Refugio del viento (17 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Val no cometió el mismo error. Hizo un giro cerrado, manteniendose a la altura necesaria para no perder nada del viento, que era escaso. Y, de pronto, pareció que se movía mucho más de prisa.

—Val ha ganado —dijo Maris bruscamente.

No tenía intención de hablar en voz alta, pero lo hizo sin pensar.

Sena sonreía. S'Rella la miró, asombrada.

—Pero Maris, mira. Damen le lleva mucha ventaja.

—Damen no hace más que cabalgar sobre los vientos —contestó Maris—. En cambio, Val los utiliza. Estaba buscando la corriente adecuada, y ahora la ha encontrado. Observa, S'Rella.

No tuvo que mirar mucho tiempo. La ventaja de Damen fue acortándose sensiblemente mientras los dos alados avanzaban una vez más hacia la roca. El Alas de Madera perdió bruscamente el rumbo al intentar hacer un giro más cerrado que los anteriores. Para cuando se recuperó, Val había empezado a dar la vuelta. Momentos más tarde, Damen se sobresaltó visiblemente cuando la sombra de las alas de Val cayó sobre él. Luego, la sombra le adelantó.

Los estudiantes quedaron en silencio. Incluso Liane.

—Felicítale de mi parte —dijo Maris.

Dio media vuelta y entró.

Su habitación era húmeda y oscura. Maris encendió un fuego en la chimenea y decidió calentar el kivas que había comprado en Ciudad Tormenta. Iba por la tercera taza, y por fin empezaba a relajarse, cuando Sena entró sin llamar y se sentó.

—¿Qué tal han ido las prácticas? —preguntó Maris.

—Ha derrotado a todos en carreras —respondió Sena—. Damen se lo tomó bastante bien, pero no le quedaron ánimos para otra competición, así que cedió las alas. Todos estaban deseando intentarlo. —Sonrió, evidentemente orgullosa de la tenacidad de sus alumnos—. Derrotó a Sher y a Jan fácilmente, humilló a Kerr y a Egon. Egon casi se cayó al océano. Pero S'Rella le obligó a esforzarse. Le hizo los mismos trucos que Val había empleado con Damen. Chica lista, esta S'Rella.

¿Hizo seis carreras? —se asombró Maris.

Siete —respondió Sena con una sonrisa—. Liane casi le venció. Hoy hay viento de ráfagas, muy turbulento. Val se desconcertó un poco. Está delgado, necesita más fuerza. Le haré ejercitarse. Flexiones. Y claro, ya estaba cansado, pero Liane insistió. Liane vuela bien con vientos racheados. Es fuerte como una escila. A veces, por cómo maniobra con las alas, creo que intenta vencer al viento con fuerza bruta. Pero Val le derrotó de todos modos. Por poco. Luego quiso intentarlo Leya, pero la tormenta estaba a punto de desencadenarse y les obligué a entrar. ¿Qué opinas ahora de Un-Ala, Maris?

Maris sirvió una taza de kivas a la maestra mientras lo pensaba.

—Creo que puede volar —respondió por fin—. Sigue sin gustarme lo que hizo con Ari. Y tampoco me ha gustado el asunto del cuchillo. Pero no puedo negar que tiene habilidad.

—¿Ganará?

Maris bebió un sorbo de vino y dejó que la dulce calidez le fluyera por dentro. Cerró los ojos un momento y se echó hacia atrás.

—Quizá —respondió—. Hay al menos una docena de alados que no lo harían tan bien como lo ha hecho él hoy. También hay una docena que lo harían mejor, que se saben los mismos trucos y muchos más. Dime a quién va a desafiar y te diré qué oportunidades tiene. Además… Bueno, la velocidad es sólo uno de los recursos de los alados. En la competición se juzga también la elegancia y la precisión.

—Es lo justo —asintió Sena—. ¿Me ayudarás a prepararle?

Maris bajó la vista y se concentró en el suelo de piedra gris.

