuros alados. Se detuvo junto al precipicio, con los pies medio fuera del borde. Cuidadosamente, desplegó los tres primeros montantes, pero sin encajarlos. Luego se agarró a las correas para las manos, hizo una ligera flexión y se irguió de nuevo.

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