Refugio del viento (44 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Maris sintió que la energía del hombre se filtraba en ella a través de la firme mano que sostenía la suya. Sonrió, contenta por no estar sola. Ahora se sentía más segura.

—Sí, Evan. Te necesito.

—Aquí me tienes. ¿Por dónde empezamos?

Maris se apoyó en la cabecera de la cama y se recostó junto a Evan.

—Nos hará falta un lugar donde escondernos y un campo de aterrizaje. Un sitio donde los alados puedan despegar y aterrizar sin que el Señor de la Tierra y sus espías sepan que están en la isla.

Antes de que terminara de hablar, el curandero ya estaba asintiendo.

—Hecho. No muy lejos de aquí, hay una granja abandonada. El granjero murió el invierno pasado y el bosque todavía no ha reclamado lo que es suyo, aunque sigue ocultándola de ojos indiscretos.

—Perfecto. Lo mejor será que nos ocultemos todos allí una temporada, por si los guardianes vienen a buscarnos.

—Yo tengo que quedarme aquí. Si los guardianes no pueden encontrarme, tampoco podrán los enfermos. Tengo que estar accesible.

—Podría ser peligroso.

—Conozco a una familia en Thossi, tienen trece hijos. Ayudé a la madre en un parto difícil, y he salvado la vida de los niños al menos en una docena de ocasiones. Están ansiosos de hacer lo mismo por mí. Su casa está en el camino principal, y siempre hay algún chico desocupado. Si los guardianes vienen a por nosotros, tendrán que pasar por allí; uno de los chicos podría adelantarse para avisarnos.

—Perfecto —sonrió Maris.

—¿Qué mas?

—Antes de nada, despertaremos a S'Rella. —Maris se sentó, apartándose de su regazo y estirando las piernas sobre la cama—. Necesito que sustituya a mis alas, que lleve mensajes por mí, muchos mensajes. Y el primero de todos estará destinado a Val Un-Ala.

Val acudió, naturalmente.

Le esperó en el umbral de una cabaña y dos plantas abandonada, maltratada por el tiempo, con los muebles cubiertos de moho. El alado sobrevoló tres veces los cultivos abandonados antes de decidir que el aterrizaje era seguro.

Cuando descendió, Maris le ayudó a quitarse las alas, pese a que algo tembló dentro de ella cuando tocó el suave tejido metálico. Val la abrazó y sonrió.

—Tienes buen aspecto para ser una vieja tullida.

—Y tú hablas demasiado para ser un idiota —replicó Maris—. Ven, pasa.

Coll estaba en el interior de la cabaña, afinando la guitarra.

—Val —dijo, saludando con un movimiento de cabeza.

—Siéntate —le indicó Maris—. Tienes que escuchar una canción.

Val la miró intrigado, pero tomó asiento.

Coll cantó
La Caída de Tya
. A instancias de su hermana, había compuesto dos versiones. La que cantó a Val era la triste.

Val escuchó educadamente, con sólo un atisbo de incomodidad.

—Muy bonita —dijo cuando Coll terminó—. Y muy triste. —Miró suspicazmente a Maris—. ¿Para esto me enviaste a S'Rella, para esto me has hecho volar hasta aquí, con riesgo de mi vida, pese a mi juramento de no venir nunca a Thayos? ¿Para esto? ¿Para escuchar una canción? ¿Hasta qué punto te ha lesionado el cerebro aquella caída?

Coll se echó a reír.

—Concédele media oportunidad.

—No tiene importancia —dijo Maris—. Val y yo estamos acostumbrados el uno al otro, ¿verdad?

Val sonrió débilmente.

—Tienes media oportunidad. Dime a qué viene todo esto.

—Lo resumiré en una palabra: Tya. Y cómo solucionar lo que sucedió en el Consejo.

—Es demasiado tarde. Tya ha muerto. Nosotros hemos reaccionado. Ahora, esperaremos a ver qué pasa.

