Read Sentido y sensibilidad y monstruos marinos Online
Authors: Jane Austen,Ben H. Winters
Al oír el chapoteo de unos remos fuera, se acercó a la ventana de la fachada para averiguar quién venía a visitarlas a una hora tan temprana. Le sorprendió ver a un sirviente preparando la majestuosa góndola de la señora Jennings, tirada por un cisne, pues sabía que ésta había ordenado que la trajeran a la una. Decidida a no abandonar a Marianne, aunque no tenía la menor esperanza de consolarla, Elinor se alejó apresuradamente para disculparse con la señora Jennings por no poder acompañarla, alegando que su hermana estaba indispuesta. Le explicó que Marianne padecía aeroembolismo, por ser la excusa más creíble. La señora Jennings, mostrando una jovial y absoluta incredulidad sobre los orígenes de la indisposición de Marianne, aceptó la disculpa de buen grado, y Elinor, después de verla partir sin mayores problemas, regresó junto a su hermana, que trataba de levantarse de la cama, y a la que sujetó a tiempo para evitar que cayera al suelo, mareada debido a la falta de descanso y alimento. Un vaso de agua tibia mezclada con un sobre con sabor a vino que Elinor le ofreció enseguida hizo que la joven se sintiera mejor y pudiera por fin expresar su gratitud.
—¡Pobre Elinor! —dijo—. ¡Qué disgustos te doy! —Sólo desearía —respondió ella— poder hacer algo para aliviar tu dolor.
Marianne sólo pudo exclamar:
—¡Ay, me siento muy desdichada! —antes de que se le quebrara la voz y prorrumpiera en sollozos.
De repente los pececillos, que habían estado observando en silencio desde el otro lado del cristal la congoja de Marianne, fueron engullidos de un bocado por un pez aguja.
—Haz un esfuerzo, querida Marianne —dijo Elinor—. Piensa en tu madre; piensa en la desazón que le produce tu sufrimiento. Debes esforzarte por ella.
—¡No puedo, es imposible! —replicó)—. Déjame si te disgusto, ¡déjame, ódiame, olvídame! ¡Ahógame en el vasto mar! ¡Deja que mis huesos se calcifiquen con el paso de los siglos y se conviertan en coral! Pero no me tortures. ¡Ay, feliz de ti, Elinor, que no comprendes cuánto sufro!
—¿Acaso no tienes en quién apoyarte? ¿No tienes amigos? ¿Tu desgracia excluye todo consuelo? Por más que sufras en estos momentos, piensa en lo que habrías sufrido de no haber descubierto el carácter de Willoughby hasta más tarde, de haberse prolongado vuestro compromiso durante meses y meses, antes de que él decidiera romperlo. Con cada día que hubieras seguido confiando equivocadamente en él, habría hecho que el golpe fuera mil veces peor.
—¡Compromiso! —exclamó Marianne—. ¡Jamás existió tal compromiso!
—¿No estabais prometidos?
—No, Willoughby no es tan indigno como crees. No ha roto ningún compromiso conmigo. —Pero te dijo que te amaba.
—Sí..., no..., jamás. Lo insinuaba todos los días, pero nunca lo declaró expresamente. A veces supuse que lo había hecho..., pero estaba equivocada.
—¿Le dijiste eso en tus cartas?
—Sí, ¿qué más daba después de todo lo ocurrido?
