Refugio del viento (20 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Damen se adelantó para ayudarle a desplegar las alas, pero Val se dio la vuelta y le dijo algo hiriente —Maris, que volaba por encima de ellos, no llegó a oír las palabras— y Damen retrocedió, confuso.

Entonces, Val se echó a reír y saltó.

En el aire, S'Rella tembló y agitó las alas, conmocionada. Maris oyó un grito y una exclamación provenientes de abajo.

Val cayó con el cuerpo recto, como si fuera a bucear, seis metros, doce…

Y, de pronto, ya no caía. Las alas surgieron de la nada, brillantes, con destellos plateados al sol, mientras se extendían casi por voluntad propia. El viento silbó entre ellas y Val lo captó, giró en él y lo utilizó. Y ya estaba volando, planeando sobre las ráfagas a una velocidad imposible, alzándose, subiendo, remontándose, alejándose rápidamente de las olas, las rocas y la muerte. Maris oyó a lo lejos su risa de triunfo, arrastrada por el viento.

S'Rella, que había recuperado el equilibrio, seguía mirando a Val. Maris gritó una orden a la joven, que salió de su sorpresa para maniobrar con las alas y volverse otra vez hacia la isla. Sobre la fortaleza, sobre la roca desnuda caldeada por el sol, encontró una corriente ascendente y la captó.

Abajo, Sena maldecía a Val en voz alta y agitaba el bastón en un acceso de rabia. Él no le prestaba atención. Subía cada vez más, y de entre los Alas de Madera le llegó el sonido apagado de un aplauso admirado.

Maris salió del círculo y le siguió hacia el mar. Val le llevaba ventaja, pero volaba despacio, recreándose en su acrobacia.

Cuando le alcanzó y voló tan cerca de él como se atrevía, —por encima y un poco a la derecha—, le dedicó una docena de maldiciones que había tomado prestadas del extenso vocabulario de Sena.

Val se rió de ella.

—¡Ha sido peligroso, inútil y estúpido! —gritó Maris—. ¡Te podrías haber matado… Un montante atascado… Si no los hubieras sacudido con suficiente fuerza…!

Val seguía riéndose.

Elegí correr el riesgo —le respondió a gritos—. Y no los sacudí… Les puse muelles… Mejor que Cuervo…

¡Cuervo era un estúpido! —Volvió a gritar la alada—. ¡Y lleva mucho tiempo muerto! ¿Qué es Cuervo para ti?

¡Tu hermano también cantó esa canción! —replicó Val.

Luego entró en un picado descendente, alejándose de ella, dando por terminada bruscamente la conversación.

Aturdida, sabiendo que era inútil perseguir a Val, Maris maniobró para dar media vuelta y buscar a S'Rella, que les seguía por debajo, unos cientos de metros más atrás. Se reunió con ella, intentando obligar a su corazón a refrenar los latidos, tratando de relajar los músculos agarrotados y recuperar el sentido del cielo.

S'Rella estaba pálida como un cadáver, y volaba mal.

—¿Qué sucedió? —preguntó a Maris cuando estuvo al lado de ella—. ¡Podría haberse matado!

—Era una acrobacia —le respondió Maris—. Solía hacerla un alado llamado Cuervo. Val ha preparado su propia versión.

S'Rella voló un momento en silencio, pensando, y el color empezó a volver poco a poco a su rostro.

—Creí que alguien le había empujado —se hizo entender a duras penas—. Una acrobacia… Ha sido bonita.

—Ha sido una locura —gritó Maris.

Pero estaba horrorizada. S'Rella había creído que algunos de sus compañeros eran capaces de intentar matar a Val. Había conseguido influenciarla, pensó amargamente.

El resto del vuelo, como predijo Maris, fue sencillo. Maris y S'Rella volaron muy juntas, mientras Val iba por delante y mucho más arriba. Al parecer, prefería la compañía de los pájaros. Tuvieron que hacer un esfuerzo para no perderle de vista en toda la tarde.

