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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Refugio del viento (43 page)

—Katinn de Lomarron intentó hablar en su favor, pero le abuchearon. Se enfureció y los maldijo a todos. Como Tya, ha visto mucha guerra. Algunos de sus amigos intentaron defenderla, o al menos explicar por qué hizo lo que hizo, pero se negaron a escucharles. Cuando Val se levantó para intentar sacar adelante su propuesta, pensé por un momento que aún nos quedaba una oportunidad. Fue muy elocuente. Tranquilo y razonable, no como suele ser él. Los aplacó diciendo que Tya había cometido un crimen terrible. Pero luego siguió explicando que, pese a todo, los alados debían defenderla, que no podían permitir que el Señor de la Tierra hiciera lo que quisiese con ella, que el destino de todos los alados estaba unido al de Tya. Fue un buen discurso. Si lo hubiera pronunciado cualquier otro, les habría convencido. Pero el orador era Val. Y tiene demasiados enemigos. Muchos de los viejos alados siguen odiándole.

«Val sugirió que el Consejo despojara a Tya de sus alas durante cinco años, pasados los cuales podría recuperarlas en competición. También dijo que se debía insistir en el hecho de que sólo los alados pueden juzgar a los alados, lo que implicaba liberar a Tya aunque fuera necesario amenazar a Thayos con una sanción».

Mucha gente estaba dispuesta a secundar su propuesta y a hablar en su favor, pero no sirvió de nada. Kolmi no admitió nuestra posición. No nos dieron oportunidad de hablar. El Consejo duró casi todo el día, pero no llegaron a hablar ni una docena de un-ala. Kolmi no quería que se nos oyera.

«Después de que hablara Val, tomó la palabra una mujer de Lomarron. Dijo que al padre de Val lo habían ahorcado por asesino, y que el propio Val era el causante del suicidio de Ari por arrebatarle las alas». «No es raro que nos quiera hacer defender a esa criminal», fueron sus palabras literales. Luego intervinieron otros que también hablaron de crímenes y de lo poco que entendían los un-ala lo que es ser un alado. La propuesta de Val se olvidó en medio del caos.

Luego se alzaron las voces de algunos alados ancianos que pedían el cierre de las academias. No fue una propuesta muy popular. Corm la defendió, pero su propia hija se alzó contra él. Fue todo un espectáculo. Los Artellianos apoyaron la moción, y algunos de los alados retirados consiguieron que se sometiera a votación, pero sólo tenían a su favor a una quinta parte del Consejo. Las academias están a salvo.

—Algo por lo que estar agradecidos —suspiró Maris.

S'Rella asintió y siguió hablando.

—Luego tomó la palabra Dorrel. Ya sabes cuánto le respetan. Hizo un buen discurso, demasiado bueno. Primero habló de los motivos idealistas de Tya y de cuánto simpatizaba con lo que había intentado hacer. Pero, a continuación, añadió que no podemos dejarnos llevar por las emociones. El crimen de Tya ataca al corazón mismo de la sociedad alada, dijo. Si los Señores de la Tierra no están seguros de que llevaremos sus mensajes exacta y desapasionadamente, de que seremos sus portavoces en tierras lejanas, ¿qué utilidad tendremos? Si no les fuéramos útiles, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que nos quitaran las alas por la fuerza para dárselas a sus propios hombres? Dijo también que no podemos luchar contra los guardianes; que teníamos que recuperar la confianza perdida, y que la única manera era declarar proscrita a Tya, pese a sus buenas intenciones. Abandonarla a su destino por mucho que simpatizáramos con ella. Dijo que si hacíamos cualquier intento por defender a Tya, los atados a la tierra nos interpretarían mal y pensarían que aprobábamos su crimen. Insistió en que había que dejar bien claro que censurábamos su comportamiento.

Maris asintió.

—Tiene mucha razón, por tristes que sean las consecuencias. Fue un discurso muy persuasivo.

