Secreto de hermanas (39 page)

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Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

—¿Azúcar para que esté más dulce? ¿Leche para que sea más suave? —Levantó la jarrita sobre una de las tazas de porcelana china adornada con rosas que guardábamos para las grandes celebraciones.

—Solo leche, gracias —contestó Hugh sin mirarla.

Esther no se amilanó por su actitud distante. Se desplazó hasta el gramófono de tío Ota y colocó la aguja en su sitio. «
Un bel di vedremo
» de la ópera de Puccini
Madame Butterfly
llenó la habitación.

«Sabe perfectamente cómo le gusta el té», pensé. Esther le había preparado una taza a Hugh prácticamente cada hora mientras estábamos trabajando en
El Bunyip
. Él le pidió que no le hiciera tanto té porque tenía que ir al baño constantemente.

Miré a Klára. Se encogió de hombros, incapaz de comprender ella tampoco las diligentes atenciones de Esther hacia Hugh.

La noche de la inauguración pesé a Ángeles. Había triplicado su peso y su piel se había cubierto de una densa pelusilla. Klára y Thomas palmotearon encantados.

—Parece un pompón —observó Thomas, acariciando el pelaje de Ángeles cuando se la entregué para que la cogiera.

Uní con un alfiler su marsupio al lateral de una jaula para loros y le dejé mascar las flores de grevillea que Thomas había recogido con Klára.

Todo el pueblo acudió a la inauguración del Palacio del Cine Cascade. Me sentí orgullosa cuando escuché a los invitados charlando en la sala antes del espectáculo. La expectación que flotaba en el aire era palpable. Además de la película
The Prehistoric Hayseeds
, de Beaumont Smith, en el programa había un grupo de coristas, humoristas y un cantante de ópera. La reina de belleza local cortó el lazo en la inauguración y el presidente del Bulli Shire Council dio un discurso elogiándonos por haber construido un cine en Thirroul. Klára, hermosísima con un vestido de color amarillo azafrán recubierto de lentejuelas, tocó el
Concierto de piano núm. 1
de Chaikovski. Robert, que había venido a la inauguración, no podía apartar sus ojos de ella.

Más tarde, durante la fiesta, bajamos la intensidad de las luces y una banda de música tocó en el vestíbulo. Sabía que Freddy iba a venir, pero no lo había visto durante toda la noche. Mientras atravesaba la pista de baile, alguien me dio un toque en el hombro y me volví para ver a un apuesto caballero de pelo oscuro de pie junto a mí. Supuse que quería bailar. De un modo extraño sentí que sería desleal a Philip si bailaba con otro hombre, pero aquel caballero era nuestro invitado. Iba ataviado con un flamante esmoquin con solapas de textura de seda y pajarita blanca. Tomé la mano que me ofrecía para llevarme a la pista de baile y me fijé en los elegantes botones forrados de su chaqueta.

—Tienes un aspecto maravilloso —comentó el hombre, conduciéndome bajo el foco de la pista de baile.

Reconocí su voz y parpadeé.

—¡Freddy!

—Sí, ¿qué pasa? —respondió.

—¡Tu traje!

Dirigió la mirada hacia abajo para contemplar su propio atuendo.

—Klára me lo ha escogido. Ya sabes, quería pasar desapercibido. No me interesa llamar la atención. Hay un par de personas de Galaxy Pictures aquí y no quiero que sepan que soy el dueño.

—Estás muy elegante —le dije.

La banda comenzó a tocar un
foxtrot
y Freddy me llevó por toda la pista. Me sostenía con demasiada fuerza, pero era un hombre muy alto y yo apenas le llegaba al pecho, así que, de todos modos, había mucha diferencia de fuerza entre nosotros. Nos deslizamos entre las demás parejas y pensé en Beatrice y Philip.

—Bueno, ¿y qué has estado haciendo por aquí? ¿Has escrito algo? —me preguntó Freddy.

—Lo he intentado —reconocí—. Pero no lo consigo.

—Quizá lo estás intentando con demasiado ahínco. La idea de
El Bunyip
funcionó. Necesitas encontrar una historia similar y hacerla más larga.

No quería decirle a Freddy que me costaba trabajo escribir porque estaba pensando en Philip. Pero, de algún modo, él lo comprendió.

—Sé que estabas enamorada de Philip Page, pero Beatrice tenía derecho a quedárselo y ahora eso pertenece al pasado —me espetó.

Me quedé atónita por su descaro.

—No te andas con rodeos, ¿eh?

—Andarse con rodeos es una pérdida de tiempo. A la gente a la que respetas hay que decirle la verdad.

El impacto de lo ciertas que eran las palabras de Freddy me inquietó. Klára me había dicho lo mismo y tío Ota me lo había insinuado. Todos ellos tenían razón: si quería seguir adelante, tenía que dejar atrás a Philip. Y sin embargo, siempre que pensaba en él, quería aferrarme un poquito más a los recuerdos, y eso era lo que me mantenía bloqueada.