Elinor miró de nuevo las tres cartas y se apresuró a leer su contenido. La primera, que era la que su hermana había enviado a Willoughby el día que habían llegado a la ciudad, decía lo siguiente:
Enero, Berkeley Causeway Imagino su sorpresa, Willoughby, al recibir esta carta. Creo que se llevará algo más que una sorpresa al saber que he descendido a la Estación. La oportunidad de venir aquí con la señora Jennings era una tentación a la que no pude resistirme. Espero que reciba esta carta a tiempo para venir a visitarnos esta noche, pero no confío en ello. En cualquier caso, espero verlo mañana. Entretanto, se despide cordialmente
M. D.
La segunda nota de Marianne, que había escrito la mañana después del baile presidido por el tema de los piratas en casa de los Middleton, estaba redactada en estos términos:
No puedo expresarle mi decepción por no haberlo visto ayer, ni mi asombro por no haber recibido una respuesta a la nota que le envié hace más de una semana. Espero a cada hora del día recibir noticias suyas, y ante todo verlo. Le ruego que venga a verme lo antes posible, y me explique el motivo de haber esperado su visita en vano. Semejante conducta no es propia de un caballero, sino de un bribón. Tengo entendido que le invitaron a la fiesta de piratas, y que sir John estaba incluso dispuesto a prestarle un alfanje y una pata de palo para la ocasión. Pero ¿es posible que rechazara la invitación? En tal caso, debe de haber cambiado usted mucho desde que nos separamos. Pero no quiero suponer que sea posible, y confío en recibir muy pronto su palabra de que no lo es.
M. D.
El contenido de la última nota decía lo siguiente:
¿Qué debo imaginar, Willoughby, a juzgar por su comportamiento anoche? Le exijo de nuevo una explicación al respecto, y no acepto el ataque de las langostas como excusa. Deseaba reunirme con usted con el natural gozo producto de nuestra separación, con la familiaridad que nuestra intimidad en Barton Cottage parecía justificar. ¡Pero en lugar de ello me vi rechazada! He pasado una noche espantosa tratando de disculpar una conducta que sólo cabe ser calificada de ofensiva, pero aunque no he recibido ninguna disculpa razonable por su conducta, estoy dispuesta a escuchar sus explicaciones. Me dolería mucho pensar mal de usted, pero si debo hacerlo, si debo averiguar que su conducta hacia mí tenía como único fin engañarme, prefiero saberlo cuanto antes. Deseo perdonarle, pero sólo la certeza de sus sentimientos puede aliviar mi sufrimiento. Si ya no siente por mí lo que sentía antes, deseo que me devuelva mis notas y el mechón de pelo que obra en su poder.
M. D.
Elinor dejó la carta y reflexionó sobre su contenido, mientras un pez espada empezaba a golpear suavemente el cristal de la Cúpula. La joven se resistía a creer que esas cartas, tan llenas de afecto y confianza, hubieran sido respondidas por Willoughby en el tono que lo había hecho.
—Yo me sentía solemnemente comprometida con él —dijo Marianne—, como si estuviéramos unidos por el vínculo legal más estricto.
—Lo creo —respondió Elinor—, pero por desgracia Willoughby no sentía lo mismo.
—Te aseguro que sentía lo mismo que yo, Elinor. Lo sintió durante una semana tras otra, ¡estoy convencida! —El pez espada golpeó el cristal con más insistencia, subrayando la vehemencia de las palabras de Marianne—. ¿Has olvidado la última noche que estuvimos juntos en Barton Cottage? ¿Y la mañana que nos separamos? ¿Cuando Willoughby me dijo que quizá pasarían muchas semanas antes de que volviéramos a vernos? ¡Y su pesadumbre, jamás olvidaré su pesadumbre! ¡La expresión de consternación y tristeza que mostraba detrás de la mirilla de su casco de buceo!
Durante unos momentos Marianne no pudo proseguir, pero cuando su emoción remitió, añadió con tono más firme:
—He sido cruelmente manipulada, pero no por Willoughby.
—Pero, querida Marianne, ¿por quién sino por él? ¿Quién pudo haberle inducido a comportarse así?
—¡Todo el mundo! Prefiero creer que todas las personas que conozco se confabularon para destruir mi buena opinión de él que creerle capaz de semejante crueldad. Esa mujer a la que se refiere en su nota, sea quien sea, debe de haberlo hechizado, con el fin de alterar sus sentimientos hacia mí.