—A continuación, hablaron otros que pensaban de forma parecida. Thera-Kul de Yethien, el anciano Arris de Artellia, una mujer de las Islas Exteriores, Jon de Culhall, Talbot de Gran Shotan… Todos ellos líderes muy respetados. Apoyaron a Dorrel. Val estaba rojo de ira, y Katinn y Athen gritaban para las paredes, pero Kolmi no les prestó atención. La cosa duró varias horas. Por fin, la propuesta de Val fue votada y desestimada en menos de un minuto. Él Consejo decidió declarar proscrita a Tya y abandonarla a los tiernos cuidados del Señor de Thayos. No le dijimos que la ahorcara. Ante una sugerencia de Jirel de Skulny, todo lo que llegamos a pedirle fue que no lo hiciera. Pero sólo fue una petición.

—Nuestro Señor rara vez atiende a peticiones —dijo Evan con voz monótona.

—Ahí es donde terminó el Consejo para mí. Los un-ala se marcharon.

—¿Se marcharon?

S'Rella asintió.

—Cuando terminó la votación, Val se levantó. Tenía los ojos… Me alegro de que no llevara armas, habría matado a alguien. En vez de eso, habló. Los llamó locos, cobardes y cosas mucho peores. Le gritaron y le amenazaron. Empezaron algunas refriegas. Val pidió a todos sus amigos que abandonaran el lugar. Damen y yo tuvimos que abrirnos camino hasta la puerta. Los alados… Reconocí a algunos de ellos, gente a la que conozco desde hace años. Se burlaban de nosotros, nos decían… Fue espantoso, Maris. La rabia que había…

—Conseguisteis salir, ¿no?

—Sí. Casi todos los un-ala volamos hasta Arren Norte. Val nos llevó hasta un descampado, un viejo campo de batalla, subió a una antigua fortificación y nos habló. Tuvimos nuestro propio Consejo. Allí estaba casi la cuarta parte de los alados. Votamos una sanción contra Thayos, aunque los demás no la siguieran. Para eso voló Katinn hasta aquí conmigo, para decírselo juntos al Señor de la Tierra. Ya había recibido noticias de la otra decisión, pero Katinn y yo fuimos a comunicarle la de los un-ala. —Rió amargamente—. Nos escuchó con frialdad. Cuando terminamos, nos dijo que los de nuestra clase no éramos dignos de ser alados, y que nada le complacería más que saber que ningún un-ala volvería a surcar los cielos de Thayos. Prometió mostrarnos lo que opinaba de nosotros, de Val y de los un-ala.

Y nos lo mostró. Al atardecer, sus guardianes nos llevaron al patio, con los demás, y nos lo mostró.

El rostro se le había puesto ceniciento. Contar la historia le abría de nuevo las heridas.

—¡Oh, S'Rella! —dijo Maris, apenada.

Tendió el brazo para tocarle la mano pero, cuando lo hizo, la alada empezó a temblar y se echó a llorar otra vez.

Maris apenas pudo conciliar el sueño. Se removía y daba vueltas sin conseguir dormirse. Tenía sueños oscuros e informes, junto con pesadillas sobre vuelos que acababan en el extremo de una soga.

Se despertó antes de que amaneciera, en la oscuridad, alertada por el débil sonido de una melodía lejana.

Evan dormía a su lado, roncando ligeramente sobre la almohada de plumas. Maris se levantó, se vistió y salió del dormitorio. Bari dormía tranquilamente, con el sueño inocente de los niños, libre de las cargas que pesaban sobre los demás. S'Rella dormía también, encogida bajo las sábanas.

La habitación de Coll estaba vacía.

Maris siguió el sonido de la suave música y encontró a su hermanastro fuera, sentado, apoyado contra la pared de la casa, bajo la luz de las estrellas, llenando el frío aire de la noche con la suave melodía de su guitarra.

Maris se sentó frente a él en el húmedo suelo.

—¿Componiendo una canción?

—Sí. —Los dedos de Coll se movían con deliberada lentitud—. ¿Cómo lo sabes?