—Ya sé que no estabas de acuerdo con lo que había entre Philip y yo —comenté.

Freddy arrugó el entrecejo.

—Estaba celoso. Philip tenía mucha suerte.

La banda toco un
quickstep
y Freddy me hizo dar una vuelta. Quizá pensaba que Philip tenía mucha suerte porque hubiera dos mujeres enamoradas de él. Recordé que Robert nos había contado en una ocasión que Freddy estaba solo. Sus padres habían muerto y su única familia era una anciana tía que vivía en Nueva York.

—¿Qué has estado haciendo si no te has dedicado a escribir? —me preguntó Freddy cuando la banda se tomó un descanso—. ¿Has estado tomando fotografías?

Aparte de ayudar a tío Ota con el cine y de pasear por el bosque con Klára, no había hecho mucho más. Le hablé sobre Ángeles y le conté cómo Klára y yo le habíamos salvado la vida.

—Eso es muy bonito —comentó Freddy, conduciéndome fuera de la pista de baile—. Has criado un pósum. ¿Te vas a hacer una estola con él o algo?

Por un momento había creído que Freddy podría llegar a ser más sensible de lo que parecía, y mis esperanzas se hicieron añicos. «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda», pensé.

A la mañana siguiente me desperté con una idea para una película y anoté rápidamente el núcleo de la historia antes de salir de la cama. Mi conversación con Freddy había encendido la chispa de algo, porque todas las mañanas después de aquella me levantaba y sabía qué iba a suceder en la siguiente escena que tenía que escribir. La historia era la de una muchacha perteneciente a la alta sociedad comprometida con un hombre muy rico. Un día se pelean y para compensar a su novia, el hombre la lleva de compras y le dice que se compre lo que ella quiera. Ella se decide por un abrigo de piel de pósum. Pero cada vez que se lo pone, lo único que le trae es mala suerte. En primer lugar, quiere enseñarles a sus amigas su nuevo abrigo, pero le pica una abeja en el párpado antes de salir de casa. Después se lo pone para visitar a sus padres, y su padre se atraganta —y casi muere— con un guisante. Más tarde, se lo pone para asistir a una reunión social y su prometido tropieza y se rompe el tobillo. No obstante, la mujer no se da cuenta de que su mala suerte está relacionada con el abrigo.

Después del desayuno pasé a máquina la escena que se me había ocurrido por la mañana. A medida que el guion iba creciendo, revisaba las páginas con expectación: yo también quería saber qué sucedería más adelante.

Entonces la pareja decide celebrar su boda en una iglesia de la costa sur. Pero la mujer se pone el abrigo para el ensayo y la iglesia se incendia. En una fiesta en honor de la pareja, la mujer escucha por casualidad a un joven, un amigo de su padre, comentarle a otro invitado que el pósum es conocido en las leyendas aborígenes como un animal curioso, a veces pícaro, pero siempre simpático. El joven bromea con su interlocutor sobre que esos no son rasgos que definan precisamente a la protagonista, que se comportó de forma muy grosera con él en una ocasión anterior. «Lleva puesto el abrigo equivocado: debería haber optado por uno de mofeta.»

Y sin embargo, cuando llegué al final de la historia, me atasqué. Entonces, una noche que le estaba dando de comer a Ángeles hojas de gomero y trocitos de manzana, se me ocurrió una idea. La garabateé en el margen de uno de los trozos de periódico que había utilizado para forrar su jaula.

Mientras conducía hacia casa una noche, el prometido de la mujer —borracho e irascible— atropella a un pósum que se encontraba en mitad de la carretera. El hombre quiere seguir su camino, pero la mujer, avergonzada por lo que había oído decir al joven en la fiesta sobre sí misma, insiste en que se detengan para ver si está muerto o si sigue vivo. El pósum todavía vive, es una hembra y lleva una cría en el marsupio. El prometido sugiere que rematen al animal, pero la mujer afirma que la
pósum
sencillamente se encuentra conmocionada. Así que envuelve al animal en el único objeto cálido que tiene a mano —el abrigo— y se la lleva a casa. Mientras la sostiene en su regazo, la mujer acaricia el pelaje del animal y después mira su abrigo. Entonces comprende de qué está hecho.

A la mañana siguiente, la pósum se despierta —solamente había sufrido una conmoción— y al anochecer, la mujer la lleva al bosque, cerca del lugar en el que la encontró, y la deja marchar. La protagonista entonces se da cuenta de que su abrigo está manchado de sangre, pero en lugar de mandarlo a la tintorería, lo entierra. Entonces le anuncia a su prometido que quiere romper su compromiso. Después va a buscar al joven de la fiesta de la noche anterior y le dice que no le gustó lo que comentó sobre ella, pero que tenía razón. El hombre la mira con otros ojos y el público se queda con la impresión de que puede surgir una relación entre ellos en el futuro.

Klára fue la primera en leer el guion.