Los vientos se mostraron cooperativos, les impulsaron tenazmente hacia Skulny, y apenas tuvieron que hacer nada aparte de relajarse y planear. A ratos fue un vuelo aburrido, pero Maris no lo lamentó. Bordearon la costa de Gran Shotan. Había flotillas pesqueras por todas partes, cerca de las pequeñas ciudades portuarias, intentando aprovechar al máximo aquel día sin tormentas. Y vieron Ciudad Tormenta desde el aire, con la gran bahía en el centro de la ciudad, los molinos de viento a lo largo de las playas, cuarenta, quizá cincuenta… S'Rella intentó contarlos, pero los habían sobrepasado antes de que pudiera llegar a la mitad. Y en el mar abierto entre Pequeño Shotan y Skulny, avistaron una escila, con su largo cuello surgiendo de las aguas verdeazuladas mientras chapoteaba bajo la superficie con las hileras de poderosas aletas. S'Rella parecía encantada. Toda la vida había oído hablar de las escilas, pero ésta era la primera que veía.

Llegaron a Skulny poco antes del anochecer. Mientras trazaban un círculo antes de aterrizar, alcanzaron a ver las figuras que, a lo largo de la playa, mantenían vivas las hogueras para guiar a los alados que llegaban por la noche. El pequeño refugio de los alados también bullía de actividad y luces: Maris pensó que las fiestas empezaban cada año más temprano.

Intentó que su aterrizaje fuera un ejemplo para S'Rella, pero mientras estaba sobre las manos y las rodillas, sacudiéndose la arena del pelo, oyó a la joven caer bruscamente a su lado, y comprendió que, seguramente, S'Rella estaba demasiado ocupada con su propio aterrizaje como para darse cuenta de la torpeza o agilidad de su maestra.

En seguida estuvieron rodeadas por gritos de placer y bienvenida. Manos rápidas se tendieron hacia ellas.

—¿Te ayudo, alada? Por favor, ¿te ayudo?

Maris permitió que una mano fuerte la ayudara a levantarse, y levantó la vista hacia un jovencito con el pelo agitado por el viento. Tenía el rostro brillante de emoción: estaba allí por la gloria de encontrarse cerca de los alados, probablemente encantado por la idea de que la competición se celebrara en su propia isla.

Pero, mientras la ayudaba con las alas —y otro chico ayudaba a S'Rella—, volvieron a oír repentinamente el sonido de unas alas contra el viento y otro golpe. Maris volvió la vista para descubrir que el que llegaba era Val. Le habían perdido de vista poco antes del crepúsculo, y la alada suponía que ya había llegado.

Se puso en pie trabajosamente, con las grandes alas plateadas colgándole de la espalda, y dos jovencitas se dirigieron hacia él.

—¿Te ayudamos, alado? —La frase repetida era casi un cántico—. ¿Te ayudamos, alado? —y ya tenían las manos sobre él.

—¡Apartaos! —les gritó, furioso.

Las chicas retrocedieron asustadas, y hasta Maris levantó la vista. Val era siempre tan frío, tan controlado… Aquel arranque no era propio de él.

—Sólo queremos ayudarte con las alas —dijo la mayor de las chicas.

—¿Es que no tenéis orgullo? —la interrogó Val. Estaba desatándoselas él mismo, sin ayuda—. ¿No tenéis nada mejor que hacer que rondar a los alados, que os tratan como si fuerais basura? ¿Qué son vuestros padres?

—Curtidores, alado —respondió tímidamente la niña.

—Pues id a aprender a curtir —respondió—. Es un trabajo más digno que hacer de esclavo para los alados.

Les dio la espalda y empezó a plegar cuidadosamente las alas.

Maris y S'Rella ya no llevaban las suyas puestas.

—Toma —dijo el muchacho que estaba ayudando a Maris, mientras le tendía las alas cuidadosamente plegadas.

