Roma (31 page)

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Authors: Steven Saylor

Tags: #Fiction, #Historical, #General Interest

–Danos toda tu fuerza, diosa Vesta -susurró Postumia-. El camino de la vestal no siempre es fácil, y es más duro para unas que para otras. Sólo la presencia de tu fuego sagrado en nuestro corazón nos permite seguir puras.

La oración finalizó. Las vestales se soltaron de las manos. Al otro lado de la puerta del templo, el atardecer se había convertido en oscuridad total.

–Que cada una encienda un cirio con la llama sagrada para iluminar su camino de regreso a la casa de las vestales. Le corresponde a Pinaria el turno de atender la llama durante las próximas cuatro horas. Ya que es novicia, me quedaré un rato con ella.

–Pero virgo máxima, ya me ocupado de la llama muchas veces, yo sola. Ya sé cómo… -Pinaria vio la mirada fulminante de Postumia y bajó la vista-. Por supuesto, virgo máxima, me honra que te quedes conmigo.

Las demás, con sus cirios, empezaron a desfilar. Foslia, la última en irse, miró a Pinaria con una mirada de culpabilidad antes de cerrar la puerta a sus espaldas.

Postumia permaneció mucho rato contemplando la llama y sin decir nada. Por fin, cogió aliento.

–Tal vez te resulte difícil imaginarlo, Pinaria, pero en su día yo también tuve tu edad. No era tan bella como tú… oh, no, ni mucho menos. Para mejor o para peor, Pinaria, con tu cabello castaño rojizo y tus luminosos ojos verdes, eres una chica excepcionalmente encantadora. Pero yo fui joven, y aceptablemente bonita, y muy, muy vanidosa, como sólo puede serlo una jovencita. Me tomé muy en serio mi voto de castidad pero, pese a ello, no veía que hiciese ningún mal arreglándome.

Llevaba pulseras de plata y a veces un collar de cornalina que había pertenecido a mi abuela; le comentaba a la gente que creía que aquella piedra roja quedaba muy bien con la cinta blanca y roja que llevamos en la cabeza, cuando lo que pensaba en realidad era que resaltaba el brillo rosado de mis mejillas. Me untaba las manos y la cara con aceites aromáticos procedentes de Egipto… o al menos eso decía el mercader que se acercaba una vez al mes a la casa de las vestales para ofrecernos sus productos. – ¿Y lo permitía la virgo máxima? – dijo Pinaria. Postumia no permitía que sus vestales llevasen joyas o utilizasen ningún tipo de perfume o ungüento, y pese a que los hombres tenían permitida la entrada en la casa de las vestales durante el día (nunca después del anochecer), podían hacerlo sólo por cuestiones oficiales o por relación familiar con alguna de las vírgenes. ¡Jamás se permitiría el paso a un vendedor de aceites aromáticos!

–La virgo máxima de aquella época era muy permisiva. Adoraba a las vestales más jóvenes. Me adoraba particularmente a mí, era su favorita. Me animaba. «Qué bonito te queda este collar, Postumia», me decía. O «Tienes una piel encantadora, tan inmaculada y suave». No la culpo de mi vanidad, pero la verdad es que ella no hacía nada para desalentarla. Ni tampoco cortaba las alas a mi naturaleza coqueta. La vanidad conduce al coqueteo, ya sabes. ¿Para qué sirve ser bonita si nadie se da cuenta de ello? ¿Y cómo puede una chica darse cuenta de que gusta si no ve cómo la miran los demás? Primero, acepta las miradas de admiración y, después de eso, acepta los cumplidos verbales, y después de eso… -Postumia movió la cabeza-. Este tipo de comportamiento es peligroso para una vestal. ¡Muy peligroso! Y todo empieza con los ojos. Un hombre nos mira, y aceptamos complacer esa mirada, y ese placer, que tan inocente parece, nos lleva a desear otros placeres.