—Si esperamos puede ser demasiado tarde. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que los alados cierren las academias, ni de desafiar a los que ignoren tu sanción. Con tu actitud, has dado un arma a Corm y a los suyos. No debiste actuar sin el apoyo del Consejo.

Val negó con la cabeza.

—Hice lo que debía. Y cada año hay más un-ala. El Señor de Thayos puede reír ahora, pero no por mucho tiempo.

—Tú tampoco tienes todo el tiempo del mundo.

Calló un momento. Pensaba a tanta velocidad que tenía miedo de hablar. No podía distanciarse de Val. Tenían que comprenderse mutuamente, tal y como le había dicho Coll. Pero Val seguía siendo el hombre orgulloso y temperamental de siempre, tal y como demostraba su actitud ante el Consejo. Le resultaría muy difícil admitir que se había equivocado.

—Debí acudir cuando me llamaste —siguió—. Pero estaba asustada. Y fui egoísta. Quizá habría evitado la escisión.

—Eso ya no importa. Lo que pasó, pasó.

—Pero se puede cambiar. Comprendo que creyeses en la necesidad de hacer algo, pero quizá lo que hiciste llegue a ser contraproducente. ¿Qué pasará si los alados deciden despojarte de las alas, dejar en tierra a todos los un-ala?

Que lo intenten.

¿Qué harías? ¿Luchar contra ellos uno a uno, mano a mano? No. Si los alados deciden arrebatar las alas a todos los que acaten tu sanción, no se podrá hacer nada para impedirlo. Excepto, quizá, matar a unos cuantos de ellos y ver cómo mueren más un-ala, como Tya. Los Señores de la Tierra apoyarían a los alados con sus guardianes.

—Si eso llega a pasar… —Val miró fijamente a Maris, con el rostro peligrosamente tranquilo—. Si sucede, vivirás para ver la muerte de tu sueño. ¿Tanto significa para ti? ¿Cómo sabes que no volverás a volar?

—Esto es más importante que mi sueño, o que mi vida. Estoy por encima de eso, lo sabes. Y a ti también te preocupa.

El silencio pareció adquirir consistencia a su alrededor. Hasta los dedos de Coll se quedaron inmóviles sobre las cuerdas de la guitarra.

—Sí —reconoció Val. El monosílabo parecía un suspiro—. Pero ¿qué… qué puedo hacer?

Revocar la sanción —dijo rápidamente Maris—, antes de que tus enemigos la utilicen contra ti.

¿Revocará el Señor de la Tierra el ahorcamiento de Tya? No, Maris. Esta sanción es lo único que nos queda. Los demás alados tendrán que adherirse, o seguiremos escindidos.

—Es un gesto inútil, y lo sabes. Thayos no echará de menos a los un-ala. Los alados de cuna irán y vendrán, como siempre. El Señor de la Tierra tendrá alas de sobra para que lleven sus mensajes. No significa nada.

—Significa que mantenemos nuestra palabra, que no amenazamos en vano. Además, la sanción la aprobamos todos. No podría revocarla yo solo ni aunque quisiera. Estás malgastando aliento.

Maris le dirigió una sonrisa desdeñosa, pero sintió crecer la esperanza en su interior. Val empezaba a cambiar de opinión.

—No intentes jugar conmigo, Val. Tú eres los un-ala. Por eso te he llamado. Los dos sabemos que harán lo que digas.

—¿Me estás pidiendo de verdad que olvide lo que hizo el Señor de Thayos, que olvide a Tya?

—Nadie olvidará a Tya.

Un acorde de guitarra resonó en la estancia.

—De eso se encargará mi canción —intervino Coll—. Dentro de unos días, la cantaré en Puerto Thayos. Los demás bardos la copiarán, pronto se oirá en todas partes.

Val le miró, incrédulo.

—¿Piensas cantar esa canción en Puerto Thayos? ¿Estás loco? ¿No sabes que la simple mención de Tya provoca peleas e insultos allí? Si cantas esa canción en cualquier taberna, apuesto lo que quieras a que te encontrarán en un sumidero, con la garganta cortada.