—Me pones en una posición difícil —respondió—. Y para hacer un favor a alguien que no me gusta.

—¿Es que sólo merecen volar aquellos que cuentan con tu aprobación? —replicó Sena—. ¿Es ése el principio por el que luchaste hace siete años?

Maris levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de Sena.

—Sabes que no. Las alas son para los que mejor vuelen.

—Y admites que Val es bueno —insistió Sena.

Bebió un sorbo de kivas mientras aguardaba la respuesta.

Maris asintió de mala gana.

—Pero, aunque gane, los demás no olvidarán el pasado. Tú le llamas Val, pero para ellos siempre será Un-Ala.

—No te estoy pidiendo que le des escolta el resto de tu vida, Maris —le replicó Sena—. Sólo quiero que me ayudes ahora, que ayudes a Val a obtener las alas.

—¿Qué quieres que haga?

—Nada que no hayas hecho por los demás. Señálale sus errores. Enséñale las cosas que te han enseñado a ti estos años de volar, como enseñarías a tu propio hijo. Aconséjale. Anímale. Desafíale. Es demasiado hábil para aprender nada compitiendo contra mis Alas de Madera, y ya has visto hoy lo poco predispuesto que está a escucharme. Soy vieja, tullida y sólo vuelo en sueños. Pero tú eres una alada, y una de las mejores, según se dice. Te hará caso.

—No estoy tan segura —respondió Maris. Bebió el último resto de kivas que quedaba en la taza y la dejó a un lado—. Bueno, supongo que debo aconsejarle, si él quiere.

—Bien —dijo Sena. Se levantó—. Te lo agradezco. Ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo. —Ya en la puerta, se detuvo y dio media vuelta—. Sé que esto no es fácil para ti, Maris. Quizá si conocieras mejor a Val podrías simpatizar con él. Estoy segura de que te admira.

Maris se sobresaltó, pero intentó disimularlo.

—Pues yo no puedo admirarle —replicó—. Y cuanto más le veo, menos posibilidades me da de simpatizar con él.

—Es joven —dijo Sena—. No ha tenido una vida fácil. Y está obsesionado con ganar otra vez las alas. No se diferencia demasiado de ti, hace unos años.

Maris se tragó la ira para no embarcarse en una discusión sobre lo diferente que era Val Un-Ala de ella. Sólo conseguiría parecer rencorosa.

El silencio se alargó. Luego Maris oyó las suaves e inseguras pisadas de Sena alejándose.

Al día siguiente comenzó el entrenamiento definitivo.

Desde el amanecer hasta el ocaso, los seis desafiantes volaron. De los que no competirían aquel año, algunos fueron a visitar a sus familias, en Colmillo de Mar, en las Shotan o en otras islas cercanas. Los demás, aquellos cuyos hogares estaban a distancias más peligrosas, se sentaron en la roca para contemplar a sus compañeros más afortunados y soñar con el día en que ellos también tendrían la oportunidad de ganar unas alas.

Sena estaba de pie en el risco, gritando advertencias y alabanzas a sus alumnos, a veces apoyándose en un bastón de madera, las más utilizándolo para hacer gestos y dar órdenes. Maris, con las alas puestas, volaba dándoles escolta. Describía círculos, observaba y gritaba consejos. Orientó a S'Rella, a Damen, a Sher, a Leya y a Kerr, compitiendo contra dos de ellos en cada ocasión, obligándoles a practicar la clase de acrobacias aéreas que impresionarían a los jueces.

Val tuvo las mismas oportunidades de usar las alas que los demás, pero Maris descubrió que no podía evitar observarle en silencio. Pensó que el joven ya había estado en dos competiciones, sabía lo que se esperaba de él. Tratarle igual que a los demás Alas de Madera sería condescender. Pero, recordando lo que había prometido a Sena, estudió atentamente su manera de volar. Y aquella noche, durante la cena, fue a su encuentro.