Pinaria puso mala cara.

–Virgo máxima, no entiendo por qué me cuentas todo esto. Yo nunca llevo joyas; tú no lo permites, y aunque lo permitieses, no tengo ningún deseo de…

–Camilo te ha mirado hoy.

Pinaria pestañeó.

–Quizá.

–Te ha mirado con placer.

Pinaria se encogió de hombros. – ¿Sí? No podía decir si…

–Y eso te ha dado placer, ¿verdad? Que un hombre tan importante, el héroe del momento, tan fuerte y atractivo, deseara mirarte. Pinaria se sonrojó.

–Yo no he hecho nada malo, virgo máxima.

–Le has devuelto la mirada. – ¡A lo mejor, pero sólo un momento! – Pinaria frunció el entrecejo. Por un breve e irreverente instante, se imaginó que la virgo máxima estaba celosa de la mirada que le había lanzado Camilo-.

Virgo máxima, estoy segura de que Camilo es un hombre piadoso. Ningún romano es más respetado por los dioses o más querido por ellos. Antes del sitio final a los veyenses, prometió construir un nuevo templo para Juno Regina y, a cambio, la diosa le permitió capturar la ciudad.

Además, prometió una décima parte del botín al dios Apolo…

–No estoy cuestionando la piedad de Camilo. Pero un hombre piadoso sigue siendo un hombre, de todos modos. ¡Pinaria, Pinaria! No quiero decir que Camilo suponga una amenaza para ti… a menos que tú lo incitaras. La amenaza está en ti misma.

–Pero, virgo máxima… -¡Silencio! – El pecho de Postumia ascendió y descendió en un repentino acceso de emoción.

Observó las llamas hasta calmarse un poco-. Escúchame, Pinaria. Como te he dicho, cuando yo tenía tu edad, era muy vanidosa. Me arreglaba. Aceptaba las miradas de los hombres… y las devolvía. Reía cuando ellos decían cosas graciosas. Intentaba responder con ingenio, y cuando los hombres reían, me excitaba. No hacía nada malo… nada que traicionara los votos que le había hecho a Vesta. Pero mi comportamiento llamaba la atención.

–El año en que pasé de novicia a sacerdotisa, hubo una serie de malos presagios. Nació una cabra con dos cabezas. Cayó en verano una tormenta de ranas diminutas. Lo peor de todo, un augurio tras otro indicaba desgracias en el campo de batalla. La gente estaba alarmada. Querían conocer la causa. ¿Se habrían equivocado los mandos militares en sus sacrificios a los dioses? ¿Sería el culpable el pontífice máximo… habría abandonado sus deberes la más alta autoridad de la religión del Estado? ¿O se habrían equivocado los sacerdotes encargados de los Libros Sibilinos en la interpretación de sus profecías y llevado por mal camino al pueblo? Se investigaron todas esas posibilidades, pero no se encontró ningún fallo en la realización de los rituales sagrados, ni se detectó ninguna impureza en los responsables de llevar a cabo dichos rituales. Y entonces, la investigación se cernió sobre mí.

Una vez más, Postumia cayó en un prolongado silencio, contemplando la llama. – ¿Sabes cuál es la pena que se impone a la vestal que ha perdido su virginidad?

Pinaria sólo pudo responder en un susurro.

–Por supuesto que lo sé, virgo máxima.

–Entonces, explícamela.

Pinaria tragó saliva.

–Si a una vestal se la acusa de por haber roto sus votos de castidad, el pontífice máximo investiga personalmente el asunto. Se forma un tribunal de sacerdotes que lleva a cabo el juicio. Si la encuentran culpable…

–Continúa.