Los bardos pueden permitirse ciertas libertades. Sobre todo si son buenos. Puede que el nombre de Tya provoque insultos, pero cuando termine la canción, pensarán de otra manera. Dentro de poco, Tya se habrá convertido en una heroína. Y será a causa de la canción, aunque pocos lo admitan o se den cuenta.

Nunca he visto tanta arrogancia —dijo Val, divertido. A continuación, se volvió hacia Maris—. ¿Has sido tú la que le ha metido en esto?

Hemos hablado del tema.

¿Y no habéis hablado de la posibilidad de que le maten? Quizá haya gente que quiera escuchar una canción en la que se ensalza a Tya, pero tampoco faltarán los guardianes borrachos y furiosos, que intentarán detener al bardo e impedirle que difunda sus mentiras por el expeditivo sistema de romperle la cabeza. ¿Lo habíais pensado?

Sé cuidar de mí mismo —dijo Coll—. No todas las canciones que canto son bien recibidas, sobre todo al principio.

Es tu vida. —Val se encogió de hombros—. Supongo que la canción conseguirá algo, si vives lo suficiente para difundirla.

Quiero que me envíes alados —dijo Maris—. Todos los un-ala que sepan cantar y tocar pasablemente.

¿Quieres que Coll los entrene para cuando pierdan las alas?

La canción debe difundirse fuera de Thayos lo más rápidamente posible. Necesito alados que la aprendan y la enseñen a todo bardo que encuentren, dondequiera que vayan. Irán a todas partes con la canción, será nuestro mensaje. Todo Windhaven debe saber quién fue Tya, todo Windhaven cantará la canción de Coll sobre lo que intentó conseguir.

Val parecía pensativo.

—Muy bien. Mandaré a mi gente aquí, en secreto. La canción se ex tenderá fuera de Thayos.

—También difundirán la noticia de que se ha revocado la sanción contra la isla.

¡Eso sí que no! ¡No basta con una canción para vengar a Tya!

¿Es que conociste a Tya? ¿No sabes lo que intentaba hacer? Quería evitar una guerra y probar que los Señores de la tierra no controlan a los alados. Pero esta sanción nos pondrá en sus manos, porque nos ha dividido y debilitado. Sólo actuando juntos, al unísono, tendrán los alados fuerza suficiente para desafiar a los Señores de la Tierra.

—Eso cuéntaselo a Dorrel —señaló Val fríamente—. No me culpes a mí. Convoqué el Consejo para que actuáramos juntos. Para salvar a Tya, no para arrodillarnos ante el Señor de Thayos. Dorrel me puso el Consejo en contra y nos debilitó. Díselo a él, a ver qué te responde.

—Eso es lo que intento —dijo Maris con calma—. S'Rella ya está camino de Laus.

—¿Vas a hacerle venir?

—Sí. Y no sólo a él. Ahora no puedo ir yo a ellos. Como tu bien dijiste, soy una lisiada.

Sonrió, inflexible.

Val titubeó un momento, intentando encajar todas las piezas.

—Tú quieres algo más aparte de que se revoque la sanción. Ése es sólo el primer paso para reunir a los alados de cuna y a los un-ala. Si consigues unirnos otra vez ¿qué tienes planeado?

Maris sintió que el corazón le cantaba. Ahora sabía que tendría el apoyo de Val.

¿Sabes cómo murió Tya? ¿Sabes que el Señor de Thayos fue lo suficientemente estúpido y cruel como para matarla con las alas puestas? Luego se las quitaron para entregárselas al hombre que las perdió ante ella hace dos años. Enterraron el cadáver en una tumba sin lápida, en las afueras de la fortaleza. Murió con las alas puestas, pero no se le hizo un entierro de alado. Y no tuvo a nadie que la velara, o llorara por ella.

¿Y qué pasa con eso? ¿Qué tiene que ver conmigo? ¿Qué pretendes de mí, Maris?