—El ambiente mágico me recuerda a Praga —comentó—. Pero la historia también parece australiana.

Se la envié a Hugh, consciente de que si había algún fallo no tendría ningún reparo en señalármelo. «La historia no tiene saltos, lo cual es importante —me escribió en su respuesta—. Pero es fantástica y agridulce. Al público australiano normalmente le gustan el realismo y los finales cerrados. Pero eso no significa que no debas darle una oportunidad; solo que tendrás que encontrar un productor dispuesto a correr el riesgo por ti. En cuanto al trabajo de cámara, esta película podría ser visualmente impresionante. Pero esta no la podemos hacer con retales, Adéla. Vas a necesitar reunir cerca de tres mil libras.»

Hugh tenía razón. La mayoría de las películas australianas eran sobre la vida de los colonos y los
bushrangers.
[5]
Puede que no hubiera espectadores para mi película... y tres mil libras era muchísimo dinero.

Gracias a mi trabajo como fotógrafa, lograba mantenernos económicamente a Klára y a mí. Los fondos que tía Josephine nos había enviado ascendían a mil libras y quería conservar ese dinero para emergencias en caso de que nos hiciera falta. No iba a ser capaz de sacar adelante aquella película sin inversores. Dudaba de si proponérselo a Freddy porque el tema le traería totalmente sin cuidado y yo necesitaba un productor que simpatizara con mi punto de vista. Tío Ota me dio la idea de recurrir a los empresarios locales para ver si alguno de ellos estaría dispuesto a invertir en mi película a cambio de publicidad. Pero quedó claro por las sonrisas de cortesía que me dedicaron y por sus invitaciones a tomar el té que ninguno de ellos me tomó en serio. Lo más que llegaron a ofrecerme fueron doscientas libras y una invitación para cenar. Parte de mí quería batirse en retirada y hacer que tío Ota y Hugh buscaran la financiación por mí. Pero tía Josephine me había inculcado que las mujeres éramos capaces de cualquier cosa siempre que tuviéramos fe en nosotras mismas. Y yo tenía fe, pero eso no me proporcionó el dinero que necesitaba.

Pasó medio año hasta que logré que el guion progresara un poco más. El Palacio del Cine Cascade se había convertido en una próspera inversión y tío Ota planeaba contratar un director para que ocupara su lugar en Thirroul y mudarse a Balgownie para construir otra sala de cine allí con el respaldo de Freddy. Ranjana y Thomas se marcharían con él. Había llegado el momento en el que yo debía regresar a Sídney para estar con Klára. Mi hermana ya había empezado el último ciclo de su educación en la Escuela Superior del Conservatorio y necesitaba mi apoyo.

Esther había demostrado ser una entregada carabina para mi hermana, pero yo tenía claro que los sentimientos de Klára por Robert habían pasado a ser algo serio. Hablaba con un entusiasmo no disimulado sobre todas las cosas que hacían juntos: acudían a charlas en la Sociedad Teosófica; dibujaban pájaros pergoleros en el jardín de Robert; remaban en las barcas del Parque Nacional... No podía dejar eternamente a Klára a cargo de Esther. Mi hermana estaba convirtiéndose en una hermosa mujercita, pero también podía llegar a comportarse de forma muy obstinada, y yo deseaba que nada la distrajera de sus estudios. En realidad, también sentía celos. A medida que crecía la adoración mutua entre Robert y Klára, yo sentía que mi importancia en la vida de mi hermana iba disminuyendo y quería volver a ser el centro de atención para ella.

No había logrado atraer a inversores que financiaran mi película y estaba a punto de abandonar la idea, cuando vi un filme que lo cambiaría todo. Durante mi última noche en Thirroul, tío Ota proyectó
Los nibelungos: la muerte de Sigfredo
, de Fritz Lang. Se me cortó la respiración con aquella nueva versión de la fábula nórdica. Sencillamente, era una película demasiado hermosa como para describirla con palabras. Me quedé despierta aquella noche recordando sus maravillosas escenas y el espléndido vestuario de los actores. Una película como aquella costaría más de tres mil libras. Me di la vuelta en la cama y encendí la luz. ¿Acaso no había sido lo suficientemente ambiciosa? Sin embargo, solo existía una persona que yo conociera a la que podía recurrir para que me proporcionara el tipo de financiación necesaria para hacer de mi película una obra maestra: ese era Freddy.

Al día siguiente regresé a Sídney con Ángeles en una cesta para gatos. Nos habíamos hecho inseparables. Yo siempre esperaba con impaciencia a que llegara el crepúsculo, que era cuando ella se despertaba para masticar las hojas y brotes de los árboles que Thomas y yo habíamos recogido para ella. Cuando era una pequeña cría, salía de su jaula para sentarse sobre mi espalda, como si yo fuera su madre y ella viviera en la naturaleza. Pero cuando salió de su marsupio artificial y se trasladó a la rama hueca que le habíamos colocado en su jaula, esta comenzó a quedársele pequeña.

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