–Los sacerdotes la despojan de sus vestidos. El hombre con quien ha roto sus votos es conducido en su presencia, encadenado y golpeado hasta la muerte delante de ella. Entonces los sacerdotes vuelcan toda su ira sobre la vestal. La azotan con un látigo hasta que no se sostiene en pie. La visten como un cadáver, toda de negro, y la atan con correas de cuero a un ataúd funerario, tan fuerte que ella no puede ni gritar. Colocan el ataúd sobre un carruaje funerario, forrado de negro y el carruaje desfila por la ciudad para que todo el mundo lo vea, como si la vestal ya estuviese muerta y aquello fuera su funeral…

–Continúa.

–La llevan a un lugar donde se ha excavado una cripta, debajo de las murallas de la ciudad. La desmontan del carruaje y la bajan a la cripta. Sellan herméticamente la entrada y la tapan con una montaña de tierra. No se llevan a cabo ritos funerarios. Nunca se vuelve a hablar de ella. – Pinaria tenía la boca tan seca que apenas podía hablar-. Nadie la mata. Nadie la ve morir. Lo que sucede en la tumba sólo lo sabe Vesta.

Postumia asintió, muy seria. – ¿Quién fue la última vestal que recibió este castigo?

Pinaria arrugó la frente. – ¡Vamos, vamos, Pinaria! Foslia habría respondido al instante.

–Ya me acuerdo. Fue hace casi cien años…

–Fue hace setenta y nueve años, exactamente -dijo Postumia, secamente-, en la época de mi abuela.

–Como tú digas, virgo máxima. – ¿Cuáles fueron las circunstancias? ¿Cómo se llamaba la vestal?

–Se llamaba Urbinia. Las mujeres de Roma habían caído presas de la peste, sobre todo las embarazadas; los abortos eran continuos. El pontífice máximo sospechó que había algún tipo de impureza. Se descubrió que Urbinia se había entregado no sólo a un hombre, sino a dos, y aun así se atrevía a seguir cuidando de la llama sagrada. Urbinia fue juzgada y encontrada culpable. Después de su castigo, la peste cesó y las mujeres volvieron a parir hijos sanos.

Postumia asintió.

–Urbinia fue la vestal que más recientemente fue encontrada culpable de impureza y castigada.

Pero no fue la primera. Procedes de una familia muy antigua, ¿verdad, Pinaria?

–Sí, virgo máxima.

–Una familia más antigua que la República, más antigua que los reyes; una familia que ha dado a Roma muchos cónsules y magistrados, muchos guerreros y sacerdotes, y algunas vestales. Pero incluso las familias más respetables tienen manchas en su historia. Fue el rey Tarquinio el Mayor quien inició el método con el que son castigadas actualmente las vestales. ¿Y cuál era el nombre de la primera vestal que fue castigada según esa práctica?

–Se llamaba… -A Pinaria le dio un vuelco el corazón. – ¡Vamos, niña! Conoces la respuesta.

–Se llamaba como yo, Pinaria. Una antepasada mía fue la primera vestal que fue… -¡Enterrada viva! – susurró Postumia. Suspiró-. Enterrada viva… eso fue lo que hicieron con Pinaria y con Urbinia. Eso fue lo que querían hacerme a mí. Incluso ahora, me cuesta hablar sin que se me quiebre la voz.

–Pero estoy segura de que eras inocente. – ¡Por supuesto que lo era, niña estúpida! ¡De no haber sido inocente, no estaría hoy aquí! Al final, gracias a la diosa, fui capaz de convencer al pontífice máximo de ese hecho. Pero la investigación… el miedo que sentí… la humillación… el terror… las pesadillas que aún sigo sufriendo después de todos estos años. – Postumia tosió para aclararse la garganta-. Cuando me convertí en virgo máxima, me prometí que ninguna vestal a mi cargo pasaría por una experiencia tan dolorosa como aquélla. Mantener los votos no es suficiente. ¡La inocencia no es suficiente! Una vestal debe estar por encima de la tentación, sí… y también por encima de toda sospecha. ¿Lo entiendes, Pinaria?

–Sí, virgo máxima, lo entiendo. – Pinaria se estremeció y se echó a llorar.