—Que la llores, Val —dijo con una sonrisa—. Nada más. Quiero que lleves luto por Tya.

Maris y Evan oyeron por primera vez la noticia de labios de una narradora ambulante, una ingeniosa anciana de Puerto Thayos que se detuvo en casa del curandero para que le quitara una astilla del pie.

—El Señor de la Tierra se ha apoderado ya de la mina de Thrane —dijo mientras Evan la atendía—. Ahora se habla de invadir la misma Thrane.

—Qué locura —murmuró Evan—. Traerá más muertes.

—¿Hay alguna otra noticia? —inquirió Maris.

Los alados seguían yendo y viniendo del campamento secreto, pero había transcurrido más de una semana desde que Coll, tras enseñar la canción a media docena de un-ala, se dirigiera a Puerto Thayos. Los días pasaban lluviosos, fríos y llenos de ansiedad.

—Lo de la alada —dijo la mujer, parpadeando al ver el fino cuchillo de hueso con que le iba a extraer la astilla—. Ten cuidado, curandero.

—¿La alada?

—Algunos dicen que es un fantasma. —Evan ya le había quitado la astilla y estaba aplicando emplastos en el corte—. Quizá sea el fantasma de Tya. Una mujer vestida de blanco, silenciosa, que no descansa. Apareció por el Este dos días antes de que se marchara. Los encargados del refugio acudieron a recibirla, a ayudarla a tomar tierra y a quitarse las alas. Pero no aterrizó. Sobrevoló las montañas y la fortaleza del Señor de la Tierra antes de dirigirse hacia Puerto Thayos. Pero tampoco aterrizó allí. Desde que llegó, ha estado volando en círculos, una y otra vez, yendo de Puerto Thayos a la fortaleza. Y vuelta a empezar. Sin aterrizar nunca, sin decir nada. Volando, siempre volando, tanto si brilla el sol como si hay tormenta. Está allí al anochecer, y allí sigue cuando amanece. No come ni bebe.

—Fascinante —dijo Maris, conteniendo una sonrisa—. ¿Crees que se trata de un fantasma?

—Es posible. Yo misma la he visto muchas veces. Caminando por Puerto Thayos, sentí una sombra encima de mí. Levanté la vista y allí estaba ella. Da mucho que hablar. La gente está asustada y, según algunos guardianes, el Señor de la Tierra es el que más miedo tiene, aunque intenta no demostrarlo. Cuando pasa por encima de su fortaleza, no sale para verla. Quizá tiene miedo de ver el rostro de Tya.

Evan le había vendado el pie tras ponerle algunas pomadas curativas.

—Ya está. Intenta ponerte en pie.

La mujer se levantó, apoyándose en Maris.

—Duele un poco.

—Estaba infectado. Has tenido suerte, si llegas a esperar unos días más antes de acudir a un curandero, quizá habrías perdido el pie. Usa botas. Los caminos del bosque son imprevisibles.

—No me gustan las botas. Prefiero sentir la hierba y la tierra bajo los pies.

—¿También te gusta el roce de las astillas?

Discutieron durante un rato y por fin, la mujer aceptó llevar una bota de tela suave, pero sólo en el pie herido, y únicamente hasta que se curase.

Cuando se fue, Evan miró a Maris con una sonrisa juguetona en los labios.

—Ya ha empezado. ¿Cómo es que el fantasma no come ni bebe?

—Lleva una bolsa con nueces y otros frutos secos, y un pellejo de agua. Los alados suelen hacer viajes muy largos, ¿cómo crees que podemos volar hasta Artellia, o Las Brasas?

—Nunca se me había ocurrido.

Maris asintió, preocupada.

—Supongo que la relevan por las noches, en secreto, para que el fantasma descanse. Es muy inteligente por parte de Val enviar a una alada que se parezca a Tya, debí pensar en ello yo misma.

—Ya has pensado bastante, no te lo reproches. ¿Por qué estás tan seria?

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