Repentinamente avergonzada, ella se rebuscó en el bolsillo y le ofreció una moneda de hierro. Maris siempre había aceptado la ayuda sin pagar por ella, pero algo de lo que dijera Val le había tocado una fibra sensible.

Pero el chico se echó a reír y rechazó la moneda.

—¿Es que no lo sabes? —dijo—. Tocar vuestras alas da suerte.

Se marchó y, mientras se dirigía hacia sus compañeros, Maris vio que la playa estaba llena de niños. Corrían por todas partes, ayudando a mantener las hogueras, jugando con la arena, esperando la oportunidad de ayudar a algún alado.

Pero, al mirarles, Maris pensó en Val, y se preguntó si había otras personas en la isla que no estuvieran tan emocionadas con la presencia de los alados y la próxima competición, personas que se quedaban en casa sombrías, murmurando, alimentando rencores contra la casta privilegiada que surcaba los cielos de Windhaven.

—¿Te ayudo, alada? —la sobresaltó una voz hiriente. Era Val, burlándose—. Toma —dijo con su tono normal, tendiéndole las alas que le habían llevado hasta Skulny—. Supongo que querrás guardarlas.

Maris recogió las alas y se quedó allí, con un par en cada mano.

—¿Adónde vas? —le preguntó.

Val se encogió de hombros.

Es una isla de buen tamaño. Debe de haber una ciudad o dos, una taberna o dos, y una cama en la que dormir. Tengo un poco de hierro.

Puedes venir al refugio con S'Rella y conmigo —ofreció Maris, titubeando.

¿De verdad? —replicó Val, con voz perfectamente inexpresiva. Le dedicó una sonrisa burlona—. Tendríamos una escena muy interesante. Creo que más dramática que mi despegue de hoy.

Maris frunció el ceño.

—No lo había olvidado. ¿Sabes que S'Rella podría haberse hecho daño? Estaba muy asustada por esa estúpida exhibición tuya. Debería…

—Creo que ya he oído esa historia —la interrumpió Val—. Discúlpame.

Se dio la vuelta y se alejó, caminando rápidamente por la playa con las manos en los bolsillos.

A su espalda, Maris oyó a S'Rella reír y charlar con otros jóvenes, mientras compartía con ellos la delicia de su primer vuelo largo. Cuando Maris se acercó, los dejó y se acercó a ella corriendo para tomarle la mano.

¿Qué tal? —preguntó—. ¿Qué tal lo he hecho?

Lo sabes muy bien, sólo quieres que te endulce los oídos —le dijo Maris con voz risueña—. De acuerdo, lo haré. Volaste como si no hubieras hecho otra cosa en la vida, como si hubieras nacido para ello.

—Lo sé —asintió tímidamente S'Rella. Luego se echó a reír de puro regocijo—. ¡Fue maravilloso! ¡No quiero hacer otra cosa que volar!

—Sé cómo te sientes —la interrumpió Maris—, pero ahora lo que necesitamos es un descanso. Entraremos, nos sentaremos junto al fuego y veremos quién ha llegado.

Pero cuando hizo ademán de dirigirse al refugio, S'Rella se rezagó unos pasos. Maris la miró con curiosidad, y luego comprendió. A S'Rella le preocupaba cómo la recibirían en el refugio. Después de todo era una extraña, y sin duda Val la había estado llenando de historias sobre cómo la rechazarían.

—Bueno —dijo Maris—, tendrás que entrar, a menos que quieras marcharte volando. Tendrán que conocerte tarde o temprano.

S'Rella asintió, todavía algo asustada, y las dos empezaron a recorrer el inclinado sendero en dirección al refugio.

Era un pequeño edificio de dos habitaciones, construido con piedra blanca, suave, desgastada por el tiempo. La sala principal, bien iluminada y cálida gracias a un chisporroteante fuego, estaba llena de ruido, gente, y poco acogedora, después de la limpia soledad del cielo abierto. Los rostros de todos los alados le parecieron borrosos a Maris cuando miró a su alrededor, en busca de amigos especiales, mientras S'Rella aguardaba nerviosa detrás de ella. Colgaron las alas de sus ganchos, en las paredes, y se abrieron paso por la habitación.