Ambas guardaron silencio de nuevo. Elinor empezó a pasearse por la habitación, observando distraídamente mientras un bacalao devoraba a un grupo de berberechos, y luego era devorado por una orea; entretanto, el pez espada seguía dando golpecitos contra el cristal. Por alguna misteriosa razón, su continua presencia hizo que Elinor lo relacionara con las enfurecidas langostas, pero antes de que pudiera descifrar el motivo de esa asociación de ideas, Marianne volvió a tomar la carta de Willoughby y exclamó:
—Debo regresar a casa. Debo ir a consolar a mamá. ¿No podríamos ascender mañana y contratar un sumergible o un submarino para que nos transportara a casa?
—¿Mañana, Marianne?
—¿Por qué debo quedarme aquí? Vine tan sólo para reunirme con Willoughby, ¿y a quién le importa que me quede o no?
—Es imposible que nos vayamos mañana. La cortesía más elemental nos impide partir tan apresuradamente.
—Bien, entonces dentro de un par de días, pero no puedo permanecer aquí más tiempo, no soportaría las preguntas y los comentarios de la gente. Los Middleton y los Palmer... ¡No soportaría su compasión!
Elinor aconsejó a Marianne que volviera a acostarse, y ésta obedeció, pero nada conseguía tranquilizarla, y en su alterado estado de ánimo y su nerviosismo, no dejaba de cambiar de postura, al tiempo que su histerismo aumentaba y su hermana se las veía y se las deseaba para impedir que se levantara de la cama. Ninguna de las dos, absortas como estaban en el dolor de Marianne, se percató de la pequeña fisura en el cristal, consecuencia de los insistentes golpecitos del pez espada, ni de la pequeña y cartilaginosa sonrisa que mostraba éste cuando se alejó.
En cuanto la señora Jennings volvió a su casa, se dirigió inmediatamente a la habitación de las Dashwood.
—¿Cómo se siente, querida? —preguntó con tono compasivo a Marianne, quien volvió la cabeza sin responder—. ¿Tiene un sarpullido? ¿Le duelen las articulaciones? ¿Tiene picores? —inquirió la dama enumerando algunos de los síntomas que suelen asociarse con el aeroembolismo, aunque sabía perfectamente que la indisposición de la joven se debía al mal de amores, que no estaba causado por la precipitación de burbujas disueltas dentro del cuerpo que se produce debido a una rápida compresión y descompresión.
»¡Pobrecita! —continuó la señora Jennings—. Tiene mal aspecto. No es de extrañar. Sí, es cierto. Willoughby va a casarse dentro de poco. ¡El muy tunante! Me ha decepcionado profundamente. La señora Taylor me lo contó hace media hora, y a ella se lo dijo una amiga de la mismísima señorita Grey, de lo contrario yo no habría dado crédito a sus palabras. Deseo de todo corazón que su esposa sea una solitaria como él, que habite simbólicamente en el tracto digestivo de la existencia de Willoughby, consumiendo toda su alegría y haciendo que se retuerza de dolor, hasta que un día la expulse al defecar. Y así se lo diré, querida, puede estar segura de ello; me encanta repetir una metáfora después de haberla inventado. Pero consuélese, señorita Marianne, pensando que Willoughby no es el único joven en el mundo; y a usted, con su hermoso rostro, su musculosa espalda y su notable capacidad pulmonar, no le faltarán pretendientes.
A continuación la señora Jennings salió de la habitación de puntillas, suponiendo que el ruido agravaría la congoja de su amiga.