—Recuerdo que, cuando éramos más jóvenes, solías levantarte en medio de la noche y salir fuera para trabajar en una nueva melodía que querías conservar en secreto.

—Siempre seré un animal de costumbres. —Arrancó del instrumento un último acorde antes de dejarlo a un lado—. No tengo remedio. Cuando me ronda una letra por la cabeza, no puedo dormir.

—¿La has terminado?

—Todavía no. Pienso titularla
La Caída de Tya
. Ya tengo las palabras, pero no la melodía. Casi puedo oírla, pero cada vez es diferente. En unas ocasiones es trágica y sombría, una canción triste y lenta, como la balada de Aron y Jeni. Pero luego me parece que debería ser más rápida y latir como el corazón de un hombre que se ahoga en su propia rabia, que debería inflamar, doler y atenazar. ¿Tú qué opinas, hermanita mayor? ¿Cómo debería ser? ¿Qué debería hacerte sentir la caída de Tya, pena o rabia?

—Las dos cosas. Sé que no soy de mucha ayuda, pero es lo único que puedo responderte. Las dos cosas, y mucho más. Me siento culpable, Coll.

Le habló de Arrilan y sus compañeros, y de la oferta que le trajeron. Coll escuchaba, comprensivo. Cuando terminó, le tomó la mano entre las suyas. Tenía los dedos callosos, pero gentiles y consoladores.

—No lo sabía. S'Rella no me dijo nada.

—No creo que lo sepa. Probablemente, Val dijo a Arrilan que no comentara mi negativa con nadie. Pese a lo que digan de él, tiene buen corazón.

Es una tontería que te sientas culpable. No creo que hubiera cambiado nada aunque tú presidieras el Consejo. Un voto más o menos significaría muy poco. El Consejo se habría dividido contigo y sin ti, y Tya habría sido ahorcada igualmente. No debes torturarte con remordimientos por algo que no habrías podido evitar.

Quizá tengas razón, pero debí intentarlo. Es posible que Dorrel y sus amigos me hubieran escuchado. La gente de Ciudad Tormenta, Corina, tal vez incluso Corm… Todos me conocen. Val no puede hacerse entender por ellos. Si hubiera aceptado presidirlo, como me pidió Val, quizá habría conseguido que se mantuvieran unidos.

Especulaciones. Te estás atormentando sin necesidad.

Ya es hora de que lo haga. Tenía tanto miedo de lo que sufriría que me negué a ir con Arrilan. Fui una cobarde.

No eres responsable de todos los alados de Windhaven, Maris. Tienes que pensar primero en ti, en tus propias necesidades.

Maris sonrió.

—Hace mucho tiempo, pensé sólo en mí misma y cambié el mundo que me rodeaba para conseguir lo que necesitaba. ¡Oh, sí!, me dije que lo hacía por todo el mundo. Pero tú y yo sabemos que lo hice únicamente por mí. Barrion tenía razón. Coll. Era una ingenua. No tenía ni idea de adonde nos llevaría aquello. Sólo quería volar.

«Debería haber ido, Coll». Era responsabilidad mía. Pero sólo me preocupaba mi dolor, mi vida, cuando debería pensar en los demás. Llevo la sangre de Tya en las manos —terminó, levantando una.

Coll la tomó y se la apretó con fuerza.

No digas tonterías. Lo único que sé es que mi hermana se está des trozando a sí misma por nada. Tya ya no está entre nosotros, y no podrías haber hecho nada para evitar que muriera. Aunque no sea así, ahora ya no puedes hacer nada. Todo ha pasado. Barrion me dijo una vez que no me angustiara nunca por lo pasado. Que convirtiera el dolor en una canción y se la ofreciera al mundo.

No puedo componer canciones. No puedo volar. Dije que quería ser útil y di la espalda a los que me necesitaban. Jugué a ser curandera. No soy una curandera. No soy una alada. Entonces, ¿qué soy? ¿Qué es lo que soy?