Un hombre barbudo de mediana edad y constitución recia servía un líquido en la enorme y aromática cazuela que pendía sobre el fuego, al tiempo que insultaba a alguien que exigía alimentación. Tenía algo que hizo a Maris volver la vista hacia él, y con un extraño escalofrío reconoció al grueso cocinero. ¿Cuándo había engordado y envejecido tanto Garth?

Ya se dirigía hacia él cuando unos finos brazos la rodearon desde detrás, abrazándola fuertemente. Captó un tenue perfume de flores.

—¡Shalli! —exclamó, dándosela vuelta. Advirtió la llena cintura de la joven—. No esperaba verte aquí, me enteré de que estabas en estado…

Shalli le puso un dedo sobre los labios.

—Silencio, ya he tenido que oír bastante a Corm. Yo le digo que nuestro pequeño alado tiene que aprender a volar desde el principio. Pero tengo mucho cuidado, de verdad. Me lo tomo con mucha calma, vuelo muy despacio. ¡No podía perderme esto! Corm quería que viniera en bote, ¿te lo imaginas?

El hermoso y expresivo rostro de Shalli pasaba de un gesto a otro al tiempo que hablaba.

¿No vas a competir?

¡Oh, no, no sería justo, con este peso extra! —Se palmeó el abultado vientre y sonrió—. Voy a ser juez. Y he prometido a Corm que, después, me quedaré en casa y seré una buena madrecita hasta que llegue el bebé, a menos que haya una emergencia.

Maris sintió una punzada de culpabilidad, sabía que las «emergencias» que obligarían a volar a Shalli estaban causadas por su ausencia de Amberly. Se prometió a sí misma que, después de la competición, se quedaría en casa y atendería a sus obligaciones.

—Quiero presentarte a una amiga mía, Shalli —dijo. S'Rella se había quedado atrás, tímidamente, así que Maris la empujó gentilmente hacia adelante—. Ésta es S'Rella, nuestra alumna más prometedora. Hoy ha volado conmigo desde Alas de Madera, ha sido su vuelo más largo.

¡Ohh! —exclamó Shalli, arqueando las cejas.

S'Rella, ésta es Shalli, de Amberly Menor, como yo. Solía volar conmigo para darme escolta cuando aprendía a usar las alas.

Intercambiaron saludos educados. Luego Shalli calibró a S'Rella con los ojos.

—Buena suerte en la competición —dijo—. Pero por favor, no derrotes a Corm. Si le tengo en casa todos los días, durante un año, me volveré loca.

Shalli sonrió, pero S'Rella no pareció tomarse demasiado bien la broma.

—No quiero hacer daño a nadie —señaló—, pero alguien tiene que perder. Quiero vencer tanto como cualquier alado.

—Mmm, bueno, no exactamente lo mismo —murmuró Shalli—. Pero sólo era una broma, chiquilla. Supongo que no querrás desafiar a Corm, no tendrías muchas oportunidades. —Miró al otro extremo de la sala—. Perdonadme, por favor. Corm me ha encontrado un asiento, supongo que debo ir allí y sentarme si no quiero herir sus sentimientos. Hablaré luego contigo, Maris. Me alegro de haberte conocido S'Rella.

La observaron atravesar la ruidosa habitación, alejándose de ellas.

—¿La tendría? —preguntó S'Rella, preocupada.

—¿El qué?

—Una oportunidad contra Corm.

Maris la miró intranquila, sin saber qué decir.

—Es muy bueno —consiguió explicarse al fin—. Lleva casi veinte años volando, y ha ganado premios en muchas competiciones. No, no creo que estés a su altura. Pero eso no es ninguna vergüenza, S'Rella.

—¿Cuál de ellos es Corm? —preguntó la muchacha, frunciendo el entrecejo.

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