Postumia la abrazó, estrechándola con fuerza y acariciando su pelo casi al cero. – ¡Vamos, vamos! Te he asustado, pequeña. Pero es por tu bien. Lo hago por el bien de todas nosotras.

Aunque la puerta estaba cerrada, una repentina corriente de aire atravesó la estancia, como si el templo hubiese respirado. El fuego sagrado osciló de un lado a otro, vaciló y por un instante pareció apagarse por completo.

390 A.C.
–Por supuesto, la prohibición del matrimonio entre plebeyos y patricios nunca debería haber sido revocada -dijo Postumia. Foslia rió.

–Pero, virgo máxima, ¿qué puede tener que ver esto con la llamada Cuestión Veyense?

Postumia, que estaba a punto de darle un mordisco a una hoja de parra rellena que sujetaba con delicadeza entre sus dedos índice y pulgar, dejó el exquisito bocado sobre la mesa y tosió para aclararse la garganta. Estaba un poco azorada por la risa irrespetuosa de Foslia.

–Todas las cuestiones del bien y el mal tienen que ver las unas con las otras. En temas religiosos, y no hay temas que no sean religiosos, todo es relevante entre sí.

Foslia seguía escéptica.

–Una prohibición del matrimonio entre clases… ¿no crees que estuvo en vigor tan poco tiempo debido a lo impopular que era? Y de eso hace ya mucho. ¡La gente de mi edad ni siquiera sabe que en su día existió esa prohibición!

La conversación tenía lugar durante una cena en la casa de las vestales. Hacía buen tiempo. Las sacerdotisas estaban cenando en el jardín, al aire libre, reclinadas en triclinios. El de la virgo máxima encabezaba el grupo. En un triclinio enfrente de la virgo máxima estaba instalada la más joven de todas ellas, que seguía siendo Pinaria, pues en los tres años transcurridos desde el triunfo de Camilo, no se había retirado ni fallecido ninguna vestal y, en consecuencia, no se habían reclutado nuevas novicias.

Las criadas se movían en silencio entre ellas, trayendo platos con comida y retirando los vacíos.

«Los ojos y los oídos del pontífice máximo», llamaba Foslia a sus criadas. «Nos vigilan como halcones», le había comentado en una ocasión a Pinaria. «Escuchan todo lo que decimos. Si alguna vez una vestal se descarría, el pontífice máximo, gracias a sus espías, lo sabrá incluso antes que la diosa se entere». Foslia decía esas cosas en broma, pero a Pinaria no le hacían ninguna gracia.

Ni tampoco le hizo gracia a la virgo máxima el desdén con que Foslia trató su comentario sobre el matrimonio.

–Permite que te recuerde, Foslia, que un matrimonio entre dos patricios exige un ritual religioso, mientras que un matrimonio en el que se incluya un miembro de la plebe es pura cuestión civil. En la época de los decenviros, este hecho fue uno de los principales argumentos contra el matrimonio entre clases. En cualquier unión mixta, la parte patricia de la pareja se pierde su ceremonia religiosa, un estado de cosas que a buen seguro ofende a los dioses. Un patricio debería casarse sólo con otro patricio, y hacerlo siguiendo los rituales religiosos. Sí, la prohibición fue revocada… pero eso no significa que no pueda volver a instaurarse.

Postumia dio un mordisco a la hoja de parra rellena, depositó lo que quedaba en un platillo de plata e indicó a una criada que lo retirara. Había terminado de comer y estaba preparada para hablar por el bien de las vestales más jóvenes.