Para sorpresa de su hermana, Marianne decidió cenar esa noche con la señora Jennings y sus invitados. Una vez en el comedor, aunque presentaba un aspecto pésimo, consiguió ingerir unos cubos de pasta con sabor a cordero, mostrándose más serena de lo que Elinor había imaginado. La señora Jennings vio que Marianne se sentía muy desdichada, y comprendió que tenía el deber de tratar de aliviar su tristeza. La trató con todo el cariño y consideración de una madre hacia su hija favorita el ultimo día de las vacaciones. Marianne ocupó el mejor asiento, frente al cristal de la Cúpula, y su anfitriona procuró distraerla refiriéndole las novedades de la jornada. Habían recibido noticia de un naufragio particularmente trágico, en el que una fragata francesa con una numerosa tripulación había sucumbido a una tormenta en las aguas infestadas de tiburones al este de Tasmania. La señora Jennings relató esa historia a Marianne con especial énfasis, escenificando el drama y pronunciando los aterrorizados «mon Dieu!» y «aidez-moi!» de los marineros al verse rodeados por los escualos devora-dores de seres humanos. Pero al cabo de un rato Marianne no pudo más y, tras hacer una señal a su hermana indicándole que no la siguiera, se levantó y salió precipitadamente de la habitación.
—¡Pobre chica! —exclamó la señora Jennings cuando Marianne sálica—. ¡Jamás había visto a nadie tan afectado por la noticia de que un francés había sido devorado por un tiburón! Si supiera de algo que pudiera complacerla, no dudaría en enviar a un sirviente en su busca por toda la Estación Submarina. Este fin de semana llegarán nuevos ejemplares al Acuario y Museo Marino. ¡Focas moteadas a las que les han crecido patillas! ¡Peces payaso que bailan la tarantela! Pero nada parece animarla. ¡Es chocante que un hombre se comporte tan mal con una joven tan bonita! Pero cuando hay mucho dinero por una parte, y casi nada por la otra, ¡que Dios nos bendiga!, a los hombres no les importan esas cosas!
—De modo que esa dama —terció Elinor—, la señorita Grey, como creo que la llamó, ¿es muy rica? —Cincuenta mil libras, querida. —¿Es agradable?
—No he oído nada negativo sobre ella. De hecho, apenas he oído hablar de esa señorita. ¡Pero su pobre hermana ha ido a refugiarse en su habitación! ¿No hay nada que logre distraerla? ¿Algún juego? Sé que ustedes no son aficionadas al Karankrolla, pero ¿no hay ningún juego que divierta a su hermana?
—Querida señora, es usted muy amable, pero no debe molestarse. Convenceré a Marianne para que se acueste temprano, pues lo que necesita es descansar.
—Sí, será lo mejor. ¡Ay, Señor! No me extraña que durante las dos últimas semanas tuviera tan mala cara, con esa preocupación que la consumía. ¡Y la carta que ha llegado hoy ha acabado de hundirla! ¡Pobrecita!
—Para hacer justicia al señor Willoughby, debo decir que no ha roto ningún compromiso con mi hermana.
—No trate de defenderlo. ¿Cómo que no ha roto ningún compromiso? Después de pasearla por toda la isla Allenham y regalarle ese caballito de mar, el rey Juan...
—Jacobo.
—Eso, el rey Jacobo... ¡Si hasta habían decidido dónde vivirían cuando se casaran! —Después de un breve silencio por ambas partes, la señora Jennings, con su natural hilaridad, soltó de nuevo—: ¡En fin, querida, en este asunto saldrá ganando el pobre coronel Brandon con su cara de pez! Tendrá a Marianne al alcance de esos tentáculos que decoran de forma tan grotesca sus fauces. Apuesto a que contraerán matrimonio antes de mediados de verano. ¡Ay, Señor, cómo se reirá el coronel al enterarse de esta noticia, emitiendo esas carcajadas guturales tan desagradables! Espero que venga esta noche. Es un mejor partido para su hermana. Dos mil libras al año sin deudas ni trabas. Delaford es un lugar espléndido, se lo aseguro; justamente lo que yo llamo una bonita casa a la antigua, confortable y llena de lujos... El coronel está acostumbrado a la privacidad, debido a su condición, por lo que su finca está rodeada por una gigantesca tapia. Hablaré con él para animarlo en cuanto tenga oportunidad de hacerlo. ¡Ojalá consigamos que Marianne se olvide de Willoughby!