Sólo había una chimenea encendida en la sala de estar, y los bancos parecían extrañamente vacíos. Cuando llegó Maris, los estudiantes que no iban a competir se apiñaban ante una mesa. Sena estaba sentada junto a la segunda, charlando animadamente con Sher, Leya y Kerr. S'Rella y Val comían solos en la tercera mesa.

Maris dejó que Damen le llenara el plato con estofado de pescado, luego se sirvió un vaso de vino blanco y fue a reunirse con ellos.

—¿Qué tal está la comida? —preguntó mientras se sentaba frente a Val.

El joven la miró atentamente, pero Maris no pudo leer nada en los enormes ojos oscuros.

—Excelente —respondió Val—. Pero en Hogar del Aire tampoco teníamos razones para quejarnos de la alimentación. Los alados se cuidan bien. Incluso los que tienen Alas de Madera.

A su lado, S'Rella apartó un trozo de pescado con estudiada indiferencia.

—Esto no está tan bueno —contestó—. Damen siempre lo deja todo demasiado insípido. Espera a que cocine yo, Val. Las comidas del Archipiélago del Sur llevan muchas especias.

Maris se echó a reír.

—En mi opinión, demasiadas.

—No me refería a las especias —siguió Val—. Hablo de la comida. En este estofado hay cuatro o cinco clases diferentes de pescado, trozos de verdura, y juraría que la salsa lleva vino. Las raciones son abundantes y no hay ningún trozo podrido. Sólo los alados, los Señores de la Tierra y los comerciantes ricos pueden permitirse comer así.

S'Rella parecía ofendida. Maris frunció el ceño y dejó el cuchillo sobre la mesa.

La mayoría de los alados comen poco. Val. No podemos permitirnos engordar.

A veces, me han servido pescado que apestaba. Otras, estofado de pescado en el que no había ni rastro de pescado —replicó el joven fríamente—. Crecí comiendo los restos y las sobras que caían de la mesa de los alados. Ya me gustaría pasarme el resto de mi vida comiendo tan poco como un alado.

Había un infinito sarcasmo en la manera que tuvo de pronunciar la palabra «poco».

Maris se sonrojó. Sus verdaderos padres no habían sido ricos, pero su padre pescaba en los mares de Amberly, y nunca les había faltado la comida. Tras su muerte, cuando el alado Russ la adoptó, nunca le faltó nada. Bebió un sorbo de vino y cambió de tema.

—Quiero hablar contigo de tus giros, Val.

—¿Sí? —Se tragó el último trozo de pescado y apartó a un lado el plato—. ¿Hago algo mal, alada?

Tenía una voz tan inexpresiva que Maris no supo si lo decía con sarcasmo o no.

—Mal, no. Pero me he dado cuenta de que, cuando tienes oportunidad, siempre giras hacia un viento inferior. ¿Porqué?

Val se encogió de hombros.

—Es más fácil.

—Sí —asintió Maris—, pero no mejor. De un giro en un viento inferior se sale con más velocidad, pero describes un arco más amplio. Y te desestabilizas más fácilmente, sobre todo si estás volando con vientos altos.

—Un giro hacia arriba es difícil con vientos altos —replicó Val.

—Requiere más fuerza —concedió Maris—, pero eso es algo que tienes que ejercitar. No puedes evitar las dificultades. Girar siempre hacia el viento inferior es un hábito inofensivo, pero puede que llegue un momento en que tengas que girar hacia arriba, y debes estar en condiciones de hacerlo bien.

La expresión de Val era tan reservada como siempre.

—Ya veo —dijo.

Animada, Maris tocó un tema más peligroso.

—Una cosa más. He visto que hoy, durante las prácticas, llevabas el cuchillo.

—Sí.

—La próxima vez, no lo hagas —advirtió Maris—. No sé si lo entiendes. No importa lo que signifique el cuchillo para ti, es la ley de los alados. No se pueden llevar armas al cielo.