–Las épocas de devoción y falta de devoción van por ciclos. Yo me crié en una época permisiva, pero ahora vivimos en un momento bastante similar al de la época de los decenviros. En los últimos años, y debido a la presión constante de las guerras, la elección de los cónsules ha quedado suspendida y Roma está gobernada por seis tribunos militares. Por lo que al conflicto de clases se refiere, en todo caso, podría ser peor que en la época de los decenviros, porque los patricios se repliegan continuamente y los plebeyos no dejan de exigir también más concesiones… más tierras donde instalarse, más liberación de sus deudas, más derechos de voto. Si nuestros líderes utilizaran su poder para instaurar de nuevo la prohibición del matrimonio entre clases, en esa esfera, y al menos en Roma, estaríamos de nuevo en armonía con la voluntad de los dioses, y las clases retomarían el papel que les corresponde en el Estado. Esta idea no es mía, sino de nuestro padre sagrado, el pontífice máximo, que justo ayer me explicó que pretende solicitar a los tribunos militares la reinstauración de la prohibición del matrimonio entre clases. Y, en esta casa, nunca contradecimos al pontífice máximo. Si tu opinión está en conflicto con ésta, Foslia, resérvatela.

–Naturalmente, virgo máxima. – El tono cínico de Foslia parecía indicar que, aunque se reservaría sus opiniones, seguiría teniéndolas, ni más ni menos-. Y, naturalmente, tienes razón al decir que el matrimonio, al menos cualquier matrimonio en el que esté implicado un patricio, es un asunto religioso. Pero estábamos hablando de la Cuestión Veyense, y lo que es evidente es que el tema versa sobre dos cosas: dinero y política.

Postumia negó con la cabeza.

–Todo lo contrario, Foslia, ¿acaso no ves que la Cuestión Veyense es básicamente un asunto religioso? Pinaria, estás muy callada esta noche. Tal vez sigas siendo la más joven, pero ya no eres una novicia. Habla.

Pinaria engulló una aceituna rellena con queso de cabra.

–Muy bien, virgo máxima. Tengo la sensación, ahora más que nunca, de que la conquista de Veyes por parte de Roma es un espejo de la conquista de Troya por parte de los griegos. En primer lugar, se necesitaron diez años. En segundo lugar, fue resultado de una estratagema inteligente y no de la fuerza bruta. En tercer lugar, pese a que en su momento pareció que iba a solucionar todos nuestros problemas, descubrimos después, igual que los griegos con Troya, que la conquista simplemente provocó más disconformidad en la ciudad.

Postumia asintió, pensativa.

–Continúa.

–Veyes era tan rica que la gente pensó que hacerse con un botín como aquél serviría para aliviar las tensiones entre clases. Pensaron que habría suficiente, y más que suficiente, para todos los ciudadanos de Roma. Pero cuando llegó el momento de dividir el botín, nadie quedó satisfecho. El templo dedicado a Juno Regina y las ceremonias de consagración del templo costaron mucho más de lo que se esperaba. A eso se le sumó la décima parte prometida por Camilo a Apolo y sus sacerdotes. Los plebeyos dijeron que les robaban el botín por el que habían derramado su sangre. En respuesta a eso, los patricios dijeron que era sacrílego por parte de los plebeyos intentar reclamar un botín que se había prometido a los dioses. – ¿Y el resultado de todo ello?

–Amargas acusaciones de injusticia y avaricia por ambos bandos.

–Lo que no es nada nuevo -dijo Foslia, que nunca podía mantenerse apartada de una discusión durante mucho tiempo-. Durante generaciones, los patricios han argumentado, y con bastante lógica, que todo el mundo debe trabajar conjuntamente por el bien común. Debemos mantenernos unidos bajo nuestros líderes, dispuestos al sacrificio ante las amenazas de nuestros numerosos enemigos. Y también durante este mismo periodo, los plebeyos, egoístas y cortos de vista, no han hecho más que quejarse. ¡A veces, se niegan incluso a cumplir con el servicio militar!

–Naturalmente… -dijo Pinaria, luego dudó. Había determinadas ideas que había oído por casualidad fuera de la casa de las vestales que no siempre eran bienvenidas por sus compañeras, especialmente por la virgo máxima.