Maris…

Exactamente. Maris de Amberly Menor, la chica que una vez cambió el mundo. Y, si lo hice una vez, quizá pueda repetirlo. Al menos, lo intentaré.

Se levantó bruscamente, con el rostro serio bajo la pálida luz del amanecer cuyo débil brillo aún no había teñido el horizonte Oriental.

—Tya está muerta —señaló Coll. Tomó la guitarra y se levantó para mirar a su hermana cara a cara—. El Consejo se ha disuelto. Todo ha terminado. Maris.

—No. No lo aceptaré. Todavía no ha terminado. Aún no es tarde para cambiar el final de la canción de Tya.

Evan se despertó rápidamente al sentir su ligero roce. Se sentó en la cama, preparado para cualquier emergencia.

—Evan —empezó Maris, sentándose a su lado—, ya sé lo que debo hacer. Tenía que contártelo antes a ti.

El curandero se pasó la mano por la cabeza, alisándose el revuelto pelo blanco. Tenía el ceño fruncido.

—¿Qué?

—Estoy… Estoy viva, Evan. No puedo volar, pero sigo siendo yo.

—Me alegro de oírlo, sobre todo sabiendo que lo dices de verdad. —No soy una curandera. Ni creo que llegue a serlo.

Has hecho algunos descubrimientos esta noche, ¿eh? Y mientras yo dormía. Sí, es cierto, ya lo sabía. Pero no podía decírtelo. No querías saberlo.

Claro que no quería saberlo. Creí que era la única opción que me quedaba. El dolor y los recuerdos seguían ahí, pero necesitaba ser útil. Tengo que aprender a vivir con el dolor, a aceptarlo y a ignorarlo. Por que hay cosas que debo hacer. Tya está muerta. Los alados, divididos. Sólo yo tengo una oportunidad de arreglar la situación. Así que… —Se mordió el labio y evitó mirarle a los ojos—. Te quiero, Evan. Pero tengo que dejarte.

Espera un momento. —Le rozó la mejilla y le miró a la cara. A Maris le pareció que era la primera vez que miraba aquellos profundos ojos azules y sintió, inesperadamente fuerte, la punzada de la pérdida—. Dime por qué tienes que dejarme.

Movió las manos, desconsolada.

—Porque… Porque aquí soy inútil. No encajo aquí.

Él contuvo el aliento. Maris no supo bien si lo que ocultaba era un sollozo o una carcajada.

—¿De verdad crees que te quiero como aprendiza, como curandera, por lo mucho que puedas ayudarme? Francamente, como curandera, has puesto a prueba mi paciencia. Te quiero como mujer, por ti misma, por lo que eres. Y ahora que por fin te das cuenta de lo que eres, de lo que siempre has sido, ¿crees que debes abandonarme?

—Tengo muchas cosas que hacer. No sé cuál será mi destino. Quizá fracase. Podría resultar peligroso que te asociaran conmigo. Correrías la misma suerte que Reni. Y no quiero ponerte en peligro.

—No eres tú la que me pone en peligro —replicó con firmeza—. Yo elijo los peligros que corro o dejo de correr. —Le cogió una mano y se la sostuvo firmemente—. Habrá cosas en las que pueda ayudarte, déjame que lo haga. No sólo sé preparar té para tus amigos, ¿sabes?

—Pero no tienes por qué hacerlo. No debes arriesgar la vida por nada. Ésta no es tu lucha.

—¿Qué no es mi lucha? —En la voz del curandero había un deje de indignación—. ¿Desde cuándo Thayos no es mi hogar? Todo lo que decrete el Señor de Thayos me afecta a mí, y a mis pacientes. Mi sangre está en este bosque y en estas montañas. Aquí, la forastera eres tú. Todo lo que consigas para tu gente, los alados, afecta también a mi gente. Yo los conozco, y tú no. Y ellos me conocen y confían en mí. La mayoría están en deuda conmigo, una deuda que no se paga con monedas de hierro. Me ayudarán. Y yo te ayudaré. Creo sinceramente que vas a necesitarme.

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