—La ley de los alados —replicó Val con voz gélida—. Dime, ¿quién ha dado a los alados el derecho de hacer leyes? ¿Existe la ley de los granjeros? ¿La ley de los sopladores de vidrio? Los Señores de la Tierra hacen la ley. La única ley. Cuando mi padre me dio ese cuchillo, me dijo que lo llevara siempre. Pero lo dejé durante el año que tuve las alas. Obedecí vuestra ley. Y la ley no hizo más que insultarme. Seguí siendo Un-Ala. Bueno, entonces era un niño, y me impresionaba la ley de los alados. Pero ya no soy un niño. Elijo llevar el cuchillo.

S'Rella le miró, intrigada.

—Pero Val, ¿cómo puedes desobedecer la ley de los alados, si quieres ser un alado?

—Nunca he dicho que quiera ser un alado —replicó el joven—. Sólo que quiero ganar las alas y volar. —Dejó de mirar a Maris para fijarse en S'Rella—. Y tú tampoco serás una alada, S'Rella, aunque ganes las alas. Si llega a suceder, recuerda lo que te digo. Serás como yo, un-ala.

—¡No es cierto! —gritó Maris, furiosa—. Yo no nací alada, pero ellos me han aceptado.

—¿Seguro? —replicó Val. Sonrió irónicamente y se levantó del banco—. Disculpadme, tengo que descansar. Mañana necesito practicar los giros hacia arriba, y me harán falta todas mis fuerzas.

Cuando se marchó, Maris tendió un brazo sobre la mesa para tomar la mano de S'Rella, pero la chica la miró preocupada y también se levantó.

—Tengo que marcharme —dijo.

Maris se quedó sola.

Permaneció sentada largo rato, y sólo cuando Damen se acercó a ella recordó el plato medio lleno que tenía delante.

—Todos se han marchado, Maris —dijo el muchacho amablemente—. ¿Vas a terminar?

—¡Oh! —se sobresaltó—. No, perdona. Me temo que me distraje, y se me ha enfriado.

Sonrió y ayudó a Damen con los platos. Luego le dejó limpiando la sala y se lanzó a recorrer los húmedos pasillos, en busca de la habitación de Val.

La encontró después de un solo error en el camino. La ira había ido creciendo, estaba decidida a tener una charla con Val, pero fue S'Rella la que respondió a su impaciente golpe en la puerta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Maris, sobresaltada.

S'Rella titubeó, tímida e insegura. Pero la voz de Val surgió del fondo de la habitación.

—No tiene que responder a eso.

—No, claro que no —dijo Maris, avergonzada. Ni siquiera tenía derecho a preguntarlo. Tocó a la joven en el hombro—. Lo siento. ¿Puedo pasar? Quiero hablar con Val.

—Déjala entrar.

S'Rella sonrió tentativamente a Maris y le franqueó el paso.

Como todas las habitaciones de la academia, la de Val era pequeña, húmeda y fría. Había encendido un fuego en la chimenea para calentarla un poco, pero hasta el momento no había logrado gran cosa. Maris advirtió que la habitación estaba muy desnuda, que carecía por completo de los toques personales que darían al visitante una pista sobre la persona que vivía allí.

Val estaba ante el fuego, en el suelo, haciendo flexiones. Se había quitado la camisa, que estaba sobre la cama, y hacía los ejercicios con el pecho descubierto.

—¿Y bien? —preguntó sin detenerse.

Maris se le quedó mirando, asqueada. Val tenía toda la espalda surcada de finas cicatrices blancas, recuerdos de pasadas palizas. Tuvo que apartar la vista para recordarse a sí misma el motivo de la visita.

—Tenemos que hablar, Val —dijo.

El joven se puso en pie con una sonrisa, mientras respiraba entrecortadamente.

—Pásame la camisa. S'Rella —pidió. Se la puso—. ¿De qué quieres hablar?

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