–Adelante -dijo Postumia.

–Sí, adelante -dijo Foslia, con un brillo malicioso en la mirada y ganas de ver a la virgo máxima desafiada.

Pinaria habló despacio y con cuidado.

–No son ideas mías, ya me entendéis; pero una escucha cosas. Por ejemplo, hay quien dice que, pese a que el templo es en honor de Juno Regina, el dinero para construir el templo va a parar a los bolsillos de los constructores elegidos por el Estado. Los constructores son en su mayoría patricios, que ya son ricos de por sí. Y como esos constructores acostumbran a utilizar esclavos, – hombres capturados en las guerras y que el Estado les vende a precio muy barato-, los trabajadores plebeyos no obtienen ningún tipo de beneficio en este proyecto. – ¡Su beneficio es la buena voluntad de la diosa, que se siente satisfecha con su nuevo templo! – declaró la virgo máxima-. Reducir la construcción de un templo, un acto sagrado, a una pelea por dinero es nada menos que un sacrilegio, de los que lanzan los peores alborotadores. La verdad, Pinaria, creo que tienes que aprender a permitir que este tipo de cosas te entren por un oído y te salgan por el otro. Piénsalo bien: la razón dicta que los dioses deben recibir siempre la primera y mayor parte del botín. De lo contrario, podríamos perder sus favores y ¿qué sería entonces de nosotros? ¡Los veyenses nos habrían conquistado, en lugar de ser al contrario! Después de los dioses, son nuestros líderes, responsables y trabajadores, los hombres que garantizan la correcta veneración de los dioses, quienes deben recibir la parte que les corresponde. Y después de eso, la chusma plebeya tendría que quedar satisfecha con lo que quede del botín… ¡igual que tendrían que sentirse satisfechos por casarse dentro de su propia clase! En lugar de alimentar ideas descabelladas como que son gente capaz de gobernar el Estado, deberían someterse a aquellas familias que han demostrado ser capaces de guiar el destino de Roma. Estamos en un mundo peligroso, lleno de enemigos. Sólo el liderazgo demostrado y satisfactorio para los dioses podrá protegernos de la catástrofe.

Pinaria inclinó la cabeza.

–La virgo máxima habla con sabiduría.

Las demás vestales, incluida Foslia, asintieron y repitieron sus palabras. – ¡La virgo máxima habla con sabiduría!

–Y aun así… -La voz de Postumia tembló de emoción-. Y aun así, a veces parece que nuestros peores enemigos viven dentro de la ciudad, no fuera. Tal vez la chusma no sea capaz de gobernar, pero sigue teniendo tribunos y hombres poderosos que proveen por ella, como ha quedado perfectamente demostrado estos últimos días.

Las demás vestales dejaron de comer. La virgo máxima aludía a un tema doloroso para todas.

Foslia fue quien rompió el incómodo silencio. – ¿Hay alguna esperanza para Camilo, virgo máxima? Postumia suspiró.

–La situación sigue igual. En este mismo momento, Marco Furio Camilo está preparándose para abandonar Roma. En lugar de afrontar el juicio, marchará al exilio. Todos sabemos de dónde surgió este lamentable estado de cosas: en su furia por hacerse con el botín de Veyes, la chusma decidió descargar su odio sobre el hombre principal responsable de la distribución de dicho botín.

Acusaron a Camilo de infringir la ley. Afirman que se dedicó a enriquecer a sus amigos y familiares.

–Pero seguro que no es culpable -dijo una de las vestales. La virgo máxima movió la cabeza.

–Los hombres que conocen los procesos de los tribunales me dicen lo contrario. Según el estricto idioma de la ley, Camilo cometió incorrecciones. Es incapaz de dar cuenta de toda la riqueza que se distribuyó. Los tribunales se toman estas cosas muy en serio y no pueden hacer la vista gorda. La verdad es que estas leyes están escritas como si se hubieran pensado intencionadamente para proporcionar un arma a los enemigos de cualquier hombre que tenga una vida pública. Cuanto más arriba asciende un hombre y más alcance tienen sus decisiones, más vulnerable se vuelve a las acusaciones de corrupción. Y de este modo, Camilo, ¡nuestro amado Camilo!, se ve alejado de Roma. Sólo tres años atrás, cualquier hombre, mujer o niño gritaba su nombre en las calles, elogiándolo como nuestro salvador. ¡Y ahora, esto! Que Vesta me perdone por decir lo que voy a decir, pero si Camilo levantara las armas contra nosotros, como hizo Coriolano, me costaría negar que la ciudad se lo merecería. Pero, naturalmente, nunca hará eso. Camilo es un hombre demasiado grande y demasiado fiel a Roma, por mucho que sus enemigos lo hayan convertido en un desterrado. Esta noche, cuando nos reunamos en el templo, debemos recordarlo en nuestras oraciones. Que Camilo tenga el consuelo y el calor del fuego de Vesta, por mucho que se aleje de este hogar. – ¡Que el fuego de Vesta lo mantenga caliente! – dijeron las demás vestales, y algunas de ellas empezaron a llorar en silencio; en los últimos días se habían derramado muchas lágrimas en la casa de las vestales por la desgracia de Camilo. En los años transcurridos desde su triunfo, todas las vestales, incluyendo la virgo máxima, habían llegado a tener en gran respeto al conquistador de Veyes. Hablaban en tono reverencial de sus triunfos militares y de sus grandiosas obras públicas; hablaban en susurros de sus facciones definidas y su constitución musculosa, el prototipo de la hombría romana. Las vestales habían creado un verdadero culto en torno a Camilo y su caída las había dejado devastadas.

Pinaria no lloraba. Recordaba el día del desfile triunfal de Camilo y la conmoción que había experimentado al ver los cuatro caballos blancos tirando del carruaje. Estaba segura de que Júpiter, que lo observaba todo desde las nubes, había visto también aquellos caballos blancos. ¿Habría pensado dios que un humano se burlaba de él? La virgo máxima veía la voluntad de los dioses en todas las cosas, entonces ¿por qué no también en la caída de Camilo? Pero Pinaria ya había provocado a la virgo máxima aquella noche y no le importaba volver a hacerlo imputando cualquier falta a un hombre a quien las vestales tenían en tan alta estima.

Se le ocurrió a Pinaria que, en el transcurso de las divagaciones de la velada, el tema que originalmente se había sacado a relucir era el que nadie había discutido: la Cuestión Veyense.

El botín de Veyes había sido reivindicado; los prisioneros habían sido vendidos en calidad de esclavos y la ciudad conquistada fue desprovista de todos sus ornamentos, igual que los buitres dejan el esqueleto sin carne. Pero incluso los buitres más voraces dejan los huesos, y los huesos de Veyes seguían ahí: sus casas, murallas, pozos, fuentes, salones de reunión, calles, jardines y templos. Las casas de los veyenses estaban vacías. Veyes era una ciudad sin ciudadanos. ¿Qué hacer con Veyes?

Una facción, liderada por un tribuno de la plebe llamado Sicinio, defendía que la mitad de la población de Roma debería abandonar sus hogares y trasladarse a Veyes para ocupar las casas vacías de la ciudad. Los arrendatarios podrían así convertirse en propietarios; los hombres acosados por las deudas podrían empezar de nuevo. Los campesinos que habían recibido la promesa de pequeñas granjas en el lejano territorio conquistado a los volscos, podrían recibir parcelas en las afueras de Veyes y disfrutar de las comodidades de la ciudad ya construida y vivir cerca de sus amigos y familiares de Roma. Con dos ciudades enteras para acomodar a la población de una, la disparidad entre los propietarios y los desposeídos de Roma quedaría eliminada de la noche a la mañana.

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